Durante muchos miles de años, los seres humanos anduvimos de acá para allá. Los animales y las plantas que nos proporcionaban alimento, de cierta manera, disponían por dónde andaríamos. Si bien hay quienes aún viven de esa manera, para la mayoría de la humanidad ese tiempo, el de ser cazadores recolectores, quedó atrás.
Una mezcla de varios factores, entre ellos el cambio climático –la última era del hielo terminó hace unos 10.000 años–, una explosión demográfica y el comienzo de la domesticación de plantas y animales, fue haciendo que en distintas partes del globo grupos humanos se fueran asentando cada vez más en determinados territorios. Y así, de a poco, se fueron conformando aldeas, villorrios, poblados, ciudades. Aquello trajo grandes cambios sociales, económicos, ambientales y culturales.
Seguramente ya entre los cazadores recolectores hubiera determinados sitios de caza, pesca o de proliferación de algunas frutas y hortalizas, así como de recursos para hacer herramientas, que hubieran sido sentidos como propios del grupo –y, por lo tanto, tal vez requirieran el trabajo activo de evitar que otros grupos accedieran a ellos–, pero sin dudas el dejar de andar correteando y asentarse en un territorio llevó a extender raíces emotivas, sociales y culturales con el terruño.
Todo eso se dio aquí más o menos al mismo tiempo que en otras partes del globo. Claro que, como señala el arqueólogo uruguayo radicado en el exterior José Iriarte en su libro La arqueología de la Amazonia, de 2024, no en todas partes el fenómeno se manifestó de la misma manera.
“A diferencia de los asentamientos compactos, delimitados y densamente poblados de las civilizaciones de los oasis del desierto euroasiático, que suelen verse como una densa red de mampostería y que rara vez superan una superficie de 100 kilómetros, el urbanismo tropical es extensivo”, sostiene allí, y agrega que este urbanismo sudamericano “se caracteriza por un asentamiento disperso y la incorporación de grandes cantidades de espacios abiertos y redes de gestión del agua”, en lo que se ha denominado “ciudades agrarias de baja densidad”.
Este fenómeno del urbanismo de baja intensidad de la Amazonia del que Iriarte habla y está siendo centro de gran interés internacional, también comenzó a darse en nuestro territorio, en particular en las zonas bajas del este de Uruguay. Eso sí, hay una pequeña diferencia: aquí la evidencia apunta a que este urbanismo de baja intensidad habría comenzado incluso antes que en la región amazónica. “Los nuestros están allí desde 1.000 años antes de lo que ellos encontraron allá”, nos comentaba el arqueólogo José López Mazz. Y esa fabulosa evidencia de este proceso que inicia el sentar cabeza en el territorio en Uruguay adopta la forma de los cerritos de indios.
Los cerritos de indios son montículos de tierra de diversa altura, forma y tamaño construidos por los pobladores de estas tierras desde hace unos 5.000 años hasta hace poco menos de 200 y que se presentan en paisaje agrupados en conjuntos. Algunos superan los siete metros de altura, otros menos de uno. Algunos son circulares y tienen más de 20 metros de diámetro, otros son alargados. A su vez, los varios miles de cerritos de indios estudiados en las zonas bajas de nuestro país –en los departamentos de Rocha, Cerro Largo, Treinta y Tres, Maldonado, Tacuarembó y Artigas– tuvieron diversas funciones: cementerios, plataformas de habitación, sitios de cultivo, marcadores territoriales, estructuras ceremoniales, plazas y demás.
El estudio científico y sistematizado de los cerritos de indios en Uruguay comenzó en la década de 1980 en los bañados de India Muerta, en la cuenca de la laguna Merín, en Rocha. Y si se quiere, quien dio el empujón para ello fue el cultivo de arroz. En la zona se realizarían obras de canalizaciones y demás que implicarían desecar bañados e inundar algunas partes. Dado que se sabía que allí había sitios arqueológicos antiguos, el Ministerio de Educación y Cultura decidió crear la Comisión de Rescate Arqueológico de la Laguna Merín que, en convenio con el Museo de Historia Natural y la Facultad de Humanidades y Ciencias, realizaría el estudio de los sitios de India Muerta. Aquella expansión productiva empujó hace 40 años el estudio de los cerritos. Hoy vuelve a hacerlo, aunque de una manera un poco más alarmante.
