El asunto ya es sabido: en nuestro país los pastizales naturales son la cobertura del suelo dominante. Varios miles de años fueron forjando una evolución conjunta entre esos pastos sudamericanos y un diverso ensamble de fauna, flora, hongos y bacterias. Más allá de que en el pasado lejano dieron sustento a mamíferos enormes, sin los pastizales naturales no tendríamos hoy maravillas como los venados de campo (hoy, de las 64 especies de cérvidos que viven en América y el resto del mundo, son los únicos ciervos que viven exclusivamente en ambientes abiertos), las mulitas y diversas aves de pastizal, como el emblemático ñandú. Los ecosistemas tienen esa cosa magnífica de ser un entramado de diferentes especies que dependen unas de otras y que cumplen con la máxima de que “nadie se salva solo”.

En un pasado no tan lejano los pastizales ocuparon gran parte de nuestro territorio. En 1832 el naturalista inglés Charles Darwin, al visitar nuestro territorio, anotó en su diario que presenció “un inmenso campo abierto con suaves ondulaciones del terreno cubierto por una capa uniforme y densa de hierba verde” y, mirando precisamente las variaciones de los ñandúes de aquí y del sur de Argentina, comenzó a pensar que los animales variaban para adaptarse a distintas condiciones ambientales. También ayudaron las mulitas y tatús del pastizal y sus parientes fósiles, como los gliptodontes, que le hicieron pensar al joven naturalista que los animales de un mismo lugar también cambian con el tiempo. Así las cosas, en parte los pastizales naturales de Uruguay aportaron su granito de arena a la gestación de la fabulosa teoría de la evolución que Darwin detallara en su libro El origen de las especies, de 1859).

No tenemos mapas satelitales ni censos agropecuarios que nos digan cuánta de la superficie del novel Uruguay ocupaban los pastizales en 1832. Podemos pensar, eso sí, que era una gran parte, ya que según datos del Censo Agropecuario, hace apenas unas décadas, en 1990, conformaban prácticamente 80% del territorio. Pero las cosas desde entonces cambiaron drásticamente: según un relevamiento de la iniciativa MapBiomas, entre 1985 y 2022 Uruguay perdió 20% de sus pastizales naturales y hoy se extienden por el 55% del territorio.

Mientras en otras latitudes se preocupan por la deforestación, en Uruguay, donde se promueve la plantación de árboles de unas pocas especies exóticas, el principal problema de cambio de uso del suelo no es la pérdida de bosques que se talan para cultivar o criar ganado, sino la despastizalización, es decir, la transformación de pastizales para albergar cultivos o plantaciones forestales. Para colmo, el pastizal, pese a ser el ecosistema más amenazado del país (y también de vastas regiones del mundo y de América del Sur) no cuenta con ninguna protección legal ni medidas especiales de conservación. Peor aún, cuando se intentó aquí hacer una ley de protección del pastizal natural, al igual que en otras latitudes hay quienes niegan el cambio climático, aquí hubo negadores de la despastizalización, pese a que está perfectamente documentada tanto por investigaciones científicas como por datos oficiales de los ministerios de Ambiente y de Ganadería, Agricultura y Pesca.

La ciencia tiene entre sus cometidos aportar evidencia. Y vaya si la aporta una reciente publicación. El artículo titulado algo así como “Cambios proyectados en la cobertura del suelo y sus consecuencias sobre la oferta de servicios ecosistémicos en Uruguay” es espectacular: dado que ya sabemos que estamos perdiendo pastizal desde hace décadas, como si miraran en una bola de cristal científica, el trabajo nos cuenta cuánto pastizal más perderemos de aquí a 2037 si seguimos como venimos y no hacemos nada al respecto.

Así como hubo expertos que evaluaron cuánto subiría la temperatura global si seguían las tendencias del cambio climático, y eso ayudó a ponernos metas de emisiones de gases de efecto invernadero, el artículo firmado por Federico Gallego y José Paruelo, ambos del Instituto de Ecología y Ciencias Ambientales (IECA) de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República, y el segundo también de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires y de la Estación Experimental La Estanzuela del Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA), es una baliza más en una cadena de señales de alarma sobre el proceso de pérdida de pastizal en el que estamos metidos.

Así que más rápido de lo que se transformó el paisaje en varias zonas del país, salimos al encuentro de Federico Gallego para hablar del futuro que nos toca si no actuamos en el presente.

