Cuando los españoles y portugueses “descubrieron” el Nuevo Mundo, se toparon en las orillas de los ríos con una gran cantidad de criaturas de buen porte y carácter tranquilo. Engañados por su tamaño, los bautizaron como “cerdos de agua” sin sospechar que poco tenían que ver con la familia porcina, como sugerían sus imponentes incisivos.
El nombre tuvo éxito, sin embargo, y pegó de tal modo que los viajeros y naturalistas que arribaron en los primeros siglos de la conquista siguieron refiriéndose así a estos animales. Aquellos “puercos acuáticos” eran no obstante carpinchos, los roedores actuales más grandes del planeta, por más que los visitantes no pudieran creer que fueran parientes de ratas y ratoncitos. Los hallaron en grandísimas cantidades en algunas regiones de Sudamérica, entre ellas el Río de la Plata, donde eran cazados frecuentemente por los pueblos nativos.
Esta confusión generó todo tipo de equívocos y descripciones inexactas pero deliciosas –no en el sentido gastronómico– sobre tan portentoso animal. Incluso entrada ya la segunda mitad del siglo XVIII, el poeta y naturalista Oliver Goldsmith aseguró que el carpincho pertenecía a “cuadrúpedos de la familia de los jabalíes” y agregó que se alimentaba de peces a los que perseguía en el agua, algo extraño para un animal que es estrictamente vegetariano (es probable que se tratara de una confusión con el lobo grande de río). Su voluminoso libro Historia de la Tierra y la naturaleza animada, de 1774, viene incluso con un dibujo en el que varios jabalíes y chanchos parecen jugar alegremente a la ronda junto a un desubicado carpincho.
El error persistió incluso en las primeras descripciones científicas. Primero el naturalista alemán George Marcgrave le endilgó la denominación Porcus est fluviatlilis (algo así como cerdo de río) en 1648, luego el zoólogo francés Mathurin Jacques Brisson le dio el nombre Hydrochoerus (algo así como chanchito de agua) en 1762, y hasta el revolucionario naturalista sueco Carl Linneo, que inventó el sistema binominal (el sistema de nomenclatura científica que todavía se usa hoy), lo agrupó entre los cerdos en 1766 bajo el nombre Sus hydrochaeris, es decir compartiendo género con el jabalí (Sus scrofa).
El nombre científico aceptado hoy, después de muchas idas y vueltas, es Hydrochoerus hydrochaeris, por más errada que esté la etimología. Los pueblos nativos la tenían más clara: usaban la palabra capibara, que viene de un vocablo tupí que significa “comedor de pasto”.
Uno de los primeros en aclarar los tantos fue el fantástico Félix de Azara –cuándo no– en 1802. El naturalista y militar español, que vivió en el Río de la Plata muchos años, criticó a varios de sus colegas por darle “impropiamente los nombres de puerco de agua, porcus fluvialis e hidrochoerus, porque no es ni piensa en ser cerdo, ni saludador de las aguas”. También aclaró que su carne es “apetecida y ponderada de los bárbaros”, en relación a lo mucho que les gustaba a los indígenas.
Charles Darwin los vio por primera vez en Uruguay, con el asunto de los roedores ya zanjado. Mató uno en Montevideo –también, cuándo no– y se maravilló de lo mansos que eran. “Vistos desde cierta distancia, su paso y su color les hace parecerse a los cerdos; pero cuando están sentados, vigilando con atención todo lo que pasa, vuelven a adquirir el aspecto de sus congéneres los cavias y los conejos”, apuntó.
Como se aprecia en esta larga introducción, el roedor más grande del mundo causó sensación y algo de confusión entre muchos de los visitantes europeos que se toparon con él, pero casi 500 años después, pese a ser ampliamente conocido y abundante en nuestro país y en buena parte de Sudamérica, hay muchas cosas que aún no sabemos de él.
En Uruguay se la considera una especie prioritaria para la conservación por su valor ecológico y cultural, pero, más allá de que se han hecho algunos estudios en el área veterinaria y también en taxonomía y registro fósil (hay que destacar los minuciosos trabajos del biólogo y paleontólogo Álvaro Mones), hay muchos aspectos sobre sus poblaciones que todavía se desconocen. Para ayudarnos a desenredar un poco su historia evolutiva, por suerte, llega la máquina del tiempo de la genética.
