Hay ciertas constantes en la televisión de éxito moderna. Una es generar protagonistas jóvenes, que consigan que un segmento creciente de la posible platea se identifique con ellos. Imaginar entonces una sitcom protagonizada por dos viejos –uno octagenario, el otro bien pasados sus 70– es imaginar también una buena discusión entre productores que buscan desestimar la idea ante su creador. Salvo que esos dos viejos sean Alan Arkin y Michael Douglas. Y que el creador no sea otro que Chuck Lorre.

Lorre bien puede ser considerado un rey Midas de la televisión moderna, o al menos un autor con muchos más éxitos que fracasos en su quehacer; Dharma y Greg, Two and a Half Men, The Big Bang Theory, Mom y la que hoy nos ocupa son algunos de los porotitos que Lorre ha plantado a lo largo de su carrera.

Sus éxitos son –al menos durante sus primeras temporadas– estupendas series de comedia, a las que además les cabe el ribete “para todo público”. Es lógico entonces que en El método Kominsky alcance la tercera edad, aunque apunte a una audiencia más variada de lo que podría parecer en un principio.

La segunda temporada de la serie una vez más pisa firme en temas complicados –la vejez, la enfermedad, la soledad–, pero lo hace con una chispa indetenible y un humor a prueba de balas que combina emoción con risas de manera implacable. “Lloro y me río lo mismo en cada episodio” es una estupenda manera de definirla.

El relato se centra en la relación entre Sandy Kominsky, un actor fracasado pero gran profesor de actuación, y Norman Newlander, su representante y amigo por más de 40 años, que ha enviudado recientemente. Quizá esta temporada esté más centrada en Sandy y su vínculo con Lisa (Nancy Travis), una ex alumna que reaparece como posible pareja más joven, más los temas de su propia salud y la aparición del nuevo compañero de su hija Mindy, un hombre que tiene casi su edad (Paul Reiser robando escenas a dos manos y dejando ganas de ver más y más del actor en pantalla).

Para Norman las cosas tampoco estarán tranquilas. No ha terminado todavía de superar la pérdida de su esposa, cuando una nueva relación asoma en el horizonte (con la doctora Queen en persona: Jane Seymour), amén del regreso de su desastrosa hija a su vida.

En apenas ocho episodios, esta temporada reafirma todo lo que estaba bien en la primera entrega y demuestra que Lorre sigue siendo uno de los nombres más vigentes de la televisión.