El clima del planeta está cambiando aceleradamente bajo el impulso del calentamiento global. ¿La razón de ese calentamiento? Inundamos la atmósfera con cantidades enormes de gases de efecto invernadero que impiden que el calor que emite la Tierra escape al espacio (eso mismo hacen los vidrios o náilones de un invernadero, generando una temperatura más alta dentro que fuera, de ahí el nombre). El más famoso de estos gases es el dióxido de carbono (CO2), que, entre otras cosas, se libera al quemar combustibles fósiles, y por ello a la hora de medir cuánto calientan el planeta las emisiones humanas se usa el equivalente a toneladas de CO2.

En un mundo que prefiere buscar remedios imperfectos antes que terminar con las causas de la enfermedad, hay quienes en lugar de reducir la emisión de CO2 de las actividades humanas prefieren buscar formas de bajar la cantidad de estos gases que nos complican el clima y la vida. Dada la bosquefilia, término acuñado en esta sección, cuya definición sería algo así como “cierto sesgo de la ciencia ecológica del hemisferio norte que impide ver que no necesariamente un árbol es lo mejor que puede haber en un ambiente”, plantar árboles se propone como una gran alternativa para quitar carbono de la atmósfera y así mitigar los efectos del calentamiento global. Se dice, entonces, que las plantas, y entre ellas los árboles, son capaces de “secuestrar” carbono.

Veamos brevemente cómo es eso del secuestro. Al hacer fotosíntesis, las plantas fabrican carbohidratos. Para ello toman CO2 (gas formado por un átomo de carbono y dos de oxígeno) de la atmósfera y agua (H2O, molécula formada por dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno) que toman del suelo por sus raíces. La energía para separar los elementos de las moléculas y construir un hidrato de carbono (azúcar ensamblado con carbono, hidrógeno y oxígeno, y que es el combustible de los seres vivos) proviene del Sol. Al hacer esto, las plantas liberan oxígeno a la atmósfera y, a medida que viven, parte del carbono que tomaron pasa a acumularse en sus tejidos. En el caso de los árboles, toda esa acumulación se nota en el aumento del tamaño de sus troncos. El secuestro de carbono se basa en ello: una parte del CO2 es retirado de la atmósfera y el carbono queda “atrapado” en la madera. El pasto también retira carbono de la atmósfera, pero al no ser plantas leñosas, sino herbáceas, no lo vemos tanto, porque gran parte va a parar a sus raíces, además de al propio pasto, que sí vemos crecer (y que al morir se integra a la materia orgánica del suelo).

Dada la urgencia por quitar CO2 de la atmósfera y la bosquefilia antes mencionada, hay quienes han propuesto que para mitigar el cambio climático bien haríamos en plantar árboles en 900 millones de hectáreas que hoy no son usadas por humanos. A estos ecólogos el tema de qué hay -o había- allí donde sugieren plantar árboles parece no importarles. Y ya veremos que eso sí es importante. Pero antes, veamos un asuntillo más.

Para muchos, mitigar el cambio climático es una tarea noble. Pero algunos, además de sentir eso, vieron en ello una oportunidad de negocio. Se crearon entonces los bonos de carbono o bonos verdes: las empresas, instituciones o particulares que demuestren que sus actividades reducen el CO2 (o su equivalente de otros gases de efecto invernadero) generarían créditos que pueden vender a otros que sí emiten esos gases. Por cada tonelada evitada de ser liberada a la atmósfera, o bien retirada de ella, se genera un crédito, que es auditado por una empresa internacional como Gold Standard o Verra.

En nuestro país, por ejemplo, la empresa Carbosur dice en su sitio web que “se especializa en el desarrollo de proyectos de generación de Certificados de Carbono”. Entre los servicios que ofrece está “la posibilidad de neutralizar las emisiones medidas en la Huella de Carbono, a través de la compra de Certificados de Carbono, compensando las emisiones generadas por cualquier empresa, producto o evento”. En la página, muchos de los clientes que solicitan bonos de carbono son emprendimientos forestales. Es el caso del llamado El Arriero: “Proyecto de 5.377 hectáreas ubicado en Cerro Largo, que consiste en la recuperación de tierras degradadas mediante la producción de plantaciones forestales de madera de alta calidad que secuestre grandes cantidades de CO2 de la atmósfera”, dice Carbosur, que estima que entre 2009 y 2109 “alrededor de 1,8 millones de toneladas de CO2 equivalente serán secuestradas de la atmósfera” por este proyecto.

