“Me interesa tu basura” puede ser todo un halago si proviene de Alejandro Sarmiento. Como diseñador industrial mundialmente reconocido, este argentino entiende que hay materiales que son subestimados aunque presentan posibilidades intrínsecas. En esa línea vino por primera vez a Montevideo, a instancias del Museo de Arte Precolombino e Indígena (MAPI), donde coordinó un taller intensivo.
La intención es que vuelva periódicamente para encontrarles un nuevo destino a las lonas, varillas y otros insumos que sobran cuando el museo desmonta una exposición: aprovecharlos para diseñar objetos para la tienda de souvenirs. “Vamos a sumar los desechos de nuestros proveedores como materia prima para este proyecto. Por un lado, el Ministerio de Turismo lo declaró de interés, enmarcado en el Plan de Turismo Sostenible 2030; por otro, estamos avanzando ante la Agencia Nacional de Desarrollo para validar esta idea como proceso de economía circular”, adelantó Facundo de Almeida, director del MAPI. “Además, tuvimos una reunión con la Dirección Nacional del Liberado para ver si la etapa productiva –con estos talleres se prototipa y en todo caso se hace una pequeña escala de producción– la hacemos con los detenidos que están en momento de preegreso y con los liberados. Hemos tomado un concepto de la cultura aimara: ‘El futuro es el pasado’”.
Egresado de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Nacional de La Plata, Sarmiento ha construido una carrera a partir de resignificar desechos industriales y sólidos urbanos. Eso no impidió que trabajara para grandes marcas (cuando se identificó con su concepto) ni que la editorial británica Phaidon Press, en su libro Fork (2007) lo considerara uno de los 100 diseñadores más influyentes. Expuso en Tokio, San Pablo, Nueva York y en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, donde varios de sus diseños forman parte de la colección permanente. Ejerció la docencia en distintos frentes y actualmente es profesor invitado del Centre de Formation Professionnelle Arts Appliqués, de Ginebra (Suiza). Le interesa el trabajo interdisciplinario y “poner en crisis” a sus alumnos con tal de que “la incomodidad genere una salida creativa”.
¿Cómo diste con el aparato para desmembrar botellas de plástico que usás en tu Proyecto Pet? Sacás como hilos, un material nuevo de un objeto cotidiano.
Como trabajo el diseño desde la sugerencia del material, la búsqueda siempre pasa por encontrar materiales que me den una oportunidad para hacer una nueva materia prima o un nuevo objeto, tratando de sacarlo completamente de contexto. Es decir, ves esa cinta y para vos es industrial, no una cinta que salió de una botella. Eso para mí es importante. Y después: primero, es gratis; segundo, el planeta está lleno. Entonces, es una contribución a que todo el mundo pueda acceder a utilizarlo de algún modo en lo doméstico. Se puede hacer hasta un elástico de cama. No necesariamente tiene que ser un objeto visible y de diseño. Puede resolver problemas domésticos de gente que tiene carencias. Se pueden hacer cepillos, esponjas; se puede tejer con una aguja, crochet, macramé, dos agujas, en telar. Puede pasar por todos los sistemas de tejido que conocemos.
¿Hacés un ovillo con eso?
Podés hacer un ovillo y, depende del espesor que lo cortes, tenés más o menos metros. La única limitación puede ser el color. Tenemos transparente, celeste y verde, pero en el mundo entero hay infinidad de colores. Siempre que viajo me llevo una de estas maquinitas para no traerme la botella entera de otro país; me la traigo cortada en algún tamaño de cinta. Esto nace de una herramienta que es tradicional del ámbito rural para la gente que hace trenzado en cuero: un hueso de caracú y una cuchilla para sacar los tientos. Transferí esa idea a un pedazo de madera y una hoja de trincheta. Y funcionó.
¿En cuánto rato hacés un ovillo de una botella?
En dos minutos.
No aplicás un concepto fordista de tantas botellas por minuto.
