No es que en Europa se paren las rotativas cada vez que se conoce alguna cosa nueva de los neandertales, los denisovanos o los primeros humanos que llegaron al continente, tuvieron orgías con sus primos del género Homo, pintaron cuevas y demás. Aun así, tales noticias se cuelan en el menú diario. Dado que la humanidad es una aventura compartida, conocer la epopeya del surgimiento de nuestro linaje en África y las sucesivas oleadas migratorias que los llevaron a andar por donde hoy es Europa y Asia es claramente de nuestro interés.
El asunto es que a los europeos no les interesa tanto cómo es que los humanos llegaron a América y la poblaron desde su extremo norte, supuestamente a partir del estrecho de Bering, hasta la puntita más extrema de lo que hoy es Argentina. Es cierto, cuando enfilaron para estos lares ya llevaban varias decenas de miles de años en Eurasia. Pero tampoco es que la presencia humana aquí sea un fenómeno tan reciente.
Sin ir más lejos, en Uruguay los materiales líticos más antiguos son puntas de proyectiles que tienen alrededor de 14.000 años, encontradas en el sitio Tigre, en el norte de Artigas. Con una ocupación tan antigua, si habrá cosas para contar y conocer. Y si hace 14.000 años andábamos por acá, es de suponerse que en otras partes de América llegamos antes.
El asunto es que establecer cuándo comenzó el poblamiento del continente es un tema que está lejos de zanjarse. En agosto de 2020 dábamos cuenta de un artículo científico que, tras analizar múltiples sitios arqueológicos de toda América Latina, reportaba que los humanos andamos por América del Sur entre hace 15.100 y 16.600 años.
Varios investigadores, basados en lo encontrado en sitios particulares, postulan que llevamos en este continente mucho más tiempo. Investigadores que estudiaron herramientas encontradas en México, en concreto en las cuevas de Chiquihuite, proponían “llevar atrás las fechas de la dispersión humana en la región” hasta unos 33.000-31.000 años. Aquí en Uruguay, el paleontólogo Richard Fariña y otros colegas sostienen que marcas en huesos de perezosos gigantes encontrados en el sitio Arroyo del Vizcaíno, cerca de Sauce, Canelones, fueron hechas hace entre 27.000 y 30.000 años, ya que tal es la antigüedad de los fósiles en cuestión. En el trabajo que comentábamos en 2020 –hablando con su primer autor, Luciano Prates– se intentaba justamente superar las limitaciones impuestas al tratar de determinar la fecha del poblamiento de América del Sur a partir de hallazgos en un único sitio. Ahí la película general les arrojaba esos probables 16.000 años. Pero el asunto es que las fotos anteriores siguieron apareciendo.
Hace un año, en julio de 2021, colgantes fabricados con huesos de perezosos gigantes encontrados en las cuevas de Santa Elina, en el estado de Mato Grosso, Brasil, volvieron a sorprender: su antigüedad fue determinada y tenían en el entorno de los 25.000 años. Ese trabajo no sólo empujaba la fecha del poblamiento humano de América del Sur mucho más atrás, sino que además reportaba los artefactos personales, casi seguro adornos, más antiguos conocidos hasta ahora de toda América (incluida la del norte, donde se mueren por ser los primeros en cada una y todas las cosas que a uno se le puedan ocurrir).
Ahora una reciente publicación vuelve a proponer que tenemos que ajustar el cronómetro de nuestra llegada por una media docena de miles de años. En este caso los huesos que delatan la presencia humana no son de perezosos gigantes, como los de Canelones o Mato Grosso, sino de gliptodontes, esos parientes gigantescos de las mulitas. Y nos hablan de bien cerquita: nada menos que desde la provincia de Buenos Aires, Argentina, así que no hay cómo no escucharlos.