Más recientemente, en 2022, el gobierno lanzó bonos verdes de deuda, cuyos intereses están atados al cumplimiento de metas ambientales. Entre ellas, cómo no, está la de reducir los gases de efecto invernadero.

Tanto para la deuda emitida por el Estado uruguayo como para el mercado de bonos de carbono, se hace vital hacer bien las cuentas y ver cuánto carbono se puede efectivamente retirar de la atmósfera, por ejemplo, al realizar una plantación forestal en cientos de hectáreas en nuestro territorio. Uno pensaría que, con tantos mecanismos financieros, tales cuentas están claras y son fácilmente auditables. Pero no es el caso. Más aún: una reciente publicación científica abordó la forestación en diversas regiones de Argentina y, en función de en qué ecosistemas fueron emplazadas las plantaciones, calculó qué tanto podrían contribuir a mitigar el calentamiento global.

Los resultados son extremadamente interesantes para ver desde aquí, ya que en varias provincias de Argentina el ecosistema dominante es el bioma pampa, los pastizales que también en Uruguay son transformados para instalar proyectos forestales.

Lo que vieron nos muestra que la cuenta de las emisiones de carbono para mitigar el cambio climático es más compleja de lo que algunos pretenden. Y el asunto es más relevante aún cuando el propio mercado de bonos de carbono ofrece incentivos económicos para aumentar el área forestada, que en Sudamérica ha duplicado su superficie, entre 2000 y 2020, a un ritmo de 538.000 nuevas hectáreas cubiertas con pinos y eucaliptos por año.

Titulado algo así como Desentrañando los impactos sobre el intercambio de carbono, agua y energía de las plantaciones de Pinus en los ecosistemas templados de América del Sur, el artículo firmado por Hernán Dieguez, Gervasio Piñeiro y José Paruelo, los tres de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (y Piñeiro también de la Facultad de Agronomía de la Universidad de la República), nos deja con la boca abierta. ¡Si la forestación suplanta en este rincón del continente la vegetación herbácea, produce cambios biofísicos que contrarrestan gran parte del secuestro de carbono! Por tanto, hay que revisar todas las cuentas de mitigación del calentamiento global asociadas a la forestación. ¡Y hay que ver todo el mercado de bonos!

Así que para hablar de esta investigación que nos abre los ojos, vamos al encuentro de José Paruelo, quien, como la represa de Salto Grande, es un orgullo binacional: también es investigador en La Estanzuela, estación coloniense del Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA) y del Instituto de Ecología y Ciencias Ambientales (IECA) de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República.

¿Por qué mirar con más detalle la mitigación de la forestación?

“Esta investigación es parte de la tesis doctoral de Hernán Dieguez, que es el primer autor, y tiene que ver con un proyecto más general de nuestro grupo interinstitucional que pasa por entender cómo los cambios en el uso del suelo modifican el funcionamiento de los ecosistemas, observando patrones que ocurren a lo largo de gradientes ambientales amplios, que pueden ser de temperatura, de precipitación, de tipos de vegetación, etcétera”, comienza diciendo José Paruelo sobre cómo surge el trabajo.

En ese contexto, José resalta una particularidad de Sudamérica: “Aquí se reemplazan áreas que son dominadas en gran parte por vegetación herbácea, como estepas o pastizales, por árboles, que son una forma de vida totalmente distinta. Entonces estábamos mirando qué pasa con ese cambio en el uso del suelo a lo largo de ese gradiente”.

Esa es justamente la razón por la que el estudio abordó plantaciones de pinos. “Pinus es el único género de árbol que se usa a lo largo de todo el gradiente que abarcamos, desde regiones subtropicales a regiones templadas y frías”, por lo que era un buen caso para mirar qué impacto tiene forestar en cómo los ecosistemas consumen agua, cómo ganan carbono, cómo intercambian energía con la atmósfera, etcétera”, señala José. El objetivo último, dice, es generar evidencia “que permita ver qué consecuencias tiene lo que hacemos al transformar los ecosistemas y en pensar qué podemos hacer en ellos”.

