Amigas y compañeras de Estela García (1953-2017) coinciden en que fue una mujer de discurso claro y firme, de espíritu optimista y de una notable calidez humana. “Usted tiene derecho a tener libertad de acción, pero no tiene derecho de imponer a la mayoría un solo pensamiento”, se la escucha argumentar, en un video fechado en abril de 2010.
La escena transcurre en pleno 18 de Julio, al lado de un puesto de tortas fritas, entre transeúntes, periodistas y curiosos, y con todos los ruidos propios de una tribuna popular. Su interlocutor de turno es el exsenador Carlos Baráibar, y su respuesta, un tiro por elevación al expresidente Tabaré Vázquez, se da en el marco de su activa participación en la campaña Aborto Legal 2010, impulsada por la organización social MYSU (Mujer y Salud en Uruguay) en aquel año.
Estela García fue la primera afiliada al Partido Comunista de su familia. Hija de una maestra rural y un policía de campaña, se crio en el pueblo Los Vázquez, de Tacuarembó, y a los nueve años se fue a vivir con sus padres a Rivera. A comienzos de los 80, y luego de estar detenida por la dictadura militar, se mudó a Montevideo.
Según Martín Couto, uno de sus tres hijos, su perfil combativo y de compromiso político y social podría asociarse al de una abuela “revoltosa” que llegó a tener una audición radial batllista.
“Ella disfrutaba mucho de interactuar con la gente, charlaba mucho con los vecinos, o con cualquiera que se encontrara en una marcha o en una esquina. Establecía un vínculo de confianza de forma muy rápida, y había personas que le terminaban contando cosas que seguro no compartían con gente más cercana”, cuenta Martín, que evoca a su madre en repetidas imágenes del barrio Colón de Montevideo, en vueltas del centro comunal y su Comuna Mujer, el comité de base, o militando en la plaza principal de la avenida Garzón. También la ve encerrada en un cuarto sábados y domingos, estudiando para alguna materia de la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación de la Universidad de la República, o en reuniones en su casa, alentando a los jóvenes y quejándose por la falta de renovación generacional en los espacios de decisión.
“Rememorar a Estela es también recordarla en colectivo con las otras mujeres”, se destaca, desde la Intendencia de Montevideo (IM). Este homenaje a la militante política y social es, a la vez, el lanzamiento de “Estela García: mujeres que transforman Montevideo”, una iniciativa con la que la IM busca “visibilizar y reconocer a mujeres residentes de Montevideo que se hayan destacado por su compromiso con sus territorios a través de la participación social, impulsando acciones de promoción de derechos y el ejercicio de la ciudadanía activa”.
Desde el 10 de junio, y hasta el 9 de julio, la IM llama a “organizaciones feministas y/o del movimiento de mujeres, colectivos barriales u organizaciones sociales vinculadas a la promoción de la igualdad de género y la diversidad con trayectoria a nivel territorial” a participar en este evento.
Cada colectivo u organización social podrá realizar una única postulación y serán tres –de diferentes municipios– las mujeres distinguidas, en una ceremonia a celebrarse en setiembre de este año.
El reconocimiento está dirigido a mujeres sin distinción de su identidad de género “que trabajen a nivel colectivo y comunitario, con una militancia social de más de diez años a nivel territorial, impulsoras y/o cofundadoras de colectivos a nivel barrial y/o territorial, vinculadas a la lucha por los Derechos Humanos, la igualdad de género y contra la discriminación, y a aquellas cuya trayectoria “aporte a la construcción de comunidad, a la promoción de la cultura, al desarrollo y crecimiento de su territorio”.
Primero nosotras
Otra coincidencia entre las miradas de amigas, familiares y compañeras de Estela García indica su poco interés por el destaque personal.
“Ella estaba comprometida con el territorio, utilizaba su tiempo en darse a la comunidad, en aquellos años tan fermentales, sobre todo para el movimiento de las mujeres”, dice Cristina Tonazza, referente de la Comuna Mujer 12, en un audiovisual realizado por la IM para este homenaje.
“Nos marcó a todas las que trabajamos con ella en el centro comunal, te marcaba lo que tenías que hacer, dónde ir, qué decir y cómo decirlo, para poder llegar a lugares impensables a los que efectivamente logramos acceder”.
“Ella estaría enojada con este homenaje. Era alguien que siempre conjugaba en nosotras”, agrega Liliana Pertuy, una de las amigas más cercanas de Estela. “De todas formas, este reconocimiento sirve de ejemplo para las que están y las que vienen”, admite.
Durante los 70, Estela y Liliana comenzaron a conectarse, como parte de la juventud comunista que luchaba contra la dictadura militar desde la clandestinidad.
“Ella cae en Rivera, en mayo del 75”, cuenta Liliana sobre la detención de su amiga, extendida hasta 1977. “La persecución al Partido Comunista arrancó en el interior hasta llegar a octubre del 75 a Montevideo”, detalla. “Cuando Estela sale de la cárcel, vuelve a Rivera y la mandan con libertad vigilada. Lo que hacían era una persecución sistemática para que no pudieras recuperar tu vida normal, te tenías que presentar todas las semanas en la seccional y siempre había un particular en el pueblo que sabías que te estaba vigilando todo el tiempo. Todos teníamos nuestro tira”, cuenta.
