La confianza es importante. Hemos argumentado en favor de esa idea en las dos entregas anteriores, pero cualquiera de nosotros puede confirmarlo cada vez que entra en relación con otros, sin recurrir a argumentos. Cuando la confianza (justificada) ocurre, podemos hacer cosas juntos. Desde las más triviales, como tomar un ómnibus, hasta las más complejas, como aceptar ser sometidos a una cirugía mayor o a que alguien levante el techo de la casa donde dormiremos.

Por el contrario, cuando desconfiamos de alguien, tendemos a evitar entrar en relación, o lo hacemos de manera limitada e invirtiendo gran esfuerzo en monitorear constantemente lo que va sucediendo.

Para que un fenómeno ingrese en el campo de la ciencia debe ser importante, en el sentido de tener consecuencias prácticas. Y medible. Nuestro fenómeno tiene consecuencias. Ahora, ¿podemos medirlo? La respuesta es afirmativa. Lo venimos haciendo de manera sistemática desde hace mucho tiempo en ciencias sociales. Contamos con abundante evidencia experimental producida por economistas1. Sociólogos, politólogos y antropólogos han hecho importantes aportes a su medición mediante entrevistas estandarizadas (como las encuestas) o utilizando técnicas cualitativas como las entrevistas en profundidad y la observación etnográfica. La biología también lo hace, por ejemplo al estudiar el papel de la llamada hormona de la confianza (la oxitocina) en el desarrollo de vínculos con humanos y otros seres vivos.

En esta última entrega vamos a echar mano a uno de los mayores estudios sociales que se llevan adelante en el planeta, para presentar medidas de confianza. Ir directo a los porcentajes suele ser aburrido. De modo que comencemos con algo de contexto.

La confianza puede medirse

En 1928 el Louis Leon Thurstone publicó en el American Journal of Sociology un artículo titulado “Attitudes can be measured” (“Las actitudes pueden medirse”). Uno lee aquel artículo y se imagina que a último momento su autor decidió quitar el signo de exclamación del título (si lo hubiera escrito en español, los signos al inicio y al final del título). Es que el texto rebosa de entusiasmo por haber descubierto un modo de medir algo tan intangible como las actitudes. La confianza tiene en ese aspecto la misma naturaleza: no es algo que se pueda “ver” directamente. No se deriva tampoco de manera directa de las acciones de los seres humanos. La confianza, como las actitudes, es una “predisposición a actuar”. Pero no necesariamente conduce a un tipo de acción particular.

Puedo tener poca confianza en los médicos, pero aquejado de una dolencia grave, seguramente recurra a uno. O puedo confiar más en un cerrajero que en otro, pero si no consigo entrar a casa un domingo a la noche y sólo el segundo brinda atención 24 horas, recurriré a los servicios de este último. Confío más en los vuelos de una compañía que en los de otra, pero al observar que el billete de avión de la primera es sensiblemente más caro que el de la segunda, viajaré con esta última.

Russell Hardin propone, como vimos en las entregas anteriores, que “la confianza suele ser una relación tripartita: A confía en B para hacer X”. Pero que A “le confíe” efectivamente a B hacer X depende generalmente de la ocurrencia de “circunstancias Z”. En definitiva, que confíe en una persona hace más probable que establezca una interacción con ella, pero no asegura que tal cosa suceda. De modo que para medir niveles de confianza no basta con contabilizar la ocurrencia efectiva de interacciones entre individuos que confían unos en otros. Debemos ir un paso atrás, como con las actitudes, para conocer “niveles de predisposición a actuar”, con independencia que lo anterior se concrete o no.

¿Para qué tanto esfuerzo? Podríamos quedarnos sólo con el resultado, es decir, con las acciones concretas que denotan confianza entre las partes. Bueno, por muchas razones. Pero especialmente por nuestras circunstancias Z. Me refiero a intentar aislar los aspectos de contexto de aquella predisposición. Y si la distancia entre esta y las acciones concretas que denotan confianza fuera importante, evaluar si podemos mejorar las circunstancias, para de este modo aumentar las chances de que se produzcan interacciones2.

La Encuesta Mundial de Valores

Dirigida desde 1981 y hasta su fallecimiento en 2021 por Ronald Inglehart, de la Universidad de Michigan, la Encuesta Mundial de Valores (WVS, por su sigla en inglés) tiene por objetivo principal medir las relaciones entre la “sociedad material” (los regímenes políticos, la situación económica de los países) y los valores, actitudes y creencias de sus integrantes. Por tratarse de un estudio longitudinal (encuestas a muestras probabilísticas independientes a lo largo del tiempo), permite además conocer en qué medida cambios en una dimensión se asocian a cambios en la otra.

