El barrio Casabó fue un lugar que congregó desde un inicio a familias trabajadoras que buscaban progresar y hacer sus casas “ladrillo por ladrillo”, con una “gran solidaridad” que unió a la comunidad –a pesar de las circunstancias negativas– para vivir mejor.
Estas anécdotas surgieron de los vecinos y vecinas, que reconstruyeron juntos el año pasado la historia del lugar, en el marco del proyecto “Cuenta la ciudad desde tu barrio” que se lleva adelante en conmemoración de los 300 años de la capital uruguaya.
“Fue un barrio proletario, constituido por trabajadores, trabajadoras, amas de casa y también personal de servicio. (...) Recuerdo el esfuerzo, las ganas de la gente, la actitud del progreso, en la cual veíamos que con bloques, ladrillos, la gente levantaba lo que era su hogar como el hornero, ladrillo por ladrillo y bloque por bloque. Algunos con techo de chapa y los que tenían mejor ingreso hacían alguna platea de hormigón”, dijo a la diaria el vecino Luis Arriera, que trabaja en la radio comunitaria del Cerro.
Arriera, que tiene 75 años y desde los nueve vive en el barrio, consideró que los que radican en Casabó son “un solo corazón” y aseguró que es una “zona proletaria, trabajadora y de gente de buena raíz”.
“Todo el mundo trata siempre de ir superándose. Calles que eran de tierra, después de balastro, y hoy bituminizada o con hormigón, algunas de ellas. Y eso es signo de progreso y también de organización de trabajadores y de gente del lugar que se esforzaron para tener mejor calidad de vida”, afirmó.
En la misma sintonía, el estudiante de Historia Pablo Tourreilles dijo a la diaria que “las historias de los vecinos están anudadas por esa búsqueda de la vivienda propia”, en la que existe una “fuerte identidad obrera” y una “gran solidaridad”.
“Lo más relevante de las entrevistas a vecinos (...) es la construcción de sus propias viviendas porque es un barrio en el que a partir de la década del 60, sobre todo la década del 70, los vecinos construyeron sus propias viviendas y eso tiene que ver también con que muchos de ellos trabajaban en la construcción y los fines de semana se dedicaban a hacer sus propias casas y ayudar a los vecinos”, agregó.
“Hubo un gran esfuerzo que tuvieron que realizar los nuevos vecinos al asentarse en Casabó: sin luz, sin agua, debieron abrir sus propias calles, que con lluvias todo se volvía barro, cavar zanjas, sin alumbrado ni saneamiento”, aseguró, en diálogo con la diaria, Clara Perugorría, estudiante de la licenciatura en Historia.
“Quiero destacar dos elementos. El primero es la riqueza de estos intercambios sobre la vida cotidiana de sus habitantes, el día a día, su lucha por vivir en un espacio digno, cómo se las arreglaban para obtener agua: aguatero, tanques y canillas públicas; la luz y los diferentes artefactos que utilizaban para iluminar, calefaccionarse y cocinar; las travesías que significaban tomarse un ómnibus para ir a trabajar o estudiar un día de lluvia, el apoyo y solidaridad barrial en momentos de construir sus casas y barrios que se iban conformando, entre otros aspectos. Todos estos relatos están cargados de emotividad y destacan las conquistas por los mismos vecinos y vecinas”, agregó.
El Frigorífico Nacional
Arriera llegó al barrio a los nueve años porque su padre comenzó a trabajar en el Frigorífico Nacional, un lugar que fue clave para la creación de dicha localidad. “Mi padre estuvo en la matanza primero, después en los corredores de carne. Íbamos a buscar los dos kilos de carne que eran parte del salario de los trabajadores de la industria, que consistía en un kilo de delantero y uno trasero, más otro de menudencia que también se vendía. Para llevarnos la carne tomábamos el [ómnibus] 129 que hoy es el 185, era uno de los que nos arrimaba cerca de las puertas del Frigorífico”, recordó.
Arriera, quien durante su niñez caminaba por todo el barrio, aseguró que el Frigorífico fue “muy importante” para la zona.