Titulado Evaluación de riesgo y vulnerabilidad de montículos indígenas en contextos de producción agropecuaria en la región de India Muerta, Uruguay, el artículo publicado por Nicolás Gazzán, Camila Gianotti y Cristina Cancela, del Laboratorio de Arqueología del Paisaje y Patrimonio del Uruguay (LAPPU) del Centro Universitario Regional del Este (CURE) de la Universidad de la República (Gianotti también pertenece al Departamento de Sistemas Agrarios y Paisajes Culturales del CURE), sostiene que “la expansión de los cultivos, particularmente el arroz, en las últimas décadas ha tenido un impacto significativo sobre estas estructuras indígenas, generando su destrucción en muchos casos”. En otras palabras, el arroz que propició el inicio de su investigación científica sistemática es hoy la principal amenaza para la conservación de este riquísimo patrimonio sobre el inicio de la urbanización de nuestro territorio.
En el trabajo, que relevó la vulnerabilidad de 458 cerritos de indios de India Muerta a los que lograron acceder –de un total de 706 que fueron ubicados por imágenes aéreas y satelitales–, arrojó que 38 presentan una vulnerabilidad baja (apenas 8,29%), 329 una vulnerabilidad alta (71,83%) y 91 una vulnerabilidad crítica (19,86%). Así las cosas, prácticamente nueve de cada diez cerritos de la zona están bajo una vulnerabilidad alta o crítica.
Dado lo delicado de la situación, salimos más rápido que cazador recolector persiguiendo a un venado de campo al encuentro de Nicolás Gazzán y Camila Gianotti, quienes, pese al cierre del año y las festividades, son conscientes de que el tiempo apremia y que la causa de los cerritos no admite la menor demora.
Investigando en una zona problemática
Cuando les pregunto cómo surge la idea de realizar esta evaluación sobre la vulnerabilidad de los cerritos de indios en la zona de India Muerta, tanto Nicolás como Camila señalan que, de cierta manera, necesitaban llenar un vacío que los inquietaba.
“Un poco la idea surge de una filosofía de trabajo del Laboratorio de Arqueología del Paisaje y Patrimonio del Uruguay, que es que la labor arqueológica no se acaba cuando producimos información sobre el sitio arqueológico que estemos estudiando, sino que hay que seguir su trazabilidad hasta el presente, abarcando cómo se gestiona, cómo puede perdurar ese sitio para las futuras generaciones”, arranca Nicolás. Y entonces salta lo que para ellos ya es obvio: “Que los cerritos de indios están siendo afectados por las actividades agropecuarias no es nada nuevo. De hecho, la investigación más sistemática y más profunda sobre los cerritos de indios en nuestro territorio, en particular en Rocha, empieza principalmente por lo del canal Andreoni y cuando empiezan a desecar los bañados para hacerlos productivos y plantar arroz. Sin embargo, ese impacto de las actividades agropecuarias no estaba cuantificado”.
El asunto, además, es que el arroz no es un cultivo cualquiera. “El arroz es un tipo de cultivo que no sólo implica canales, que pueden destruir y erosionar los cerritos, sino que requiere nivelar los terrenos. Ahí los cerritos de menor tamaño directamente se destruyen. Luego los cultivos se inundan, por lo que los cerritos están expuestos a una erosión constante”, apunta Nicolás. “Por eso nos parecía que había que cuantificar esa afectación y generar este artículo de forma urgente”, agrega.