El Delorean de la genética
Sabemos gracias al registro fósil que el grupo de los carpinchos –los roedores cávidos– evolucionó en Sudamérica en el Mioceno (período que va entre 23 y cinco millones de años atrás) y que sus integrantes llegaron a expandirse a Norteamérica aprovechando la formación del istmo de Panamá hace más de tres millones de años, aunque luego se extinguieron allí.
No es claro todavía, sin embargo, cómo llegaron los carpinchos modernos al territorio que hoy llamamos Uruguay y qué diferencia a las poblaciones que habitan aquí de las que viven en otras regiones sudamericanas.
Para averiguarlo, no es necesario tener un Delorean para retroceder decenas de miles de años sino acudir a la genética de poblaciones y la filogeografía. El estudio de marcadores genéticos de las distintas poblaciones de animales nos permite viajar por el territorio en el pasado y ver cómo las características del entorno y las variables ambientales han influido en la forma en que las especies se conectan y distribuyen.
Esta herramienta es especialmente valiosa para el Departamento de Biodiversidad y Genética del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable (IIBCE), que viene estudiando la genética de especies diferentes de mamíferos para ver cómo funcionan esos procesos en territorio sudamericano y específicamente en el uruguayo.
Gracias al interés y apoyo de la coordinadora del Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SNAP), Lucía Bartesaghi, decidieron sumar a sus modelos de estudio al carpincho por tratarse de una especie muy dependiente del agua. El objetivo era entender cómo se han conectado en el territorio las poblaciones de carpinchos, que en nuestro país están muy asociados a los humedales, explica la bióloga y genetista Mariana Cosse.
Si bien se han realizado trabajos regionales sobre diversidad y estructura genética de los carpinchos, que muestran que los ríos Paraná y Paraguay podrían estar actuando como corredores biológicos, no se había hecho nada aún con muestras de Uruguay.
Hacerlo era esencial también por otros motivos, ya que evaluar la diversidad genética y su variación de acuerdo al territorio es necesario si uno quiere conservar o tener un manejo adecuado de los carpinchos, como se ha planteado nuestro país en los papeles.
Quien se puso el proyecto al hombro fue el biólogo Matías González, que para su tesis de grado y su tesis de maestría se metió en el fascinante mundo de estos resilientes roedores gigantes. Los primeros frutos de su trabajo acaban de plasmarse en un artículo que firman él, Nadia Bou y Mariana Cosse por el Departamento de Biodiversidad y Genética del IIBCE, Soledad Byrne y Juan Ignacio Túnez, por el Grupo de Investigación en Ecología Molecular de la Universidad de Luján (Buenos Aires), y Mauricio Barbanti del Departamento de Zootecnia de la Universidad Estatal Paulista (Brasil).
En él, comenzamos a entender cómo llegaron los carpinchos a nuestras tierras y por qué podemos decir que tienen un acento propio que es necesario cuidar.
Elogio de la caca
Para caracterizar la variación genética de nuestros carpinchos en una forma no invasiva, los investigadores recurrieron al más preciado tesoro de algunos biólogos: la caca de los animales.
Con la ayuda invalorable de los guardaparques de Uruguay, tomaron 52 muestras de fecas de carpinchos en 14 localidades uruguayas distintas (además de tejido de algunos animales muertos) y sumaron cuatro de Mato Grosso do Sul (Brasil). Luego utilizaron 54 secuencias de carpinchos de poblaciones argentinas y 110 de Paraguay, obtenidas de bancos de datos online. Para todos sus análisis usaron un fragmento de ADN mitocondrial (que se transmite sólo por línea materna).
“Queríamos conocer el grado de variabilidad genética y divergencia entre las poblaciones de carpinchos y dentro de las poblaciones. Se dio el primer caso; vimos que había poblaciones muy distintas en la región”, cuenta Matías. Por ejemplo, hay una divergencia genética marcada entre las poblaciones de la región pampeana (sur del área de estudio) y la chaqueña (al norte).
Para estudiar cómo fueron tomando forma las diferencias genéticas de los carpinchos en todo el territorio estudiado, agruparon los resultados de acuerdo a dos escenarios. Por un lado, las cuencas hidrográficas, divididas en el Alto río Paraguay, el Bajo y Medio Paraguay, el río Paraná, el río Uruguay, Santa Lucía y cuenca atlántica. Por el otro, de acuerdo a provincias biogeográficas: Pampa, Chaco, Bosque de Paraná y Rondônia.
