“La metieron dentro de una nave / para observar la reacción, ella fue la primera astronauta en el espacio exterior”, cantaba la banda española Mecano en 1986 en homenaje a Laika (“ladradora” en ruso), una perra callejera de Moscú que se convirtió, ni más ni menos, en el primer ser vivo en orbitar la Tierra.

Culminada la Segunda Guerra Mundial, tanto la Unión Soviética como Estados Unidos utilizaron la carrera espacial como un método más para imponerse como potencias mundiales. Así, desde 1947 en adelante, los dos protagonistas de la Guerra Fría comenzaron a probar con diferentes seres vivos para estudiar los efectos que experimentaban en el espacio. Si bien fueron utilizadas moscas, monos, ratas y perros, estos no superaban los 100 kilómetros de altitud, distancia que los colocaba en las fronteras entre la Tierra y el espacio.

En este duelo de gigantes, la URSS empezó ganando cuando, el 4 de octubre de 1957, colocó el primer satélite artificial en la órbita terrestre, el Sputnik 1. Con viento en la camiseta, el líder soviético Nikita Jrushchov no dudó en ordenar el lanzamiento de un segundo satélite un mes y monedas después, el 7 de noviembre, fecha que conmemoraba el cuadragésimo aniversario de la Revolución rusa. La idea era superar a su antecesor con la incorporación de un perro en la nave, con el fin de ser los primeros no sólo en colocar un satélite en órbita, sino en hacerlo con un ser vivo dentro.

Ya desde 1951 los rusos venían barajando esa opción, y lanzaron unos 12 perros al espacio suborbital. Al mismo tiempo, tampoco se sabía mucho sobre los efectos que podría tener en los seres humanos alcanzar el espacio exterior, por eso no había muchas expectativas en que Laika sobreviviera.

La perra no era necesariamente una astronauta “profesional”, sino más bien una perra común y corriente de la calle. En ese entonces los científicos consideraban que un perro vagabundo había sorteado condiciones de frío y hambre bastante extremas, lo que quizá se repitiera durante la misión. A su vez, el tamaño del animal era clave, ya que, debido al formato de la cápsula, el candidato no debía superar los siete kilos. El sexo y el pelaje también eran importantes para los reclutadores, ya que a las hembras se las veía más disciplinadas y un pelaje liso garantizaba una adecuada instalación de sensores que medirían parámetros fisiológicos del animal durante la travesía. Además de estos, los científicos debieron, mediante una intervención quirúrgica, colocarle cables con sensores que medían la presión arterial, el pulso y la respiración.

El artefacto en el que viajó Laika no era más grande que un lavarropas, diseñado para oxigenar a la perra a través de un regenerador químico y alimentarla a través de un dispositivo automático que ofrecía nutrientes en una gelatina que le administraban dos veces al día.

El 3 de noviembre de 1957, unos días antes de la fecha planeada, despegó con éxito el cohete que transportaba a la perra, y de allí en más comenzó otra carrera: saber qué había sucedido con la pasajera e informar los hasta entonces desconocidos efectos que el espacio imprimía a un ser vivo.

En principio los científicos soviéticos habían pensado sacrificar al animal a los diez días de estar en órbita con alimento envenenado, ya que era sabido que dentro de la misión no estaba contemplado el regreso con éxito y con vida del pasajero.

Por mucho tiempo el destino de Laika fue objeto de distintas teorías, hasta que en 1999 se comunicó que la perra sobrevivió cuatro días hasta que el sobrecalentamiento de la nave resultó fatal. Sin embargo, en 2002 el científico Dimitri Malashenkov, que participó en el proyecto, declaró que en realidad Laika habría muerto entre las primeras cinco o siete horas de iniciado el viaje, debido al estrés y al sobrecalentamiento del artefacto, y que esa información fue recabada en detalle gracias a los sensores que portaba.

El 11 de abril de 2008 se colocó próximo al centro de investigación militar de Moscú, donde fue entrenada la peculiar astronauta, una pequeña estatua en su honor. Muestra la figura de la perra en la parte superior de un cohete.

Lo cierto es que luego de Laika, los rusos realizaron 29 vuelos espaciales más; 21 de ellos terminaron exitosamente y se regresó a los pasajeros en paracaídas, con trajes espaciales y máscaras de oxígeno. Tres años después del suceso de esta perrita, el piloto soviético Yuri Gagarin despegó en la cápsula espacial Vostok, con lo que se convirtió en el primer ser humano en viajar al espacio. A su regreso, el astronauta –que no compartía el uso de animales para experimentación espacial– declaró: “Aun hoy en día no sé si soy el primer hombre o el último perro en volar al espacio”.

En el Monumento de los Conquistadores del Espacio, erigido en 1964 en la entrada principal del Centro Panruso de Exposiciones, también aparece esculpida Laika, junto a otras personalidades de la conquista soviética del espacio. Y hay más: en marzo de 2005, durante la misión de la NASA “Mars Exploration Rover”, un área del terreno marciano fue denominada Laika, en reconocimiento a la histórica perra astronauta.