Cuando hice esta herramienta convoqué a un montón de alumnos de la universidad para el Proyecto Pet, y en un primer momento abordamos cuestiones estadísticas. Tenían que ver con comprobar cómo se comportaba el material en determinadas circunstancias. Ahí descubrimos que se podía termoformar, es decir, cambiar su forma, con agua caliente. Venía bien porque todas estas tecnologías son aplicables, justamente, en gente que no tiene tecnología. Se puede resolver muchas cosas del ámbito doméstico sin tener que gastar plata en comprar un cepillo o un escobillón. El proyecto fue orientado a gente que salía a la calle a juntar papel y dejaba la botella porque le daban 50 centavos por kilo, y eso significaba 70 botellas, que ocupan mucho espacio, y se tenían que tomar el trabajo de abollarlas y acomodarlas hasta quién sabe dónde para que le dieran dos monedas. De esta manera, el valor agregado que se le da a la botella es completamente diferente. Entonces, esa persona no sólo puede resolver problemas domésticos, sino también generar productos para vender, hechos con estas cintas. Sobre todo es útil en América Latina, donde el reciclaje industrial de pet es muy pobre. De hecho, este proyecto ha tenido mucho éxito en Japón, porque los países más avanzados en el reciclaje industrial consumen más que lo que la propia industria puede reciclar. Se recicla, sí, porque es un material considerado un commodity, cotiza en la bolsa, vale. Pero, por ejemplo, en mi país se hace una molienda del material y se exporta a China, y después compramos el polar. Hasta en eso seguimos enviando materia prima para que otro nos dé el producto.
El diseño parece venderse comúnmente a través de objetos de deseo. Lo tuyo es la contracara.
La relación del diseñador con la industria en mi país no existe. Todo eso pongo de manifiesto con estos objetos, que tienen calidad de diseño y han ganado premios en el mundo debido a esa condición. Eso, de algún modo, los ha respaldado. Supongo que tiene que ver con mi educación, que trae una carga estética. Pero prefiero resolver mis problemas industriales desde otro lugar, con el uso de las manos y con la parte educativa. Convoco a centros de jubilados para producir algunos de mis productos. Esa gente que está ociosa y tiene ganas de hacer algo, más allá de jugar al ludo o al ajedrez, uno le da estas cosas y, por lo general, se entusiasma, y podemos llegar a hacer un negocio entre todos. Ellos ponen el precio de lo que hacen, yo controlo la calidad de lo que quiero, los trabajos son relativamente sencillos o fáciles de aprender. Tampoco estamos hablando de una escala industrial. Son series más pequeñas, otra visión, una industria distinta, más enfocada a la energía humana, a encontrar personas dispuestas a aprender, no importa la edad que tenga ni la condición en la que se encuentre.
Contanos de los Satorilab.
Son unos laboratorios de diseño experimental con descartes industriales y con estudiantes que, en forma interdisciplinar, convocan a todas las áreas de diseño. Acá en el MAPI intento hacer lo mismo. Los Satori están basados en valores esenciales, como el amor y la celebración. No tenemos un lugar fijo; aborrezco las estructuras, sobre todo por el gasto que insumen.
¿Cómo aplicás todo esto en tu vida diaria?
Mi familia y mis amigos han sido banco de prueba de muchos de mis objetos. Diseño un objeto y muchas veces lo distribuyo en distintos lugares –donde hay niños, donde no hay– para ver cómo se comportan las personas con ese objeto, después les pregunto cosas y, en función de eso, lo saco o no a la calle. Ahora estoy haciendo un juego que tiene origen en los alambrados romboidales, los típicos, que como vivo en una zona semirrural, son bastante habituales. Lo primero que hace la gente es perimetrar el espacio, y de eso quedan sobrantes, con los que hice un juego. Se trata de pasar de algo que tiene el carácter de dividir a generar figuras tridimensionales, una especie de móvil. Podríamos decir que había algo en el alambrado, completamente escondido. Supongo que lo encontré porque ando siempre en la búsqueda. Tengo un estudio en el mismo predio que mi casa, alejado. Estoy ahí, no tengo un horario. Vivo en Villa Elisa, cerca de La Plata.
Vos sos de General Villegas, un pueblo a 500 kilómetros de Buenos Aires. ¿Cómo surge una vocación por el diseño industrial ahí?
Desde pequeño tuve la inquietud de hacer cosas. Iba a estudiar arquitectura y mi madre me dijo que había una carrera que le parecía más afín a lo que yo hacía. Cuando yo estudié era una carrera absolutamente nueva. El diseño industrial empezó a aparecer en Buenos Aires como algo importante recién en los años 90, y diría que en el 2000 tuvo una especie de apogeo. Después se estabilizó, pero hasta vas al dentista y te habla del diseño de un implante. Por eso ahora en Instagram puse “creaciones”, como en la antigüedad. Siempre ando provocando molestias en los demás.