Actualmente contamos con siete olas de encuestas, la primera aplicada en 11 países entre 1981 y 1984, y la última en 80 países entre 2017 y 2022. A la fecha han participado 88 países, en los que reside alrededor del 90% de la población del planeta. La base de datos consolidada con información desde 1981, accesible para su descarga o procesamiento en línea, cuenta con 439.531 casos. Uruguay participa en este estudio mundial. Contamos con resultados nacionales para los años 1996, 2006, 2011 y 2022. El proyecto continúa activo, iniciándose en 2024 la octava ola de encuestas.

Historia de una pregunta

La Encuesta Mundial de Valores aborda exhaustivamente el problema de la confianza. La base de datos del estudio incluye 51 variables vinculadas a preguntas o ítems de escalas relacionadas con la medición del fenómeno, más tres índices construidos a partir de algunas de aquellas. La primera de estas preguntas tiene una larga historia y sus respuestas son las más utilizadas en los análisis de la confianza a partir del WVS. No se trata de una escala (como las de Thurstone) sino de una única pregunta, formulada directamente y que admite sólo dos respuestas: “En términos generales, ¿diría usted que se puede confiar en la mayoría de las personas o que es necesario ser muy cuidadoso al tratar con la gente?”.

La pregunta fue propuesta y utilizada por primera vez en 1948 por la alemana Elisabeth Noelle-Neumann. Noelle fue pionera en el desarrollo de la técnica de encuesta, las mediciones de opinión pública y la investigación de mercados. Su libro Encuestas en la sociedad de masas. Una introducción a los métodos de la demoscopía (1963) mantiene una sorprendente vigencia. En una época en que las encuestas eran una rareza, había que dedicar mucho esmero a explicar las cosas más simples. Y Noelle lo hacía magistralmente. La pregunta sobre la confianza surgió 15 años antes que el libro y viene siendo aplicada en Alemania y en el mundo desde antes de que en Maracaná Uruguay venciera 2-1 a Brasil.

Se han llevado adelante múltiples validaciones de su contenido, correlacionando las respuestas obtenidas tras su aplicación con las que se recogen con otras técnicas. En general los investigadores coinciden en que la pregunta mide muy bien un tipo de confianza a la que llamamos “confianza generalizada” o confianza en el exogrupo3, es decir, una predisposición general a confiar en los demás cuando no existe conocimiento previo y sin considerar las circunstancias.

La confianza generalizada

Veamos algunos números. En la WVS se obtienen porcentajes muy variados a la opción de respuesta: se puede confiar en la mayoría de las personas, al desagregar la información por países u otras variables. Comencemos por los países. En la séptima ola del estudio el país con mayor porcentaje de respuestas de aquel tipo fue Dinamarca, con 73,9%, y el que mostró el menor porcentaje fue Zimbabue, con 2,1%. Así de grande es la dispersión de la confianza generalizada por países. Cercanos a Dinamarca se ubican Noruega, Finlandia, China, Suecia e Islandia, con porcentajes superiores al 60%. Cercanos a Zimbabue encontramos a Albania, Perú, Nicaragua, Colombia e Indonesia, con porcentajes inferiores al 5%. Uruguay se ubica, en esta última ola de la WVS, en el puesto 57 entre los 87 países participantes, con un 14,5% de respuestas favorables a la confianza general en los demás.

En el mapa se presentan los porcentajes obtenidos para cada país participante, en rangos representados por colores.

Se aprecia la asociación entre niveles de confianza y niveles de desarrollo de los países. Puedes comparar estos valores con los del índice de desarrollo humano de las Naciones Unidas para confirmarlo. Allí tenemos en verde al norte europeo, China, Canadá, Australia y Nueva Zelanda, contrastando con el rojo intenso del centro de América Latina, los pocos países africanos que participan en el estudio, Indonesia y también Portugal. Estados Unidos y parte de Europa Central se ubican en un grado medio alto, con niveles de confianza de entre 31% y 42%.

Nos enfrentamos aquí al viejo problema del huevo o la gallina: ¿un contexto de prosperidad fomenta la confianza generalizada, o la confianza generalizada promueve la prosperidad?4 Seguramente ambas cosas se retroalimenten. Pero la WVS no puede, por su diseño, ofrecer una respuesta definitiva.

