Sentarse a la mesa, sentirse meticulosamente observado y divisar al perro –o en menor medida, al gato– merodear cual tiburón a una presa es un episodio frecuente cuando una, dos o diez personas se disponen a comer. Ni que hablar cuando manifiesta necesidad de probar ese alimento por medio de llantos, ladridos o subidas a la falda. En comportamiento animal esa situación se conoce como ruego. Tiene algunas diferencias con problemas cuyas causas son inherentes a cada especie. Para empezar, en este caso la conducta es aprendida.

Afinando un poco, el ruego tiene que ver con las actitudes que utilizan los animales para pedir algo de forma constante. Si bien lo hacen también para obtener mimos, paseos o juegos, vayamos al que se relaciona con el alimento. Es normal que un perro o gato se muestre interesado por la comida, pero el uso de una serie de artilugios aparece sólo si en algún momento el animal obtuvo una recompensa a cambio de manifestar determinada conducta.

Cómo se origina

Antes de concluir que el ruego se debe simplemente a un mal hábito hay que descartar condiciones fisiológicas (gestación, por ejemplo) y afecciones médicas que desequilibren la ingesta habitual y, por ende, modifiquen su comportamiento. Recurrir al veterinario para descartar, por ejemplo, diabetes o déficit de enzimas digestivas es pertinente, así como asesorarse sobre la cantidad de alimento que se le debe ofrecer de acuerdo a su peso, edad y actividad física.

Si no hay justificación médica, se puede llegar a la conclusión de que el problema está asociado a un mal hábito. El primer factor que interviene es la comida en sí: su olor y aspecto les resulta estimulante. Pero como ya mencionamos al pasar, más allá de lo apetecible, se trata de una conducta aprendida. En general, llegan a ella mediante alguien de la familia (intencionalmente) o cuando cae de la mesa (accidentalmente). Está claro que si voluntariamente les ofrecemos comida lista, el curso de aprendizaje es fácil y rápido. Muchas veces no somos tan benevolentes en la mesa pero sí en la cocina. Durante el proceso de elaboración de la comida perros y gatos son espectadores de lujo, están ahí “por las dudas”, y tras un momento de debilidad accedemos a darles algo hasta ese momento desconocido para ellos. El asunto es que una vez que les fue ofrecido, generalizarán rápidamente la conducta de ruego, ya que no distinguen, ni les interesa hacerlo, si el lugar para probar cosas nuevas es la cocina, la mesa o el living.

La irregularidad con que lo obtengan también pesa. Si cuando comemos ellos nos piden uno o dos días sin resultados, pero al tercero consiguen su bocado, empezarán a asociar que deben manifestar la conducta molesta varios días para lograr lo que quieren. Así el comportamiento será incorporado por el animal. Lo mismo sucede cuando sale exitoso gracias a la intensidad con que manifiesta su deseo de comer. Cuando la conducta es sutil no suele recibir nada a cambio, pero si la intensifica o la modifica (con ladridos, llorando o subiéndose encima), con el tiempo desaparece cualquier delicadeza y sólo apela a los recursos más efectivos y molestos.

Hay actores que facilitan que se instaure esa conducta, ya que niños, abuelos o visitas acceden más rápidamente a los pedidos del perro o gato, y por más que algunos sean impasibles a sus demandas, el problema aparece igual.

Otro factor es el lugar donde se elige comer. Aquellos que comen en el sofá, en la cama o en lugares donde el animal puede por lo menos ver y oler con mayor intensidad el alimento tienen más posibilidades de promover el desarrollo de esta conducta.

Cuando el alimento se obtiene de manera involuntaria, quizá el ruego no aparezca tan rápido ni sea tan intenso al principio. Sin embargo, se mantendrán próximos al lugar donde se come y estarán atentos a la más mínima porción que caiga al piso. Esta situación puede ser la piedra fundamental del ruego ya que, si bien al comienzo el animal no tuvo que hacer ninguna performance para conseguir alimento, se mantendrá al acecho. En caso de que durante los días siguientes no caiga nada, nos lo harán saber de alguna manera.

Solución

Si la conducta todavía no se ha manifestado, enseñarle a la mascota a permanecer en otro lugar mientras comemos puede ayudar a evitar su aparición. Para que se quede en un sitio alejado de la mesa sirve darle un producto comestible de uso veterinario, por ejemplo, para que lo distraiga y no moleste.

En aquellas en las que el problema ya está instalado la solución debe ser radical. Para eso se acude a un método conocido como extinción, que consiste en ignorar absolutamente toda manifestación de ruego el tiempo necesario para que la mascota entienda que dejó de ser efectivo. El tiempo dependerá de cada animal: en algunos desaparece a los siete días y en otros a los 20, 30 o más. Vale aclarar que al comienzo del tratamiento el problema no sólo se mantiene, sino que además se agrava. Se debe a que el animal, al ver que el ruego no da resultado, aumenta la intensidad y frecuencia de la conducta, producto de su aparente ineficacia, pero si nos mantenemos firmes verá que nada funciona y, por ende, se extinguirá.

Si en el proceso observamos que el animal siempre se sienta o permanece próximo a un integrante de la familia y el pedido ya no es generalizado, estamos en presencia de un cómplice. De lo contrario, si todos actuamos de la misma manera, el perro o gato no tiene por qué sentarse cerca de nadie.