La agresividad jerárquica, competitiva o por dominancia es aquella que está directamente ligada al relacionamiento entre propietarios y mascotas que conviven bajo un mismo techo. Antes de adentrarnos en el asunto más frecuente en la etología clínica veterinaria –que estudia, trata y previene los problemas de comportamiento de los animales de compañía–, veamos en qué consiste la agresividad. Como definición, tomamos la clasificación de 1968 de KE Moyer, que dice que es una “conducta amenazante o peligrosa que lleva, o le parece a un observador que lleva, hacia el daño o destrucción de algún objeto o entidad que le sirve de blanco”. Va a ir desde sutiles expresiones faciales y actitudes corporales hasta ataques explosivos. Las estadísticas indican que en Argentina hay cerca de 80.000 denuncias de ataques por año. En Estados Unidos dos millones de personas son mordidas y entre diez y 16 mueren por esta causa anualmente.
Es una conducta que se presenta típicamente en machos adultos jóvenes, aunque puede verse antes o después de esa edad. Si hacemos una especie de ranking relacionando la incidencia de presentación y el sexo de la mascota, el orden de mayor a menor probabilidad será: machos enteros, machos castrados, hembras castradas y hembras enteras.
Sí, en el caso de las hembras, en cierta medida los estrógenos son inhibidores de la conducta, y al castrarlas pierden tal capacidad y se exacerban estos rasgos. Esto no quiere decir que si castra a su perra se convertirá en un animal agresivo; computa sólo para aquellas que ya son agresivas y que pensamos que castrándolas disminuiremos esa clase de actitud.
Señales de alarma
Aquí van de forma resumida algunos síntomas que pueden ayudar a evidenciar el problema antes de que la cosa se ponga peor y terminemos conviviendo con el enemigo, que se presenta en la mayoría de los casos en machos de entre uno y tres años de edad.
• Utiliza posturas dominantes frente a ciertos desafíos: orejas hacia adelante, cola levantada, mirada fija, miembros extendidos, pelos erizados en todo el lomo, muestra los dientes, gruñe o ladra, intenta morder cuando se trata de retirarle el alimento, algún objeto de su interés o de sacarlo del lugar de descanso.
• Desafía al dueño con un objeto (por ejemplo, un juguete) al mostrárselo y amenaza gruñendo cuando se lo quiere retirar.
• Si durante la amenaza la persona retrocede, la conducta se refuerza y el animal tiende cada vez más a comportarse de manera similar en las situaciones siguientes.
• Pueden reaccionar agresivamente cuando:
»» Se los mira fija y prolongadamente.
»» Se les ordena algo que no quieren hacer.
»» Nos agachamos hacia ellos.
»» Queremos obligarlos a echarse.
»» Intentamos colocar o quitar su collar, peinarlos, acariciarlos o besarlos.
»» Nos levantamos bruscamente de un lugar.
Además, también pueden bloquear los movimientos de uno o varios miembros de la familia dentro de la casa colocándose delante de ellos o echarse en espacios estratégicos para acceder a lugares centrales de la casa (living, cuarto, cocina). No obstante, pueden ser amables con extraños o incluso con el veterinario, ya que estos no están compitiendo en la jerarquía dentro de la casa.
Si antes de cumplir un año de vida su perro comienza a manifestar algún que otro síntoma o si lo hace entrados los dos o tres años, seguramente actuar en consecuencia sea el paso a seguir.
La consulta veterinaria es una prioridad ya que, de prolongarse en el tiempo, la posibilidad de mejorar ese comportamiento será menor y la convivencia, por ende, será casi imposible de mantener.