Quién iba a pensar que apenas concluida la guerra civil estadounidense, donde se dieron de bomba los muchachos del norte contra los del sur por temas relacionados a la esclavitud, un abogado iba a ganar un juicio a favor de un perro.

Según cuentan, allá por el siglo XIX el “Maradona” del estado de Kentucky en materia de abogacía era un tal George Graham Vest, que no necesariamente ganaba los juicios con pruebas y herramientas que uno supone esenciales a la hora de establecer justicia, sino que era infalible en el debate y un gran orador. Ya pisando los 40 años de edad y domiciliado en el estado de Missouri, en setiembre de 1870 este hombre de ley aceptó el caso que no sólo iba a catapultarlo a nivel profesional, sino que, como broche, iba a acuñar una de las máximas con mayor arraigo: “El perro es el mejor amigo del hombre”.

Todo comenzó tras el asesinato de Old Drum, un sabueso que el granjero Burden utilizaba para ir de caza, en manos del acaudalado Hornsby, su vecino, quien debido a su situación económica, sorteaba fácilmente los intentos del damnificado por obtener justicia. Cada vez que este recurría a los tribunales de la ciudad de Warrensburg (Missouri), la respuesta se apoyaba en argumentos sólidos: como los perros no son seres humanos, la denuncia penal no correspondía y, por ende, sólo podría lograr una indemnización monetaria cuyo tope, por ley, eran unos 150 dólares. Eso sí, le recomendaban que para lograrlo contratara a un buen abogado.

Este fierro caliente era evitado por todos los profesionales disponibles ya que, además del temita de las influencias del denunciado, tampoco había indicios de que realmente este había sido el responsable del deceso. Salvo porque el cuerpo del perro fue encontrado dentro de su propiedad.

Entonces apareció Vest, el verborrágico abogado que, ni tonto ni perezoso, se encargó de hacer de este caso un asunto público al declarar, apenas asumida la tarea, que ganaría el juicio o se disculparía personalmente con cada perro de Missouri. Tras idas y vueltas con testigos a favor de uno u otro, nada parecía culpar fehacientemente al principal sospechoso.

Pero aún faltaba lo mejor, el discurso que determinaría el rumbo del caso: se lo conoce como “Tributo al perro”.

“Caballeros del jurado:

El mejor amigo que un hombre pueda tener podrá volverse en su contra y convertirse en su enemigo. Su propio hijo o hija, a quienes crio con amor y atenciones infinitas, pueden demostrarle ingratitud. Aquellos que están más cerca de nuestro corazón, aquellos a quienes confiamos nuestra felicidad y buen nombre, pueden convertirse en traidores.

El dinero que un hombre pueda tener también podrá perderlo, se volará en el momento que más lo necesite. La reputación de un hombre quedará sacrificada por un momento de locura o debilidad.

Las personas que están dispuestas a caer de rodillas para honrar nuestros éxitos serán las que arrojen la primera piedra cuando el fracaso coloque nubes sobre nuestro porvenir.

El único, absoluto y mejor amigo que tiene el hombre en este mundo egoísta, el único que no lo va a traicionar o negar, es su perro.

Caballeros del jurado, el perro de un hombre está a su lado en la prosperidad y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad. Dormirá en el frío piso donde sopla el viento y cae la nieve, sólo para estar junto a su amo. Besará la mano que no tenga comida para ofrecerle, lamerá las heridas y amarguras que produce el enfrentamiento con el áspero mundo.

Si la desgracia deja a su amo sin hogar ni amigos, el confiado perro sólo pide el privilegio de acompañar a su amo para defenderlo contra todos sus enemigos.

Y cuando llega el último acto, y la muerte hace su aparición y el cuerpo es enterrado en la fría tierra, no importa que todos los amigos hayan partido. Allí, junto a la tumba, se quedará el noble animal, su cabeza entre sus patas, los ojos tristes pero abiertos y alertas, noble y sincero, más allá de la muerte”.

En ningún momento presentó prueba alguna; se limitó a pegar donde más duele. El sur venía de la derrota en la Guerra de Secesión, así que agarró a su auditorio con la guardia baja, al punto de conmover al propio juez. Luego de reunidos los 12 integrantes del jurado, la decisión fue unánime: Hornsby, el vecino con guita del granjero, era el culpable y tenía que indemnizarlo por los daños causados con 550 dólares.

Tras apelar en la Suprema Corte del estado, Vest volvió a ganar y, con eso, su convicción como orador pasó a la historia, al tiempo que instalaba los pilares de los derechos de los animales en el país. En 1958, frente a los tribunales donde tuvo lugar aquel histórico discurso, se colocó una estatua de bronce con el “Tributo al perro” grabado.