Alejandro Varela López tenía programado hacer el viaje de Arquitectura en 2020, una fecha que, como ahora sabemos, no era propicia para desplazamientos. Se quedó en Uruguay trabajando, y en 2021 obtuvo una beca para ir a Madrid a hacer un máster en comunicación arquitectónica, una manera de “explorar otras formas de orbitar la arquitectura, de poder expresarla y comunicarla a través de exposiciones, proyectos editoriales, podcast”. Entonces, cuando estaba llegando a la etapa de tutorías de tesis, el viaje vuelve a tomar su curso habitual. “En ese contexto le planteo a la dirección del máster irme antes del programa académico para usar el viaje como recurso para hacer mi tesis”, cuenta Varela sobre aquel momento incierto. “Me encontré haciendo el viaje, pero tomando mis espacios para conectar con algunas personas, hacer entrevistas con personas que había leído y también con otras con las que, de forma azarosa, me encontraba por la ciudad”.

A la riqueza del programa académico que acompaña el itinerario Varela sumó una agenda propia. “Nosotros llegamos a una ciudad y tenemos un corresponsal, que puede o no ser uruguayo, o simplemente es alguien que el equipo docente que acompaña el viaje de Arquitectura busca: que escriben sobre arquitectura, que ejercen la arquitectura, pueden ser fotógrafos o que simplemente sean interesantes. Entonces, yo tenía por un lado mis corresponsales personales y por otro lado los del viaje, y según mis intereses me fui acercando”, explica sobre su vivencia. De ese modo fue construyendo una serie de entrevistas que terminaron siendo la base de doce relatos “no necesariamente proyectados”.

Uno de los casos que abren el volumen, el capítulo “Santos, miope y mezcales”, es justamente un episodio fortuito, en la Torre Latinoamericana, “ese edificio que supo ser de los más altos de América Latina; viendo el escenario de la ciudad, veo manifestaciones que empiezan a florecer, en el pavimento, que tenía mucho calor. Ciudad de México era como la Venecia latinoamericana, llena de canales, y cuando vinieron los colonos en realidad superpusieron a la trama prehispánica una trama ordenada, higienista, vamos a llamarle, y aniquilaron el ecosistema. Y yo me pongo a hablar con un colectivo de mujeres que estaba haciendo una venta de diferentes objetos, una venta ambulante como forma de protesta económica”.

De vuelta en Uruguay, cuenta 4.200 videos, 15.000 fotos y se dedica “un tiempo” a construir un archivo. “Es una tabla de Excel eterna en la cual empiezo a categorizar todos estos registros en la búsqueda de hacer un producto audiovisual. No había pensado tampoco hacer el libro de crónicas. Y en esa búsqueda empiezo a construir un guion de los relatos que me interesaban”, admite. A corto plazo las historias se fueron colocando en relación. “Me había encontrado con una réplica escala 1:1 de la Capilla Sixtina, que está en el Vaticano, pero en la plaza del Zócalo, hecha en cartón, porque era un escenario, en una especie de feria, la gente iba, compraba la entrada para esa carpa de cartón que era una réplica. Y ese Disneylandia religioso o ese, vamos a llamar, espectáculo cultural, pero también mediático, no permitía que las manifestaciones tomaran lugar en el Zócalo, que es el espacio de representación cívica por excelencia, que era también el espacio de representación cívica por excelencia en las culturas prehispánicas”. Entonces, como explicita, “se empiezan a superponer capas de información”. Para colocar polos que entraran en fricción con los hallazgos, “faltaba mi experiencia personal, y es la crónica narrativa”. Varela dice que constituye “una serendipia que aparece después del viaje, también como forma contestataria de decir de qué hablamos cuando hablamos de investigación en arquitectura. Que no es lo mismo que las ciencias sociales y no es lo mismo que las ciencias duras. Nosotros trabajamos con el espacio. Es una narrativa que se lleva adelante a partir de describir espacialmente la ciudad y los problemas que toman lugar en la ciudad. No tenía ni idea de que iba a hacer un libro”.

