Aunque por cuestiones académicas y artísticas lleve la marca del nomadismo, hasta el urbanista Francesco Careri (Roma, 1966) tiene un límite para estar fuera de casa: “Vengo de Florianópolis, después fui a Buenos Aires y ahora estoy acá: ya llegué muy cansado a esta tercera etapa. Fueron diez días”, contaba el fin de semana en su breve estadía local.

Durante la conferencia que dio el jueves pasado en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo, responsable junto con la Facultad de Artes de traerlo una vez más a Montevideo, admitió que su libro Walkscapes. El andar como práctica estética, “liberó energías en el mundo latino”, en el sentido de habilitar cierta lectura de las ciudades desde el errabundeo. Hace dos décadas que coordina un curso peripatético, en el que los estudiantes, como ironiza, “paran 15 minutos en la universidad y no vuelven”, porque los encuentros consisten en salir a caminar en grupo, muchas veces munidos de una escalera para poder saltar los muros u obstáculos que se presenten. “Los exámenes duran kilómetros”, recalca Careri, en su propia didáctica de aula ambulante.

Antes de eso, desde mediados de los años noventa, junto con su grupo Stalker, llamado así en alusión al film homónimo de Andréi Tarkovski, había entendido que, “para entrar en contacto con los fenómenos más profundos del devenir inconsciente de la ciudad, era necesario desplazar el punto de vista desde el centro de las aglomeraciones urbanas para colocarlo en los vacíos de la ciudad salvaje”, aquella que en su manifiesto habían llamado “los territorios actuales”. Pero la ciudad, como señaló además, se encarga de ir creando nuevas ruinas y lugares ociosos mientras cada vez más gente demanda un espacio propio.

En Walkscapes daba cuenta de los antecedentes del deambular y el caminar desde la antigüedad, echando por tierra la dicotomía entre nómades y sedentarios que habrían fundado Caín y Abel, pasando por las vanguardias artísticas y referentes directos, como los situacionistas. Si aquello era un fundamento, su nuevo libro es una demostración de casos concretos en los que los colectivos a los que pertenece o sus propios estudiantes mapearon ruinas contemporáneas, desplegaron “transurbancias” o acciones en diálogo con distintas situaciones, con migrantes y con okupas, pensando cómo convertir el patrimonio abandonado en viviendas sociales, por ejemplo.

¿Cómo percibió los cambios en el uso de los espacios públicos a raíz de la pandemia de la covid? “El virus nos paró un mes, nada más. Fue horrible dar un curso teórico sobre caminar, pero ya cuando se podía salir inventamos maneras de relacionarnos. Teníamos, por ejemplo, un cuaderno que nos pasábamos clandestinamente, porque los estudiantes describían su cuarto, el espacio que estaban habitando y se lo pasaban a otro para que dibujara. Así hicimos una cadena. Después salimos a la calle, en los márgenes, al principio con las máscaras, y ya en junio dormimos en carpas. Yo no llegaba a aceptar esta cosa de estar encerrado”, confiesa. Para Careri, lo que más notoriamente cambió la covid en las calles fue la proliferación de decks y mesas de restaurantes y bares avanzando sobre el espacio de todos.

Incursiones montevideanas

Su última visita fue hace unos siete años, pero calcula que ya estuvo en Uruguay por lo menos en cinco ocasiones. Dice que no llegó a contarlas, que se le confunden los lugares. Pero una de aquellas veces, probablemente la primera, fue cuando propuso una caminata nocturna, siguiendo las vías de tren desde la Estación Central, y otra vez cuando planteó una dinámica a ciegas: “Siempre estoy en contacto con coreógrafos y bailarines franceses, y ellos tienen una manera de atravesar espacios que es muy interesante. Una es con los ojos cerrados y para acabar una conferencia aquí, que creo fue en 2007, les pedimos a todos los que estaban que se pusieran en parejas y que uno, con los ojos cerrados, caminara 'ciego' y el otro, sin tocarlo, lo guiaba, atento a que no se hiciera daño; después se intercambiaban. Fue fantástico, porque a los cinco minutos tenía 100 personas con los ojos tapados que se iban por las escaleras de la facultad, o entraban a clases... fue muy divertido”.

Recuerda muy bien otra incursión, en ese caso, en el barrio Casavalle: “Fue una larga caminata. Nos perdimos en los márgenes y en un momento dado llegamos a este sitio, donde la mitad de los estudiantes, quizás un poco menos, no quisieron entrar, esperaron afuera porque era demasiado fuerte para ellos. No era miedo, era inquietud de entrar como colonizadores, porque el tema siempre es el respeto; también demasiado respeto te hace indiferente, porque cada uno tiene su límite. Pero fue muy bueno porque ellos creían que nos iban a asaltar y esta es una regla que sé muy bien: no te asaltan dentro de un cantegril, te asaltan afuera. Dentro piensan que eres amigo de alguien”. Asegura que nunca, ni aquí ni en su país, le pasó nada malo. “Como siempre, es más fácil entrar que salir, porque en situaciones como esta, ellos te quieren contar su vida. Eres la primera persona que no es la Policía o un asistente social o un periodista, que normalmente entran a estos lugares. Es una sorpresa para la gente que está ahí”, insiste.