Bosquefilia, bonos de carbono y cambio climático

Lo que tiene de fantástica esta investigación es el proponerse ver si estas plantaciones de árboles de especies exóticas, en este caso, Pinus, en nuestros pastizales y otros ecosistemas de la región, están efectivamente mitigando el calentamiento global o si estamos asumiendo algo que sostiene la literatura científica generada en otros contextos y que acá se adopta acríticamente. Es el tipo de ciencia que genera soberanía.

“Es eso, exactamente. Yo adhiero a lo de la bosquefilia. En buena medida todo esto tiene que ver con esa raíz que está detrás de la iniciativa que publicaron en Science que afirmaba que había que forestar millones de hectáreas para mitigar el calentamiento global. Eso es básicamente decir que donde no hay árboles hay que poner árboles, lo cual muestra un absoluto desconocimiento de la existencia de otros ecosistemas y un desprecio fundamental por la diversidad que está asociada a ellos. No todo pasa por capturar carbono, hay una cantidad de otras cosas que pasan en los ecosistemas que se alteran al cambiar el uso del suelo”, reflexiona José.

Paruelo reseña que otros investigadores comenzaron hace tiempo a insistir con que hay que mirar más allá del carbono, que si se consideran todos los efectos de forestar, la cuenta tiene otros componentes. “Hay que mirar más allá de la cantidad de madera generada”, sostiene. Pero, además, habla de otro problema.

“El concepto de secuestro de carbono está ligado al período de tiempo. Si yo trabo la puerta del baño y te dejo dos minutos adentro, no puedo decir que te secuestré, tiene que pasar un cierto tiempo. Para hablar de secuestro de carbono de la madera, ese tiempo es clave”, señala.

“La madera que se produce en Sudamérica, en general, tiene una vida medio corta. Cuánto 'vive' una madera cosechada no es algo suficientemente estudiado aquí, no hay datos confiables, hay mucha literatura gris. Por ejemplo, la madera de un roble 'vive' mucho, porque se hace un mueble, se hace una escalera que está en un palacio o una casa por siglos. Pero el eucalipto se usa para quemar, para hacer pallets que se queman o se terminan descomponiendo tirados por ahí, o se produce papel que en buena medida se termina desechando o quemando”, lanza.

Si la madera se quema o se descompone, buena parte del carbono secuestrado en ella volverá a la atmósfera. De hecho, la forestación en nuestro país se promueve porque los árboles crecen relativamente rápido: son árboles por apenas una o dos décadas. Si los pinos o eucaliptos estuvieran plantados 100 años, el secuestro de carbono sería más relevante que convirtiéndolos en productos de vida corta, como, por ejemplo, pulpa de celulosa para hacer papel, en menos de dos décadas. El secuestro allí está más cerca de trancar una puerta de un baño por unos minutos que de una herramienta efectiva para mitigar el cambio climático.

“Hay que tener en cuenta el tiempo, porque al producir productos de vida limitada, el concepto de secuestro de carbono se desvirtúa. Una cuestión básica en el cálculo debería pasar por definir qué entendemos por secuestro, ¿hablamos de diez, 50, 100 años?”, sostiene. “Y después está el tema de que pensamos en el carbono porque nos enfocamos en el cambio climático y en la concentración de gases en la atmósfera. Pero eso no es lo único que sucede en una forestación”.

“Por ejemplo, está lo que en el trabajo decimos del forzado radiativo de la atmósfera. Se puede aumentar la energía retenida en la atmósfera al emitir más CO2, más metano o cualquier gas de efecto invernadero, pero también se le puede poner más energía a la atmósfera si se le aporta más calor desde abajo. Y aquí es importante destacar que la atmósfera se calienta a partir de la radiación que emite la Tierra”, reseña José.

Y por ello en el trabajo abordan cómo alteran las forestaciones, en comparación con la vegetación que reemplazaron, al albedo terrestre. ¿Qué es el albedo? Es el porcentaje de la radiación recibida que la superficie terrestre refleja. Cuanto más clara la superficie, mayor será su albedo (por eso los casquetes polares tienen gran albedo).

