Podría decirse que llegar a Roger Geymonat no es tarea difícil, en especial cuando tocamos alguna de las fibras que componen esa vasta red de colegas y amistades que han caminado y trabajado junto a él. De hecho, cuando su libro más reciente vio la luz, bastaron dos conversaciones sobre el tema para que alguien me dijera: “Tenés que hablar con él… Yo te digo dónde es. ¿Querés llamarlo?”
Tras décadas de residencia en Montevideo desempeñándose como docente de Historia e investigador, Roger Geymonat vive hoy en el departamento de Colonia. Es relativamente nuevo en la localidad, pero hasta ahí también llegó su red. Como en muchas ciudades pequeñas, los parroquianos no indican la dirección con calle y número, sino por referencias. Y los números de teléfono van acompañados de una indicación: ‘decile a Roger que yo te lo pasé’.
Bastaron pocas palabras para empezar a hablar de su libro Iglesia, Estado y sociedad (Ediciones Banda Oriental). Podríamos decir que allí encontramos un ‘nuevo viejo tema’, porque retoma una línea de investigación en la que se había embarcado mucho tiempo atrás, y que generó otras publicaciones como La secularización uruguaya, El Uruguay laico o Las religiones en el Uruguay. Pero en el contexto actual, el vínculo entre la política y lo religioso vuelve a ser un tema vigente; sin dudas controversial pero aún poco desarrollado para el caso uruguayo. En estas conversaciones, Roger comparte su mirada sobre un tema tan pretérito como presente.
Sabemos que este libro no surgió de la noche a la mañana; de hecho, desde hace muchos años venís estudiando temas como el proceso de secularización en Uruguay, las identidades religiosas, la forma en que el Estado se posiciona frente a las iglesias. ¿Podrías contarnos cómo maduró este libro?
Este libro es fruto de décadas de investigación sobre lo religioso en general y en particular en nuestro país. Las preguntas centrales que me formulo son: ¿por qué creen y en qué creen los que creen? Las respuestas son muy diversas y a esta altura debo coincidir con Lutero cuando decía que la Fe es fruto de la Gracia de Dios... Pienso que algunos la poseen y otros no. Pero en base a esas cuestiones es que le dedicamos un parte del libro al concepto de Religión. Allí me pareció importante mostrar un abanico de posiciones.
Ya en la introducción se problematiza el proceso de secularización en Uruguay, planteando la necesidad de revisar sobre todo esta idea establecida de una supuesta “irreligiosidad” de la sociedad uruguaya. En algún momento señalás que para revertir esta idea, hay que ir más allá del análisis de las manifestaciones institucionales. ¿Por qué sería una ‘trampa’ quedarse con un análisis de lo religioso centrado solo en la iglesia-institución?
No sé si diría que es una “trampa” el quedarse solo con el análisis de lo religioso institucional. Más bien creo que el estudio de la religiosidad popular ilumina -y mucho- el fenómeno en general. Con Alejandro Sánchez escribimos en 1997 una obra titulada ‘La búsqueda de lo maravilloso’ (Ed. Cal y Canto), que busca ilustrar sobre la devoción de San Cono y otras de origen italiano. Explicar la evolución de lo religioso solo a través de lo institucional es, al menos en el mundo católico, dejar afuera manifestaciones que congregan multitudes.
En el libro planteás que, en el ámbito cristiano, los años sesenta fueron un tiempo de renovación. Para el catolicismo son los tiempos removedores del Concilio Vaticano II, de la Conferencia de Medellín y de la Teología de la Liberación. En el protestantismo, sabemos que las Conferencias Evangélicas Latinoamericanas (CELA) y el surgimiento del Movimiento Iglesia y Sociedad en América Latina (ISAL) fueron un mojón fundamental, con gran influencia en Uruguay ¿Qué tan relevante fue ISAL en cuanto al diálogo e incidencia sobre la sociedad civil uruguaya?
Bueno, para entender la creación de ISAL en 1961 es necesario rastrear en la renovación protestante que existía ya desde la década de los 30, y que trascendía los planteos del Evangelio Social y del fundamentalismo pietista. De la mano de teólogos como Dietrich Bonhoeffer, Karl Barth, Emil Brunner, Paul Tillich o Niebuhr se procuraba una creciente inserción de las iglesias EN el mundo. Todas esas nuevas corrientes se introdujeron en el Río de la Plata a través de la nueva Facultad de Teología de Buenos Aires (1949), un mojón trascendente en la vida de las comunidades protestantes de la zona. Con el apoyo del Consejo Mundial de Iglesias y de las comunidades latinoamericanas, en 1961 nace ISAL, dedicada a “la promoción del despertar de la conciencia de responsabilidad social entre los miembros de las iglesias evangélicas”. Aquí estoy citando puntualmente a Julio de Santa Ana, un teólogo uruguayo que fue un actor clave en el funcionamiento de ISAL. Respecto específicamente a lo que me preguntas, sin duda que ISAL jugó un papel importante en la renovación uruguaya, al menos en la dirigencia eclesiástica.