Sin embargo, puede mostrar, además de datos comparados en un momento del tiempo, la evolución de los niveles de confianza, lo cual a su vez se puede correlacionar con los niveles de desarrollo. Tampoco se resuelve totalmente el problema, pero se avanza. Y resulta interesante ver la evolución, aun sin pretender asociarla a ninguna otra cosa.

Escogimos sólo algunos países para mostrar la evolución de la confianza en las tres últimas olas del estudio.

En general la última ola arroja porcentajes inferiores a los de las anteriores, o al menos a los de una anterior. Uruguay presenta, junto con Egipto, la mayor reducción de los niveles de confianza entre el grupo de países elegidos. En la medición de 2006 la confianza generalizada en nuestro país se situó en 24,6%, un valor muy similar al obtenido en 1996 (21,6%). Tanto en las mediciones de 2011 como la de 2022 el porcentaje se ubicó por debajo del 15%.

De modo que Uruguay se encuentra en una posición nada auspiciosa, tanto al comparar los resultados con los de otros países, como al considerar la evolución dentro del mismo país.

Adicionalmente, la disminución general de los niveles de confianza en Uruguay parece producirse por el aporte de los más jóvenes, especialmente en la última medición (2022). Como puede apreciarse en el siguiente gráfico, la confianza generalizada entre los jóvenes de 15 a 24 años pasa del entorno del 25% en las primeras mediciones a menos del 10% en la última disponible (de todas formas, aclaremos que el tamaño de las muestra para Uruguay –1.000 casos en cada medición– determina que al realizar aperturas por otras variables las submuestras resultantes sean muy pequeñas, aumentando el margen de error de las estimaciones. Se recomienda entonces precaución al realizar comparaciones entre los distintos tramos de edad).

Motivos para confiar

Liberales como Fukuyama sostienen que son necesarios altos niveles de confianza para que el intercambio económico se produzca. Todos podemos coincidir en eso, pero algunos de nosotros dudamos de que eso sea posible en cualquier circunstancia. Entre la mejor teoría sociológica nacional se encuentra la de Carlos Filguieira y Rubén Katzman, que insiste en la necesidad de considerar la “estructura de oportunidades” existente en cada comunidad. El relato liberal funciona en un mundo donde todos tienen las mismas oportunidades al iniciar la partida, no en el mundo real, lo cual no quita que se requiera confianza para producir eventos económicos. Y esto se extiende a cualquier otra forma de intercambio.

Vivo en un sitio donde cada familia tiene su espacio, pero en el que compartimos mucha cosa (“juntos pero no entreverados”, como decía el viejo Herrera). Compartimos herramientas, por ejemplo, y entonces no son necesarios cuatro juegos de lo mismo. En su lugar tenemos uno solo, aunque mucho más completo que el que podría adquirir cada uno. También compartimos electrodomésticos, como el lavarropas. No tenemos que contratar muchos servicios, ya que lo que uno no sabe hacer, por lo general lo sabe hacer el otro. De modo que uno ayuda en una ocasión, el otro en la siguiente. Hacemos economía de escala en muchos aspectos (por ejemplo, cada uno paga el 25% de lo que tendría que abonar por servicio de wifi si tuviera uno exclusivo). No nos preocupa la seguridad. Siempre hay alguien en el lugar, por lo que las puertas de entrada de cada casa permanecen sin llave. Todo esto requiere de altos niveles de confianza.

La ciencia también los requiere. Hasta 2005 el Instituto Nacional de Estadística no hacía accesibles los microdatos de sus estudios (como la Encuesta Continua de Hogares) con el argumento de que alguien podría utilizarlos incorrectamente. Esa es una forma extrema de desconfianza que generaba suspicacia cuando teníamos la noticia de que el mismo instituto vendía esos microdatos, sin pedir demasiadas credenciales.

Al inicio de la administración de 2005, el instituto liberó todos sus datos, como sucede hasta el día de hoy. Seguramente algunos utilizaron mal esa información (llegaron a alguna conclusión errónea). Pero ese costo (si es que puede considerarse como tal) se compensó ampliamente por la posibilidad de que cientos de investigadores tenemos de producir conocimiento a partir de aquellos datos. En Europa y Estados Unidos es norma, tanto de institutos como de universidades, la puesta a disposición gratuita de microdatos, documentación metodológica y todo aquello que favorezca la explotación de información por otros. También la más amplia circulación de material bibliográfico.