El albedo promedio de la tierra ronda el valor 0,3, es decir que, en promedio, la superficie terrestre refleja al espacio 30% de la radiación solar que recibe. Y el albedo tiene relación con el calentamiento global: las superficies más claras, con mayor albedo, se dice que enfrían el planeta, ya que con albedos cercanos al 1 no incorporan a la superficie prácticamente nada de la radiación que reciben. Con las superficies más oscuras pasa al revés: con albedos más cercanos al 0, incorporan más radiación a la superficie terrestre. Esa radiación que absorbe la superficie terrestre y que la calienta es la que llega del Sol, y se la denomina de onda corta. Lo que calienta la atmósfera es la radiación de onda larga, la que emite la Tierra. Esta radiación de onda larga (calor) es la que atrapan los gases con efecto invernadero (o el vidrio o el nailon).

¿Cómo se relaciona esto con el trabajo que hicieron? De forma sencilla: “Cuando reemplazamos un sistema herbáceo, un pastizal o un cultivo, por un monte de eucaliptos o de pinos, entre las muchas alteraciones que provocamos está la de bajar el albedo”, señala José.

José Paruelo

José Paruelo

Foto: Alessandro Maradei

Haciendo las cuentas finas

Una de las claves del trabajo que hicieron pasa entonces por intentar hacer la cuenta de cómo la forestación que suplanta la vegetación en esta parte de Sudamérica incide en el calentamiento global. Y para ello proponen mirar tanto las afectaciones biogeoquímicas que se producen como las biofísicas.

Entre las biogeoquímicas está la ya mencionada captura del carbono. Entre las biofísicas están el albedo, la temperatura y la evapotranspiración. Al contar el beneficio que pueden producir los plantíos forestales, el trabajo entonces nos dice que pongamos más factores en la balanza y no nos quedemos solamente con el ciclo del carbono. ¿El efecto benéfico para mitigar el calentamiento global por secuestrar carbono se ve afectado por los cambios producidos en el albedo? La pregunta, así planteada, es tan elegante como pertinente.

Si bien el trabajo es relevante en su totalidad (ver recuadro), desde aquí lo miraremos concentrándonos en qué fue lo que vieron en Corrientes y Entre Ríos, ya que como allí las forestaciones se dan sobre terrenos donde había pastizales, serían las provincias guía para ver qué estaría pasando en nuestro país. Le pregunto a José si hago mal en escoger lo que pasa en Entre Ríos y Corrientes como lo más próximo a lo que estaría pasando acá.

“No. No hay ningún elemento para pensar que las cosas que pasan acá son distintas. De hecho, lo que sucede aquí lo tenemos medido y publicado, y también aquí en la forestación hay más ganancia de carbono, hay más evapotranspiración y hay menor albedo”, afirma. Así que vayamos a ello.

¿Qué pasó en nuestro testigo forestal en Argentina?

Según reportan en el trabajo, en la zona que denominaron Entre Ríos-Corrientes, en lo que respecta al albedo, la forestación con pinos registró un promedio de 0,123, mientras que las zonas aledañas con vegetación espontánea tuvieron un albedo de 0,145. Es decir, la forestación tuvo un albedo 15% menor que el pastizal al que sustituyó.

Entonces, al calcular el forzamiento radiativo por esta diferencia en el albedo, ese 15% menos, reportan que la forestación, por esta vía biofísica, lejos de mitigar el calentamiento, lo promovía. “Los cambios en la cobertura terrestre inducen un forzamiento radiativo a través de cambios en el albedo”, señalan en la publicación.

Eso no pasó sólo en las “provincias testigo” de Uruguay, sino en todas, salvo Misiones, donde la forestación suplantó al bosque nativo. Por eso, sobre este cambio en la parte superior de la atmósfera debido a los cambios en el albedo, señalan que “indican una inducción del calentamiento atmosférico a través de la vía biofísica cuando las plantaciones de árboles reemplazaron a la vegetación no forestal”.

¿Qué implica este cambio? En el trabajo hacen cálculos y les da que, “en promedio, el cambio en el forzamiento radiativo en la parte superior de la atmósfera debido a los cambios en el albedo por reemplazar vegetación espontánea con plantaciones de Pinus” fue de 766 gigajulios por hectárea al año en la Patagonia, 1.623 gigajulios por hectárea al año en Córdoba, 478 gigajulios por hectárea al año en Iberá y 1.161 gigajulios por hectárea al año en Entre Ríos-Corrientes”. En otras palabras: la forestación sumó por esta vía energía -calor- a la atmósfera.