Nodos de poder

Sucedió que los archivos de la tesis de Varela se ramificaban en videos y crónicas, entre otros materiales que se recolectan naturalmente durante un recorrido. “El término ‘viajar’ conlleva al acto de desplazarse de un lugar a otro. En cambio, el cruce implica pasar la frontera y adentrarse en lo otro, dejando atrás lo conocido, tanto los lugares que hemos experimentado en persona como aquellos que hemos explorado a través del estudio y que permanecen en nuestra mente de forma abstracta”, postula desde la contratapa del libro, tomando el concepto de cruce que Paul Preciado utiliza con respecto a los géneros, pero aplicado a su materia. “La práctica del cruce conduce inexorablemente a cuestionar los fundamentos sobre los cuales se ha construido el discurso arquitectónico. En este contexto, el viaje de Arquitectura implica encarnar la noción de cruce, donde la permanencia desaparece y emerge la traslación, tanto entre lugares como entre ideas. En el viaje de Arquitectura lo individual se disuelve en lo colectivo: un dormitorio privado se transforma en un espacio compartido y una sala de espera de aeropuerto deviene un lugar de encuentro, incluso en lo más íntimo. Los límites entre lo público y lo privado se desdibujan y las categorías programáticas se redefinen. Se abandona el rol de estudiante o joven arquitecto para convertirse en un extranjero en constante desplazamiento, atravesando fronteras tanto políticas como culturales, e infiltrándose en territorios donde el marco legal cambia semanalmente y los derechos habituales pueden ser cuestionados o incluso invalidados”.

Romper las jerarquías, entonces, incorporando diversidad de fuentes, pero además reconociendo, como comentan entre quienes viajaron, que muchas veces enfrentarse a un edificio icónico, tan estudiado, puede no ser la gran cosa. Le interesó ignorar la hegemonía del conocimiento y ver qué ocurre poniendo el cuerpo en territorio, y proponer, a través de diferentes registros, una deconstrucción de las historias remanidas. “Está bueno indagar, pero si vamos a seguir en la construcción de una línea de conocimiento, capaz que lo que está bueno es que aparezca una foto de esa casa y del museo que tiene al lado y de 200 estudiantes queriendo entrar comprándose la remera que tiene la cara de ese arquitecto impresa; en realidad lo que existe es la operación comercial alrededor de una casa”.

¿Cuál fue el hilo conductor de esta investigación? “Había preguntas, había inquietudes, pero no había una hipótesis. No sé si fui tan de deriva situacionista de una. Hubo algunas cosas que programé y estuvo el hecho de tener el estado de conciencia de estar atento y despierto a qué cosas iban sucediendo”, responde el autor.

El viaje duró ocho meses: empezó en México, subió a Estados Unidos y de Estados Unidos se fueron a Europa, después Asia, y Varela terminó en Japón. El docente no se acuerda con exactitud las ciudades, salvo las que protagonizan crónicas, y cada una fue indexada como un parque temático: por ejemplo, apunta, “Ciudad de México tiene que ver con el Disneyland religioso; San Francisco, con el Disneyland de las industrias farmacéuticas y los gigantes tecnológicos; Londres tiene que ver con el Disneyland queer, de la marcha del orgullo, y cuando la arquitectura en realidad se maquilla, como lo hacen las manifestaciones, los carnavales contemporáneos, para transmitir al final una paradoja. Un carnaval supone ser una expresión de un cuerpo colectivo de un trasfondo político, y estos carnavales contemporáneos son más estrategias de marketing que otra cosa”, señala. “Y la arquitectura hace eso en paralelo a otras dinámicas del mercado”.

Así va incorporando otras dimensiones a sus crónicas, como la impronta del sonido de la ciudad: “En Estambul la presencia del islam es cada vez más fuerte y vos escuchás estos sonidos desde muy temprano en la mañana, en cinco momentos de la jornada que te marcan una rutina y además te invitan al rezo y tienen una capacidad de presencia”.

