El 19 de abril es la fecha que habitualmente se toma para recordar al creador de la biodanza, Rolando Mario Toro Araneda (1924-2010), quien concibió la disciplina mientras trabajaba con pacientes de un hospital psiquiátrico en Santiago de Chile. Pero, feriados mediante, la Semana de la Biodanza en Uruguay se extenderá hasta el 28 de abril, centrándose en la actividad prevista para el jueves en el hotel Esplendor. Desde 2010 se viene realizando este tipo de encuentros, que convocan a más de 200 personas, mientras cada facilitador va organizando distintas sesiones abiertas que se agregan al cronograma.

Con una metodología grupal, que se vale de la música, la danza, el canto y el juego como herramienta pedagógica para generar procesos sanadores, la biodanza llegó a Uruguay en 1986 de la mano de la facilitadora brasileña María Paula Brum. La primera escuela de formación abrió aquí en 1993, cuenta Iliana Álvarez, que pertenece a la primera generación de egresados, y actualmente hay cinco centros. Álvarez reconoce que al principio no se reconocía como “muy bailarina” pero que la noción que se maneja es muy amplia: “Es un movimiento integrado y pleno de sentido el que buscamos. El concepto de vivencia es lo que sucede con intensidad en el presente, sin mucha intervención de lo racional. En esa vivencia es que ocurren los procesos de cambio”.

La Asociación Biocéntrica de Biodanza del Uruguay nuclea alrededor de 130 personas, no necesariamente profesionales de la biodanza, llamados usualmente facilitadores –un término que proviene de la psicología social pero que se ajusta a las características del trabajo, ya que se utiliza una técnica en un vínculo horizontal con los participantes– y también practicantes regulares. Vale decir que el mes pasado en Florencia, Italia, se inauguró la Avenida de la Humanidad, un memorial en el que Rolando Toro fue homenajeado, junto con personalidades como Nelson Mandela, Martin Luther King, Gandhi y Teresa de Calcuta.

Es posible que el nombre despiste un poco a quien no experimentó el método, asociándolo al aprendizaje de un baile o a una actividad recreativa. En ese sentido, Álvarez cuenta que “para el creador de la biodanza fue una satisfacción encontrarlo. Al inicio se llamó psicodanza, porque se inició en la cátedra de Psicología Médica en la Universidad de Santiago de Chile, que asumía una búsqueda de humanización de la medicina. En ese marco, integrando técnicas y procedimientos que venían de lo artístico, comienza a percibir que era una concepción mayor, que se nutre mucho de distintas áreas de la ciencia, y que tenía una repercusión global en el ser humano. Llamarle psicodanza era parcial. Entonces, biodanza le pareció la metáfora más ajustada para referirse a un aporte en el reaprendizaje de funciones de integración a nivel biológico, psicológico, en el mundo de la relación con los otros”.

Su indicación es amplia aunque hay grupos específicos para niños o adolescentes, y algunos centros de rehabilitación de adicciones también lo aplican. Pero los grupos más comunes son heterogéneos en cuanto a edades y características de los integrantes. Se trata de un complemento de cualquier otra intervención en salud y se aconseja practicarlo a largo plazo, si bien de inmediato se observan efectos: “En un año uno ve que las personas se reafirman, va generando una motivación por el vivir que es natural pero que por los ritmos actuales están un poco apagada o exacerbada en una hiperactividad. Hay una suerte de escisión, y necesitamos volver a recuperar la integralidad que somos. Ese sería el objetivo de la biodanza como sinónimo de salud”.

Ronda en memoria del creador de la biodanza, profesor Rolando Toro Araneda. Jueves 25 de abril, 19.00, en el hotel Esplendor Cervantes (Soriano 868). Entrada: 150 pesos. No es necesario contar con conocimientos previos. Cronograma completo: www.abbu.uy/organizados-por-abbu/semana-de-biodanza-2019