“Tanos , gallegos, criollos , judíos, polacos, indios, negros, cabecitas, pero con pedigrí francés”, resume el grupo argentino Bersuit Vergarabat cuando nos cuenta la “mixtura de alta combustión” que compone al ciudadano de su país. También le atribuye algunas características geográficas (el río más ancho del mundo) y otras que quizá deberíamos charlar. Pero en la larga lista de atributos de nuestro vecino no aparece el dogo argentino, perro que, aunque no parezca, tiene sangre puramente cuartetera.
La existencia de Tom se explica por Jerry, la del coyote, por el correcaminos, la del jabalí por el hombre y la del dogo por el jabalí. Sí, al jabalí le vino bárbaro eso de vivir de la agricultura y acompañó la conquista humana de nuevos lugares para vivir de la cosecha. Así, gracias a su alimentación de tipo omnívora, al chanchito le fue fácil disponer de cereales, vegetales, corderos, terneros, aves y todo lo que se relacione con el mundo rural. La razón era simple: el depredador natural del jabalí es el lobo, y este quedó restringido a determinadas áreas de Europa, cosa que no sucedió con el bicho de colmillos.
Todo divino hasta que el perro entró en juego. Tanto los primeros lobos domesticados como las posteriores razas caninas perfeccionadas para la caza del jabalí lograron, de alguna manera, ponerle límites al intruso indeseado. Así, los mastiff, los bull terrier, los lebreles y los bulldog fueron usados con gran suceso en Europa, creando incluso un nuevo “deporte”: la caza de montería. Consistía básicamente en cazar jabalíes, osos y lobos, persiguiéndolos gracias a la ayuda de diferentes tipos de perros. Una vez detectada la presa, se elaboraban estrategias para impedir su paso y, luego de atrapar al objetivo, la gente simplemente se acercaba y lo sentenciaba.
En América no había jabalíes antes de la llegada de los europeos. Por ende, tampoco existía depredador capaz de oficiar de villano. ¿Qué hicieron los primeros inmigrantes?: traer jabalíes del viejo continente para jugar a la bobada esta de la caza de montería. Con climas y terrenos similares, el jabalí se fue aclimatando al nuevo mundo hasta convertirse en un verdadero problema.
Ni el puma ni el jaguar estaban preparados para darse de bomba con un jabalí mano a mano. En grupo sí, pero este tipo de felinos suele cazar en solitario. Si a eso le sumamos la elevada tasa de reproducción del nuevo residente –cada gestación dura aproximadamente cuatro meses y puede dar camadas de cuatro o más crías–, jaque mate.
Entrado el siglo XX la cosa se fue de las manos y fue necesario crear un perro especialista en el tema. Se buscó perfeccionar su olfato, velocidad, valentía, fuerza y tenacidad para detectar, atacar y sostener al jabalí hasta que llegara el cazador, pero además eran necesarias otras características, quizá contrarias a las antes mencionadas: que fueran sociables, dóciles y capaces de llevarse bien entre ellos, ya que el éxito de la montería depende de eso.
Y por fin llegamos al dogo. El doctor Antonio Nores Martínez fue, a sus escasos 18 años, el padre de la criatura. En Córdoba existía la raza perro de pelea cordobés, una ensalada compuesta, entre otros, por genes de mastines, bull terrier, boxer y bulldog. Se usaban para peleas callejeras y para cazar jabalíes, pero había un problema: se peleaban entre ellos mientras cazaban.
Por lo tanto, a la ensalada inicial Nores le añadió un poco de pointer (olfato), otro de boxer (destreza y docilidad), algo de dogo alemán (tamaño), dos gramos de bull terrier (agilidad y agresividad), una taza de bulldog (obediencia y tenacidad), una cucharada de dogo de Burdeos (fuerza), dos rodajas de lebrel irlandés (instinto de caza), media taza de montaña de los Pirineos (color del pelaje) y, por último, un trozo de mastín español (fuerza bruta, aspecto amenazador).
La mezcla estaba pronta y el programa de cría comenzó en 1925, pero recién fue reconocida en 1964, tras la muerte del célebre inventor. Fue el hermano del doctor Nores quien se encargó de expandir la raza por el mundo gracias a su cargo de embajador argentino en Canadá.
Dogo argentino | El cuartetero cazador mide aproximadamente 60 o 65 centímetros de altura, pesa entre 40 y 45 kilos y vive, en promedio, unos 12 años. Su pelaje lo predispone a padecer sordera congénita y a desarrollar tumores de piel tras excesivas exposiciones al sol.