En el caso de la Iglesia Valdense en los años sesenta, en el libro se hace referencia a un sector muy pujante que tenía una línea teológica renovadora y de compromiso social, afín a ISAL. Pero también se menciona la existencia de otros sectores más conservadores, fuertes también en cuanto a dirigentes y dentro de las comunidades. ¿Esta distinción era tan marcada, o había en esta iglesia otros matices o actores no alineados?
Hemos estudiado las reacciones contrapuestas dentro de la Iglesia Valdense con más detalle en “El templo y la escuela: Los valdenses en el Río de la Plata” (Ed. Planeta). Pienso que los nuevos pastores, o la mayoría de ellos, formados en la Facultad de Teología de Buenos Aires en el marco de la renovación protestante a la que hacía referencia, fueron testigos de las difíciles situaciones nacionales de aquel momento, y se hicieron portadores de un discurso que buscaba un mayor compromiso socio-político de la Iglesia. Tal actitud generó rechazos dentro de las comunidades. Esta reacción puede constatarse a través de la sección ‘Carta de los lectores’ de “Mensajero Valdense”.
Precisamente, en el libro señalás que las viejas colonias valdenses en los sesenta se habían vuelto baluarte de una clase media rural, bastante reacia a las grandes transformaciones y a la movilización. ¿Por qué? ¿Existían otras realidades en la Iglesia Valdense, en otras localidades?
Es que las viejas colonias valdenses constituían una clase media rural, acomodada económicamente, y por lo tanto renuente a cambios bruscos. Un teólogo europeo que vivió en las colonias del sur de la provincia de Buenos Aires y en La Pampa sostenía que “al valdense le gusta el orden, la calma (...) Esta tendencia es propia de la clase chacarera” (Christian Lalive D'Epinay). Ahora bien, el sector conservador se fue afianzando con los años, pero es posible afirmar que muchos sectores se mostraron indiferentes. Esto estaba marcando que la “naturalización” progresiva de la “iglesia de inmigración” era un proceso muy avanzado y que la identificación valdense-pueblo con valdense-iglesia se fue vaciando de contenidos.
Sobre el impacto de la dictadura en nuestro país, ¿en qué medida las iglesias han contribuido (o no) a la elaboración del pasado reciente y de las ‘cuentas pendientes’?
Bueno, sobre este tema no tengo elementos de juicio contundentes, apenas algunos apuntes. En el libro explico cómo en los años ochenta las iglesias vuelven a tomar visibilidad en el espacio público, y la transición democrática es un momento clave. La creación del Servicio de Paz y Justicia (SERPAJ), por ejemplo, tiene un significado importante, como grupo de inspiración cristiana en el que participaron sacerdotes católicos, pastores metodistas y laicos de distinta procedencia. Esa no era una organización ligada institucionalmente con la iglesia, pero en ella estuvieron varios miembros del clero más ‘renovador’. Pero en cuanto a cómo las iglesias ayudaron a ‘elaborar el pasado reciente’, no investigué puntualmente sobre ese tema.
Al final del libro nos dejás una invitación, modesta pero fundamentada, a organizar un instituto multidisciplinario que estudie seriamente el fenómeno religioso uruguayo y su relación con la realidad política y social. ¿Qué podría aportarle a nuestro tiempo una iniciativa como esa?
Sí. Mi intención es convocar a la creación de un instituto multidisciplinario y necesariamente ecuménico donde sacerdotes, pastores, maes, paes, teólogos, sociólogos, filósofos, antropólogos, historiadores puedan presentar sus distintos trabajos sobre la realidad religiosa actual y sus respectivas trayectorias históricas. Sé que es medio quimérica mi intención, pero creo que aportaría mucho.
Al igual que el libro, la conversación deja una puerta abierta. Por su pluma, pero también por la forma de conversar, Roger Geymonat hace lugar para los silencios y para las preguntas. Su habla no tiene irreversibles puntos finales, y la manera de posicionarse frente al tema permite el diálogo y la curiosidad.
A diferencia de los libros que ‘cierran’ y concluyen, en Iglesia, Estado y sociedad los últimos párrafos son como una carta que pasa debajo de la puerta. Una carta que invita a seguir indagando. Es que, si efectivamente vivimos en un tiempo de “re-encantamiento” del mundo, si es verdad que hoy lo religioso se ha vuelto mucho más polifacético y sincrético, si abandonamos la tesis de la ‘irreligiosidad’ uruguaya, si empezamos a ver cómo se entrelazan las hebras de la agenda política con los discursos y las prácticas religiosas, entonces no podemos mirar por la mirilla un fenómeno que patea la puerta.
La invitación a seguir conversando entró a casa y quedó sobre la mesa. Una mirada que analice la relación entre lo religioso, la política y la sociedad, una mirada que complementaría otros enfoques y abordajes de nuestra historia y de nuestro presente.