Luego de El sonido alrededor (2012) y Aquarius (2016), Bacurau es el tercer largometraje de ficción de Kleber Mendonça Filho, uno de los pocos cineastas brasileños cuya filmografía canónica –salvo cortometrajes y un documental– se exhibió en cines uruguayos. Se trata de uno de los autores más interesantes de la actualidad y ha sido reconocido internacionalmente con importantes premios, aprecio crítico, distribución y taquilla. El éxito de su obra es el ejemplo más contundente de la descentralización del cine brasileño: Mendonça reside en Recife, donde nació, produce sus películas desde allí, y todas transcurren en Pernambuco, aun si, factualmente, las locaciones en que se rodó Bacurau están en Rio Grande do Norte. En el caso de este último film, dividió el guion y la dirección con su compinche Juliano Dornelles, director de arte de las dos películas previas. Y el resultado volvió a confirmar la dupla: Bacurau recibió montones de galardones, entre ellos el Premio del Jurado en Cannes.
Al inicio pinta que todo transcurrirá en escenas breves y más o menos cotidianas, alternando entre múltiples personajes, con muy pocos eventos decisivos, más bien enfatizando la descripción de un contexto social. Así era El sonido alrededor, y Mendonça había mostrado su capacidad de atrapar al espectador en ese registro de ocurrencias mínimas, generando toda una nube de significados, resonancias temáticas, tensiones, enigmas y una pesadillesca violencia latente a partir de sagaces observaciones naturalistas del día a día. La gran diferencia es que El sonido alrededor lidiaba con la clase media urbana de Recife, mientras que la ficticia Bacurau es un pueblucho de una sola calle en medio del sertón pernambucano. Sin embargo, a la media hora de metraje esa estructura empieza a sacudirse, y cuando llegamos a la mitad ya estamos embarcados en algo muy distinto. Quienes tengan ganas de saborear ese vuelco, mejor dejar el resto de esta nota para leer después de haberla visto.
Resulta que un grupo de estadounidenses, mediante soborno y recursos de alta tecnología, aislaron Bacurau para usar a sus habitantes como presas en una cacería humana deportiva. Llegado ese momento, comenzamos a apreciar el pleno significado del cartel del inicio, que decía “Oeste de Pernambuco, dentro de unos años...”. Aunque Bacurau lucía totalmente plausible como un pueblito del nordeste en la actualidad, resulta que estamos en un futuro cercano con rasgos distópicos. Y sí habrá acción física violenta explícita, una vez que los cazadores se encuentran con una inesperada resistencia de los lugareños. El “Oeste de Pernambuco” puede aludir a un componente de western.
Bacurau no llega a ser una película de acción. Es cierto que tiene una buena distribución de escenas de acción violenta, incluso una que funciona como showdown catártico cerca del final, pero el énfasis no está puesto en arribar a estas escenas. Por otro lado, hay componentes narrativos desencajados que problematizan la recepción como "cine de género", y nos atan a un registro todavía cercano al de las anteriores producciones de Mendonça. Si descartamos que sean errores o fallas, entonces los tenemos que asimilar como rasgos que suman a la impresión de un mundo complejo que nunca podremos aprehender del todo.
Domingas es un personaje importante que se nos presenta borracha, descontrolada y problemática; sin embargo en el resto de la película estará más bien sobria, y esos rasgos con que la conocemos no inciden en nada significativo. Luego nos enteramos de otras circunstancias de su vida (es lesbiana, su compañera es bisexual y se acuesta con un hombre sin ocultarlo), pero esos datos llamativos no tienen consecuencia alguna. Vemos la crucial reunión de Domingas con Michael, el líder de los invasores extranjeros, pero de pronto la escena se interrumpe y nunca sabremos realmente qué pasó. Sin embargo, ese “qué pasó” parece ser importante, porque de ahí en más Michael cambia de actitud, da un vuelco que nunca se explicará y sobre el que sólo nos queda hacer conjeturas. ¿Y qué es el “poderoso psicotrópico” que consumen los habitantes de Bacurau, que parece tener un efecto alucinógeno, y que luego parece ayudarlos a dar pelea contra los gringos?
