Fernando Setién no tiene paciencia para coleccionar y dice que su inglés es “de piel roja”. Sin embargo, forjó una cartera de clientes alrededor del mundo que busca sus creaciones con obsesión. Como hijo de un vasco, este uruguayo emigró a Bilbao junto a su familia, ya que contaba con la doble nacionalidad. Allí conoció a su pareja, Susana García, y en 2002, por cuestiones laborales, se mudaron a Barcelona. “Trabajé muchos años en diferentes ramas del sector carpintería: fabricación de muebles, restauración, construcción, reforma, y la cuestión es que en 2009, con el impacto que tuvo la crisis económica acá, como tantos otros, me quedé sin trabajo estable”, resume. En busca de una salida, hace seis años apostó por transformar su pasatiempo, hacer miniaturas, en un proyecto más serio. “Vimos que había todo un mercado, un circuito internacional de ferias muy importante. Entonces decidimos hacer una pequeña inversión en un espacio, una máquina alemana de corte, especial para maquetistas, un taladro, un torno y algunas herramientas manuales, intentando que esto suponga un medio de vida, enfocándolo profesionalmente, trabajando ocho horas al día”.

Para lograr piezas de calidad hay que ser minucioso: “Está a medio camino entre la ebanistería y la joyería, es casi de relojero, porque estás con piezas diminutas”, ejemplifica. Entre las mayores dificultades está manipular espesores ultrafinos para que la reducción sea realista. “A veces estás trabajando con piezas de un milímetro o menos, y el riesgo es que se te rompan o que se te caigan al suelo, y no las ves más”, asegura. En ese caso no queda otra que volver a empezar.

A eso añade que las líneas que replica son contemporáneas, por lo cual no hay molduras, no hay pintura, es la madera viva, lo que demanda que esté perfectamente pulida, que las juntas sean más que prolijas. “Ahí es donde la pericia del artesano está en juego”, señala.

Setién realiza muebles en una proporción 1:12. “Procuro hacerlos iguales a un mueble a escala real y ensamblarlos, porque hay mucha gente que los pega, y que entre las piezas haya algún elemento que las una, además de la cola. Trabajo mucho con alfileres. A veces no tengo más remedio que pegarlas porque no hay espacio. Pero generalmente intento que estén ensambladas, porque siempre van a tener un poco más de posibilidades de sobrevivir”.

El artesano declara tener tanto buen pulso como buena vista para tareas así de exigentes. “Uso herramientas más reducidas, específicas para esto: las limas, las sierras de corte, todo más chiquito, porque con una más grande rompés la pieza”, cuenta, y, por supuesto, ha desarrollado una técnica que lo habilita a realizar un trabajo práctico y eficaz. Por más que se trata de movimientos repetitivos, el recorrido que debe hacer la mano al lijar o limar es más corto y controlado, de motricidad fina. En cuanto a los tiempos, a veces esos pequeños muebles le demandan más dedicación que uno de gran porte, hasta dos semanas, y en ocasiones lo resuelve en mucho menos. “No hay un patrón que se repita”, recalca.

Antes de abocarse en serio a las miniaturas, hacía algunas sin un estilo concreto, sin ornamentaciones. Actualmente su especialidad es el midcentury, es decir, el diseño de mediados del siglo XX, tan en boga en este momento. “Simplemente me gusta todo lo asociado al diseño y en qué contexto se dieron esas vanguardias, como la Bauhaus y las líneas innovadoras. Siempre me atrajo ese tipo de mueble que cambió lo que había hasta entonces. Ahora hay una vuelta a lo retro, a muebles de los 1940, 1950, 1960, al diseño nórdico, al alemán... espero favorecerme de esa tendencia”.

Setién analiza los autores que le interesan para ver si logra reproducir las piezas a escala o adaptar esa estética a sus propios modelos y dejar una plantilla de cada uno. Hay que entender que sus delicados mueblecitos no son juguetes –“en manos de un niño durarían un minuto”–, aunque quienes los coleccionan sean adultos que arman casitas o ambientes (room box) con verdadera afición. Se distinguen además por la materia prima utilizada, en su caso la misma madera con la que se fabrican los muebles originales, sea teca, roble, nogal o abedul. Esos detalles, como el buscar la veta más chica, acorde a la escala, y los acabados a cera, lo alejan de productos industriales o más toscos.

A menudo, cuando encara una silla, hace un juego de cuatro junto a una mesa, pero también construye aparadores, taburetes, escritorios, roperos, barcitos, camas. Todas las puertas y cajones se abren y se cierran. Si las sillas requieren algo de tapicería, sin declararse un experto, también la realiza (cuenta que compró una tela de un viejo kimono que fue muy útil para reciclar) y en ocasiones lo ayuda su pareja para los accesorios de metal y las soldaduras, ya que ella conoce bien de joyería.

El resultado logra una categoría tal que su arte es valorado entre los coleccionistas anglosajones, de Los Ángeles, Reino Unido y hasta de Australia o Japón. En su mayoría su clientela son señoras mayores que tienen casitas de muñecas que buscan amueblar, dice, y en contadas ocasiones un arquitecto o una tienda le compra piezas. Le interesaría, aunque aún no sucedió, tener encargos para películas animadas.

El uruguayo comercializa sus piezas en las plataformas etsy.com/shop/fernandosetienshop/ e instagram.com/fernandosetien/ y en ferias internacionales en un rango de precios que va de 135 euros una silla a un aparador entre 300 y 500 euros. “Si nos vieran, los diálogos que tenemos, es tal la obsesión de los clientes, que pensarían que es un manicomio”, admite el artesano. “Es un mundo peculiar”.

Su trabajo más exitoso fue el aparador Paola, una edición limitada que reproducía a escala mini un diseño que se había hecho para la boda de la reina belga en 1959. Esas cinco piezas están repartidas por el mundo: en Toulouse, en Milán, en Georgia, en San Francisco y en el museo nacional de la miniatura y el juguete de Kansas, donde le dedicaron una vitrina especial. No son tantos los colegas en su categoría, aunque logró establecer un buen vínculo con Michael Yurkovic, un diseñador industrial de Chicago, que incluso le acercó clientes.