Tu primera salida al exterior fue a Japón.
Sí, gané un premio en 1989 y me invitaron a recibirlo allá. Era un concurso de la empresa Yamaha sobre el diseño de un speaker, un bafle. Gané el tercer premio entre 1.700 personas de todo el mundo; los dos primeros premios fueron japoneses, así que consideré que el mío fue un primer premio. Económicamente fue muy grosso: me permitió volver a Buenos Aires, cerrar mi departamento e irme a vivir a Nueva York, que era un sueño que tenía desde la adolescencia. Estuve tres años allá y después me vine porque no me sentía afín con esa sociedad. Empecé de cero acá, pero cada vez profundizando más en el modo de diseño que tengo hoy en día.
Pero a los japoneses los convenciste con tecnología.
No tengo problemas con la tecnología. Me vinculo con muchas cosas tecnológicas; no con los teléfonos ni demasiado con la computadora; de los sistemas de dibujo no manejo absolutamente ninguno... Trabajo mucho a mano alzada y después, si necesito planimetrías o cosas específicas en las que hay precisión, me asocio a distintas personas de acuerdo a las circunstancias.
En Linkedin figura que vendés ideas.
Vendo ideas, sí, porque también me cansé de que me llamaran por teléfono y me dijeran: “Che, ¿no me tirás ideas para la vidriera de este año?”. Hay manejos dentro del mundo del diseño que han sido siempre así y trato de evitarlos, porque muchas veces me he frustrado, lo terminás viendo hecho por otro.
Se plagia bastante.
Cada vez más y de una manera más evidente. Es imposible luchar con esas cosas. Te copian y no hay modificaciones contundentes que evidencien que tu idea sugirió otra nueva. A esta altura del partido no me preocupa tanto; total, sé quién soy y qué hice. He buscado una identidad en mi manera de hacer las cosas que no condice con lo tradicional. Algunos productos han quedado como medio icónicos, pero al mismo tiempo se me reconoce porque ando por los márgenes. He diseñado para la empresa Essen, de ollas, pero ellos recuperan el aluminio, tienen una política sobre el material que coincide con mi visión. Si bien por el reconocimiento que he obtenido podrían llamarme mucho más; creo que no lo hacen, a lo mejor, por no exponer su modo. “Con este no me voy a poner de acuerdo nunca”, deben de decir.
Hablando de reciclaje, también hay mucha hipocresía.
Lo que pasa es que hemos ido hacia un lugar que es muy difícil revertir. Un gobierno no puede luchar contra una empresa de gaseosas; la puede multar, hasta por ahí nomás. Imaginate que para una empresa de ese tipo es tan importante la botella como lo que va adentro. Entonces, adquieren las empresas de envases y se adueñan para poder manipularlas. Y estoy hablando de lo que podemos visualizar. Una botella tarda mil años en desaparecer, y no desaparece: se transforma en una arenilla. Países como Brasil tienen normativas más concretas. En Alemania vi una ciudad en la que cobran por kilo de basura. Cuando va al supermercado, la gente compra el dentífrico y deja la cajita, así con todo. Entonces, el supermercado empieza a pagar más y se lo comunica a la industria, y la cadena va hacia atrás. Y si vas a fabricar con plástico tenés que usar un porcentaje de plástico reciclado. Son pequeñas mejoras, pero no sé si suficientes, porque vivimos en un mundo de extremo consumo.
¿Qué lugar ocupan estos temas en el ámbito académico?
Ahora están ocupando un lugar tremendo, porque el compromiso que tiene el diseñador hoy en día no es el que tenía cuando yo fui educado. No se hablaba de sustentabilidad. Se podía delirar de la forma en que quisieras, en el sentido material y productivo. No había ningún parámetro. Y no podemos olvidar que cada vez que sale un camión a la tienda de diseño, sale otro para el basural. Eso implica un mayor compromiso, que se está viendo en las universidades y en algún momento va a provocar un cambio en la industria. Por lo pronto, trato de ser más artesanal, de revitalizar grupos humanos “descartados” y, en esa cuestión productiva, colocarlos en un lugar de aprendizaje. Ese tipo de cadenas son las que más me interesan.