En las piezas de la grifa uruguaya Southwool que están a la venta en el Museo Gurvich y en la tienda de souvenirs del Malba hay un aire campestre, una intención de depurar oficios y sumar diseño. Aunque detrás del emprendimiento estén dos montevideanas, Raquel Nicolich recuerda que crio a sus hijos en el campo, por Polanco, Lavalleja, y que su socia, Florencia Díaz, vive actualmente en Solís de Mataojo, donde tienen el taller. En cierto modo la marca rescata tradiciones de mar y tierra, vínculo que cala en los diseños.

Florencia se dedicaba a teñir y vender lana al exterior, para uso doméstico, cuando invitó a Raquel a hacer algo juntas. “Como me encanta el tema del upcycling y toda la vida he hecho eso, empezamos a ver procesos sustentables, y si bien nos han dicho que afuera es más barato, nos gusta trabajar con la gente de acá”, subraya Nicolich, habituada al ámbito de la moda y el vestuario, reciclando ropa antigua y transformándola en vestidos de fiesta, por ejemplo, o personalizando tapados de época. “A raíz de eso, con Florencia decidimos crear algo especial, uniendo las lanas, el trabajo de los guasqueros, que me encanta, utilizar eso en el diseño y darle un toque contemporáneo, porque vas a las ferias y siempre está el llaverito, el cinturón, de repente una cartuchera, no pasa mucho de ahí. Entonces, empezamos a hacer carteras y estamos en eso desde 2016”. Con el paso de las pruebas fueron delineando un estilo en el que no están acentuadas las técnicas tradicionales, sino que a través de ellas se logran productos funcionales y estéticamente relajados, un complemento armónico. “Nunca había hecho carteras, que llevan un proceso bastante diferente al de la ropa”, aclara Raquel. “Empezamos a investigar y fuimos mejorando el producto”. Actualmente trabajan con lana, por supuesto, con fibras como totora, con yute, con cáñamo, con chaura, con chala, con mimbre, con un poco de todo, y a medida que descubren su utilidad los agregan a las asas o les suman guampa, hueso o madreperla a los sobres, mochilas o bolsos. No desmerecen tampoco el reino mineral. En esa búsqueda continua, Raquel está experimentando con conchilllas marinas: “Quiero salir de lo que se ve en todos lados y probar materiales. Estamos viendo para cambiar incluso las terminaciones, agregarles cuero para los cierres, ir levantando la calidad, que el producto sea más fino”.

Uno de los resultados más lúdicos de su colección son las chismosas. Inspiradas en las redes de pesca, reformulan un artículo que remite a otra época y lo devuelven hecho un verdadero objeto de deseo. “Empezamos haciéndolas tal cual, en macramé, como se hacen las redes. Después fuimos transformándolas y estuvo bien interesante, porque genera un tejido original; ahora le agregamos colores, las hicimos en cáñamo, y la verdad es que quedan diferentes. Fue un producto que nos encargó un cliente que tenemos en Filipinas y que después fuimos desarrollando. Vamos tomando también ideas que nos alcanzan y así vamos incrementando la oferta”. Del mismo modo que ese filipino conoció estas creaciones uruguayas en un local de José Ignacio (El Canuto) y se comunicó con ellas, han forjado contactos en Marbella (España) y en Estados Unidos, donde exportan. Aquí se consiguen sus portaenseres también en Bodegas Garzón, en Manos del Uruguay y en forma directa a través de su web southwool.com. Tienen un pequeño stock y un catálogo nutrido, si bien a partir de la pandemia trabajan sobre todo a demanda.

Nicolich dice que, por más que estas carteras presenten características textiles, no demandan más cuidados que otras, ya que les dan una protección final para que no se manchen. La diseñadora se declara a favor de la moda lenta y eso implica no producir alocadamente ni descartar fácilmente una prenda. En una marca en la que priman los tonos naturales, fue un recaudo que tomaron para disminuir los riesgos de que se estropeen con rapidez. “Si bien la lana hay que cuidarla, tiene sus ventajas y sus desventajas, se mantiene bien. Capaz que no es un producto para usar absolutamente todos los días; no es de batalla, pero es fiel”, asegura Nicolich.

Al mismo tiempo que hacen chismosas, tienen carteras redondas, otras con ganchitos estilo años 1950, carteras tipo sobre hechas en fibra, alforjas rústicas con base de totora (como un canasto de playa) y el cuerpo del mismo material que los jergones que se usan para montar. Pero, además, en un intento por desarrollar objetos unisex, ofrecen protectores de computadora. “Los procesos son lentos ‒explica Nicolich‒ porque acá hay muchos fabricantes de carteras, pero no tantos que trabajen con lana. Se nos dificulta encontrar talleres y nuestros productos son complicados de coser, de armar, a veces se trancan las máquinas... tenés que conseguir artesanos muy hábiles en eso y que sean versátiles, que se animen a hacer de todo”.