Quédense tranquilos, que este no será otro debate acerca de los límites del humor. No porque sean inútiles, aunque hay que reconocer que la mayoría de ellos orinan fuera del frasco. Es que “humor negro” suele usarse como sinónimo de “humor que busca ofender” o “humor que se ríe de las minorías discriminadas”, pero en realidad es un concepto más amplio.

Tomemos como ejemplo la serie Dead to Me (traducida como Muertos para mí), que tiene dos temporadas en Netflix con una tercera confirmada. Más allá de las 42 etiquetas con las que esta plataforma la asocie, como “vertiginosa” o “atrevida”, es ante todo una comedia negra.

Arranca de manera poco sospechosa, al menos si (como yo) empiezan a verla sin tener la menor idea de lo que trata. Jen (Christina Applegate) es una reciente viuda, que perdió a su marido luego de que un auto desconocido lo embistiera mientras caminaba al costado de la calle. Furiosa con la vida, accede a asistir a un grupo de apoyo en el que conoce a Judy (Linda Cardellini).

Como dirían los jóvenes, ellas pegan onda y forman una amistad que parece encaminarse como el tronco de la trama. Sin embargo, al final del primer episodio y como habrán deducido casi todos los espectadores menos yo, se revela que Judy fue la causante de la muerte del esposo de Jen.

¿Y la comedia? Gracias por preguntar. Si bien la historia coquetea con el thriller, todo está empapado de humor más o menos reidero. Judy intenta escapar de la culpa y la justicia, pero termina literalmente cada vez más cerca de Jen. Ambas terminan forjando una “pareja despareja” que recuerda a la de Jane Fonda y Lily Tomlin en Grace and Frankie... pero con más muertos.

La química entre las dos actrices y lo interesante de sus personajes sostiene la serie incluso cuando se distrae en alguna subtrama menos sustanciosa, como la que gira alrededor de la mesera Barbie. No todos los secretos son tan jugosos, pero ellas son capaces de hacer jugo con lo que tengan enfrente.

Cuando algunos recursos del guion empiezan a repetirse, como las revelaciones parciales al estilo Big Little Lies, aparecen nuevas vueltas de tuerca y obstáculos al único objetivo de las dos mujeres: vivir en paz. Estos obstáculos incluyen a la ex pareja de Judy, la suegra de Jen y una mujer policía obsesionada con encontrar la verdad (y más adelante, verdades).

Como verán, hay una presencia femenina muy grande, que viene desde la creadora Liz Feldman y un gran equipo de directoras y guionistas. Esto se refleja en la manera en que se tratan temas como la maternidad y en especial la relación entre madres e hijas. Con la cuota de humor negro prometida desde el título de esta reseña.

La segunda temporada pierde cierta magia, más allá del giro obvio de cambiar la altura moral de las protagonistas. Pero las actuaciones seguirán manteniendo un nivel suficiente como para engancharse con cada porción de alrededor de media hora, lo suficiente como para ver una porción más. De todos modos, la serie permite tanto el maratoneo frenético como el picoteo durante las comidas, si usted es una persona con cosas más importantes que hacer que mirar televisión, como socializar o ganarse el pan.