“Trayendo un panorama un poco más general, estamos cada vez más preocupados porque justamente las actividades agropecuarias en el medio rural son las que están teniendo más impactos sobre los bienes históricos, culturales y arqueológicos”, señala Camila. “La mayor concentración y distribución de sitios arqueológicos está justamente en estos entornos rurales que están destinados a la producción de distinto tipo, y día a día estamos viendo con nuestros propios ojos cómo ese patrimonio arqueológico se está perdiendo y está siendo destruido. Sin embargo, hasta ahora no habían habido trabajos enfocados a ponderar, valorar, sistematizar y cuantificar esas afecciones, o incluso a desarrollar metodologías que permitan hacerlo, que es un poco lo que trae Nico con este trabajo sobre su vulnerabilidad”, agrega Camila.
Para realizar esta evaluación de la vulnerabilidad de los cerritos de India Muerta, Nicolás y sus dos colegas recurrieron a una metodología denominada VEF por su sigla en inglés (viene de Formulario de Evaluación de Vulnerabilidad), que fue desarrollada en Europa.
“Es una metodología fácilmente aplicable”, afirma Camila. “No sólo nos permitió evaluar la situación de los cerritos, sino que además, si esta metodología se sigue aplicando, permitirá tener un seguimiento de la afectación, destrucción y amenazas que están teniendo estos sitios arqueológicos en contextos rurales productivos”, agrega. Y allí además radica uno de los grandes problemas. “Salvo la forestación, las actividades agropecuarias no requieren ningún estudio de impacto arqueológico, con lo cual no hay ninguna herramienta que permita evaluar esta afectación”, afirma Camila.
Una tesis en la guarida del león y una experiencia única con Colonización
Nicolás cuenta además que el artículo se desprende de la tesis de doctorado que defendió el pasado octubre. Y entonces, una gran sorpresa: “Hice mi tesis en la Facultad de Agronomía, un poco por esa filosofía del LAPPU que mencionaba, de preocuparse por la gestión de los sitios en el presente, sobre qué pasa con ese patrimonio arqueológico y ambiental hoy en día y qué podemos hacer para mejorarlo”, dice feliz.
Uno queda sorprendido y quiere saber qué le dicen los agrónomos cuando alguien les dice que estaría bueno incluir la gestión del patrimonio arqueológico en la práctica agronómica. “A mí me sorprendió muy gratamente su reacción”, dice Nicolás. “Evidentemente estos puntos de vista no son el hegemónico dentro de la agronomía ni entre los ingenieros agrónomos, pero en la facultad está el espacio para este tipo de proyectos y abordajes y están abiertos a discutir estas cosas”, señala, y destaca por ejemplo los cursos de agroecología y las miradas que hacen énfasis en la sostenibilidad.
Camila, como los grandes de la ciencia de acá y de todas partes, aprecia más las ganadas por sus estudiantes que las suyas propias. “De hecho, es una experiencia también inédita, novedosa. Es el primer doctorado culminado que combina la arqueología con los sistemas agrarios”, enfatiza con orgullo. “Ahora hay otros doctorados en marcha que tienen también este carácter interdisciplinar y que combinan miradas distintas en estos entornos arqueológicos, pero este fue el primero, esperamos que de muchos, porque es necesario”, agrega. “Esto también se inscribe un poco en la pata del LAPPU que está aquí en el CURE, en el Departamento de Sistemas Agrarios y Paisajes Culturales, que parte de la idea de tener miradas integrales, interdisciplinares y transdisciplinares de los sistemas agrarios. En ese sentido, la tesis de Nico es un gran aporte”, remarca.
“De hecho, mi tesis de doctorado se enmarca en el proyecto que dirigieron Camila y Laura del Puerto en predios del Instituto Nacional de Colonización que tienen convenio con el CURE de la Udelar”, apunta Nicolás. El proyecto al que se refiere es el denominado Programa Colaborativo de Investigación, Monitoreo y Conservación lanzado en 2019 y que abarca tres conjuntos de cerritos de indios que se encuentran en el inmueble 735, padrón 3.406, de Rincón de la Paja, cerca de Lascano, justamente en la zona de India Muerta. Como veremos más adelante, esta experiencia será sumamente valiosa para que esta nota no tenga únicamente el sabor amargo de saber que los cerritos se están destruyendo.