Al calcular estos aportes de calor a la atmósfera, señalan que son “equivalentes a emisiones de 16,6 toneladas de carbono por hectárea en la Patagonia, a 35,1 toneladas de carbono en Córdoba, a 10,3 toneladas de carbono en Iberá y a 25,1 toneladas de carbono por hectárea en Entre Ríos-Corrientes”. Si, como dijimos, nuestro espejo es Entre Ríos-Corrientes, la forestación aquí emitiría, tomando sólo en cuenta el cambio de albedo, algo así como 25 toneladas de carbono por hectárea.

“Sí, eso es así si tomamos en cuenta sólo el efecto biofísico. Al hacer las cuentas por el cambio de albedo da eso”, comenta José. “Este efecto del albedo sobre la dinámica del calentamiento global no es ninguna novedad, en las zonas cercanas a los polos fue muy estudiado, ya que los bosques de coníferas, bien oscuros, avanzan sobre áreas antes cubiertas de nieve y el efecto sobre el forzado radiativo es enorme”, amplía.

Entonces lo que hay que ver es cuánto incide este aporte al calentamiento de la atmósfera a la hora de hacer los cálculos de qué tanto carbono secuestran las forestaciones. Y allí viene algo que sorprende.

¿Quién les lleva las cuentas a quienes llevan las cuentas?

En el trabajo, cuando quieren hacer la cuenta neta, esa suma y resta del carbono secuestrado y el equivalente aportado por el cambio en el albedo, hay cosas que llaman la atención.

Una cosa que extraña: dicen que “las estimaciones pareadas del carbono almacenado en las plantaciones de árboles y la vegetación que remplazan son escasas pero cruciales para comparar el efecto neto de las plantaciones de árboles sobre el clima”.

En las publicaciones científicas que encontraron con datos para las regiones argentinas, citan acumulaciones de carbono en forestaciones, tanto bajo suelo como encima, que iban entre 23 y 91 toneladas por hectárea al año. Otro trabajo reportó que al comparar cuánto carbono se acumulaba encima del suelo, hubo una diferencia de 30 toneladas al año a favor de la forestación respecto al pastizal adyacente. Un último trabajo, de 2021, reportó “un stock de carbono de 94 toneladas de carbono por hectárea después de 21 años de crecimiento en una plantación de Pinus taeda en el sur de Buenos Aires”.

Cuando en el trabajo quieren hacer la cuenta neta, viendo cómo el efecto albedo podría afectar al balance de carbono, sorprende ver que hay estimaciones de volúmenes de producción de madera, pero solamente algunas estimaciones sobre cuánto carbono secuestran efectivamente las forestaciones considerando la parte subterránea, el suelo y los residuos. ¿No se supone que todo este mercado de los bonos de carbono, que mueve mucho dinero, está basado en datos concretos y verificables? ¡Apenas hay unos pocos trabajos publicados y encima arrojan diferencias grandes!

“Las cuentas que hacen quienes emiten los bonos de carbono y los informes que se generan no son públicos. Nosotros quisimos acceder a eso y no nos resultó fácil. En el caso de Uruguay conseguí sólo uno de una forestación en Treinta y Tres. Y lo que decía era, directamente... disparatado. Los números que figuran allí no se sabe de dónde salen ni cómo pueden ser auditados. Hacían afirmaciones que contradicen lisa y llanamente lo que sabemos, por ejemplo, respecto del carbono acumulado en el suelo. Para colmo, usaban trabajos de los que soy coautor o de colegas para forzar conclusiones erróneas”, comenta José. “Por ejemplo, usaban citas sobre el efecto histórico del pastoreo en un sitio para decir que, como los pastizales de toda la zona están degradados, entonces era mejor eliminarlos porque no tienen recuperación”, dice, entre azorado e indignado.

“¿Quién hace estos informes y estas cuentas de carbono? Los hacen consultoras que, curiosamente, tienen la misma dirección postal que las empresas forestales que plantan los árboles. Creo que ahí hay una cosa interesantísima ligada a conflictos de interés para tirar de la piola”, sugiere. “Luego, ¿quién certifica que eso que dijeron en estos informes, que a todas luces está equivocado, es así? Otra consultora, ahora en Estados Unidos. Eso nunca pasa por un control, no digo estatal, pero de un mínimo escrutinio público”, agrega.

