Es inevitable tocar el tema de la tecnología a la hora de analizar cualquiera de las sociedades en que vivimos, en América Latina, en África o en América del Norte. Es inevitable porque atraviesa toda la estructura social, desde lo más tangible, como utilizar una aplicación de celular para pedir lo que sea, hasta la sensación de angustia por haberlo olvidado en casa o no poder acceder a uno. Es un momento propicio para visibilizar y profundizar la discusión en Uruguay acerca de la aceleración tecnológica y el impacto en las sociedades contemporáneas, poniendo sobre la mesa argumentos a favor y en contra para intentar comprender un poco mejor este fenómeno tan complejo, que marca nuestro presente y orienta nuestros futuros posibles.

El crecimiento actual de la tecnología está anclado en varias innovaciones claves, entre las que destacamos i) el desarrollo de la inteligencia artificial (IA), ii) la edición genética, iii) la nanotecnología y iv) las interfaces entre lo biológico, lo inorgánico, lo social y lo digital. Estas dimensiones estructuran lo que se ha denominado la cuarta revolución industrial. La primera revolución industrial, desde 1760 a 1840 aproximadamente, modificó sustancialmente las comunicaciones, la producción manufacturera y la vida en sociedad. La segunda revolución industrial, entre finales del siglo XIX y comienzos del XX, tuvo como máximos exponentes la producción en masa, el advenimiento de la electricidad, la cadena de montaje y la expansión urbana. Sigue la tercera revolución industrial, anclada en la década de 1960, llamada también revolución digital, dado que tuvo su base en el desarrollo de los semiconductores, la computación y la informática personal, hasta llegar a internet de manera masiva y colocándose como espina dorsal de las sociedades del conocimiento actual.

La cuarta revolución industrial

La cuarta revolución industrial se caracteriza por otros tres elementos emergentes que la hacen única: i) la velocidad de adaptación, difusión y desarrollo de las tecnologías, ii) la escala global y iii) el impacto en las distintas esferas de la vida humana (ver La cuarta revolución industrial, de Klaus Schwab). Ejemplo de esto serían los dispositivos móviles, en particular los celulares, que en el caso de los iPhone en nueve años, de 2007 a 2016, ya habían vendido 900 millones de unidades en el mundo, modificando la forma en que nos relacionamos y la manera en que sostenemos esas relaciones en el tiempo.

Hace ya unos cuantos años que se ha logrado modificar genéticamente vegetales y animales con los que nos alimentamos y podemos clonar mascotas si tenemos el dinero suficiente (como hizo Barbara Streisand). Sobre el final de 2018, en oposición al acuerdo entre la mayoría de la comunidad científica, por primera vez se modificaron genéticamente fetos humanos. En robótica e IA se puede mencionar la existencia de Atlas, un robot capaz de correr, caminar por terrenos empinados con obstáculos y mover objetos pesados; también Sophia, primer y único robot con ciudadanía (árabe), con aspecto humano y capaz de emular sentimientos mediante acciones faciales como la sorpresa, la alegría, el miedo, entre otros sentimientos, y con razonamientos muy particulares, como declararse una potencial socia de la humanidad para el desarrollo tecnológico. En otros campos, automóviles autónomos Tesla y la navegación espacial por medio de SpaceX y la posibilidad de llegar a Marte vienen dando pasos agigantados.

Pero ¿qué es lo que mueve y guía estos desarrollos? La ganancia económica y el poder, obviamente, pero hay además otras motivaciones, quizás más profundas, que conviene entender, como el sueño de superar la muerte y la búsqueda de la felicidad. La inmortalidad siempre fue deseada, pero nunca hemos estado tan cerca de pensarla seriamente. Con la posibilidad de vivir más, viene la necesidad de vivir mejor, y la felicidad se transforma en central: ¿para qué vivir más si se va a vivir mal?

