A Ramón Méndez le tomó tres meses decidir con qué lote quedarse. En la reserva Tekoporá hay terrenos más altos y más bajos, unos frente a montículos de piedras, otros metidos en el monte, cerca de cañadas o de coronillas de más de tres siglos. De todos modos, los lugares más bellos, como un lago, piscinas naturales, cascadas, incluidas 250 hectáreas de monte criollo, serán las áreas comunes a las que apostarán los 60 individuos o familias que antes de fin de año esperan que se integren al proyecto.
Fue un amigo quien le presentó el lugar al ex director nacional de Energía. En esas sierras al sur de Minas, sobre la ruta 81, justo enfrente del templo budista, se divisan guazubirás (pequeños ciervos), colonias de carpinchos, zorritos mano pelada, liebres, osos hormigueros e infinidad de aves. Así lo describe Méndez desde Nueva York, donde estuvo en la Semana del Clima contando la experiencia uruguaya en transición energética: “La idea surgió de una preocupación que tengo desde hace tiempo, que venía creciendo, de ver hasta qué punto estamos avanzando como ‘civilización’ sobre el ambiente. Uno tiende a pensar que los impactos tienen que ver con las contaminaciones del agua, del aire, o con el cambio climático, pero en realidad el impacto que generamos sobre el territorio es impresionante y es irreversible. En Uruguay lo estamos haciendo de una manera bastante descontrolada. En particular, por la forma en la que se terminan fraccionando lugares extraordinarios. Entonces, sabía que era una tarea muy difícil, porque además no podés proponerte hacer todo del lado del Estado. La tierra, en general, en el mundo, es privada y hacer áreas protegidas es muy caro. Entonces, hay una responsabilidad desde los ciudadanos de tratar de preservar y de hacer un uso del espacio y de los ecosistemas diferente del que estamos acostumbrados”.
Esa idea, desde hace dos años, ocupa un lugar central en su agenda, que se reparte hoy entre asesorías para gobiernos de la región y organizaciones internacionales en procesos de transición energética, así como seminarios y charlas. “En el fondo, se trata de no hacer lo que hacen otros –como Benetton, que compra miles de hectáreas para preservar y en realidad es un greenwashing, o sea, una falsa propaganda; o como hoy en día, que te hacen un edificio al que le ponen colectores solares en el techo y dicen que es un edificio verde–, sino buscar una forma de preservar la naturaleza como está. Para bancar todo eso la idea es compartir la responsabilidad entre 60 personas o familias”.
Encontraron la manera de que durante 30 años no se pueda hacer más que esa reserva en esas 600 hectáreas. El costo de la compra y del mantenimiento del lugar se divide, y juntos asumen el compromiso de disfrutar respetando un conjunto de reglas que priorizan el paisaje. La normativa es muy clara y el documento es profuso: unas 60 páginas que definen asuntos obvios, como que está prohibida la caza, está descartado introducir especies exóticas invasoras, no se puede utilizar pesticidas, por supuesto que no se puede talar árboles, los fogones están muy restringidos. Hay, a la vez, un compromiso de regeneración del ambiente; amén de respetar los corredores biológicos, prometen que en el 90% del lugar no se verán carteles ni construcciones.
Un equipo de más de 25 técnicos participaron en el diseño del proyecto, entre los que se destacan cuatro especialistas en urbanismo rural. Juntos apuntaron a establecer los lugares más valiosos desde el punto de vista paisajístico y de ecosistemas, libres de presencia humana. Hay más de 22 km de senderos que se mimetizan con el entorno, por los que únicamente se puede circular caminando o a caballo. Es que el desplazamiento también está regulado. Las casas quedarán instaladas en un ambiente campestre, a suficiente distancia entre sí para no divisar a los vecinos y ocupando en total alrededor del 10% de la superficie. Al mismo tiempo, las construcciones que allí se hagan no pueden superar cierta altura ni superficie, y están reglamentados los materiales (no se puede colocar un contenedor como hábitat). El saneamiento debe ser ecológico, es decir que las aguas residuales se van filtrando a través de diferentes tanques y terminan siendo absorbidas por totoras y el líquido resultante es apto para riego. La iluminación artificial está muy medida, no hay cables eléctricos aéreos o se debe hacer una instalación fotovoltaica de generación propia, con baterías, y si la conexión es por intermedio de UTE, es requisito hacerla de manera subterránea.
Tekoporá se enmarca como fideicomiso, “una figura que permite colocar dentro de una cajita un bien y ese bien tiene que ser administrado siguiendo determinadas reglas del juego. La duración máxima en Uruguay es de 30 años”. Como explica Méndez, de esa manera el bien compartido es retirado del patrimonio individual de cada participante, lo que significa que si alguno de ellos es embargado, por ejemplo, el fideicomiso no se ve afectado. Sin embargo, junto al carácter innovador de la propuesta desde lo formal y desde lo fiscal, se destaca la solidez desde el punto de vista jurídico, ya que se puede vender o heredar. Para Méndez una prueba de eso es que desde abril, en las primeras semanas que se empezó a difundir en las redes sociales y mediante publicidad digital, ya consiguieron sumar a la mitad de los socios necesarios. Con la primavera retoman las visitas cada fin de semana, y eventualmente organizan otras actividades, como charlas sobre astronomía o para conocer el pasado indígena de la zona.
Pasando en limpio, quien ingresa al proyecto accede a la propiedad indivisa de la sexagésima parte del campo, la infraestructura común y el uso exclusivo de los 10.000 metros cuadrados del lote que se elija. Por este paquete manejan precios finales de entre 66.000 y 74.000 dólares.
El perfil de quienes adhieren al proyecto es amplio en edades, desde los que promedian la treintena hasta jubilados, hay de diferentes lugares del país, incluso uruguayos que residen en el exterior; unos pocos quieren irse a vivir allí, mientras que otros aspiran a teletrabajar parcialmente y la mayoría la piensa como una segunda casa. En cualquier caso, cada uno contará en su área con todos los servicios, incluyendo internet, y una caminería que garantiza accesibilidad incluso bajo lluvia. Hay una inversión de 1.200.000 dólares prevista para infraestructura; las obras comenzarán dentro de 15 días. Luego, cada asociado se compromete mensualmente a pagar 4.000 pesos para costear un guardaparque, las actividades de remediación (como sacar pinos y ligustros), mantenimiento e impuestos.
Por más información: https://tekopora.uy