“También Italia está llena de chabolas. Es algo nuevo, tenemos que aprender de ustedes, que tienen una historia de urbanismo informal y de cómo tratarlo e intentar arreglarlo. La frontera, el ka [el signo ancestral de las manos en alto], cómo construir esta relación de hospitalidad, es siempre la misma, más o menos. Muchas veces digo que no somos arquitectos, no somos urbanistas, porque la primera idea es que les vas a tumbar su casa, que van a demoler todo, y tampoco eres artista porque no te pones en un pedestal. Digo que somos poetas itinerantes y esto abre muchas posibilidades, porque baja el nivel de desconfianza. Un poeta no te puede hacer daño. Más o menos utilizo esta manera de entrar, más lúdica”, explica.

“Hay una bellísima poesía de [Friedrich] Hölderlin: 'Ahí donde está el peligro, crece también lo que te salva'. Yo tengo esa atracción por los lugares a donde no se va por prejuicio y que la mayoría de las veces no son peligrosos. No estoy loco ni quiero suicidarme; tengo tres hijos, así que no tengo sólo la responsabilidad de mi vida. Me pasa a veces que entro, miro, comprendo que no es el lugar y nos vamos. No es que uno se ponga en una dificultad verdadera”.

Mientras repasa aquellas derivas, Careri propone continuar la charla en la Diagonal Fabini, en compañía de algunos artistas que están en residencia en ese proyecto y que pergeñan parte de lo que se verá en el próximo Foro Barrial y Festival de Bienes Comunes. Pero el rumbo termina siendo sinuoso. Tal como describe en su último libro, Hospedar/se, donde rastrea 21 epifanías relacionadas con experiencias errantes, con atravesar límites y con la hospitalidad que se ofrece y se recibe el italiano trata de ser fiel a las reglas autoimpuestas: “quien pierde tiempo gana espacio”, pero sobre todo, “no se puede volver por el mismo camino”.

Así es que entre las ganas de almorzar algo rápido o ceder al impulso de preguntar en cada portal curioso que se presente al caminante sucede lo segundo, faltaba más. “¿Qué es aquí?”, pregunta Careri, al detenerse en un amplio y aséptico garage donde alquilan boxes para depósito de diferente tamaño. El encargado es interrogado espontáneamente por el grupo y más de una vez, como cuando le preguntan si una persona puede quedarse a trabajar o a dormir en un box a medida, reconoce que nunca le habían consultado eso antes.

El hambre apremia en el equipo mientras el sol abrasa el bajo de Ciudad Vieja. Pero a cada vuelta de esquina Careri descubre un pretexto para hacer un alto. Esta vez es la sede del Musimóvil, que el extranjero comprende rápidamente al asociarlo al movimiento global Masa Crítica. En ese otro garaje, donde funcionó el Taller Ituzaingó, un integrante de aquel colectivo relata cómo allí ahora tunean bicicletas cargo, entre otros modelos. Careri y su gente se fijan en un adminículo ferrugiento que creen que podría servirles de polea. El locatario explica que lo usan para estacionar las bicicletas, así que la troupe sigue viaje con las manos vacías.

Al pasar por un edificio en obras, una viga lanzada hacia una volqueta, sortea por poco las cabezas de los viandantes. “¡Fuera abajo!”, atinan a gritar, mientras cruzan de vereda para ver mejor. Desde enfrente alguien lee en voz alta el cartel que, como un acróstico, ordena una lista que comienza en reciclar y culmina en real state. Risas generales mientras prosigue la marcha.

Careri insiste con otra palabra: empanadas. Nuevo desvío, rumbo a una panadería. “Es mejor así, ¿no?”, dice sobre la entrevista, que se va haciendo en el camino. Como Pulgarcito, aunque involuntariamente, el contingente artístico va dejando un rastro de migas que desaparecerá pronto del paisaje. Antes de llegar a destino, una hora y media más tarde, la pregunta de rigor. Si como llegó a decir, Stalker no define ya a un grupo preciso sino a una práctica, ¿podemos entonces sentirnos parte del colectivo?


Visitas de interés en el Congreso de Arquitectura

Más de 20 conferencistas de la región y unas 80 ponencias nacionales e internacionales se dan cita desde el lunes en Hacer Ciudad, el Congreso Nacional de Arquitectura que se lleva adelante en el hall de la Intendencia de Montevideo. En un nutrido cronograma que propicia la reflexión en torno al rol de la arquitectura en un contexto global, marcado por los retos de la sostenibilidad, la inclusión social y los impactos de las transformaciones científico-tecnológicas, este viernes, de 20.00 a 21.00, en el salón Azul, el cierre estará a cargo del español Andrés Jaque.

Doctorado por la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid y Alfred Toepfer Stipendiat, además de artista y urbanista, Jaque trabaja entre Nueva York y Madrid, donde se encuentran las sedes de Office for Political Innovation, una agencia interdisciplinar que apuesta a la interacción del diseño, la investigación y el activismo ecológico. Actualmente es el director del Advanced Architectural Design Program de la Universidad de Columbia. Desde su práctica, ha construido una voz propia en el campo de la arquitectura.

Para seguir la transmisión de la conferencia en vivo: https://hacerciudad.org/programa/.