Incluso un aeropuerto, un no lugar, un sitio de paso, termina siendo un escenario fundamental para los 12 compañeros de viaje que perdieron un vuelo. “Tuvimos una escala ahí, 12 personas con 12 situaciones, 12 cuerpos políticos diferentes, pero todos y todas en una especie de espectro de la ilegalidad, reflexionando muchísimo sobre los derechos de algunas disidencias”.

Observar distinto

“Cada una de las crónicas construye un temario de posibles tesis, tanto desde la imagen, el rol de la arquitectura como un dispositivo, como un medio para el capital, para generar estrategias de marketing, para controlar, para dominar el espacio público, así como para redefinir el comportamiento de algunos cuerpos políticos”.

Como cuando saca a los estudiantes de su curso a la calle, Varela asegura que le gusta “sacar la arquitectura de su zona de confort y que sea más colaborativa con la sociedad, que tenga sentido comunicarla”. Hacer corpóreo el viaje, redefinir algunos conceptos y analizar estos “fenómenos Disneyland”, como los llama, “estos fenómenos de espectáculo donde la arquitectura juega este juego de cartón piedra”.

“Hay un problema que tiene sobre todo la disciplina arquitectónica de esta cosa especulativa y de ficción, de imaginar futuros y no estar tan en la calle y tan presente, digamos, en la realidad, y el no saber comunicar los intereses, los problemas de la arquitectura”.

El libro nació cuando terminó la tesis, y armó una suerte de propuesta académica de viaje de Arquitectura con otros docentes y terminó operando como docente del viaje el año pasado. Al final había un pdf circulando entre los estudiantes, así que hizo un relevamiento de interés en Instagram y organizó, como un pequeño proyecto colaborativo, imprimir 300 libros. Allí figura una poscrónica, titulada “Resonancias desde el Río de la Plata”, “ese epílogo hipotético en el cual, atravesados por la crisis hídrica y por un montón de factores que me preocupaban, intenté, con las mismas herramientas, hacer una lectura crítica de nuestra propia realidad”, explica.

Como subraya Varela, “el libro intenta poner de relieve la dimensión académica del viaje”. En ese sentido, es un recurso fundamental que reúne no solamente “la capacidad de dar la vuelta al mundo y citar una porción representativa (porque se va poco a América Latina, se va nada a África, se va a Asia, pero a destinos que son más llamativos por cuestiones populares, como las playas, pero no por cuestiones culturales), y se recorre Europa en la búsqueda incansable de los íconos y de las ciudades representativas. Pero al final es un programa académico: hay docentes que llevan este itinerario, que establecen relaciones con universidades, con estudios de arquitectura, que generan charlas, o sea, yo mismo di una charla en Chicago. La ciudad se explicaba sola, pero vos generabas ese nexo entre esas ideas que estudiamos algunas veces en los libros y cómo de alguna manera las podemos interpretar”.

Como corolario de estos ensayos, Varela valora el carácter grupal del viaje y relata que hay un mapeo colectivo, hay una app y hay una web en proceso. La app trabaja con el grupo de viaje y la web, que es de acceso más público, junta toda la información. La app es generada por el equipo de docentes ITINERANTXS, bajo la propuesta Atlas de Paisajes Culturales. “No es una red social, o sea, no se trata de interactuar y de generar valorizaciones. Esto tiene que ver con el capital de conocimiento y con que todos los posteos son válidos. Lo más interesante no son los posteos aislados. Imaginemos en el futuro que si 250 estudiantes por año dan esa vuelta al mundo y logran juntar esa información, ordenarla, sistematizarla y difundirla, estamos generando una base para la investigación que es fundamental, además de que estamos generando un posible aporte a redefinir los marcos económicos en los cuales funciona la rifa, ¿no? Capaz que la agenda no hay que hacerla más, pero capaz que podemos empezar a comercializar información”, plantea.

Fricciones, de Alejandro Varela López, con prólogo de Lucía Jalón Oyarzun (Forum – Mario Bellón). Quedan remanentes en Escaramuza, Amazonia y en la librería del CEDA (FADU).