El 19 de setiembre de 2017 los estados del centro de México (Morelos, Puebla y México, entre otros) fueron sacudidos por un sismo de 7,1 grados en la escala de Richter que dejó a más de 300 personas muertas y alrededor de 3.500 heridos.
El colegio Enrique Rébsamen, ubicado al sur del DF, fue uno de los recintos con mayor cantidad de fallecidos (26 personas, de las cuales 19 eran niños), y allí fue donde se concentró el trabajo de una perra rescatista de la Unidad Canina de la Marina Armada de México, que respondía al nombre de Frida.
Esta perra de raza labradora formaba parte del plantel canino para la detección y rescate de personas atrapadas bajo los escombros que provocan los frecuentes terremotos que sufre el país. Compartía laburo no sólo con los que se dedican a la detección de personas, sino también con los más de 300 perros con los que las autoridades cuentan para la detección de narcóticos, explosivos, guardia y rastreo de personas desaparecidas o prófugas de la Justicia.
Tras asistir al colegio junto a dos compañeros caninos, Frida e Israel Aráuz, su entrenador personal, tomaron notoriedad pública luego de que su foto se hiciera mundialmente viral en redes sociales retratando la esperanza de encontrar con vida a las víctimas del sismo, y además por su inusual vestimenta. Consistía en unas gafas (similares a las que utilizan los deportistas profesionales y amateurs que se deslizan por la nieve), cuyo fin es impedir que penetre humo, polvo o cualquier sustancia que irrite o impida la visión, unas botitas azules de neopreno que ayudan a que la superficie no lastime sus almohadillas plantares, y una especie de chaleco diseñado para ascender o descender en medio de los escombros utilizando un arnés.
Claro que Frida no se hizo famosa sólo por su indumentaria; también contaba con un currículum que la avalaba. En sus años de trabajo había localizado a más de 50 personas, 12 de ellas con vida. Aparte de dedicarse a tareas nacionales, había participado en el rescate en el terremoto de 2010 en Haití, en Guatemala en 2012 y en Ecuador en 2016.
En general los perros de trabajo tienen una edad tope para realizar las tareas asignadas ya que, al igual que todos, el paso de los años conspira contra una labor eficaz. Ese promedio es alcanzado aproximadamente a los seis o siete años; sin embargo, Frida aún seguía prestando servicio a los ocho años, ya que, según sus entrenadores, era muy buena en lo suyo.
En 2019, tras diez años y monedas en tareas de rescate, Frida entregó su vistoso uniforme y tuvo incluso una ceremonia de jubilación. No obstante, todavía vive junto al Subgrupo de Control Canino de la Sección Tercera del Estado Mayor General de la Armada de México, en lugar de haber ido a un hogar de retiro alternativo. ¿Por qué? Normalmente los perros son adoptados por sus adiestradores o por alguien del entorno, porque estos animales deben aprender el oficio de mascota a edades inusuales. No cualquier hogar está capacitado para readaptar a un perro que, por años, transitó una rutina que dista bastante de la de un perro común y corriente.
En 2018, un tiempo antes de su retiro definitivo, esta otra Frida, casi tan célebre como la pintora, y su entrenador fueron homenajeados con una escultura de bronce ubicada en el parque ecológico de Puebla.
Después de un discurso en el que las autoridades agradecían y despedían con deseos de “buenos mares y mejores vientos” a la homenajeada, la estatua fue develada. Una leyenda acompaña la escultura, donde se puede leer el nombre de su entrenador, autor de la frase: “Símbolos memorables de la fuerza que podemos tener las y los mexicanos cuando decidimos unirnos por grandes causas”.