Trabajar a distancia permite, en algunos casos, recorrer distintas partes del mundo con una especie de oficina portátil. Pero esta dinámica no es nueva, o al menos no lo fue para Owney, un perro yanqui que entre 1888 y 1897 recorrió más de 222.000 kilómetros por cuestiones de laburo.

Este border terrier medio deshilachado llegó bajo cierto misterio a las oficinas de correos de Albany, Nueva York, cerca de 1887. Adoptado por los empleados postales, rápidamente demostró interés por las bolsas donde se colocaban las cartas que serían distribuidas, vía tren, a distintas partes del país.

Tal afinidad por los sobres (se creía que le gustaba el olor) hizo que cada vez que llegaba correspondencia, él la acompañara a destino. Aunque al principio algunos carteros rechazaban la compañía canina, esto se invirtió tras un año en que ninguno de los trenes que Owney ocupó tuvo algún incidente. Nadie sufrió un robo, un problema técnico y tampoco accidentes y el animal empezó a ser considerado un amuleto por los ferroviarios.

Pero además hacía cosas de perro: era la guardia principal de los bultos que viajaban por el país, y solamente dejaba que se aproximaran los empleados de correo de las distintas ciudades.

La agenda del canino no tenía huecos. La estación de Albany era un punto clave en el sistema de ferrocarriles del país, y por eso existían conexiones a Boston al este y Búfalo, Cleveland, Toledo, Chicago y otras más lejanas al oeste. Así que el terrier viajaba de un extremo a otro del país y podían pasar meses sin que retornase al punto inicial. De hecho, en 1893 se lo creyó muerto, ya que se ausentó mucho tiempo y, sin embargo, lo que pasó fue que el tipo había tenido un accidente en Canadá.

Como sucede en estos tiempos, la preocupación de que una mascota se pierda hace que se confeccione alguna chapita o identificación similar. En este caso llevaba una placa en el collar que decía “Owney, Correos, Albany, Nueva York”. Lógicamente, por aquellos años meter un número de teléfono no era una opción. Una vez identificado, a medida que recorría el país solo, custodiando la correspondencia de un pueblo, ganó adeptos como para convertirse en la mascota oficial del servicio de correos del ferrocarril de Estados Unidos.

Coleccionó tantas insignias que se vieron obligados a hacerle un arnés para poder exhibirlas, pero el peso de todas juntas dificultaba el desplazamiento del animal. Se dice que aproximadamente 1.017 insignias y medallas fueron llevadas a la estación de Albany y desde allí distribuidas por distintos museos del país, y quedaron unas 370 en el Museo Postal Nacional.

En 1895 el popular custodio postal se embarcó para viajar por Asia y Europa durante cuatro meses. Al regreso, el diario Los Angeles Times dio a conocer el periplo de este curioso perro e informó que además de navegar por el norte de África y recorrer Oriente Medio, el mismísimo emperador de Japón le regaló a Owney pasaportes y medallas con el escudo de armas.

El final de su vida está sembrado de dudas. Las autoridades de la oficina de correos aseguraron que al envejecer Owney se volvió agresivo. Por eso el gerente le prohibió el acceso y sugirió que alguien se hiciera cargo del animal. No todos aceptaron la decisión y, en el verano de 1897, abordó su último tren cuando, luego del presunto ataque a un empleado, fue ejecutado de un disparo.

Hasta hoy existe controversia sobre la supuesta agresividad del can. Lo cierto es que en aquel momento puso en evidencia la brecha que había entre subalternos y patrones. Por la misma época se comenzó a medir la efectividad de los trabajadores postales y la conclusión fue que se perdía tiempo con tantos empleados. En paralelo, los trabajadores declararon que la mascota no iba a ser enterrada y olvidada como los superiores deseaban, sino que sería embalsamada y colocada en la oficina central del departamento de correos como forma de representarlos a todos.

El 27 de julio de 2011 el Servicio Postal de Estados Unidos publicó un sello que homenajea a Owney. También fue honrado localmente en la oficina de correos de Albany.