Los fósiles cuentan su historia en el artículo titulado “Marcas de corte antrópicas en huesos de megafauna extinta de la región pampeana (Argentina) en el último máximo glacial” y quienes les permiten narrar sus secretos son Mariano del Papa, Martín de los Reyes y Miguel Delgado, de la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata, Argentina; Daniel Poiré, del Centro de Investigaciones Geológicas de la misma universidad; Guillermo Jofré, del Repositorio Paleontológico Ramón Segura de la Provincia de Buenos Aires, y Nicolás Rascovan, de la Unidad de Paleogenomas Microbianos del Institut Pasteur de París, Francia. “¡Chabón, los humanos están acá hace un toco de años!”, dicen los restos de gliptodonte con marcas de haber sido carneados. “Dale pibe, contales cómo es que sus antepasados nos carnearon unos 19.000 años atrás”, parecen decirme desde el artículo. Así que acá voy.
Una llegada disputada
El trabajo comienza señalando un poco el panorama de lo que hablamos aquí arriba, lo que en el artículo resumen en la frase “el poblamiento inicial de América del Sur es un tema de intenso debate arqueológico”.
Los investigadores señalan que “la asociación de humanos y animales extintos, principalmente de gran tamaño, ha sido documentada en algunos sitios antiguos en América del Sur”, y detallan varios sitios de Colombia, Venezuela, Brasil, así como una cantidad de la Patagonia tanto de Argentina como de Chile. Claro que no todas estas asociaciones entre fauna y humanos que reportan desafían lo que se supone que sabemos del poblamiento de nuestro continente.
Por ejemplo, la datación con carbono 14 calibrada del sitio Tibitó de Colombia arrojó una antigüedad de entre 14.909 y 12.748 antes del presente (AP, por presente se toma el año 1950), y la del brasileño Abismo Ponta da Flecha, de entre 13.310 y 13.168 años AP. Otras, en cambio, están más discutidas, como es el caso Taima Taima, de Venezuela, que en algunas dataciones calibradas arrojó una antigüedad de entre 18.105 y 16.405 años AP, mientras que en otras andaría más cerca de los 15.000 años AP. Entre las que sí lo hacen incluyen los restos reportados en Santa Elina, Brasil, con sus entre 27.814 y 11.137 años AP.
Sobre la “asociación entre humanos y megafauna”, sostienen que puede ser de dos tipos: o bien una asociación física, “huesos y herramientas encontrados uno al lado del otro o en el mismo depósito”, como asociaciones de comportamiento, las que “requieren la demostración de actividades humanas relacionadas con la megafauna”.
Sobre esta última, señalan que “una característica distintiva de los contextos de comportamiento humano es la presencia de marcas de corte en los huesos, que reflejan interacciones directas y representan la evidencia más esperada de huesos de megafauna procesados por humanos”. Como ven, van preparando el terreno para relatar su maravilloso hallazgo. De todas formas señalan que en el caso de la evidencia de asociaciones de comportamiento de fauna y humanos presentan “el desafío” de “demostrar que dicha evidencia fue hecha por humanos, descartando modificaciones post mortem y peri mortem de agentes no humanos”.
Y entonces presentan sus cartas: “Durante prospecciones realizadas en la margen sur del río Reconquista, zona norte de la región pampeana, se descubrieron huesos fosilizados de megafauna extinta”. Eso no sería extraño; lo que les llamó la atención fue que “análisis posteriores revelaron marcas de corte”, aunque en el sitio “no se identificaron asociaciones físicas que pudieran estar potencialmente vinculadas a actividades humanas”.
Pero claro, una vez que llegaron a sus laboratorios con los materiales, los siguieron investigando. Gracias a ello, en el artículo presentan “los resultados de múltiples análisis realizados en los restos fósiles de un espécimen de Neosclerocalyptus, que en conjunto representan lo que consideramos una de las evidencias más tempranas de la interacción entre humanos y megafauna local en América del Sur a finales del Pleistoceno”.
El fósil que cuenta el cuento
Si los humanos de hoy en día, pese a que no está permitido por ley en nuestro país, cazan y consumen mulitas, es de esperar que nuestros antepasados hicieran lo mismo con los gliptodontes, animales emparentados con las mulitas ya que también son xenartros acorazados. Más aún cuando, debido a sus grandes tamaños, podían proveer de proteína y alimento a varios comensales que andaban explorando un continente antrópicamente inmaculado.