Mirando fotos y evaluando riesgos en el terreno
Para la investigación hicieron un relevamiento en fotografías aéreas de 1966 y de 2018, así como de imágenes satelitales de Google Maps tomadas entre 1986 y 2022 para detectar los cerritos de indios en toda la zona de India Muerta. Eso les permitió ubicar 706 cerritos en toda el área de estudio.
A continuación, se propusieron visitar cada uno de los cerritos para tomar datos del lugar en el que estaban, qué actividad productiva se desarrollaba allí, medidas varias y, por supuesto, completar la evaluación de vulnerabilidad. Y allí surgió el primer escollo: de los 706 cerritos que había en el área, pudieron acceder sólo a 458.
¿Qué pasó con esos 248 cerritos? “Son cerritos que en las fotos satelitales se ve que están en medio de las arroceras”, señala Nicolás. De hecho, en el trabajo reportan que 20 cerritos identificados en imágenes de hace décadas y que hoy estarían ubicados en predios de arroceras ya no existen. “Sí, ya 20 cerritos están totalmente desaparecidos en el área concreta de nuestro estudio”, comenta.
La zona de India Muerta ha sufrido cambios importantes en tiempos recientes. “En los últimos diez o cinco años, se introduce la soja como rotación del arroz en la zona. Por lo tanto, se agrega una nueva actividad”, puntualiza Camila. “Y también otra de las cuestiones que están cambiando radicalmente en India Muerta es la forma de tenencia de la tierra y de la producción. Antes eran estancias ganaderas, generalmente de dueños uruguayos, pero en las últimas décadas se han vendido grandes extensiones a sociedades anónimas, muchas de ellas extranjeras”, señala. El asunto no está despegado de lo que les pasó en la investigación. “Son extensiones enormes de tierra en manos de sociedades anónimas, que tienen varios administradores a los que cuesta contactar para poder acceder. A más de 200 cerritos no pudimos llegar para hacer la evaluación, pese a que hicimos todas las gestiones a nuestro alcance”, señala Camila.
En los 458 cerritos ubicados en predios a los que sí pudieron acceder, hicieron entonces la evaluación de vulnerabilidad tomando en cuenta tres factores que los ponen en riesgo y tres factores de protección. Los factores de riesgo que tomaron en cuenta fueron la intensidad de la actividad agrícola (que podía ir de intensiva en el extremo más riesgoso a una actividad baja en el menos riesgoso), la presencia de construcciones (casas, galpones, canales, caminos, etcétera) y la bioturbación (si había cuevas, madrigueras y raíces afectando al cerrito). Los factores de protección a su vez fueron la altura de los cerritos (cuanto más altos, más protección), si el cerrito estaba bajo algún tipo de protección legal y si tenía cobertura vegetal. Para determinar ambos tipos de factores, no sólo debieron adaptar la herramienta de evaluación, sino que recurrieron a su conocimiento, tanto de los cerritos como de las actividades que se dan en la zona.
“Eso nos llevó tiempo y lo empezamos a trabajar en el terreno en simultáneo con las prospecciones que hacíamos. Íbamos discutiendo ya en campo qué tomábamos como factores de resistencia y qué tomábamos como amenazas, porque lo que hicimos fue adaptar una metodología que se aplicó en Europa en otros contextos. Para cada sitio uno tiene que pensar y discutir qué tipo de variables toma”, sostiene Nicolás.
Por ejemplo, señala que la altura era un factor de protección “que rompía los ojos”. “Ya tenemos documentados varios cerritos de los muy bajos, de lo que llamamos microrrelieve, que tienen menos de un metro de altura, que han desaparecido, o los vemos arados, o en las arroceras, vemos zonas de manchas más oscuras que son lugares donde había cerritos”, explica. Es bastante lógico: a un cerrito poco elevado le van a pasar el arado o el canal por el medio, mientras que un cerrito de cinco metros ya presenta otro desafío y capaz que lo esquivan.
