Las hermanas Silvia y Renée Llopart le pusieron Donya Dominga a su grifa de prendas y accesorios impresos con tintes naturales. Fue recordando a su abuela, de quien heredaron una máquina de coser. “Era un ama de casa típica: tuvo cinco hijos, una vida sacrificada, lavaba la ropa en la pileta, hacía conservas, tenía gallinas en el fondo y una máquina para uso doméstico, para reparar la ropa. Lo que más recuerdo es verla tejer muy rápido con dos agujas. Ella era la abuela paterna, pero nuestra madre tenía otra máquina a pedal y nos hacía mucha cosa. De ahí bebimos, de eso de hacer”, dice Silvia, buscando antecedentes en su proyecto textil. Ella, que estudió Bellas Artes, siempre estuvo vinculada a la artesanía, mientras que Renée se formó en arquitectura. Ambas tienen una conexión fuerte con la naturaleza y hace alrededor de cinco años iniciaron la marca, aplicando una técnica que permite transferir el mundo vegetal a la tela.
El gran puntapié, para estas autodidactas, fueron unas vacaciones en Florianópolis, donde Renée conoció a la artista textil Nara Guichón, quien le transmitió sus conocimientos acerca del ecoprint de forma desinteresada. “Fue lo primero que aprendimos, nos llegó como un regalo. Después investigamos y probamos mucho, porque es una técnica muy amplia”, continúa Silvia. Empezaron a trabajar sobre todo con algodón, ya que les resulta mejor y más coherente utilizar fibras naturales. También utilizan lino, seda importada y reciclan telas: cortinados antiguos, manteles, retazos de sábanas. “Es una fantasía pensar que uno no va a hacer ningún tipo de modificación en su entorno, y está fuerte en nosotros la noción de que la industria textil está contaminando muchísimo, así que hay un montón de telas en la vuelta que no están siendo utilizadas y que sirven perfectamente para lo que precisamos. Es muy difícil conseguir fibras naturales –cada vez hay más sintético– y además muchas de estas cosas tienen intervención de las abuelas: los bordados, las vainillas, esa dedicación; también hay ilusiones, esperanzas, cuando hacían ajuares, por ejemplo”. Es la clase de insumo que consiguen en ferias, casas de reventa o que les acercan para que tenga una nueva vida.
Donya Dominga no tiene un local con venta al público –salvo cuando montan stands como el que tuvieron en la feria Ideas+– pero reciben visitas en el taller, ubicado en el barrio Atahualpa (Carlos Vaz Ferreira casi Millán), y mensualmente organizan cursos sobre ecoprint. El próximo 15 de marzo habrá un intensivo, una jornada de ocho horas, desde la mañana, durante la que enseñarán dos formas de teñido. “Primero hacemos la experimentación y después les damos las recetas escritas y respondemos preguntas de tipo técnico. Usamos hojas, raíces, frutos, flores, y vamos desarrollando una mirada que va descubriendo”. Pero el resultado no es totalmente previsible, y el reino vegetal ofrece complejidades y sorprende. “La cáscara de cebolla es increíble, porque es fina, pero da mucho color, tiene potencia. La gente que tiñe lana en forma artesanal, algo bien tradicional acá, la usa mucho. Las flores de marcela quedan muy bonitas y también otras como el hibisco, alguna rosa bordó, pero contrariamente a lo que uno piensa, es más probable que queden marcadas las hojas a que queden las flores, por temas químicos, tiene que ver con los taninos. Además de lo investigado, esta técnica tiene la magia de lo que allí sucede. Vos podés proponer rumbos y deshacerte de las expectativas”.
Las Llopart recolectan sus materiales y prueban, o como dice Silvia, “los vecinos ya saben que nosotras vamos juntando hojitas”. La artesana explica que “en la antigüedad se teñía con tintes naturales, pero en forma plena, no rescatando la huella; esto que hacemos lo descubrió una australiana”. Por eso una vedette del ecoprint es el eucaliptus, tan común en aquella geografía, del que se pueden usar tanto la hoja como la corteza. “Hay varios tipos de eucaliptus y uno específico que, en el caso de la lana y de la seda, si bien la hoja es de verde a grisácea, queda en algunas circunstancias de un color rojo anaranjado”. No necesariamente la impresión replica el tono de la planta utilizada. “Si cortás una hoja de liquidambar, un árbol que se pone muy rojo en otoño, puede quedar marrón, negra, verde, dependiendo de la preparación que le hayas dado a la tela. La intensidad que se logre tiene que ver con el tejido base, los mordientes, es decir, la forma en que lo preparaste. Con el tiempo te vas haciendo más ducho en el oficio”.
El taller de ecoprint de Donya Dominga (huellas en la tela, nivel I) programado para el 15 de marzo cuesta 2.400 pesos, con materiales y almuerzo incluido. Está pensado para un máximo de 12 personas. Informes al 098873562 y 099448206.