En concreto, en perfiles de la Formación Luján, datados entre 44.000 y 12.000 años AP, encontraron “fragmentos de la porción lateral derecha del caparazón”, un “sinsacro fragmentado”, “isquion y pubis derechos, anillos caudales, cuatro vértebras caudales y el estuche caudal” de este gliptodonte, al que pudieron identificar perteneciente al género Neosclerocalyptus (en el trabajo señalan que, al faltarle la cabeza, identificar la especie no les fue posible).
Si bien los gliptodontes del género Neosclerocalyptus no eran de los más grandes de su época, llegaban a medir dos metros y podrían haber alcanzado más de 300 kilos. Si eras parte de un grupo de caza humano de hace 20.000 años, el Neosclerocalyptus aseguraba una ración de carne abundante no sólo para quienes andaban cazando, sino para todo el grupo.
Pidiéndole la cédula
Así como el portero de un baile les puede pedir la cédula a jóvenes que intentan ingresar a un local apto sólo para mayores de 18, los paleontólogos les preguntan la edad a algunos huesos fósiles haciéndoles una datación de radiocarbono. La “cédula” que le pidieron prestada al gliptodonte fue una parte de su pelvis, que fue enviada a Francia para su datación. Pero además, hicieron lo mismo con fósiles del molusco bivalvo Diplodon que se encontraban en sedimentos por debajo del miembro Eloísa de la Formación Luján donde encontraron los fósiles del mamífero, de manera de tener también una edad límite para el animal (en paleontología, por lo general, lo que está debajo en la estratigrafía es más antiguo que lo que está por encima).
La pelvis mostró que el Neosclerocalyptus bien podía entrar al baile: era bien mayorcito, ya que el datado por carbono 14 arrojó una antigüedad calibrada de entre 21.090 y 20.811 años AP. El Diplodon tenía menos problemas para entrar al baile: estando por debajo en los sedimentos, ya que pertenecían al miembro Jáuregui de la Formación, no sorprendió que el datado arrojara una antigüedad de entre 37.939 y 36.344 años AP.
De esta forma, los huesos del gliptodonte eran anteriores a lo que muchos decían que era el arribo de los humanos a América del Sur. Ahora restaba ver las marcas.
Un corte, una carneada
Dado que la idea de estas notas no es que ustedes se conviertan en personas capaces de peritar si una marca dejada en un hueso fue originada por un corte hecho con una herramienta punzante o si es de origen natural, no ahondaremos en mucho detalle. Pero alcance decir que hay paleontólogos y arqueólogos que dedican buena parte de su vida adentrándose en las huellas que dejan en los huesos los cortes hechos por artefactos cortantes. De muestra vaya un botón: “Las marcas de corte realizadas con instrumentos líticos suelen presentar una sección transversal en forma de V (ancha o estrecha), mientras que los dientes de carnívoros desarrollan una sección transversal en forma de U”, dicen en el artículo Mariano del Papa y sus colegas.
Para su investigación no sólo observaron al detalle cada marca, sino que también las escanearon e hicieron análisis de componentes. “En la porción caudal posterior del ejemplar se identificaron un total de treinta y dos marcas de corte, las cuales se encuentran en la pelvis, las vértebras caudales y en los osteodermos de los anillos caudales”, reportan en el trabajo.
Luego dicen que las marcas de corte encontradas “sugieren un patrón de distribución no aleatorio (es decir, relacionado con un comportamiento) y, en varios casos, con signos de marcas hechas por el hombre (marcas en forma de V en lugar de U, estrías lineales internas, entre otras)”. Además de estos resultados dados por el análisis morfológico de las marcas, agregan que “los análisis cuantitativos, que representan una línea de evidencia adicional e independiente, respaldan firmemente la naturaleza antrópica de las marcas encontradas en el espécimen de Neosclerocalyptus”. También dicen que “la comparación entre las marcas de corte encontradas en el espécimen fósil y las marcas de corte obtenidas experimentalmente” en huesos “sugiere similitudes notables tanto en términos de la distribución a través del morfoespacio del análisis principal de componentes como de los cambios de forma”.