“Creo que el éxito de la metodología pasa justamente por conocer muy bien cuáles son las amenazas, qué tipo de afectaciones se producen, qué agentes están afectando, y de qué manera, a estos sitios en un contexto determinado”, concuerda Camila. “En este caso se patearon uno por uno los cerritos y se veía el estado de conservación en ese momento, qué tipo de amenazas estaban actuando, de qué manera, y eso permitió ajustar muy bien los criterios que se terminaron usando en el artículo”, agrega. Y entonces sí, vayamos a los resultados.
Más del 90% de los cerritos bajo amenaza alta o crítica
El principal resultado que comunican en el trabajo es que en la zona de India Muerta tenemos un patrimonio arqueológico altamente comprometido. “Los resultados del análisis de vulnerabilidad fueron clasificados en tres categorías”, sostienen, reportando que de los 458, bajo la categoría de vulnerabilidad baja quedaron sólo 38, en la alta 329 y en la crítica 91. También reportan que “los montículos con menores índices de vulnerabilidad se ubican principalmente en áreas sin cultivos”, así como aquellos que tienen “mayores niveles de protección legal y planes de manejo específicos”. Que 91,7% de los cerritos esté en una situación de vulnerabilidad alta o crítica es alarmante.
“India Muerta está muy complicado”, comenta Nicolás. “Creo que hay otras zonas del país en las que si se hace este mismo estudio, el resultado sería todavía peor”, dice a su vez Camila. “Pienso en sitios de Treinta y Tres, por ejemplo, por la extensión de las superficies de arroz. Seguro allí hay muchos cerritos que hoy desaparecieron”, desliza.
“Los resultados alcanzados indican que los cerritos de indios son altamente vulnerables a los impactos de la producción agrícola desarrollada en la región”, afirman entonces en el trabajo.
El arroz: la principal amenaza
En el trabajo reportan que “la producción arrocera es la actividad más agresiva y que genera mayor impacto a los cerritos y su contexto. El suelo es arado y nivelado para su posterior inundación, lo que genera profundas alteraciones”.
“En una figura que ponemos en el trabajo, puede verse el cambio del paisaje entre una imagen satelital de la zona de 1984 y una de 2023. En los años 80 dominaban los humedales, pero hoy los humedales y campos naturales están prácticamente reducidos a la zona del campo de Colonización y poco más. En la zona ha habido un cambio brutal que no sólo afecta a los cerritos, sino a todo el paisaje”, comenta Nicolás.
“Esto que vemos está conectado con otras problemáticas, como por ejemplo con la pérdida y el retroceso de los pastizales naturales en Uruguay, Argentina y Brasil. En esta zona también ese tema se ve clarísimo”, dice entonces Nicolás. En el trabajo hay números que grafican esto que dice. “El área de estudio tiene 410 km², de los cuales 249 (61%) se encuentran cultivados o lo han sido en las últimas dos décadas”, menciona el trabajo, aclarando que de esa superficie cultivada, 80,6% está destinada a cultivos de arroz, y 19% a cultivos como la soja, festuca, trigo, sorgo y maíz.
Por lo tanto, señalan que “la expansión de los cultivos intensivos, particularmente de arroz, así como la ganadería bovina, produce un impacto negativo, generando incluso la destrucción de estos elementos del paisaje”. Así que vayamos un poco a ver lo de la ganadería.
El impacto de la ganadería
“Del total de montículos documentados durante el trabajo de campo, 90 están severamente afectados por actividades ganaderas, que provocan un pisoteo constante sobre la cubierta vegetal, lo que se traduce en la pérdida de vegetación herbácea y arbustiva que constituye una de las principales defensas contra la erosión”, reseña el artículo.