Claves de esta investigación

  • El trabajo se propuso estudiar “cuáles serán los principales cambios en la cobertura del suelo en Uruguay en las próximas décadas” sobre la base de las tendencias observadas hasta el presente y determinar cómo podrían afectar la provisión de servicios ecosistémicos.

  • Para eso recurrieron a mapas de cobertura de suelo de MapBiomas Uruguay de los años 2000, 2010 y 2019. Los mapas tienen información de uso del suelo en 6.856 celdas de 5x5 kilómetros que abarcan todo el país. En ellas vieron cuánta era la tasa de conversión entre cultivos, pastizales naturales y forestación.

  • Recurriendo a cadenas de Markov (una forma de predecir qué pasará de acuerdo a lo que ha pasado inmediatamente antes), estimaron cómo cambiaría el suelo para 2028 y 2037.

  • Reportan que el pastizal, que cubría 60% de la superficie terrestre de Uruguay en el 2000 y 53% en 2019, pasará a ser 48% en 2028 y 46% en 2037.

  • Para 2037 los cultivos abarcarán 30% del territorio (ocupaban 23% en el 2000) y las forestaciones 11% (cubrían el 5% del suelo en el 2000).

  • Sostienen que estas transformaciones “no sólo reducirían la extensión de los hábitats de pastizales, lo que provocaría una pérdida de biodiversidad, sino que también tendrían profundas consecuencias ambientales”.

  • Por otro lado, calcularon los servicios ecosistémicos que presta cada una de las 6.856 celdas para los años analizados utilizando el índice de oferta de servicios ecosistémicos, elaborado por el propio grupo de investigación.

  • Reportan que entre 2000 y 2037, sin tener en cuenta zonas con forestación, los cambios de uso de suelo implican una pérdida promedio de servicios ecosistémicos de 5%.

  • Los impactos no son sólo ambientales, sino también sociales: reportan que “la reducción del acceso a servicios ecosistémicos como el forraje y el agua potable” podrían aumentar “la vulnerabilidad de las comunidades rurales”, pudiendo generar “dificultades económicas y erosión cultural”.

  • Concluyen que “las consecuencias ambientales y sociales de la transformación de los pastizales ponen de relieve la necesidad de regular el avance de las tierras de cultivo y la forestación”, y esperan que sus hallazgos proporcionen “una base empírica importante para la planificación territorial y la gestión sostenible de los recursos naturales”.

Pensar qué país le dejamos a la generación que viene

¿Cómo surge esta idea de ver a futuro qué pasará con el cambio de uso del suelo y cómo eso impactará sobre los pastizales naturales de Uruguay? Federico Gallego dice que la investigación nació en el marco de su tesis de doctorado en Ciencias Ambientales.

“Con José Paruelo, que fue mi tutor y que es coautor del artículo, nos planteamos mirar el uso del suelo y generar una proyección a los próximos diez o 20 años de cómo podrían variar y del impacto que esos cambios podrían implicar sobre los servicios ecosistémicos y sobre la naturaleza en general”, sostiene.

En el artículo ambos dicen claramente que el estudio se propuso abordar dos interrogantes: por un lado, “cuáles serán los principales cambios en la cobertura terrestre en Uruguay en las próximas décadas según las tendencias observadas”; por otro, “cómo afectarán estos cambios en la cobertura terrestre la provisión de servicios ecosistémicos”. Vayamos a eso.

Federico Gallego.

Federico Gallego.

Foto: Alessandro Maradei

Mirando el futuro con la bola de cristal de Markov

Para hacer su trabajo de decirnos qué futuro nos espera, se basaron en una acumulación científica de la que ambos han sido parte. Por un lado, está la colección de mapas de cobertura del suelo de la iniciativa MapBiomas, que gracias a imágenes satelitales y análisis presenta información detallada a lo largo del tiempo. Por otro, está el índice de oferta de servicios ecosistémicos, desarrollado desde 2016 y ya aplicado para comparar la huella ambiental entre sistemas productivos, como la ganadería con la agricultura o la producción familiar. Eso les permitió ver cómo venía siendo realmente el cambio de cobertura del suelo entre 2000 y 2019, así como los servicios ecosistémicos que prestaban esos suelos con esas coberturas (para este trabajo se discrimina entre cultivos, pastizales naturales, forestaciones y una bolsa de “otros” que incluye cuerpos de agua, urbanizaciones y demás). ¿Ahora, cómo ver qué pasará en el futuro? Apelando a la cadena de Markov.