Grandes empresas, como Google mediante su subcompañía Calico, e individuos particulares, como Peter Thiel (fundador de PayPal) y ElonMusk (de automóviles Tesla y SpaceX, entre otros emprendimientos), han invertido miles de millones de dólares en investigación médica apuntando a reducir esos “fallos”. Y si la extensión de la vida no nos genera felicidad por sí misma tenemos al alcance el producto estrella de la corporación farmacéutica: los antidepresivos. Además, se habla de una vida de calidad, es decir, que se mantengan las funciones motoras y cognitivas en el mejor de los estados posibles. A mayor cantidad de años crecen enfermedades producto de la vejez. Por ejemplo, una de las principales enfermedades que se encuentra la humanidad mientras envejece es el cáncer. Sin embargo, con los notables desarrollos tecnológicos producto de ese interés en la vida, ya se está hablando con muchísima seriedad de diagnosticar y curar el cáncer con nanotecnología, algo aún en etapa experimental, pero que no por ello deja de ser un escenario posible en los próximos años. Además, ya generamos órganos en impresoras 3D y aparatos mecánicos que suplen nuestras carencias motrices, como tener una mano o una pierna biomecánica.

La IA es uno de los pilares del desarrollo tecnológico; tan es así, que a finales de noviembre de 2018 El País de España publicó una noticia bajo el título “Necesitamos la inteligencia artificial para sobrevivir como especie”. Y no es sorpresa esta clase de afirmaciones, dado que la IA está presente en casi todos los ámbitos de la vida cotidiana, como cuando utilizamos un GPS, buscamos cosas en internet, mandamos un mensaje de texto o, simplemente, cuando vamos a lavar nuestra ropa. A nivel económico es clave, porque se encarga de la automatización de los procesos (maneja las cosas que hacen cosas), el cálculo de riesgos (empresariales, en los negocios), administra información y se encarga de dar “vida” a los robots que hoy habitan con nosotros, entre otras tantas funciones.

Hay dos tipos de IA, una específica y otra general. La primera se emplea para resolver determinados problemas o actuar en función de ciertos estímulos. Por ejemplo, hacia finales de la década de 1990 la computadora Deep Blue, diseñada por IBM, disputó una partida de ajedrez con Gary Kasparov y lo venció, pero esta inteligencia no sabría hacer otra cosa que jugar ajedrez. Ya en 2018 la computadora AlphaZero fue programada de manera completamente diferente a Deep Blue y en apenas tres horas, luego de que le introdujeran las reglas del ajedrez, derrotó a todas las otras competidoras. En este último caso, la IA permitió a AlphaZero “aprender a aprender”, y en ese tiempo brevísimo procesó las reglas y elaboró estrategias imbatibles. Aún estamos ante una inteligencia específica, pero ya más amplia, puesto que con otras reglas también podría elaborar otros desempeños. Esta es otra de las características claves de la cuarta revolución industrial, que la diferencia de la digital: el presente y el futuro serán de las máquinas que aprendan a mejorarse ellas mismas.

Un segundo tipo de IA, la general, está aún en desarrollo y no ha alcanzado, por el momento, los niveles de inteligencia que superen a los humanos. Una IA de nivel humano es definida como aquella “que pueda desempeñar la mayoría de las profesiones humanas al menos igual de bien que un ser humano típico”, según define Nick Bostrom en Superinteligencia. Este tipo de IA es la que potencialmente podría alterar radicalmente los puestos de trabajo y la composición porcentual de humanos ocupando tales funciones, tal y como está ocurriendo en China, donde existen restaurantes completamente robotizados, manejados por la IA.