“En esta zona esto también es crítico, porque justamente los cerritos son las áreas de refugio del ganado en épocas de inundación, a la vez que en el verano son refugio porque son el único parche de bosque en la zona, que además es un bosque de especies nativas. Entonces, por inundaciones o por calor, las vacas van y acuden siempre a los cerritos”, comenta Camila.
Sin embargo, la ganadería no es tan perjudicial para los cerritos como el arroz. En el trabajo sostienen que “se encuentra que las actividades agrícolas están proporcionalmente asociadas con una mayor vulnerabilidad, mientras que los sitios arqueológicos ubicados en áreas dominadas por la ganadería exhiben los puntajes de vulnerabilidad más bajos”. Pero además, hacer coexistir ambas cosas, la ganadería y la salud de los cerritos, no sólo es posible, sino que ya está sucediendo.
“Lo que muestra la experiencia de Colonización es una realidad. Con algunas recomendaciones y prácticas de manejo se puede corregir el potencial daño de la ganadería a los cerritos”, afirma Camila. “Lo de Colonización muestra muy bien que la conservación de los cerritos no es un perjuicio para los productores rurales”, enfatiza a su vez Nicolás. “Estas recomendaciones de manejo no implican que produzcan menos, sino que ellos mantienen sus objetivos de producción simplemente teniendo en cuenta las recomendaciones en las áreas donde hay cerritos”, agrega.
Esperanza para el futuro de los cerritos: la experiencia en Colonización
“Siempre que presento este trabajo digo que hay una parte muy oscura, muy triste en lo que voy a contar, que es la destrucción de cerritos de miles o cientos de años, pero que hay otra parte que es muy positiva que permite prender como una velita a que en el futuro las cosas se hagan mejor”, dice Nicolás. Y esa parte positiva, aclara, “es el plan de manejo que se aplicó en el predio de Colonización”.
Nicolás cuenta que en relevamientos realizados previo al inicio del programa, en 2019, los tres conjuntos de cerritos ubicados en predios del Instituto de Colonización en Rincón de la Paja, cerca de Lascano, presentaban varias afectaciones. “Hoy ya no las tienen, en muchos aspectos los cerritos se han recuperado”, dice con el rostro iluminado. Por ejemplo, señala que estos cerritos han recuperado su cobertura vegetal.
“La falta de cobertura vegetal es problemática porque genera una erosión constante, ya sea por los animales, por la lluvia, el viento y demás. Cuando eso pasa, nos encontramos en los cerritos materiales en superficie, que se van rodando, van cambiando de lugar, esqueletos expuestos, por lo que la recuperación del tapiz vegetal por medio de medidas positivas es algo muy importante”, comenta Camila.
“Una de las conclusiones del artículo es que con determinados planes de manejo podemos parar la situación de erosión, de destrucción. Y no sólo pararla, podemos incluso mejorar la situación en la que están hoy. Esa es la parte optimista de este artículo”, redondea Nicolás.
¿Y esas recomendaciones en concreto pasan por manejar la cantidad de cabezas de ganado, pasan por poner alambrados y excluir el acceso al cerrito en determinados momentos del año? ¿Cuáles son esas buenas prácticas para que el productor produzca y el cerrito y el patrimonio de todos se conserve?
“En el campo de Colonización se dan un poco todas esas cuestiones que acabás de comentar. Una es controlar la carga de ganado que entra y en qué momentos del año con el objetivo de tratar de asegurar una cobertura de vegetal que siempre tiene que tener un mínimo de altura de pasto de siete centímetros. Si el pasto baja de esos siete centímetros de cobertura, ya estaríamos entrando en una zona roja de riesgo”, responde Camila.
“Para mantener esa cobertura herbácea, la cuestión pasa por controlar la carga de ganado que pastorea en torno a los cerritos o mismo en los cerritos, y eso se logra también alambrando. En el caso nuestro alambramos las áreas con financiación del proyecto que tuvimos de la ANII, pero perfectamente se podría manejar con alambrados eléctricos”, amplía.