“Significó la creación del propio barrio, lo que era la industria de la carne. Entonces, le daba vida a todo eso. El propio inicio del barrio, a la entrada de lo que era el camino, era de tipo municipal, con casas de uno, dos y tres dormitorios. Esas casitas fueron las que poblaron el lugar. Y después se fueron arrimando un vecino, otro, después se formó el Cerro 13, lo que viene a ser el nuevo Casabó hoy, el cual se une con el [barrio] Bajo Valencia en la calle Burdeos. O sea que todo eso era puro campo”, recordó.
“Todo el mundo trata siempre de ir superándose. Calles que eran de tierra, después de balastro, y hoy bituminizada o con hormigón, algunas de ellas. Y eso es signo de progreso y también de organización de trabajadores y de gente del lugar que se esforzaron para tener la mejor calidad de vida”. (Luis Arriera, vecino del barrio)
Por su parte, Perugorría afirmó que el barrio fue creado por capital privado, con viviendas para obreros del Frigorífico Nacional.
“El Frigorífico es un elemento muy importante para esta primera época del barrio ya que de él dependía buena parte de la economía local del Cerro y Casabó, principalmente. A este barrio lo rodeaban amplias zonas de campo y baldíos donde sus vecinos jugaban, armaban canchas de fútbol, pescaban y se bañaban en tajamares, etcétera”, agregó.
Explicó que el barrio fue “próspero” mientras funcionó el Frigorífico Nacional.
“Con los dos kilos de carne diarios que se les entregaba a sus funcionarios, con el poder adquisitivo de esos salarios que alimentaban bares, almacenes, panaderías, etcétera. Las memorias de estos vecinos observan que esto comenzó a cambiar hacia 1970, con el paulatino cierre del establecimiento, el periodo de autoritarismo y luego la dictadura y la llegada de nuevos vecinos al barrio”, afirmó la estudiante.
Origen
El viejo Casabó nace como una iniciativa privada de urbanización que tenía como objetivo suplir una carencia habitacional que existía en la zona. Los primeros proyectos de urbanización estuvieron centrados en la parte oeste, donde estaban radicados diversos establecimientos industriales relacionados a la faena y procesamiento de carne vacuna.
Los inversores privados planificaron el “Barrio Jardín Antonio Casabó” que fue inaugurado el 18 de julio de 1921. “Este complejo de 200 viviendas fue promocionado como un barrio jardín, con arquitectura de calidad, higiene, servicios, amplios patios y espacios verdes y como la oportunidad de hacerse propietario, por cuotas mensuales de 10 o 20 pesos. La urbanización Jardín Antonio Casabó es el núcleo inicial del barrio, del que además toma su nombre”, afirmaron los estudiantes Perugorría y Tourreilles en un texto elaborado tras los talleres.
“En el oeste predominaba la industria cárnica, lo cual era un polo de atracción a la población inmigrante. Si uno se pone a escuchar a los vecinos de más edad, la mayoría tiene un origen inmigrante europeo, sobre todo europeo oriental. Empiezan a trabajar en el frigorífico y se asientan primero en esas viviendas y después en otras que construye el Instituto Nacional de Vivienda en la década del 30. Ese es un barrio con una identidad obrera muy fuerte, que luego las anécdotas hacen surgir esas historias sobre militancia, sobre sindicalismo, de lucha, sobre todo en la década del 40, 50 y 60”, afirmó Tourreilles.
Sobre la costa, en Puntas de Sayago se encontraba el Frigorífico La Uruguaya, posteriormente reconvertido en Frigorífico Nacional, mientras que sobre Punta Lobos se ubicó el Frigorífico Swift, de capitales estadounidenses. El crecimiento del barrio fue fomentado por beneficios impulsados por parte del Estado que comenzó a otorgar estímulos al capital para la inversión en vivienda obrera.
A principios de 1960, comenzó a gestarse el nuevo Casabó, que estuvo relacionado con la migración interna que provenía desde el interior profundo hacia la periferia montevideana.