El artículo en que estos tres investigadores hacen los cálculos del calentamiento generado por el cambio de albedo al sustituir pastizales por forestaciones pasó la revisión de pares de los editores de la revista. Más aún, los cálculos están publicados y cualquiera que vea errores en ellos puede contestar el trabajo o ponerlos en tela de juicio. “Si alguien mira lo que hicimos y dice que es un disparate lo que calculamos, algo que cualquiera puede decir, yo lo tengo que explicar y tengo que mostrar los números. En el caso de los cálculos de secuestro de carbono, eso no sucede. Se puede decir que es una cuestión entre privados. Pero resulta que en torno a estos créditos circula mucha plata, porque se genera un derivado que cotiza en bolsa, que después no se sabe en manos de quién está, y que retroalimenta el proceso de transformación del suelo y de cambios en los valores de la tierra”, señala José.

“Con estos instrumentos financieros el cambio que se está produciendo en el valor de la tierra no responde a algo físico que uno puede agarrar, madera o carbono. Resulta de una especulación basada en datos, cuando menos, erróneos. Y esos números están siendo usados para generar derivados financieros”, advierte. Veamos entonces qué da la cuenta que hicieron.

Una cuenta prolija de balance de carbono

Dependiendo de la información que se reporta en esos trabajos científicos, arbitrados y con información pública de cómo hicieron las cuentas, del secuestro de carbono por la vía biogeoquímica, sumar las estimaciones realizadas de los cambios por la vía biofísica arroja entonces distintos valores.

En el trabajo dicen que “los beneficios climáticos de la forestación a través del secuestro de carbono pueden ser contrarrestados entre 18% y 83% debido a los cambios en el albedo”.

¡Entre el 18% y el 83% del efecto para mitigar el cambio climático forestando y secuestrando carbono se perdería por haber alterado el albedo al sustituir pastizales, arbustales o estepas! Los bonos de carbono de Uruguay y Argentina deberían desplomarse en la bolsa si hubiera algo de seriedad detrás de ellos. “Nuestro estudio subraya la necesidad de realizar estimaciones sólidas para evaluar mejor el equilibrio climático general a través de vías biofísicas y biogeoquímicas”, dicen ellos, con más diplomacia, en el artículo.

Le pregunto si en Uruguay podemos decir cuánto de ese amplio espectro que va del 18% al 83% del efecto benéfico de secuestrar carbono se pierde por efecto del cambio del albedo. “Con estimaciones del rendimiento de las forestaciones podríamos saber mejor dónde estamos parados. ¿Qué volumen de madera se extrae? ¿Cuál es la magnitud de los residuos? ¿Qué pasa con esos residuos que quedan en el campo? ¿Cómo es la partición, cuánto queda en las raíces y cuánto en lo que se cosecha? ¿Cómo cambia el contenido de materia orgánica del suelo? Los datos son parciales, sólo algunas cosas se miden, y eso no me llama la atención porque lleva mucho laburo. Pero tenemos que tener esos datos”, enfatiza José.

Le digo que en el fondo me parece maravilloso este trabajo que realizaron de poner en números qué pasa con la mitigación del calentamiento global al forestar en Argentina, y de agregar complejidad a un tema que no es sencillo y no se resuelve mirando una única dimensión. Después la sociedad debe tomar las decisiones que quiera o pueda tomar. Lo que es cierto es que cuanto más informadas sean, mejores serán. Si como país seguimos promoviendo la forestación, atendiendo a otras cuestiones que no tienen que ver con el cambio climático, es algo que deberemos ver. Lo que sí queda claro al leer el trabajo, y ahora sí, de forma categórica y absoluta, es que es imposible seguir como se venía con el mercado de los bonos de carbono asociado a la forestación. Si los que están detrás de esto son medianamente responsables, tienen que revisar sus cuentas.

“Hay que revisarlas, sí, no cabe duda. Esto nos pone un deber a todos, no sólo de revisar las cuentas, sino de decir, además, qué estamos haciendo. Por un lado, no podemos decir que la forestación es la que va a solucionar el problema de la mitigación del cambio climático o va a compensar las emisiones que tenemos en otros sectores. No, no es así”, reflexiona José.