El universo de Bacurau puede ser compatible con nuestro mundo natural, pero hay un par de inexplicados atisbos de carácter sobrenatural, que aparecen pero con los que luego no volvemos a lidiar. En un momento Domingas tiene un sueño en el que ve algo que, más adelante, efectivamente ocurrirá. Y hacia el final Michael tiene una visión de Carmelita, una anciana ya fallecida. En ambos casos, las visiones involucran personajes que los sujetos no conocen, así que esas visiones no pueden interpretarse como alucinaciones.
Bacurau comienza con una imagen de la Tierra desde el espacio. La cámara hace un acercamiento al noreste de Sudamérica y una fusión nos lleva a un camión cisterna que va por una carretera mal mantenida en medio de la inmensidad del sertón. El camión se desvía por un camino de tierra donde, según un cartel, 17 kilómetros adentro se ubica Bacurau. Salvo por la perspectiva planetaria del inicio y por esos pocos planos en la carretera, quedaremos totalmente confinados en el entorno de Bacurau. El camión traslada a Teresa, oriunda de Bacurau, que regresa para el entierro de su abuela Carmelita. Parecería, entonces, que la película va a asumir su perspectiva, que conoceremos Bacurau en la medida en que ella lo reconoce. Sin embargo, esta es otra pista falsa y otro más de los rasgos raros de la película, ya que Teresa, presentada con tanto destaque, será simplemente un rostro más sumergido en el grupo, y ni ella ni su perspectiva desempeñarán ningún rol en las ocurrencias significativas. Quizá se trate simplemente de un artificio para inducir a los espectadores a ingresar a ese mundo desde una mirada que no es totalmente ajena ni acríticamente local.
Indignación y bronca
Bacurau se ubica en el futuro cercano, pero nunca tendremos una explicación totalizadora del estado del mundo “dentro de unos años”, ni lejos ni cerca. Tenemos indicios, y todos parecen ser una extrapolación de aspectos del presente, tanto en Brasil como en el mundo: vemos un aviso televisivo sobre la transmisión de “ejecuciones públicas” en el centro de San Pablo; el personaje Lunga, buscado por la Policía, parece ser un guerrillero; el intendente corrupto del municipio al que pertenece Bacurau pretende recolectar escaneos de retinas de los habitantes con un propósito indefinido (¿algún tipo de fraude electoral?). El grupo internacional que organiza, en forma ilegal, las cacerías humanas en regiones subdesarrolladas tiene la posibilidad de intervenir los satélites para, por ejemplo, borrar Bacurau de los mapas y privarla de señal de celulares y datos.
Bacurau fue rodada durante el primer semestre de 2018, así ue se realizó en el clima de la destitución de Dilma Rousseff, del gobierno de Michel Temer y del clima cultural/anímico que llevó a la elección de Jair Bolsonaro: la película transpira indignación y bronca frente a esa situación, y un profundo deseo de cambio. En muchos sentidos, es una parábola manijera, que parte de una inversión de algunos estereotipos cinematográficos: los guerreros estadounidenses, por ejemplo, en vez de desembarcar como fuerza salvadora (su papel cinematográfico por excelencia), aquí son claramente “el otro”, el invasor. Quizá resulte molesto para un estadounidense ver que su nación es representada por siete personas mayormente racistas, obsesionadas con las armas, ansiosas por “hacer daño” y matar gente que consideran insignificante por el mero placer de la adrenalina. Terry cuenta que cuando su mujer lo dejó, la frustración lo llevó a considerar matarla y luego disparar a la multitud de un shopping y un parque, cosas que, por suerte, no llegó a hacer. Ahora, finalmente, con el safari humano, “Dios le dio la oportunidad para lidiar con ese dolor”. En otro momento, Julia –uno de los personajes–, enojada, dice que necesita dispararle a algo, y empieza a balear los muros de la escuela de Bacurau.