“La cadena de Markov dice que si conozco lo que pasó antes, puedo asumir que si no cambia nada en el medio, lo que va a ocurrir en los próximos años sigue la misma tasa ya observada”, explica Federico. La cadena de Markov se utiliza en el marketing, en el comercio, para un montón de cosas. Y uno de los usos que se le da también es el de generar proyecciones en el cambio del uso del suelo”, agrega. Es decir, estos pitonisos del futuro del pastizal no andan improvisando: su proyección a futuro está basada en un método ya utilizado y validado para un montón de cosas.

“En este caso, la cadena de Markov, tomando los 20 años anteriores, mira cómo cambió el territorio en los últimos 20 años y, sobre esa base, calcula algunas estadísticas y eso se proyecta a los próximos diez o 20 años”, señala Federico.

Lo elegante es que ese modelo que obtuvieron lo contrastaron con lo que ya pasó. “Exactamente. De hecho, una de las críticas que tuvimos de uno de los revisores era que teníamos datos de 2000 a 2010, y de 2010 a 2019, y que habíamos corrido los modelos, pero nunca los habíamos validado. El revisor decía que era entendible que no podíamos validar la predicción del modelo a 2037, porque aún no estamos en 2037, pero nos preguntó qué tan bueno había sido el modelo para ver los cambios dados entre 2000-2010 y 2019”, explica Federico. Eso hicieron y les fue muy bien.

“Ese modelo de cadenas de Markov, para predecir qué pasaría en 2019 con base en los datos de 2000-2010 fue muy bueno. Tuvo ajustes muy altos”, dice Federico satisfecho. “Eso quiere decir que estas cadenas de Markov, si bien son muy simples y tienen un montón de supuestos atrás, fueron efectivas al compararlas con los datos efectivamente observados de 2019. Eso nos da a entender que si todos los factores se mantienen, las proyecciones que hicimos para 2037 serían las que vemos, vamos para ahí”, puntualiza.

¿Por qué proyectar a 2037 y no a un número más redondo o simpático (más allá de que no hay nada intrínsecamente distinto entre 2037 y 2040)? “Simplemente porque la ventana temporal que miramos en el último período, de 2010 a 2019, era de nueve años. El modelo lo que hace es proyectar ese período una cantidad de veces hacia adelante”, explica. Por eso el trabajo se proyecta tanto a 2028 (nueve años) como a 2037 (dos períodos de nueve años).

Dos décadas con diferencias marcadas

Con este modelo de cadenas Markov, contrastado con datos reales de lo que ya había pasado (¡y, oh, no entrenado con inteligencia artificial como dice el último grito de la moda!), usaron datos de lo que había pasado en estas décadas, 2000-2010 y 2010-2019. En el trabajo señalan que son dos décadas bien marcadas y relevantes.

“Son dos momentos clave, me parece a mí, del desarrollo agropecuario en Uruguay. El primer período, 2000-2010, abarca la llegada de la soja transgénica, de la siembra directa y toda esa tecnología asociada que impulsó mucho la expansión de la soja”, remarca.

“En el segundo período también hay una consolidación de la soja, y además arranca el procesamiento de las plantas de celulosa, el aumento de la forestación, pero a la vez hay muchas normas, como la Ley de Ordenamiento Territorial o la Ley de Suelos. Es un segundo ciclo con muchos más condimentos, lo que hace que en términos de cambio de uso del suelo sea un período más complejo”, señala Federico.

Pérdida de pastizal proyectada

Según el trabajo, para 2037 los pastizales pasarán a ser sólo 46% de nuestra superficie. En 2019 eran 53%, y en 2000 representaban 60% de la superficie total del país. En menos de 40 años habremos perdido algo más del 23% de la superficie total de pastizal que había.

¿Qué creció en todo este tiempo? Desde el año 2000 las tierras dedicadas a cultivo pasaron de ser el 23% de la superficie del país a ocupar el 30% (un crecimiento del 30%). En el mismo lapso el área destinada a forestación pasó de ser 5% a ocupar 11% de todas las tierras del país (lo que implica un crecimiento del 122%).