Uno podría pensar que para el arroz también se podría poner zonas de exclusión donde no se permita cultivar. “A diferencia de lo que pasa con la ganadería, donde tenemos esta experiencia que muestra que la producción ganadera es compatible con la conservación de los cerritos en la medida en que haya prácticas de manejo responsables pensadas para ello, con el arroz hasta ahora en el país no hay ninguna experiencia que muestre que se puede compatibilizar ambas actividades”, lamenta Camila.
“Se podría hacer alguna experiencia. Por ejemplo, algunos mercados están pidiendo arroz orgánico y aquí, dentro del sector arrocero, hay quienes quieren ir por ese camino. Obviamente no toda la producción arrocera en Uruguay va a ser orgánica, pero de repente en estas zonas sensibles podrían incorporar esa práctica. En el sur de Brasil, por ejemplo, hay prácticas de ese tipo en áreas ambientalmente sensibles como los humedales”, señala Nicolás. Camila asiente: “Sí, en la Reserva de Taim, por ejemplo, se produce arroz orgánico que además tiene el sello de Taim. Eso demuestra que en ciertas áreas es posible combinar este tipo de agricultura orgánica con la conservación de los valores ambientales, históricos y arqueológicos”.
¿Qué hacemos entonces?
La vulnerabilidad de los cerritos de India Muerta es altísima. Pero lejos de hacernos bajar los brazos, el artículo también nos dice que no sólo estamos a tiempo para no perder este valioso patrimonio arqueológico, cultural y de biodiversidad, sino que, como vimos, es posible producir y conservar al mismo tiempo. Eso sí, tenemos que comenzar a actuar cuanto antes.
En el trabajo varias veces señalan que el impacto de las actividades agronómicas sobre el patrimonio arqueológico debiera comenzar a evaluarse a la brevedad, como lo hacen hoy en día las producciones forestales.
“Uruguay tiene un montón de falencias, pero esto de que no se pondere el impacto de las actividades agropecuarias sobre el patrimonio arqueológico es un problema mundial. Hay países que sí tienen estudios de impacto sobre estos patrimonios de las actividades agrarias, pero en Uruguay, que es un país agrícola, ese es uno de los grandes debes que tenemos, sobre todo en estos casos que no sólo es arar y plantar, sino que también implican nivelar, lo que genera un impacto muy grande, como también lo genera el uso de maquinaria pesada después durante la cosecha”, señala Nicolás.
“Así como la forestación al principio no tenía que hacer evaluaciones de impacto y luego se le exigió, creo que hay actividades como la soja y el arroz que deberían tenerla, porque implican obras de canalizaciones, obras de nivelado y demás”, concuerda Camila. “Nadie dice que no se produzca arroz, porque eso es inviable, pero sí es necesario mejorar las capacidades y fortalecer los controles para que esa producción afecte lo menos posible, o no afecte, los valores históricos, culturales y ambientales de los entornos en donde se produce”, agrega.
“Y ahí faltarían varias cosas para hacer”, sostiene Camila. “Hoy por hoy, quien tiene la potestad sobre la gestión de los bienes arqueológicos en el marco de la evaluación ambiental es la Dirección Nacional de Calidad y Evaluación Ambiental, la Dinacea, del Ministerio de Ambiente. Y la Dinacea no tiene arqueólogos. Desde la Asociación de Arqueólogos Profesionales se ha pedido que incorporen profesionales idóneos en esta materia, así como que se cree un registro de profesionales arqueólogos habilitados para hacer evaluaciones de impacto, que, como se exige en otros países, deben ser personas con cierta experiencia en excavaciones y prospecciones arqueológicas. Eso sería algo a hacer en el corto plazo”, afirma entonces.
“Por otra parte, está la Ley de Delitos Ambientales, que no se ha aprobado. Y al respecto, por más que hicimos intentos para incluir en la ley un capítulo que abarcara los delitos sobre los bienes culturales del ambiente, eso nunca fue considerado. Ya que no se ha aprobado, está la conveniencia de revisarla, incorporar esa dimensión, y así sacar una ley más completa. Como este, hay varios aspectos que yo creo que mejorarían sensiblemente la gestión del patrimonio arqueológico en este país”, señala Camila.