En la base de esta práctica se encuentra la confianza en la buena fe de quienes utilizarán los datos, junto con la convicción de que permitiendo que otros hagan sus propios análisis (incluso llegando a conclusiones contrarias) todos nos beneficiamos. El sitio web de la Encuesta Mundial de Valores es un ejemplo de ello. Mientras tanto, sólo recientemente la Corporación Latinobarómetro hizo lo propio con sus datos sobre América Latina, luego de la presión de universidades y organizaciones de la sociedad civil. En Uruguay aun hoy asistimos a juegos de desconfianza, que sólo conducen a menos y peor ciencia.

¿Cómo se hace para aumentar los niveles de confianza? Ingresamos aquí en el campo de la política, en el sentido primitivo del término (los asuntos de la polis). Un campo en el que tenemos poco para decir quienes nos interesamos por conocer cómo funcionan las cosas, no por dictaminar qué hacer para que lo hagan de otro modo. Lo cierto es que en Uruguay la confianza generalizada no parece estar en su mejor momento. En un año electoral, bien haríamos en tomar nota.


  1. El intercambio económico requiere, como cualquier otra forma de interacción, que exista cierto grado de confianza entre las partes. Luego de su conferencia de 1988 titulada El fin de la historia, que causó singular revuelo, Francis Fukuyama escribió un voluminoso libro con el título Confianza: las virtudes sociales y la creación de prosperidad (1996). Puede leerse en la presentación del libro que “sólo aquellas sociedades con un alto grado de confianza social podrán crear empresas flexibles y de gran escala, organizaciones necesarias para competir en la nueva economía global”. Existe evidencia que respalda esta idea. Para abordar la legítima preocupación y valiéndose de la Teoría de Juegos, muchos economistas han llevado adelante experimentos denominados juegos de confianza. Existen variantes, pero en líneas generales consisten en asignar un monto de dinero a una persona y darle la posibilidad de que entregue parte de ese dinero a otra, sabiendo que la suma que entregue será aumentada (por ejemplo, triplicada) por los experimentadores. Luego, el otro participante podrá “devolver el favor” del primer participante haciéndole llegar parte del dinero total que ha recibido. Y así sucesivamente. Se genera de este modo una situación de expectativa de ir aumentando el dinero propio (si entrego a otro 10, que se va a convertir en 30, quizás me devuelva 15 o 20) que requiere confiar en que efectivamente el otro actuará de ese modo (puede quedarse con los 30, o devolver sólo 5, por ejemplo). Los juegos de confianza y en general los experimentos de este tipo suelen tener una alta validez interna (miden bien lo que quieren medir, que en este caso son conductas que presuponen confianza) pero baja validez externa (es difícil inferir de una situación de laboratorio el comportamiento de las personas en la vida cotidiana y más allá del grupo de voluntarios que se prestan a participar en el experimento). La combinación de resultados experimentales con mediciones por declaración de las personas mediante encuestas suele utilizarse para mejorar las inferencias. 

  2. No es una tarea sencilla. Más allá de las dificultades técnicas, en lo sustantivo las circunstancias van moldeando nuestras disposiciones. De modo que las últimas pueden entenderse como el resultado de experiencias anteriores, que incluso perduran cuando aquellas dejan de suceder. Esta fue una preocupación inicial del proyecto Encuesta Mundial de Valores (hasta qué punto ciertas creencias y valores asociados a circunstancias particulares, como por ejemplo las privaciones materiales en una posguerra, permanecían aun cuando la situación material se modificaba). En términos más generales nos encontramos frente al problema que seguramente más malentendidos ha provocado en las ciencias sociales: cómo las circunstancias “nos construyen” y, al mismo tiempo, cómo nosotros, al actuar en el mundo, participamos en la “construcción” de aquellas. Dedicaremos un artículo a este tema. 

  3. Para una discusión del concepto de confianza generalizada y su medición a través de la Encuesta Mundial de Valores, véase Jan Delhey y Christian Welzel. Generalizing Trust. How Outgroup-Trust Grows Beyond Ingroup-Trust (2012). Ejercicios de validación de la pregunta sobre confianza generalizada en la WVS pueden consultarse, entre otros, en Noel Johnson y Alexandra Mislin. How much should we trust the World Values Survey trust question? (2012) y en Paola Sapienza et al. Understanding Trust (2013). 

  4. Nuevamente, el fenómeno presentado en la nota 2.