Dentro de lo absurda, macabra, cruel y demás calificaciones que le caben a la Guerra de las Malvinas, una de sus peores características fue que utilizó a adolescentes para, con falacias como patriotismo y hombría, buscar una bocanada de aire ante la siniestra dictadura argentina. Como todo se conecta con todo, así como esos casi hombres fueron carne de cañón en un conflicto para el que carecían del entrenamiento necesario, Tom, el perro héroe de las Malvinas, tampoco lo tenía.
Criado como mascota por los soldados del grupo de artillería 101 de Argentina, cuando estos fueron requeridos para viajar a la guerra debieron subirse a un camión con destino Santa Cruz para volar a las islas. Y Tom, como cualquier mascota, siguió a uno de los tantos soldados y, de alguna manera, también montó aquel camión que inició su periplo.
Ya en viaje, un muchacho que desconocía al perro preguntó su nombre y la respuesta de uno de los cabos presentes es recordada hasta el día de hoy por los ya veteranos sobrevivientes que viajaban con él: “A partir de hoy este perro se llama Tom, ya que nos dirigimos al Teatro de Operaciones Malvinas”.
Durante el viaje en carretera, el nuevo “soldado” logró lo que todo perro consigue en casi cualquier situación: afecto. El tema era mantenerlo oculto de los altos mandos, que no parece muy difícil imaginar la onda que tenían. Así, Tom se pasaba entre bolsos, sacos y camperas con apenas una pequeña abertura, cosa de que pudiera respirar hasta llegar al destino dentro de un avión Hércules.
Ya establecido en las islas, parece que Tom se comportaba como un verdadero perro entrenado para la guerra, pero fue producto de un talento innato y no por efecto del adiestramiento. Cuando había alerta roja por bombardeos navales, el amigo salía del refugio y se dedicaba a buscar a los más alejados de la zona segura, avisando sobre la situación. De hecho, algunas veces parece que se anticipaba a la llegada de los aviones británicos ladrando de una manera diferente a la habitual, que indicaba que la mano venía en serio.
Entre ataque y ataque, Tom además hacía cosas de perro: jugaba y corría algún que otro bicho isleño que veía en la vuelta. Tal era el vínculo con el grupo que los soldados compartían la escasa comida con la que contaban para sobrevivir, le confeccionaban bufandas y prendas de abrigo, ya que era un perro cruza, de pelo corto, y, por si fuera poco, con unos restos de lata, le armaron un casco para protegerse.
El uso de perros en la guerra tiene antecedentes de tiempos antiguos. Se emplean para varias tareas, y una de ellas consiste en entrenarlos para ser una alarma segura frente a los bombardeos, sobre todo los aéreos, aullando. En efecto, según algunos veteranos de guerra, la utilización de perros fue el mejor método que tuvieron para avisar del inminente ataque con suficiente tiempo como para cranear la contraofensiva.
Pero Tom no fue a ninguna de estas clases miliqueras para perros, y aun así se encargó de alertar en tiempo y forma, con lo que garantizó la ausencia de bajas dentro de su batallón. La tarea le salió casi perfectamente, pero hubo una muerte que no pudo evitar: la propia. Tras dos meses de conflicto, el 11 de junio un avión inglés identificó la posición de los soldados argentinos y se dirigió hacia allí para atacar. La gran mayoría zafó, ya que Tom, parado sobre una roca, comenzó a ladrar como señal de alerta. Pero el avión pegó la vuelta y, metralleta mediante, pudo herir a varios soldados y también a Tom, que seguía corriendo y ladrando para dar cuenta de la situación a los soldados que se encontraban en locaciones distantes.
Después del ataque el animal fue encontrado sobre una piedra, inmóvil, gravemente herido; de acuerdo con los testimonios, luego de algunas miradas silenciosas de eterno agradecimiento, un soldado ayudó a terminar con el sufrimiento del animal.
El 1º de junio de 2014 se inauguró en Ascensión, localidad del partido de General Arenales, provincia de Buenos Aires, el monumento a Tom. En este se ve a un perro negro, sentado sobre una piedra (actitud que adoptaba diariamente allá en el sur) con mirada al frente. A su lado descansa un casco, como símbolo de los caídos, y una cruz, que representa la muerte de este héroe canino con espíritu de grupo.