Incluso un área protegida puede erigirse alrededor de un patrimonio arqueológico como este, como es el caso del Paisaje Protegido Localidad Rupestre de Chamangá, en Flores. Por allí también hay otra herramienta: alguien podría decir que el conjunto de cerritos de India Muerta, tan importante para el asentamiento de los pobladores en nuestro territorio, podría pasar a ser un área protegida, además de que está en un humedal dentro de un sitio Ramsar de protección del humedal. Promover la protección del patrimonio arqueológico también promovería la protección del ambiente.
“Los cerritos de indios son un conjunto complejo de interacciones y de relaciones entre restos culturales y naturales. Los cerritos en esta zona son los que albergan el monte nativo, son los atractores de fauna, son los que conservan los pastizales de especies nativas. Si perdemos los cerritos no sólo estamos perdiendo un patrimonio arqueológico, restos de vidas pasadas, suelos, cementerios indígenas, sino que estamos perdiendo la memoria de la tierra, la memoria viva, con sus árboles, sus especies diversas de fauna y flora, que son clave para después pensar en vías para restaurar y recuperar estos ecosistemas”, apunta Camila.
“De la misma manera que a veces se consideran ciertas especies como especies paraguas para la conservación, creo que en este caso el conjunto de cerritos es más que un paraguas, es un cielo completo de protección a un montón de especies y seres vivos. Conservando el cerrito estamos conservando el suelo, el pastizal, el monte nativo y la fauna. Tenemos que empezar a pensar también un poco en esa clave. Si conservamos los cerritos, cuidamos el ecosistema y todo lo que está asociado a ellos”, afirma Camila.
“También sería importante dejar de mirar al cerrito como un ente autónomo e incorporar más el concepto de conjunto de cerritos, que son los restos de las antiguas aldeas. Eso nos llevaría a tomar en cuenta como unidad mínima de protección el conjunto de cerritos y no determinados cerritos de forma individual”, remarca Nicolás. “Totalmente de acuerdo. Una de las medidas más importantes es la consideración del conjunto de cerritos como la unidad de conservación mínima”, redondea Camila, que además suma otro argumento.
“Está demostradísimo que los conjuntos de cerritos de indios son parches de biodiversidad muy importantes en estos ecosistemas inundables. Algún arrocero alguna vez nos ha dicho que los ara hasta el bordecito y no los toca. Pero eso no es suficiente. Parece que no lo tocás, pero esa erosión constante y permanente, sumada luego a la fumigación y la aplicación de otros agrotóxicos, también terminan afectando a la flora y fauna del cerrito. Entonces, en la medida en que se pueda considerar el parche o el conjunto como la unidad mínima, yo creo que estamos asegurando, por lo menos, una mejor conservación de todo lo que pasa adentro y alrededor del cerrito”, dice Camila.
Tienen toda la razón del mundo: no debemos descansarnos en que los cerritos más altos, como muestra esta evaluación de riesgo, están relativamente a salvo. Todo el conjunto de cerritos nos habla de esa urbanización de baja intensidad. Es allí, en esa relación entre cada cerrito, entre zonas de cultivo, de encuentro, de vivienda, de trabajo, de cementerios, donde la investigación de los próximos años seguro arrojará más luz sobre esta forma de urbanización que se extendió por unos 5.000 años en las tierras bajas de Uruguay. Si de verdad queremos defender el rico patrimonio de los orientales, deberíamos comenzar por aquí, el patrimonio que muestra los primeros pasos de la urbanización oriental.
Artículo: Evaluación de riesgo y vulnerabilidad de montículos indígenas en contextos de producción agropecuaria en la región de India Muerta, Uruguay
Publicación: Intersecciones en Antropología (2024)