Huesos antiguos, marcas que parecen humanas. ¿Todo pronto? Como en una buena obra detectivesca, antes hay que descartar otros posibles sospechosos. Y así lo hicieron. Las marcas no coinciden con las dejadas por roedores o animales carnívoros. Más aún: “La disposición anatómica observada durante la recuperación del espécimen sugiere que hubo poca o ninguna desarticulación, especialmente a lo largo de las vértebras caudales”, lo que los lleva a pensar que eso “no sería consistente con la acción de agentes adicionales como el pisoteo o el arrastre”. Listo: nos quedamos con un único sospechoso.
Es así que en el trabajo se animan a decir que todo lo que vieron “refuerza la hipótesis de la existencia de secuencias de carneado que reflejan patrones de comportamiento que son difíciles de explicar más allá de la acción humana”.
Otra piedra en la pared
Mariano del Papa y sus colegas dicen entonces que “los resultados obtenidos en este trabajo aportan nuevos datos empíricos que sugieren interacciones durante el Último Máximo Glacial entre humanos y megafauna en el sur de América del Sur, un área donde existe una creciente cantidad de evidencia confiable sobre la explotación y consumo de la megafauna”.
Enumeran entonces sus cartas: “fechado de radiocarbono obtenido directamente del espécimen”, que arroja una antigüedad de entre 21.090 y 20.811 años AP, y “la naturaleza antrópica de las marcas de corte descritas anteriormente junto con sus patrones de despiece asociados”. Eso, dicen, “hace retroceder el marco cronológico tanto de la presencia humana como de las interacciones entre humanos y megafauna casi 6.000 años antes de lo registrado para otros sitios en el sur de América del Sur que tienen cronologías que van desde cerca de 8.000 a 15.000 años AP”.
Al trabajo realizado aquí sobre la base de marcas en huesos de perezosos gigantes de Arroyo del Vizcaíno no lo mencionan específicamente, pero lo incluyen junto a otros trabajos en un pasaje que dice así: “Informes previos de sitios arqueológicos con fechas tempranas en esta región han generado controversia, y las cronologías han sido objeto de múltiples críticas”, citando entonces las críticas pero no los trabajos posteriores a esas críticas del paleontólogo Fariña (ni otra crítica más reciente que la que citan en el trabajo y su respectiva respuesta).
“No obstante ello, en otras regiones del subcontinente (este de América del Sur) se han recuperado recientemente evidencias arqueológicas confiables, que junto con las evidencias aquí presentadas, permiten vislumbrar un escenario emergente de una presencia más antigua de humanos en América del Sur”, dicen luego en referencia al artículo de los artefactos hechos con huesos de perezosos gigantes.
“El momento en que se produjo el poblamiento inicial de las Américas es un tema de controversia y debate”, dicen, afirmando entonces que sus resultados “coinciden con hallazgos recientes que muestran evidencia de ocupación humana entre 20.000 y 30.000 años atrás en América Central y del Sur, así como en América del Norte”.
Más aún, en el artículo señalan sin tapujos que sus hallazgos “son inconsistentes con el marco cronológico establecido para la ocupación humana más temprana del sur de América del Sur, que se había propuesto que se remonta a cerca de 16.000 años antes del presente”.
Más allá de las disputas entre distintos reportes de presencia humana antigua en América del Sur –algunas con razón, otras no tanto–, este nuevo trabajo suma un granito de arena más para pensar que el próximo que sostenga la presencia del ser humano aquí muchos años antes de lo que se piensa no deberá ser mirado con desconfianza por el solo hecho de decirlo, sino que se le pedirá que muestre su evidencia. Y lo que es evidente es que el argumento de decir que su fechado discrepa con la mayoría de los demás de la región ya cada vez será de menos recibo. Quédense en sintonía. Se vienen más boletines sobre el tema en los próximos años.
Artículo: Anthropic cut marks in extinct megafauna bones from the Pampean region (Argentina) at the last glacial maximum
Publicación: Plos One (julio de 2024)
Autores: Mariano del Papa, Martín de los Reyes, Daniel Poiré, Nicolás Rascovan, Guillermo Jofré y Miguel Delgado.