“Predominan, sobre todo, obreros de la construcción y amas de casa. Y además ese nuevo barrio tiene la característica de que surge de ocupaciones y de comisiones vecinales que van ordenando y organizando. Es otro tipo de solidaridad, pero que tiene mucha relación con la identidad del barrio, que persiste hasta hoy en día, y eso es algo que surgió en los talleres. Y si se quiere sintetizar, creo que esa solidaridad que todos los vecinos resaltaron es una característica bastante común a todos”, reflexionó el estudiante.
El nuevo Casabó nació de ocupaciones de terrenos fiscales del Estado, que luego con el correr de los años se fueron regularizando, explicó.
“En realidad es una construcción de los propios vecinos a través de la militancia de ciertos referentes barriales y ciertas asociaciones que eran muy fuertes en su momento pero que con el correr de los años y también con la llegada de los servicios al barrio se fueron diluyendo un poco”, agregó.
Las primeras ocupaciones fueron planificadas por caudillos locales y fue así que se conformó un nuevo barrio llamado Villa Esperanza; no fue hasta 1971 que la situación se regularizó.
A partir de 1965 adoptó el nombre de nuevo Casabó, diferenciándose del viejo Casabó, que se limitaba a las construcciones de los años 20 y 30.
“Sobre las décadas subsiguientes la emergencia habitacional y el deterioro de las condiciones socioeconómicas pautaron las ampliaciones que continuaron dando forma al barrio. En esos casos, las nuevas formas de poblamiento tendrían como paradigma las construcciones precarias. Paralelamente a esta nueva etapa de asentamiento, la fisonomía del barrio recibió un duro revés ante el cierre del Frigorífico Nacional en el año 1978. El establecimiento que en años anteriores era la fuente laboral más importante así como un centro de referencia identitario del barrio, cerraba sus puertas generando una crisis social que muchos vecinos recuerdan”, afirman los estudiantes en el documento.
Club Holanda
Otro de los lugares claves para el barrio fue el Club Holanda, que funcionaba como centro deportivo y zona bailable los fines de semana.
“Uno de los elementos que une a todos sus habitantes fueron sus espacios de salida, de tiempo libre, por un lado la playa y por otro el Club Holanda, lugar en el que se practicaban deportes, pero fundamentalmente es recordado por sus bailes. Junto a estos bailes, la música en el barrio tuvo y tiene un rol muy importante. De Casabó son originarios importantes músicos de la movida tropical como Gerardo Nieto”, afirmó Perugorría.
Crónica roja
Por otro lado, Arriera afirmó que a pesar de que la zona muchas veces es “estigmatizada y discriminada” por la crónica roja, aseguró que “es como todo barrio”. “Hoy, por la falta de valores, de educación, lleva a lo que a veces lo llaman como zona roja. Pero es una cuestión común de lo que son los barrios de nuestra república”, agregó. La interacción entre academia, Intendencia y vecinos fue “positiva” sobre todo para el caso del barrio Casabó, consideró el estudiante Tourreilles.
“Parece que está bastante alejado en el imaginario sobre todo por ser un barrio al que generalmente uno accede a través de la crónica roja y es positivo que la academia salga un poco de los muros y se acerque a la periferia montevideana y sobre todo al oeste”, reflexionó.
Conclusión de los talleres
Como resultado de los talleres, los vecinos eligieron realizar un podcast debido a que consideraron que persiste el analfabetismo en el barrio, por lo tanto es una manera de acercarse más fácilmente a un público al que con un documento escrito no se llegaría, agregaron los estudiantes. También optaron por esa modalidad porque consideraron que era una forma “más amigable” para llegar a los jóvenes, sobre todo en edad inicial y porque es fácil de distribuir por redes sociales, explicó Tourreilles.
Además, los vecinos acordaron que es necesaria una mayor organización.
“Falta más compañerismo, más unidad. Si no estamos unidos, si no estamos trabajando entre todos, nos comen los de arriba”, afirmó Arriera.
Asimismo, el vecino dijo que la realización de las actividades fue un “reconocimiento al barrio”, permitiendo el reencuentro de “vecinos que se veían en el ómnibus y quizás no se saludaban”.