“Ni bien salió de la cárcel, Estela siguió con sus actitudes de lucha contra la dictadura y por la democracia, y así empezamos a armar la resistencia a como diera lugar. La flaca iba al Club Sarandí y trataba de organizar cosas para juntar gente. Podía ser una merienda, igual, la cuestión era ir avanzando en la cabeza de la gente, para que se diera cuenta de que era posible cambiar las cosas”, relata.
“Ella después se convierte en feminista, organiza a los vecinos de su barrio y trabaja en la descentralización de Montevideo, pero lo que hay que entender es que la flaca era una militante muy jugada, que ya venía con toda esa experiencia desde chiquita, cuando militaba en el liceo, en Rivera”, explica.
“Muchos de nosotros vivíamos con otros nombres y viajábamos de incógnito de departamento a departamento”, recuerda. “Cuando la flaca se viene para Montevideo, pasa a trabajar directamente en la comisión del interior del partido, conectando y ayudándome con otros y otras al enganche de la gente de todo el interior del país. Ella no solamente se encargaba de Rivera, sino de todo el norte del país”, destaca.
Con la apertura democrática afianzaron su amistad, y se encargaron de “armar toda la campaña electoral de la lista 1001, que en ese entonces se llamaba Democracia Avanzada, porque el Partido Comunista estaba proscripto”, recuerda.
“Compartimos la militancia, pero no solamente. Date cuenta de que, hasta ese momento, no habíamos hecho nada más que luchar contra la dictadura día y noche. Entonces, ahora era: casarte, tener hijos, poder hacer una carrera, todo lo que había quedado postergado”.
Más acá en el tiempo, Liliana recuerda las tardes en el departamento de Estela en el centro de Montevideo, y un balcón con una copa de vino, para acompañar eternas discusiones: “Ella era una mujer muy apasionada con las ideas políticas y con el feminismo. Era una estudiosa, además, y una militante del barrio”, dice sobre su amiga, con quien también pasó muchas jornadas de festejo. “Nosotros éramos muy intensas, y teníamos muchas amigas y amigos. Nos juntábamos a comer, y aunque te parezca raro, festejábamos la Noche de la Nostalgia. A ella le encantaba la música brasilera”, recuerda.
Lilián Abracinskas cree que Estela estaría feliz de que su nombre quede asociado a un premio con el que se reconoce a “mujeres que trabajan en la comunidad y que cada día pelean por lograr una sociedad más justa y más igualitaria”. Si bien ya se conocían, comenzaron a trabajar juntas en 2007, en la coordinación de la Comisión Nacional de Seguimiento, Mujeres por Democracia, Equidad y Ciudadanía.
“A partir de ese espacio, trabajamos mucho, y recorrimos el país con un tema tan complejo, aun para el propio movimiento de mujeres, como lo fue el de la legalización del aborto”, cuenta.
“Era muy fácil trabajar con ella. Nosotras nos conectamos muy rápidamente en cómo proyectar la movilización social de mujeres desde una concepción feminista”, explica.
“Con el tema del aborto, hicimos varias giras, porque ahí había que conversar incluso hasta con las propias organizaciones de mujeres. Tuvimos muchas reuniones con las mujeres rurales, había un gran sector que estaba a favor de la ley y otro que estaba en contra. Era una tarea de combate al conservadurismo. Hablar de aborto en Salto, Rivera, Melo y Maldonado era realmente muy rupturista”, asegura. “Estela, que conocía muy bien el interior, porque había vivido en Tacuarembó y Rivera, tenía muy clara la mejor forma de conectarse con la gente”.
De sus viajes juntas, Lilián puede evocar momentos de risas y de dolores, charlas sobre sus hijos y familias, de amores y desamores: “Estela era adorable. Cuando yo me separé del padre de mis hijes, ella me apoyó incondicionalmente. Pasábamos juntas los veranos en su casa, las fiestas, los cumpleaños. Fuimos muy amigas. Era alguien con quien, además, podías pasar las horas y no te dabas cuenta. Siempre teníamos conversación, nos divertíamos y nos reíamos mucho. Para mis hijos era como una tía”, relata, y agrega: “A través de Estela conocí a otras expresas como Liliana Pertuy, porque era un ser muy integrador. Estaba para cuando la necesitaras, te protegía y te escuchaba. Podía dedicar todo el día a luchar por lo que creía, con todos los dolores que a veces eso genera, pero nunca perdía el ánimo, ni la mirada de futuro, sin dejar de ser crítica. Era muy positiva, pensaba que los cambios se pueden lograr desde la participación y la apropiación de los derechos, y propiciaba esos espacios todo el tiempo. Ibas a comprar a un supermercado y allá estaba hablando con la cajera, preguntándole cuántas horas trabajaba, si le pagaban bien, y si tenía días libres, todo el tiempo estaba chequeando la realidad”, concluye.