“Queríamos saber si la red hidrográfica es un factor que afecta cómo se estructuran las poblaciones, al ser la principal vía de dispersión de esta especie, pero también comprobar si la comunidad vegetal, o aspectos ecológicos que uno a priori no contempla, influyen en cómo se distribuyen estos grupos”, dice Matías.
Los resultados mostraron que ambos escenarios explican buena parte de la variación genética que se comprobó en la zona de estudio, aunque la conexión que brindan las cuencas permite contar una historia coherente que está respaldada también por el registro fósil.
Un paleopaseo
Los investigadores dividieron los resultados en conjuntos de ejemplares agrupados por afinidad genética y encontraron algunos resultados preliminares interesantes.
Existe por ejemplo una afinidad entre las poblaciones argentinas y paraguayas, atribuible probablemente a que los ríos Paraná y Paraguay actúan como corredores. A la vez, hay una identidad genética común a todas las poblaciones uruguayas (más sobre esto más adelante) pero que sólo es compartida por ejemplares de tres localidades argentinas (Iberá, El Palmar y Bajo Delta), que se conectan gracias al río Uruguay. Además, las poblaciones de carpinchos argentinos que están sobre el río Paraná se diferencian bastante de las uruguayas. Parece haber sin embargo una zona de mezcla genética de estos grupos en la Mesopotamia argentina (Misiones, Corrientes y Entre Ríos).
Para explicar cómo se produjo esta repartija genética los investigadores buscaron pistas en la paleoclimatología: es decir, estudiaron cómo era el clima en el pasado de la región.
“La distribución de haplotipos encontrada, especialmente la existencia de una zona mezclada en la Mesopotamia argentina, podría estar relacionada con las condiciones ambientales del pasado en la región. Según los datos paleontológicos, el noreste y centro de Argentina, así como la mayoría de las áreas uruguayas donde actualmente se encuentran los carpinchos, no eran ambientes idóneos para la especie hasta tiempos recientes”, señala el trabajo.
En el Pleistoceno tardío (que abarca aproximadamente un período de entre 126.000 y 11.700 años atrás) la porción más austral de la Pampa argentina tenía condiciones áridas y semiáridas. “Mientras tanto, la Mesopotamia argentina experimentó la alternancia de períodos áridos y semiáridos con otros cálidos y húmedos”, señala la investigación. Durante esos períodos benignos, especies intertropicales migraron al sur de Brasil, Uruguay y Argentina, entre ellas los carpinchos. De este modo, se establecieron en una gran parte de la región de las Pampas en la transición entre el Pleistoceno y el Holoceno.
Basándose entonces en la distribución de grupos genéticos encontrados en el estudio, la distribución geográfica actual y el registro fósil, los investigadores proponen dos caminos de colonización de los carpinchos hacia el sur, impulsados por dos cuencas. Por un lado, los ríos Paraná y Paraguay, y por el otro, el río Uruguay y el sistema de ríos y lagunas costeros de la cuenca atlántica. Estos dos sistemas hídricos bordean la Mesopotamia argentina o la atraviesan, como ocurre con el río Paraná.
El registro fósil respalda este escenario, con la aparición de carpinchos en la Formación Sopas de Uruguay (del Pleistoceno tardío, entre 60.000 y 25.000 años atrás), igual que en Río Grande del Sur (Brasil) y la provincia de Santa Fe (Argentina). Lo mismo ocurre con estudios genéticos hechos a la población de carpinchos de la Pampa argentina, que revelan que pasaron por una expansión a partir de finales del Pleistoceno.
Tanto Matías como Mariana saben que para afirmar esto se necesita más evidencia, que es justamente el próximo paso a dar. “Nos falta incluir muestras de la parte sur de Brasil para poder realmente asegurar estas dos líneas migratorias, que podrían estar explicando lo que vemos en la distribución más al sur de la población de los carpinchos”, afirma Mariana. El problema ahora es encontrar un grupo de investigadores en Río Grande del Sur Brasil que colabore con el equipo uruguayo para completar la pieza del puzle que falta, ya que las muestras brasileñas que consiguieron para este trabajo son más norteñas y están emparentadas con las poblaciones paraguayas. “Para terminar de entender qué pasa con las poblaciones de carpincho queremos seguir subiendo por Uruguay”, resume.