Para este trabajo usaron la Colección I de MapBiomas. En breve lanzarán la colección III. Y en cada colección los datos se van mejorando. Eso explica algunas discrepancias que puede haber entre los datos dados aquí y los que figuran en el sitio MapBiomas Uruguay (donde hoy figuran los de la colección II).

“MapBiomas lo que hace son colecciones enteras que abarcan varios años. Cada vez que se genera una colección, se ajusta la metodología y se mejora la cartografía con la mejor información disponible al momento de lanzar cada colección. Entonces cada colección tiene mejoras y probablemente esas discrepancias pueden estar asociadas a que son colecciones diferentes”, comenta Federico.

Podemos ver entonces que entre 2019 y 2028 el 4% de la superficie del país dejará de ser pastizal natural y que entre 2028 y 2037 pasará lo mismo con otro 3%. Para 2037 el pastizal perderá 13% de la superficie que ocupaba en 2019. En 18 años, el 7% de la superficie de pastizales del país será transformado en cultivos o forestación.

“Esa es la principal transformación. No solamente es la transformación que proyectamos, sino la que ocurre hoy en día. Eso lo vemos en los mapas de MapBiomas y en cualquier otro mapa y estadística oficial, como el Censo Agropecuario de Uruguay, que también reporta que en la década de 1990 el 80% de la superficie era pastizal y que en el censo de 2011 muestra que estábamos próximo al 60%. Es decir, todas las estadísticas nacionales reportan esa transformación de los pastizales, y no es algo que ocurra solamente en Uruguay, sino que también ocurre en la región. La principal transformación del pastizal en Argentina y en Brasil también está asociada a tierras agrícolas y a tierras forestales”, comenta Federico.

Los pastizales pierden la mayoría absoluta

En el trabajo hay algo que llama la atención y no para bien. Tal vez por nuestros sesgos, algunos números son más importantes que otros. Aquí vemos que los pastizales, que en 1990 ocupaban 80% de la superficie del país, ya en 2028 caen por debajo del 50%. Por primera vez en la historia de Uruguay el pastizal deja de ser más de la mitad del territorio.

Es decir, el pastizal deja de tener la mayoría absoluta en el Parlamento de Cobertura de Suelo de Uruguay y pasará a tener una mayoría relativa: será la cobertura más grande del país, pero si hubiera que votar una Ley de Presupuesto, requeriría los votos de algún otro uso del suelo.

“Cuando miré ese dato también me llamó la atención, porque para mí el umbral era el 50%. Cuando obtuvimos esos datos nos golpeó: ya no somos un país dominado por el pastizal. Si bien es mucha superficie, ya no es más de la mitad, y eso tiene un peso”, concuerda Federico.

Más allá de este golpe de efecto, en ecología hay una cuestión delicada: los sistemas ecológicos pueden asimilar medianamente bien determinados cambios –de allí viene lo de resiliencia–, pero cuando se atraviesa determinado umbral de perturbaciones, los sistemas ya no vuelven a su equilibrio funcional. Pasado ese umbral los cambios pueden ser tan grandes que el resultado es otro estado nuevo, en el que lo que había ya no volverá (y, por lo general, esos cambios, cuando son impulsados por el ser humano, rara vez son para mejor). ¿Seguirán comportándose los pastizales como lo vienen haciendo cuando bajen del 50% del territorio? ¿Sabemos cuánta más pérdida de pastizales podemos darnos el lujo de promover sin que los servicios ecosistémicos que prestan no se alteren para siempre?

“No sé hasta qué punto eso implica un cambio de estado y cuánto se acerca a esa irreversibilidad. El problema con los ecosistemas en general, y con el pastizal en particular, es que una vez que llegás a ese estado de gran perturbación y degradación, volver atrás es extremadamente difícil”, lamenta Federico.

“Por eso, una de las cosas que planteamos en el artículo es que la manera de conservar el pastizal pasa por cuidar el que tenemos ahora”, sostiene.

“Por otro lado, tenemos una tasa de transformación de pastizal muy grande. Entonces los píxeles o esas grillas que tenían alta probabilidad de persistencia, de seguir siendo pastizal hacia 2037, son los que tenemos que conservar con más urgencia”, lanza Federico.