Aceleración y alienación

La cuarta revolución industrial se caracteriza por su enorme velocidad de expansión, alcance e impacto. Esto también puede sintetizarse en un sentimiento de aceleración de la vida. En Aceleración y alienación, el filósofo y sociólogo Hartmut Rosa distingue tres clases de aceleración: la tecnológica, la social y la del ritmo de vida. La tecnológica ha sido mencionada más arriba en estas líneas con el ejemplo del iPhone; la aceleración social se caracteriza por la contracción de los lapsos de tiempo definibles como el presente cuando, por ejemplo, los trabajos pasan a ser ocupados durante breves períodos de tiempo: se terminó el empleo para toda la vida; por último, la aceleración del ritmo de vida refiere a la necesidad de hacer mayor cantidad de cosas en el menor tiempo posible, es decir, es la típica sensación de que no se tiene el tiempo necesario para hacer lo que uno debe hacer, ya sea para responder correos electrónicos, para cumplir con el trabajo atrasado, para estar con la familia o los amigos: no me alcanza el tiempo.

Las tres aceleraciones, si bien vinculadas entre sí, son diferentes conceptualmente y tienen efectos empíricos variados. Lo más sorprendente de la teorización de Rosa es que contradice una creencia bastante generalizada, puesto que para él no es la aceleración tecnológica la que determina o causa las otras dos aceleraciones. Para el autor, el motor de la aceleración social radica en la lógica de la competencia que permea todas las dimensiones de la vida social de la modernidad tardía. Hay que hacer más cosas, en menos tiempo, para mantenerse competitivo y no caer, para no ser despedido, como un hámster que corre cada vez más rápido en la rueda.

Es en este punto que se puede colocar el concepto de alienación. En un sentido, la alienación es la percepción de las personas de vivir en un mundo que les es ajeno, o sentir que lo que uno hace y es aparece como algo extraño y no tiene ningún sentido, tal como le ocurre a Gregorio Samsa al despertar en La metamorfosis, de Franz Kafka. Es en este aspecto que la aceleración en la cuarta revolución industrial puede tener consecuencias importantes en el seno de la sociedad. Según Rosa, experimentaremos cinco formas de alienación: del espacio (no identificarnos con el entorno por falta de intimidad o integración), de las cosas (por su constante cambio), de nuestras acciones (porque nunca logramos entender del todo lo que hacemos), del tiempo (cada vez tenemos más experiencias superficiales y menos que dejan huellas) y una quinta forma de alienación entre los individuos (es decir, un relacionamiento cada vez más superficial y fugaz con los otros). Esta manera de analizar las consecuencias sociales de la aceleración puede aproximarnos a algunas características de este nuevo sujeto de la modernidad tardía o de la cuarta revolución industrial.

Los cambios en genética, nanotecnología y robótica ponen sobre la mesa una cuestión muy evidente: cómo hacer para que no sean utilizadas para fines autodestructivos. Esta clase de tecnología puede ser desarrollada en garajes, por individuos aislados, con conocimiento adquirido en las universidades y elementos que se compran fácilmente en tiendas, pero pueden ser utilizadas para propósitos distintos y dañinos. Por ejemplo, utilizar drones en miniatura autónomos para efectuar ataques selectivos.

Escenarios futuros

Los escenarios posibles no son tan claros. Las capas adineradas de la sociedad son las que están viviendo el futuro, mientras que, en sus mismos países, una gran proporción de la población apenas transita la tercera revolución industrial, y otros, como en ciertos países de África, apenas la segunda. No obstante, es cierto que la posibilidad de adquirir una prótesis o de que se pueda modificar genéticamente a los humanos, por ejemplo, ya existe, aunque que sea inaccesible para muchos. Con esto se abre la cuestión sobre si, y aunque pueda llevar décadas, estas tecnologías serán accesibles para todos.

La tecnología está, existe y nos ha transformado. De hecho, ha penetrado tan profundamente en nosotros que ha modificado nuestra psicología y nuestra concepción de la vida y de lo que es ser humanos. En nuestra vida cotidiana, por ejemplo, y muy por encima de las demás preocupaciones, aparece la famosa frase “me estoy quedando sin batería”. Pero ¿quién se queda sin batería? ¿El humano o el celular? ¿Ambos?