Eso también ayudaría a reafirmar lo visto en otros procesos de mamíferos en Uruguay en los que las poblaciones uruguayas parecen vincularse más con las del sur de Brasil que con las de Argentina. En otras palabras, “hay una barrera más importante entre Uruguay y Argentina que entre Uruguay y Río Grande del Sur”, muy a diferencia de lo que ocurre con la geopolítica moderna.
Eso tiene relación con otro de los hallazgos interesantes del trabajo, con implicancias para la conservación: los carpinchos uruguayos muestran una identidad genética propia, distinta a la que revelan sus congéneres de Argentina y Paraguay.
Nuestro, ¿solamente nuestro?
En resumen, el trabajo halló una estructuración genética significativa en las poblaciones de carpinchos ubicadas en el sur de distribución de la especie, con el agregado de que los ejemplares analizados en Uruguay muestran una identidad genética distinta al resto. El equipo está abocado ahora al estudio de fragmentos más amplios del ADN mitocondrial para poder hilar más fino en estas diferencias.
Estos resultados “podrían tener implicaciones específicas para su manejo y conservación, ya que quizá existan diferentes unidades de manejo dentro de la Unidad Evolutivamente Significativa del Río de la Plata”, apuntan en el trabajo. En conservación, una Unidad Evolutivamente Significativa es aquella que tiene características evolutivas propias y por ende debe ser cuidada especialmente para preservar parte de legado genético de una especie. Dentro de ella pueden existir unidades que requieren manejos específicos, como parece ser el caso de los carpinchos de Uruguay.
“Esto da al menos la señal de que Uruguay es una entidad en sí misma en la región, aunque hay que recabar más información para ver si efectivamente se trata de una unidad de manejo que debe ser diferenciada de la de los vecinos”, indica Matías.
A pesar de la presión de caza, que es constante en Uruguay por más que rige una prohibición que casi nadie controla, las poblaciones de carpinchos no parecen en peligro. La historia de la conservación, sin embargo, está plagada de ejemplos de especies que pasaron de ser muy abundantes a vulnerables en períodos brevísimos.
“Cualquier medida de conservación o de gestión requiere tener primero información. Por lo tanto, es necesario saber si las poblaciones de carpinchos en Uruguay son diferentes a las de Argentina y si requieren acciones específicas”, apunta Mariana.
Por ejemplo, si alguna vez fuera necesario hacer traslocaciones de individuos sería fundamental introducir ejemplares que tengan afinidad con los que habitan en nuestra región. De lo contrario, se corre riesgo de perder variabilidad genética y potencialmente dejar más vulnerable a la población de carpinchos a los cambios drásticos en el ambiente o las enfermedades. “Cada paso que se dé en términos de información para la especie es útil para cualquier medida de gestión que se quiera implementar el día de mañana”, refuerza Matías.
“También nos ayuda a empezar a entender que a nivel de territorio somos pequeños, pero muy particulares desde el punto de vista de la composición de nuestra biodiversidad, pese a que muchas veces prevalece la idea de que todo lo que tenemos es similar a lo que hay alrededor”, continúa Mariana.
En ese sentido, los carpinchos nos están ayudando a comprender “los procesos que han generado la identidad de la biodiversidad uruguaya, que es una identidad propia que tenemos que empezar a valorar”, concluye Mariana.
Por más que los carpinchos parezcan seres resilientes capaces de sobrevivir a todas las amenazas desde hace siglos, desde depredadores formidables a conquistadores europeos que los confunden con cerdos, desde la caza no regulada a la pérdida de hábitat por la expansión agrícola-forestal, no podemos pensar que serán inmunes a todo por siempre.
Hace casi 50 años, Álvaro Mones advertía ya que el roedor más grande del mundo era muy “abundante antiguamente en todo el territorio, pero su caza indiscriminada –a causa de su carne y cuero cotizados– ha ido reduciendo su número y provocando su desaparición en varias regiones del país”. “Resulta evidente que, si no se toman severas medidas de protección, dentro de pocos años veremos extinguirse otro mamífero más sin que se haga nada por evitarlo”, concluía. A falta de medidas de protección efectivas, las fichas del carpincho están apostadas a la educación y el conocimiento que aportan las nuevas investigaciones.
Artículo: Genetic structure of southern populations of Hydrochoerus hydrochaeris (Rodentia: Caviidae)
Publicación: Biological Journal of the Linnean Society (diciembre 2023)
Autores: Matías González Barboza, Nadia Bou, Soledad Byrne, Juan Túnez, Mauricio Barbanti y Mariana Cosse.