Hay además otro asuntillo que hace que miremos estas proyecciones de pérdida de pastizal con más preocupación: tendemos a decir “pastizal natural” como si fuera una única cosa, pero no lo es. Los pastizales naturales de nuestro país son diversos. Las comunidades de pastos nativos en la cuesta basáltica del norte del río Negro son distintas a las de los pastizales de la cuenca de la laguna Merín. Decir que nos queda 46% de superficie cubierta con pastizales naturales no implica que todas esas comunidades de pastizal nos sigan acompañando. Corremos riesgo de extinción de determinadas comunidades de pastizal. Hay zonas en las que el pastizal está más amenazado que en otras.

“Sin duda, corremos el riesgo de extinción de especies endémicas de determinados pastizales. Si bien hablamos de ‘pastizales’ como si fueran todos iguales, hay al menos cinco o seis comunidades distintas de pastizales mapeadas y hay muchas más subcomunidades descritas. No todos los pastizales son iguales y no todos se transforman. Los pastizales que están sobre suelos más profundos son los que primero se van a transformar: son los que soportan cultivos, porque esos son los suelos más productivos. Los pastizales que están en suelos superficiales no se transforman tanto, pero en la ecorregión Sierra del Este son los principalmente afectados, porque la forestación se siembra muchas veces sobre suelo superficial”, complejiza Federico.

“Dependiendo de dónde estés, algún tipo de comunidad va a estar afectada, ya sea sobre suelo superficial o sobre suelo profundo. Y esa pérdida de pastizal obviamente afecta la biodiversidad tanto animal como vegetal”, agrega.

Lo ya dicho: todas y todos formamos parte de una cadena de interdependencias. Los vegetales, en este caso los pastos, son quienes generan los carbohidratos que luego los animales consumimos. Los vegetales atraen insectos que evolucionaron para vivir de ellos. Los insectos atraen aves y mamíferos, incluso unos que vienen con su ganado para capitalizar la fotosíntesis y vender carne o producir leche. Más aún, cuando esos mamíferos reemplazan pastizales por cultivos se aprovechan del carbono y los nutrientes que estos mantuvieron en los suelos. Debemos dar gracias al pastizal por haber mantenido la alta productividad del sistema durante miles de años.

¿Qué implica esta pérdida de pastizal en cuanto a los servicios ecosistémicos?

El trabajo analiza qué pasa con los servicios ecosistémicos. Como dicen los autores en el artículo, la definición general que usan de estos servicios sostiene que son “aquellos aspectos del ecosistema que activa o pasivamente, directa o indirectamente, contribuyen al bienestar humano”. Suena tan bonito y sencillo como difícil y complejo de medir. Para eso recurrieron a ciencia generada aquí usando este índice de oferta de servicios ecosistémicos que vienen construyendo desde 2016.

Sin embargo, para ver los cambios ecosistémicos en el trabajo se excluyeron las celdas con forestación. Una decisión extraño si se tiene en cuenta que la forestación es uno de los depredadores del pastizal, ¿no? Todo tiene una explicación.

“Este índice se construyó en agroecosistemas que están dominados por agricultura y por pastizales. Por lo tanto, no puede ser aplicado a sistemas forestales porque no fue calibrado ni elaborado considerando ese uso del suelo”, explica Federico.

El trabajo reporta que “en el 2000 el índice mostró una alta oferta de servicios ecosistémicos en grandes porciones del territorio uruguayo, con descensos hacia las regiones occidental y oriental”. Para 2019 había cambios: “El índice mostró una disminución generalizada, especialmente en las regiones centro y noreste, mientras que las regiones occidental y oriental mantuvieron los valores más bajos”. ¿Y la proyección a 2027? Peor aún: el índice “muestra una disminución aún más marcada” y “sólo algunas cuadrículas de la región norte mantuvieron valores altos”.

Hubo zonas donde el índice cayó 20% y otras donde aumentó 60%, pero el promedio general fue negativo: a escala país hubo una pérdida de 5% de los servicios ecosistémicos que los suelos agrícolas y el pastizal proveen. ¿Eso es mucho o poco?

“Con José Paruelo siempre recordamos una reunión que tuvimos en la Mesa de Ganadería sobre Campo Natural, en la que estábamos mirando el índice de oferta de servicios ecosistémicos. Un técnico de una institución que integra la mesa nos preguntó si una pérdida del índice de 2% era lo mismo que tirarse de un primer piso, de un tercero o de un décimo, porque a él el índice en sí no le decía mucho”, rememora Federico.

