El fotógrafo Pablo Guidali (Montevideo, 1976) vive en Francia desde que se fue becado. También estuvo un año en Madrid, en 2014, por una residencia en la Casa de Velázquez y durante un tiempo fue y vino por trabajo entre ambos países, pero ahora su base es Marsella, cada 15 días viaja a dar clase a Toulouse y esporádicamente vuelve a Montevideo. Eso porque la pandemia demoró su regreso, pero antes estaba por acá dos veces al año, ya que mantenía un laboratorio de acompañamiento de proyectos fotográficos junto con Diego Vidart. “Eso era algo bien lindo porque me hacía estar muy fresco con todo lo que pasaba acá”, dice, “y además tenía otras puntas, de generar otros lazos de producción”.
El proyecto que lo ocupa actualmente no tiene un sitio específico más allá de correr los límites entre el espacio público y el privado, de apuntar a zonas de intimidad capturadas, pero le resulta más fácil y natural desarrollarlo en Uruguay, más que en ningún otro lado.
Guidali va develando su objetivo con cierto suspenso. Formado primero en Ciencias Económicas (abandonó cuando le faltaban dos materias) y en paralelo en fotografía, trabajó en medios de prensa antes de marchar al exterior en 2007. Cuenta que no le gusta mostrar “portfolios solemnes” así que desde que se fue a Francia a estudiar en la Escuela Nacional de Fotografía presenta los avances en un formato práctico y económico, de cuaderno con rulos, como un libro de artista con las páginas impresas con imágenes. La razón de haberse instalado en Marsella fue un trabajo de tres años sobre la ciudad. “Tenía esa cosa de trabajar siempre en la calle, en blanco y negro, de forma muy espontánea. En un momento, cuando volví de Madrid, una galerista me dio carta blanca para exponer”. Le dijo que pensara en un universo personal. La galería era Detaille, detrás de la cual hay tres generaciones de fotógrafos, que además compraron el fondo fotográfico de Nadar (1820-1910).
Guidali estaba por empezar un doctorado en creación y se cuestionó por qué le resultaba tan cómodo construir las imágenes en la lógica de las ciudades. “Era darse cuenta de que eran una excusa, una forma de ordenarse. Pero para mí era ‘qué es lo que te tira en realidad’”, confiesa. Más que un tema fijo, cree que necesita parámetros o al menos argumentos vagos que lo encuadren. La tónica francesa, no tardó en captarlo, empuja a intelectualizar los procesos, cuando él suele decantarse por lo intuitivo.
Entonces lo invadió la idea del arrabal como espacio de reminiscencias, no por haberlo vivido sino por un sensibilidad hacia lo tanguero, por su bohemia y por ese tipo de poesía (cuando comenzó a fotografiar circuló mucho por boliches hoy desaparecidos, como el Sorocabana o el bar Pirulo).
Desde la experiencia
No le interesa ir al cliché sino atrapar la intimidad, el barrio, acá o en Marsella. La narrativa lineal tampoco es lo suyo. Se autopercibe tímido, así que no solía entablar charla en esas circunstancias. Eran escenas cercanas –fotografía en 35 mm– y robadas. “Pero quería acercarme más y eso ya no era posible sin un acuerdo”, relata. De hecho, hubo algunos incidentes, incluso alguna vez terminó en una comisaría. Así que empezó a pensar en cuál era la distancia mínima que podía establecer, cómo llegar a esa confianza sin dirigir a sus sujetos.
