Si pensamos en familias criminales audiovisuales, los Corleone de El Padrino son sin duda los primeros que vienen a la mente, pero ya centrados en lo específicamente televisivo hay tantas y tan variadas que cuesta elegir. Sin hacer mucha memoria, es claro que Tony Soprano y los suyos en la serie homónima, la innumerable cantidad de primos en el sur de Baltimore en The Wire o los motoqueros involucrados en esa moderna tragedia shakespeareana que era Sons of Anarchy son, sin duda, válidas opciones (y de altísima calidad todas).

Pero desde 2013 hay otra familia llevando adelante sus oscuros tejes y manejes, y aunque arrancaron en una pobre barriada de la ciudad de Birmingham han llegado incluso hasta el Parlamento británico. No son otros que los Peaky Blinders.

Birmingham, 1919

Una pandilla ‒hermanos entre sí y veteranos de la Primera Guerra Mundial‒ impone su imperio a fuerza de su violencia (su nombre deviene de hojas de afeitar escondidas en sus gorras, que usan para cegar a sus enemigos) y de la estrategia que lleva adelante su líder, Tommy Shelby.

Tommy es el cerebro de la banda, pero queda claro desde un principio que todo este andamiaje se sostiene por la suma de sus muchas partes. Sin dudas, la argamasa no es otra que la tía Polly, la más experiente y en ocasiones la consciencia del grupo. La fuerza es Arthur, el hermano mayor que debería liderar a la manada pero es demasiado impetuoso para ello. John es el del medio, entre la inteligencia de Tommy y la violencia de Arthur. Luego está Ada, quien en cierta medida es la oveja negra de la familia, ya que está más concentrada en la política ‒fuerte militante del Partido Comunista‒ que en los negocios. Y por último, Finn, quien comienza la serie siendo un niño e irá creciendo y ganando espacios.

La gesta de los Shelby comienza en 1919 y su cuarta temporada se ambienta en 1926, de modo que aproximadamente el tiempo que pasa en nuestras vidas pasa en la ficción. En ese lapso iremos viendo a la pandilla creciendo en importancia ‒de Birmingham se expanden a Londres para luego comenzar un lento y dificultoso peregrinaje a los negocios legales‒ y ganando un buen número de enemigos.

Podemos ordenar cada temporada como una historia autoconclusiva, porque aunque a veces termine con un cliffhanger para la entrega siguiente, la gran mayoría de sus líneas argumentales quedan cerradas y los enemigos de punto vencidos (o al menos, empujados un par de asientos para atrás).

La serie está fuertemente anclada en su momento histórico ‒tan es así que se basa en una banda real llamada de la misma manera que hizo de las suyas en 1890, aunque el pintoresco armamento de hojas de afeitar en gorras probablemente no les correspondía‒ y en el contexto al que pertenece. Así, aspectos reales e históricos de la Inglaterra de la década de 1920 se inmiscuyen en la serie, le dan carnadura y en no pocas ocasiones, personajes y sucesos reales ‒el IRA, Winston Churchill, las huelgas de obreros, la mafia, Al Capone‒ van apareciendo puntualmente, aunque nunca nos encontramos ante un documental, sino a una ordenada y bien informada ficción construida a partir de enormes personajes.

Yo sé que vendrán caras raras

Aunque destacan y mucho los actores invitados, que componen usualmente al antagonista de turno por temporada ‒tenemos una lista tan extensa como talentosa: Sam Neill, Noah Taylor, Aiden Gillen (quien es en verdad un incómodo aliado), Adrian Brody y Tom Hardy (quien es primero un enemigo, luego un aliado dudoso y de a poco el personaje que se roba a dos manos la serie)‒, Peaky Blinders se sostiene primero que nada por la entrega tremenda de su elenco principal.

Y aunque este elenco principal es muy numeroso y cargado de personajes (e interpretaciones) inolvidables, nos centraremos aquí en los tres pilares que sostienen la serie, la trama y la pandilla misma.

Primero, Tommy Shelby. El protagonista de la serie no es otro que Cillian Murphy, quien crece y sostiene un rol complejísimo a lo largo de todos estos años, demostrando que no tiene por qué hacer de monstruo, de freak o de andrógino para dar un gran papel. Tommy es esencialmente un genio criminal. Esto no significa no pueda tener gestos nobles ‒que los tiene‒ y hasta momentos de grandeza, pero sí que sabemos que gracias a su intervención (y aunque todo aparente lo contrario) encontraremos la luz al final del túnel.

Luego, la tía Polly, interpretada por la veterana actriz televisiva británica Helen McCrory. Un rostro muy reconocido en la pantalla chica ‒con un gran papel en la también muy recomendable Penny Dreadful‒ encuentra aquí el mayor rol de su carrera, cargado de matices y que le permite ir desarrollando diferentes puntas ‒fortalezas y debilidades‒ en uno de los personajes femeninos más potentes de la televisión.

Y por último, Arthur Shelby. Paul Anderson ha ido ganando espacios especialmente en roles de villano en cine ‒se lo ha visto cumpliendo esta parte en Sherlock Holmes: Juego de sombras, Robin Hood o 24 Horas para Vivir‒ a riesgo de ir quedando encasillado por su voz grave e imponente presencia física. Por fortuna, la serie le permite una variadísima gama de actitudes, ya que su personaje es uno de los que mayor evolución experimenta a lo largo de estas cuatro temporadas y es, sin dudas, uno de los favoritos del público.

Si completamos diciendo que la banda sonora se compone de una tan anacrónica como imprescindible selección de artistas como Nick Cave & The Bad Seeds (“Red Right Hand” es la canción principal de la serie), PJ Harvey, Arctic Monkeys, Radiohead, Royal Blood, The Black Keys/Dan Auerbach, The White Stripes y Frank Carter and the Rattlesnakes, entre otros, podemos cerrar diciendo que mientras esperamos llegue la quinta temporada ‒con sus inesperadas nuevas direcciones, tal cómo ha pasado en cada entrega‒ podemos darnos tremenda panzada en Netflix, que alberga la serie completa.