Cuenta la leyenda que los gatos de angora descienden del gato salvaje de Asia Central y no del gato salvaje africano, como el resto. Según parece, los muchachos de la banda de Genghis Khan fueron los que se ocuparon de domesticar al felino y luego, en el momento de la expansión mongol, lo arrastraron a lo que hoy es Turquía.

La leyenda se equivoca al negarle parentesco africano, sobre todo si seguimos las investigaciones moleculares que no relacionan la raza con los gatos salvajes asiáticos. Sin embargo, algo de realidad tiene con respecto al gran Genghis. Ese vínculo indica que son una de las razas felinas más antiguas del mundo y además su origen, como veremos, es diferente a los demás.

Los rastreos genéticos han comprobado que los angoras turcos son el resultado de una mutación natural entre los gatos salvajes, es decir que no surgieron de la cría selectiva propiciada por los seres humanos buscando determinadas características. Esta transformación se debería a cambios en la conformación de los antiguos gatos instalados en Rusia que, a causa de los fríos invernales de la zona, no les quedó otra que desarrollar un pelaje largo y voluminoso.

Además, dentro de sus cucardas, puede sentirse de alguna manera madre y padre de todas las razas de gatos que hoy existen en la vuelta. De hecho, una de las razas más populares, como el persa, no existiría si no se hubiera contado con la genética predecesora del angora.

Su historia puede rastrearse hasta la región turca del lago de Van, cuya capital se denominaba Angora y hoy en día es Ankara. Llegaron allí entre los siglos IX y XI gracias a las caravanas comerciales que cruzaban por Turquía e Irán. También alcanzaron los países nórdicos como parte de las incursiones vikingas, siendo de esa forma pioneros frente a muchas razas escandinavas de pelo largo.

Ya en el siglo XV los mininos habían copado la parada entre los sultanes otomanos y, debido a su belleza y a la idea de que eran puros, eran regalados como ofrenda a las cortes inglesa y gala, iniciándose así su expansión por Europa.

Era la primera vez que el viejo mundo conocía a un gato de pelo largo y, por si fuera poco, sedoso. Así, se inició una “angoramanía” entre los nobles y la aristocracia reinantes, hasta quedar registrado en libros de naturalistas. Richelieu tenía catorce de estos gatos y los reyes Luis XIII y Luis XVI también tenían ejemplares; los angora eran considerados artículos de lujo.

En 1756, el escritor francés Georges-Louis Leclerc de Buffon mencionaba y graficaba la raza, logrando así que los angoras fueran un símbolo de poder para cierta clase social hasta entrado el siglo XVIII. En 1834 William Jardine escribió: “Los gatos de angora acostumbran a ser gatos de salón. Son más mansos y afables que los gatos habituales”. Más adelante, en 1868, Charles Ross sumó halagos: “Los gatos de angora son una raza fantástica con pelaje plateado de textura sedosa [...] Todos ellos son criaturas maravillosas de carácter amable”.

Pero la moda pasa y eso mismo le sucedió al angora. La raza persa llegó a Europa e incluso a Turquía y allí el número de angoras se redujo tanto que su extinción parecía irremediable. Aunque parezca curioso, lo que salvó a la raza fueron los nefastos zoológicos que, al igual que con cualquier otro bicho, les da casa y comida y más o menos los mantienen ahí, vivos.

No fue hasta la década del 50 que los turcos se pusieron las pilas y empezaron con la cría del angora moderno. Por esa fecha llegó a Estados Unidos y recién en 1973 una de las razas más antiguas del mundo fue considerada una raza en sí misma.

Gato de angora | Estos elegantes felinos pesan entre 3 y 5 kilos, miden aproximadamente de 15 a 20 centímetros de altura y viven, en promedio, unos 12 a 16 años. Al ser una raza de pigmentación blanca, tienen predisposición a padecer sordera al nacer. Relacionadas al color de piel, también se deben tomar medidas a la hora de exponerlos al sol, ya que la falta de pigmentación los hace más vulnerables a desarrollar tumores, más que nada en nariz y orejas.