El uso de pantallas entre niños y adolescentes es casi inevitable en la sociedad actual, pero no necesariamente algo negativo si se maneja adecuadamente. Tenemos la responsabilidad de supervisar y controlar el tiempo que nuestros hijos pasan frente a los dispositivos electrónicos y de eso dependerá si se usan como aliados o enemigos en la crianza y en la educación.

¿Sabías que la Organización Mundial de la Salud desaconseja el uso de pantallas antes del año? Es lógico si pensamos que un bebé de esa edad debe estar jugando y en contacto cercano con sus padres o cuidadores principales. Su “trabajo de bebé” es ir descubriendo el mundo que lo rodea. Debe aprender a caminar o trasladarse, a comunicarse, a desarrollar la motricidad fina y gruesa y aquellas habilidades físicas, emocionales y cognitivas que le son propias y que lo ayudarán a explorar y conocer con seguridad. Sin embargo, ¡cuántas veces hemos visto la escena de un bebé sosteniendo un celular o una tablet con los ojos grandes, pegado a la pantalla y abstraído!

Los contenidos de internet están específicamente diseñados para que esto suceda. El algoritmo conoce muy bien los gustos y preferencias de sus consumidores. Arroja constantes sugerencias para satisfacer las demandas de los internautas y esto aplica para personas de toda edad.

Si se recurre al uso de pantallas como “niñera” para calmar, distraer o entretener a los pequeños, estamos no sólo sembrando un fértil camino para la adicción, sino también dejando pasar la valiosa oportunidad de enseñar autorregulación emocional, tolerancia a la frustración y desarrollo de la paciencia, entre otras habilidades para afrontar la vida.

Si pensamos en lo llamativos que resultan los colores, los sonidos y los contenidos que aparecen en la pantalla, es fácil deducir por qué son tan atractivas. El circuito de recompensa cerebral es el aliado más preciado del algoritmo. Al consumir contenido agradable, divertido o que compensa algún estado emocional, como ansiedad, soledad, angustia, tristeza, se libera dopamina, lo que produce sensación de placer. Como el cerebro busca siempre la vía fácil y recuerda lo que lo calma, es muy sencillo engancharse a las pantallas y perder la noción del tiempo con el scrolleo infinito.

El uso excesivo de dispositivos electrónicos reemplaza momentos importantes de convivencia familiar y social, y provoca que la vida parezca lenta, aburrida o sin gracia. Los cuellos doblados y las miradas posadas en una pequeña pantalla producen que transitemos los días aferrados a una falsa realidad.

Algo que debés saber, ya sea como padre o para beneficio propio, es que permanecer hiperconectados nos convierte en presas fáciles para el ataque, el ciberacoso o los fraudes cibernéticos. Por eso, es necesario no sólo mediar en el tiempo y el tipo de consumo, sino también aprender a cuidar y a cuidarnos.

La hiperconectividad también causa trastornos de salud: daños en la vista, problemas de columna por mala postura y alteraciones en la calidad del sueño. En términos de desarrollo, interfiere con la adecuada adquisición del lenguaje y el aprendizaje de habilidades físicas, emocionales y cognitivas en niños, adolescentes y adultos. Algo no menor a tomar en consideración es que puede disminuir la calidad de las relaciones en la vida real y afectar negativamente el estado de ánimo y la conducta.

La exposición prolongada a las pantallas puede crear una fuerte dependencia y provocar que se releguen actividades y responsabilidades. Favorece la evasión ya que se crea una falsa percepción. Facilita el acceso a la pornografía y a videojuegos, generando compulsión. Según la asociación internacional Save the Children, uno de cada siete adolescentes consume pornografía de forma frecuente y el 94% lo hace desde el celular.

Para mitigar estos problemas es crucial implementar estrategias y herramientas de Disciplina Positiva para el uso saludable y adecuado de las pantallas:

  • Establecer límites: te aconsejo hacer una búsqueda de la tabla de tiempos de uso de la tablet o el móvil por edades y usar aplicaciones de control parental.
  • Fomentar la lectura y los juegos de mesa: estas alternativas son beneficiosas para el desarrollo de los niños y adolescentes y el tiempo de calidad en familia.
  • Inscribir en actividades extracurriculares –baile, robótica, música, escritura, pintura, fútbol, entre otras– que fomenten el desarrollo de habilidades sociales, emocionales, físicas y cognitivas.
  • Retirar el celular por la noche, al menos dos horas antes de dormir, para garantizar un sueño de calidad y una adecuada reparación cerebral.
  • Hacer contratos con los hijos: establecer acuerdos sobre las consecuencias lógicas de no cumplir con los tiempos acordados para el uso de dispositivos.
  • Hablar claramente sobre los riesgos en la red y qué hacer en caso de sentirse inseguros.
  • Pasar tiempo de calidad con los hijos: jugar, conversar, pasear y compartir actividades e intereses. Este tiempo es irreemplazable porque genera confianza y seguridad, sentando las bases de una buena relación.

Desde mi punto de vista, el problema no está en el uso de las pantallas, sino en la poca (a veces, lamentablemente, nula) responsabilidad y cuidados que los padres ejercemos sobre su uso. A la luz de los tiempos en los que vivimos, no podemos ir contracorriente. Nosotros mismos usamos el celular para chatear, ver reels, pagar cuentas, informarnos, ver la ubicación de nuestros hijos, etcétera. Usamos la computadora para trabajar, la televisión o la tablet para ver series, películas o programas que nos gustan, relajan y entretienen. Por su parte, los niños y adolescentes usan sus dispositivos para hablar con amigos, entretenerse, estudiar, crear contenidos, aprender.

Los padres y cuidadores jugamos un papel crucial. Como vimos, se trata de hacer una combinación entre establecer límites claros, realizar actividades en el mundo real, mantener una comunicación abierta sobre los riesgos y, sobre todo, fomentar la convivencia familiar y social para convertir el tiempo frente a pantallas en una experiencia positiva y enriquecedora para nuestros niños y adolescentes.