El ritual es lo que falta. Se hace casi sin pensar. Acercarse a la ventanilla enrejada de la tribuna visitante del Parque Viera. Interrogarnos en cuál de las dos salas del teatro Circular será la obra para la que compramos entradas por teléfono. Escuchar media frase de las funcionarias del Auditorio del SODRE que nos preguntan si tenemos localidades pares o impares. Cuando ocurre en un lugar conocido el ritual es aparcado por la costumbre y se deja ahí en un rincón del espacio de lo consciente, donde no molesta pero está. En cambio cuando ocurre en un lugar al que se va por primera vez, el ritual es parte de la experiencia del espectáculo.
En la arena de deportes de invierno de Winterberg se desarrolla una de las etapas del Mundial de skeleton. Ese deporte para dementes que se lanzan como bólidos en una chata con la cabeza hacia adelante; el objetivo es recorrer un tubo resbaloso lleno de curvas en el menor tiempo posible. Lo ignoro todo. Supongo, entonces, que barrer la pista-tubo y después pasar un trineo-aspiradora es parte de la preparación para que haya menos rozamiento. Supongo, además, que ese grito que dan los competidores cuando saltan y se trepan a la carrera sobre la chata es una manera atávica de darse ánimos y no pensar en el sinsentido que están haciendo.
El público va caminando a los costados de ese gusano tubular para ir viendo la competencia desde distintos ángulos. En el camino comen salchichas con chocolate caliente en los puestos de alimentos, y se mezclan con las delegaciones que presumen de no tener frío con las camperas abiertas que en su espalda dicen Italia, Serbia o Rusia. Gana un suizo.
Por eso ahora, que ya no hay nieve, me consuelo de la nostalgia de la nieve en que casi no estuve mirando un documental de deportes sobre nieve. No cualquiera. Uno de Werner Herzog. Y una película de Herzog, sea ficción o no ficción, es, antes que nada, una película de Herzog. Por eso no me extraña que comience con un joven esmirriado haciendo una escultura de madera, o que termine con ese mismo joven hablando de cuando era niño y tenía un cuervo de mascota. En el medio, la belleza de un deporte absurdo. En el medio, la intensidad de una película de Herzog sobre personajes forzando límites. Como Fitzcarraldo, que buscaba pasar un barco por encima de una montaña. Como Aguirre, que intentaba alcanzar El Dorado. Como el “hombre grizzly”, que quería ser aceptado en la comunidad de los osos salvajes de Alaska.
La película sobre el saltador de esquí se llama El éxtasis del escultor de madera Steiner (1974). Puede verse en Qubit, donde también está Aguirre, la ira de Dios (1972). Para Fitzcarraldo (1982) y Grizzly Man (2005) será necesario hacer otros pases de magia. Si no se quiere recurrir a las plataformas pagas ni arriesgarse en atajos, Youtube tiene disponibles la temprana y demencial También los enanos empezaron pequeños (1970) y la más medida La cueva de los sueños olvidados (2010). En todas ellas está Herzog, como siempre, lanzado con la cabeza hacia adelante. A veces cayendo de pie, otras rodando por la nieve.