Una noche de deriva fotográfica, una pareja en un bar se dejó retratar en medio de un beso, y empezaron a conversar. Quedaron en ir al estudio de su hermano, en los bajos de un edificio de la calle Ciudadela, donde entre otras cosas se podía tamizar las luces, y la pareja aceptó desnudarse. “Yo quería que hubiera una situación de orgasmo, que cayeran todos los telones”, relata Guidali. “No hubo que pedir nada”. Más allá del carácter performático del sexo, este premiado fotógrafo lo distingue claramente de una escena porno o posporno, donde todo es armado. Su proyecto –que lleva como nombre El lugar de los jazmines, pensando en un refugio de su memoria, “una penumbra dulce”– busca “otro nivel de sutileza”, afirma, ya que entiende que es “un momento increíble para fotografiar”. Trabaja con exposiciones largas, logrando una estética de movimiento, sin flash. Y quiere llegar a redondear un libro que balancee este trabajo con sus tomas callejeras, que son de algún modo dos clases de borde. Un avance del proyecto fue exhibido el año pasado en Francia. Guidali explica que utiliza un procedimiento de 1800: copia sobre paladio (metal), en el que se emulsionan los papeles y se imprime por contacto. “Es muy rústico y la copia tiene una profundidad enorme. En lo que hago los blancos viran hacia el amarillo”, cuenta sobre las imágenes de figuras deformadas en ocasiones, que resultan algo fantasmáticas.
“Busco personas para fotografiar”, postea en redes. Ante todo, más allá de llevar música o bebidas, evita forzar nada: “Vos pedís que las cosas tiendan a, pero después no sabés qué va a pasar. Salís muy movilizado”. Dar con las parejas o sujetos es un asunto delicado, eso sí, porque muchas veces lo contactan individuos que tienden a exhibirse, algo lejano al perfil que busca. Dice que una vez que reunió un conjunto de fotos, fue más fácil transmitir lo que quiere. “Gente que no te esperabas decía que sí”, cuenta, pero también hay muchas citas canceladas. Una conversación exhaustiva es de orden, lo mismo que una autorización expresa, una descarga de derecho a la imagen. Lleva una veintena de instancias y dice que no hay un patrón de comportamiento, que existe un estado de entrega a la cámara. Hay gente más proclive a hacerlo, otra que quiere verse así, dejar registro. Le preguntan incluso si no se excita en el transcurso de las sesiones, que pueden durar una noche entera, y el fotógrafo asegura que es imposible vivirlo desde la neutralidad. “Más allá de la idea preconcebida que yo podía tener, creo que hay gente capaz de estar en paz en ese lugar, viviéndolo bien”. Pero ante la duda, incluso después de la sesión, todo se detiene.
Para conocer más de este trabajo: https://galerievu.com/fat-event/pablo-guidali-jazmines/
Para contactar al autor: @guidalipablo en Instagram.
Pasado presente
Hay mucho para conversar y descubrir sobre los indígenas de estas tierras. La cita es el jueves 10 de agosto, a las 18.00 en el Museo Nacional de Antropología (Avenida de las Instrucciones 948), con entrada libre. Dialogarán sobre “El trauma social como cimiento de una nación” Rosana Greciet, artista plástica y responsable de la muestra Visibles, un rastreo individual y colectivo de la trama indígena de nuestra sociedad; Lucas Prieto, del Departamento de Antropología Biológica (FHCE-Udelar); Fernanda Olivar, de la Asociación Uruguaya de Antropología Social y Cultural; Moira Sotelo, por Arqueólogos del Uruguay Asociados; Martín Delgado Cultelli, miembro de la Red Jóvenes Indígenas; e Iris Peña Gómez, psicóloga universitaria feminista.
Prehistoria local
María Farías Gluchy, directora del museo Taddei, y Andrés Florines, del Departamento de Antropología de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (Udelar), presentarán nuevos datos en el área del arroyo Catalán Chico (departamento de Artigas). El encuentro será este jueves a las 19.30 en la Alianza Francesa (Bulevar Artigas 1271) y abordará “Las sociedades prehistóricas del pleistoceno-holoceno en Uruguay”.
Viejas tuberías
El Museo Histórico Nacional anuncia para el sábado, 12 de agosto, a las 11.00 una mesa titulada “El pasado del agua”. Se desarrollará en la sala Pablo Blanco Acevedo de la Casa Lavalleja (Zabala 1469) y participarán la arqueóloga Nicol de León y la historiadora María Inés Moraes. El objetivo de la actividad, en el contexto de la crisis hídrica, es reflexionar sobre el agua y sus formas de abastecimiento y consumo durante los siglos XVIII y XIX en Montevideo.
Para participar es necesario inscribirse a través de [email protected] con nombre completo y número de teléfono.