Esta es la historia de una pareja de arquitectos que no querían hacer casas, pero terminaron restaurando una. Ella, Camila Barraco, decantó por el diseño en comunicación visual, se dedica a las escenografías y montajes; él, César García, optó por la carpintería, integra un taller en Capurro, donde diseña muebles. Juntos proyectaban poner un centro cultural y hace un año que están en eso. Buscaban un galpón para dividirlo en estudios y talleres; dieron con una locación que es todo lo contrario: 230 metros cuadrados internos y 150 más de patios. Una casa que, según los documentos, en 1905 comenzó a ser habitada, aunque sospechan que fue construida a fines del siglo XIX. Para nada rústica, aunque sí deteriorada, incluye claraboya, vitrales y detalles de ebanistería de la secesión vienesa del art nouveau.
En diciembre estos treintañeros, su encantadora perrita Chela y una barra de amigos ingresaron a evaluar el panorama de escombros, el daño que hicieron los pluviales, la caída de molduras, y hace diez meses que encararon el trabajo de obra. Lo primero fue limpiar porque la propiedad estuvo abandonada durante quince años. Hasta entonces siempre había sido de la misma familia, los García Medici, y de sus descendientes, los Pérez García.
Para comprar el inmueble, ubicado en el barrio Arroyo Seco, a tres cuadras de Agraciada, vendieron su apartamento y si bien, mientras arreglaban, fueron viviendo en las diferentes habitaciones –con sus respectivas sensaciones, como las puertas que se golpeaban misteriosamente hasta que las removieron–, la intención es destinar el espacio al arte y el diseño. “Somos conscientes de que estamos como en el segundo anillo de centros culturales”, comenta César, sobre la ubicación. “Nos gusta un poco, porque es descentralizar”.
En la casa, como yapa, se encontraron con un montón de cajas, un acervo que cuenta la historia de sus habitantes. Fotos, cartas, postales de viajes, títulos universitarios, estampitas funerarias, gruesos cuadernos escolares que alentaban el desempeño de un linaje de profesionales, entre quienes figuran dos de las primeras ingenieras del país. Valentina García era viuda ya cuando compró la casa y falleció apenas seis años después, por lo cual Camila y César estiman que la adquirió para su hijo, Ricardo García, quien se casó con María Clara Medici, en una mezcla de orígenes italianos y vascos. En 1914 hubo una ampliación en la zona de fachada y hall, que fue diseñada por Leopoldo Tosi, “uno de los arquitectos pioneros en el art nouveau en Montevideo”, apuntan. El matrimonio tuvo cuatro hijos, contando a Clara María Valentina y Haydée, las ingenieras. La primera conoció en la facultad a su futuro marido, Juan Carlos Pérez Perdomo, que luego participó en la construcción del puente Paysandú-Colón y de la represa Rincón de Baygorria, en el Río Negro, comentan los anfitriones. De esa unión nació una Clara más, que todos apodaban Bebé.
Fue la última moradora de Villa Valentina, no tuvo descendientes, y tras su muerte, en 2017, la casa fue heredada por familiares lejanos. “Entonces, a esto no le dieron el valor que nosotros le dimos en la primera exhibición”, cuenta Camila, señalando las agrupaciones de objetos, por década o por categoría, que fueron haciendo en paredes y exhibidores de madera (construidos por César). “Fue un proceso bastante difícil”, recalca Camila, “porque no sabíamos hasta dónde meternos, qué es vida privada, qué queremos contar”. El corte femenino, desde el nombre del sitio, es una lectura que priorizan en este relato.
El otrora comedor diario devino en sala expositiva y la idea es poblarlo de instalaciones para las ferias, como la que hicieron el fin de semana del patrimonio y como la que harán el próximo sábado. Buena parte de lo que se ve, la mayoría de los documentos y recuerdos personales, fue seleccionado y ordenado con el criterio de rearmar la historia. Lo que no estaba allí, como un proyector casero de los años 1970 y las respectivas cintas familiares, les llegaron por una persona que guardaba un aparador que había pertenecido a la villa. Al ver en redes sociales un retrato en el que aparecía el mueble, les alertó del resto del material y se los prestó para exhibirlo. Entre las 300 personas que visitaron el lugar el mes pasado, estaba una prima de la familia, que desconocía ese registro y se emocionó al verlo. La cadena de sucesos de ese tipo no deja de crecer. Por eso aspiran a obtener fondos para filmar un documental sobre Villa Valentina.
Por otro lado, los flamantes propietarios encuentran que los pilares del proyecto que vienen desarrollando, el arte, el diseño y los oficios, de algún modo ya eran parte de la casa. Allí funcionaba el estudio de ingenieros; como los dueños tuvieron una curtiembre, en el sótano había herramientas para trabajar cuero, y las mujeres tocaban el piano. Mientras los vecinos recuerdan a la familia con mucho cariño, Camila y César apuestan a reconstruir esos hechos como una manera de homenajearlos. “Para dar un ejemplo de preservación y de cierta interacción, porque vamos a aggiornarla con detalles contemporáneos. Queremos dejar la casa como una historia que se sigue escribiendo, porque viene alguien y nos dice un dato nuevo, y también pensarnos como parte de lo que se va a contar dentro de cien años”.
Expoferia
La oportunidad más próxima de conocer Villa Valentina (García Morales 1236) será ir el sábado 12 de 12.00 a 22.00, una jornada que reunirá arte, arquitectura, diseño, música (DJ Sátiro y DJ Caballo Loco) y cosas ricas de Pocho delicias. En la casa actualmente funciona una escuela de pintura, Atelier Mari Barraco, y este fin de semana se sumarán artes gráficas, una propuesta lúdica de sombreros antiguos, otra de indumentaria vintage, y una exhibición de diseño industrial, entre otras. Las actividades que proponen son para poder seguir restaurando. La entrada es libre, pero habrá alcancías para colaborar.