“Por otro lado, ya no hay que hablar solamente de emisiones en un sentido estricto, sino de forzado radiativo de la atmósfera, que es cierto que agrega complejidad, pero es una complejidad que existe, no es una complejidad inventada. Y eso implica que hay que hacer las cuentas de nuevo”, dice con calma.

“Es imperativo integrar los efectos biofísicos y la huella hídrica de la forestación en las políticas, las reglamentaciones y los mecanismos internacionales. No hacerlo puede promover soluciones subóptimas o incluso exacerbar el calentamiento global mediante incentivos perversos, ya que la eficacia de la forestación para mitigar el cambio climático sigue siendo incierta”, dice con claridad el trabajo publicado, y agrega que “la incorporación del carbono equivalente de las vías biofísicas en los métodos de contabilidad del carbono es crucial para una evaluación integral de las estrategias de mitigación del cambio climático”.

“Si seguís haciendo las cuentas de la manera en que se hacían, alguien debería llamarte la atención. Nada de esto es para demonizar la forestación, ni para acusar con el dedo. Simplemente, ahora que sabemos un poquito más de algo, nos vemos obligados a tener ese conocimiento en cuenta”, redondea José.

“Y el tema no se agota allí. A todo esto hay que sumar otros efectos por el cambio de uso del suelo, que son muy importantes, como el tema del agua y el de la biodiversidad, que no se tratan en el artículo, pero que están dando vuelta. En el fondo está esa lógica de la incorporación de bosques en donde no había bosques, la bosquefilia de la que hablás. No aceptan lo que vio Darwin cuando vino a estas tierras: acá no había bosques”, dice jocosamente José. Porque sí, hay que endurecerse con los cálculos, pero sin perder la ternura.

Claves de esta investigación

  • Empleando imágenes de satélites de la NASA, los investigadores analizaron 33.000 hectáreas de plantaciones de pinos en los cinco puntos más importantes de desarrollo forestal en Argentina, así como qué pasaba en parcelas linderas a ellos con “vegetación espontánea”, es decir, sin cultivos ni plantaciones.
  • Las regiones forestadas estudiadas estaban en las provincias de la Patagonia, Córdoba, Corrientes, Entre Ríos y Misiones.
  • En Corrientes y Entre Ríos las plantaciones de árboles reemplazan pastizales y áreas elevadas de humedales, por lo que son las provincias que mejor reflejan lo que pasa en Uruguay.
  • Tanto en las forestaciones como en las zonas adyacentes no cultivadas se cuantificó la intercepción de la radiación, la temperatura superficial, la evapotranspiración y el albedo, así como los cambios en el forzamiento radiativo atmosférico.
  • Reportan entonces que las plantaciones de árboles interceptaron más radiación cuando reemplazaron estepas, pastizales y matorrales, pero no cuando reemplazaron bosques. También en las áreas forestadas aumentó la evapotranspiración y disminuyó el albedo.
  • El cambio del albedo hace que las plantaciones de pinos calienten la atmósfera. En el caso de la forestación en pastizales de Entre Ríos y Corrientes, eso implicó agregar a la atmósfera 1.161 gigajulios por hectárea al año.
  • Este forzamiento radiativo por el cambio de albedo sobre pastizales en Entre Ríos y Corrientes, convertido a CO2 equivalente, es igual a liberar 25,1 toneladas de carbono por hectárea, por lo que dicen que “las plantaciones forestales en comparación con las áreas adyacentes no cultivadas inducen el calentamiento global a través de la vía biofísica”.
  • Al restar este efecto del albedo a la capacidad de secuestro de carbono de las plantaciones forestales, reportan que “los beneficios climáticos de la forestación a través del secuestro de carbono pueden ser contrarrestados entre 18% y 83%”. En otras palabras: ¡hay que devaluar los bonos verdes entre 18% y 83%!
  • Por eso, afirman que el balance neto de carbono de las plantaciones de árboles “es complejo” y sostienen que incorporar “el carbono equivalente de las vías biofísicas en los métodos de contabilidad del carbono es crucial para una evaluación integral de las estrategias de mitigación del cambio climático”.

Artículo: Unraveling impacts on carbon, water and energy exchange of Pinus plantations in South American temperate ecosystems
Publicación: Science of the Total Environment (setiembre de 2024)
Autores: Hernán Dieguez, Gervasio Piñeiro y José Paruelo.