“Cuando escribimos el artículo vimos con José la necesidad de poner un número para ayudar a dar una idea de lo que ese cambio de 5% representa”, prosigue. “Así que comparamos esa pérdida con las emisiones de dióxido de carbono que emite la industria uruguaya. Ese 5% de pérdida de servicios ecosistémicos representa el 12,4% de las emisiones de gases de efecto invernadero por parte del sector energético de Uruguay”, comenta.

Mapa de cambios de servicios ecosistémicos (2000-2027).

Mapa de cambios de servicios ecosistémicos (2000-2027).

Lo que dice es relevante. Nuestro país se ha comprometido a mitigar gases de efecto invernadero. Pero si miramos hacia adelante, solamente por la conversión de pastizales a cultivos, vamos a tener que mitigar más gases, porque ese cambio de uso del suelo aumenta los gases que emitimos. Al convertir el pastizal en cultivos (y también en forestación, pero eso no se trata en este trabajo), capturamos menos carbono de la atmósfera.

“Eso lo hemos medido y se ha medido en muchas partes del mundo también. Los resultados indican que los pastizales son una de las mejores formas de secuestrar carbono y, aclaro, no de fijar sino de secuestrar, porque almacenan el carbono en las raíces. Entonces, si uno no transforma ese ecosistema, el carbono está guardado bajo llave, va quedando capturado bajo el suelo”, comenta.

De todas maneras, no hay que irse al futuro. “La pérdida no solamente está dada en la proyección, sino que también la vimos en lo observado, es decir, de 2000 a 2010 y de 2010 a 2019 se perdieron servicios ecosistémicos vinculados al agua, al carbono y a la biodiversidad, que son los que mide este índice”, nos recuerda Federico. “Y las pérdidas son mayores, porque el índice no toma en cuenta muchos otros servicios ecosistémicos que también son muy importantes”, agrega.

La erosión no se da sólo en el suelo o en el ambiente

En el trabajo aparece un término que resulta maravilloso: “erosión cultural”. Así lo dice: “más allá de los impactos ambientales, la transformación de los pastizales podría desplazar los sistemas tradicionales de pastoreo, fundamentales para los medios de vida locales y las identidades culturales, lo que provocaría dificultades económicas y erosión cultural”.

“El concepto de ‘erosión cultural’ existe en la literatura científica desde hace tiempo. Por deformación de nuestra formación, cuando hablo en clase de las consecuencias del cambio de uso del suelo, lo hago a nivel biológico, mirando la biodiversidad, las aves y demás. Pero tan relevante como eso es lo que pasa a nivel social”, sostiene Federico, que luego pone un ejemplo maravilloso.

“Una vez estábamos en Isla Patrulla, un pueblito cerca de la Quebrada de los Cuervos, haciendo entrevistas. Una persona nos contó que la forestación había rodeado el pueblo y que habían perdido las vistas que antes tenían del paisaje. Y entonces nos dijo algo que nos hizo caer la ficha de esa erosión cultural”, arranca.

¿Qué le dijo? Tiren, que seguro no le pegan. La realidad, muchas veces, es más sorprendente que la ficción. “Nos dijo que en el pueblito lo que había aumentado mucho había sido el número de divorcios”, sigue Federico. ¿Qué? ¿Cómo? “Yo tampoco podía hacer el vínculo entre eso y la forestación. Pero claro, la señora nos empezó a decir que con la forestación vinieron tractoristas, vinieron camioneros, se instalaron nuevos almacenes. Asociado al desarrollo forestal, llegaron nuevas personas. Y según ella, eso generó que en Isla Patrulla, donde viven unas 300 personas, hubiera un aumento de los divorcios”, cuenta. “Habría que ver si es tan así, pero su relato pone en evidencia que ese cambio de uso del suelo tenía consecuencias también en la estructura social de un pequeño pueblo en Treinta y Tres. Y esas consecuencias muchas veces ni siquiera son evaluadas, ni cuantificadas, ni tenemos ni idea”, reconoce.

Dime tú qué futuro tendrá

El trabajo describe lo que viene pasando y proyecta lo que va a pasar si no cambiamos nada. Así que dicen que es “necesario regular el avance de los cultivos y la forestación” y enfatizan que “entre las posibles medidas para frenar la conversión de pastizales, una de las más relevantes es la adopción de un marco jurídico específico destinado a regular el cambio de uso del suelo y proteger áreas de alto valor de conservación”.

Tenemos información. Sabemos qué pasó entre 2000 y 2019 en miles de celdas de 5x5 kilómetros que cubren todo el país. Sabemos cuánto pastizal se perdió en ellas y cuántos servicios ecosistémicos. Con esta investigación, tenemos una aproximación a lo que va a pasar de acá a 2037, y sabemos en dónde esos cambios serán más drásticos. El trabajo da pistas para el manejo, la conservación y la protección. O al menos para un ordenamiento planificado y basado en evidencia del territorio.

“Sí, me parece que la base es planificar. Uno lo hace cotidianamente, planifica el día, el mes, el año. A nivel urbano uno no puede construir tantos pisos en tal barrio porque no lo permite la normativa, etcétera, pero a nivel rural no existe una ley o normativa similar. La agricultura tiene camino libre para la transformación del suelo, no hay ninguna ley ni decreto que restrinja o delimite eso, entonces no hay un ordenamiento territorial rural”, comenta Federico.

“Me parece que esto puede ser un insumo en ese sentido. Mirar cómo va a cambiar el territorio y ver las zonas que están cambiando, a nivel de cada uno de los departamentos puede ayudar a que vean si están dispuestos a perder eso y frente a qué consecuencias estarán”, agrega. “Es clave que haya alguna normativa que estratégicamente piense el territorio considerando la producción pero también la conservación de algunos de sus sistemas”, redondea.

Mientras Federico habla es importante insistir con un punto clave que también se remarca en el trabajo. Por ahora no tenemos formas efectivas de restaurar un pastizal natural degradado tras años de forestación o agricultura. Se están desarrollando investigaciones para ver formas de lograrlo y tal vez en el futuro nuestra ciencia pueda mostrar orgullosa formas efectivas de hacerlo. Pero aún no estamos allí.

“La restauración de los sistemas de pastizal luego de la forestación es muy difícil”, señala. Lo sabe porque es una investigación que él mismo realizó en la zona de la Quebrada de los Cuervos junto con colegas. “En la agricultura hay algunos estudios muy incipientes, en particular en la zona del arroz, y están viendo que recién como 15 años después de que se dejó la agricultura habría un pastizal que se asemeja al que había antes del cultivo de arroz”, agrega.

“Como no es fácil el proceso de restauración de los pastizales, nosotros decimos que es tiempo de abrir los ojos y tratar de conservar las zonas de pastizal que tenemos hoy”, señala con total elocuencia. “Somos un país que tiene más del 50% de la superficie con pastizal. Capitalicemos eso de alguna manera. Por ejemplo, tengamos un sello distintivo que contemple todos los indicadores ambientales que trabajamos con José y el grupo de investigación. Esos indicadores tienen el objetivo de medir la trazabilidad, en términos ambientales, de nuestra producción, de manera de poder tener un valor agregado. Esa cuestión económica podría ayudarnos también a conservar nuestra biodiversidad”, desliza.

El pastizal aún tiene mayoría absoluta en nuestro territorio. Seguir transformándolo en cultivos o forestación tiene un costo enorme en pérdida de biodiversidad, en pérdida de servicios ecosistémicos, en emisión de gases de efecto invernadero, en erosión cultural, en la oportunidad de posicionar nuestra producción de commodities bajo un verdadero sello de Uruguay Natural, asegurando una trazabilidad que no sea un tiro en el pie al discurso del desarrollo sostenible.

En 1990 el pastizal era el 80% del país. Hoy está un poco por encima del 50%. Y si no cambiamos nada, para 2027 será de sólo 46%. En inglés la expresión para decir que uno sigue haciendo las cosas sin cambiar nada, aun cuando la situación lo ameritaría, calza como anillo al dedo con lo que está pasando aquí con el pastizal: business as usual, o traducido literalmente, seguir haciendo “negocios como siempre”. Los negocios como siempre están impulsando la despastizalización de Uruguay. Este valioso trabajo es una máquina del tiempo que nos dice lo que nos va a pasar si no tenemos el coraje y la voluntad de hacer algo al respecto.

Artículo: Projected Land-Cover Changes and Their Consequences on the Supply of Ecosystem Services in Uruguay
Publicación: Austral Ecology (agosto de 2025)
Autores: Federico Gallego y José Paruelo.

Pastizal del norte del país.

Pastizal del norte del país.

Foto: Mauricio Bonifacino

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