Por supuesto, nadie dice que la totalidad del país se reduzca a ese tipo de gente, pero, al ser los únicos estadounidenses que vemos, genera una tendencia a generalizar. Pues es exactamente lo que ocurre en cientos de películas estadounidenses que muestran a chicanos peligrosos, ignorantes y propensos a emborracharse y violar mujeres. En todo caso, como contrapartida sutil en Bacurau, la escuela en cuestión se llama Profesor João Carpinteiro, obvio homenaje al cineasta estadounidense John Carpenter, erigido en maestro (algo que es una reiteración en el cine de Mendonça: en El sonido alrededor también aparecía una escuela pública del interior con ese nombre.)
El retrato de dos personas del sureste (un hombre de San Pablo y una mujer de Río de Janeiro) es aún más malvado: se sienten identificados con los estadounidenses, se reconocen “blancos” y consideran que los nordestinos no son “los suyos”. Los yanquis, en todo caso, les tienen desprecio, los identifican con los brasileños en general y como personas totalmente distintas a ellos, se ríen de que se consideren “blancos”. En todo caso, como dice uno, son como los mexicanos blancos o los polacos, es decir, no llegan a ser blancos.
Autogestión y solidaridad
La visión de Bacurau, en cambio, es excepcional por no tener nada de esos componentes graciosos con que suelen aparecer en el cine y la televisión los nordestinos del interior. En cierto sentido, el pueblito constituye una idealización. La localidad quizá no llegue a un centenar de habitantes pero, relegados por la intendencia y por otras instancias de gobierno, los lugareños se organizan y se autogestionan con un ejercicio cotidiano de solidaridad, sin autoritarismo. Entre ellos no parece haber prejuicios relacionados con el color de la piel ni con la orientación sexual, y uno de los personajes más interesantes, el guerrillero (o guerrillera) Lunga, es una figura andrógina. Las prostitutas locales ejercen su oficio a la vista de todos, sin conflictos ni menosprecio. La iglesia local está reducida a un depósito y no hay el menor atisbo de misticismo en el pueblo. El entierro de Carmelita parece hacerse con rituales propios, inventados. La gente de Bacurau maneja en forma inteligente las tecnologías de las que disponen (celulares, tabletas, GPS), pero no pierden el vínculo con la cultura local, la de su región y la de Brasil como un todo. Y practican capoeira.
La canción que parecen usar como himno es de Sérgio Ricardo (“Bichos da noite”, un tema increíble que nombra, justamente, al atajacaminos o dormilón; en portugués, bacurau). Uno de los personajes notorios de la ciudad es un cantor a la nordestina, que paya al sonido de su viola. La escuela João Carpinteiro está activa gracias al esfuerzo de los educadores locales, y contrasta con la otra escuela que vimos al inicio de la película, abandonada y en ruinas, al borde de la carretera antes de entrar en el camino hacia Bacurau. En la João Carpinteiro brindan clases de música, y la pizarra indica que están dedicando una semana a Vinícius de Moraes. Eso contrasta con el asistencialismo displicente del intendente, cuyo aporte consiste en despejar, en un camión de carga, un montón de libros viejos como donación a la biblioteca local.
Bacurau es la utopía en la distopía, y se presta a unas cuantas ocurrencias alegóricas. Los dos lugares de Bacurau donde se produce la resistencia armada al ataque de los cazadores yanquis serán, justamente, la escuela y el museo. En cambio, otra de las donaciones dudosas del intendente es una caja con un medicamento ficticio llamado Brasol IV, que la doctora Domingas, advirtiendo a los locales, describe como un “inhibidor del humor y del comportamiento, aunque disfrazado de analgésico fuerte”, que “hace daño, envicia y deja a la persona medio lela”. Domingas comenta que, por algún motivo que no entiende, esa medicación es consumida por millones de brasileños, y el formato preferido es el de supositorio (dicho de otra manera, se los meten por el culo).
Barbarie sangrienta
Si esta descripción del pueblo de Bacurau puede sonar medio edulcorada, ese efecto se disipa por las extrañezas formales aludidas, y la presencia de la violencia. Hay un aspecto del cine de Mendonça, y de Bacurau en particular, que es reminiscente de Glauber Rocha (1939-1981), el más inquieto de los autores del Cinema Nôvo. Se trata del modo en que la película tiene en cuenta, procesa y retransmite aspectos de Brasil que no se racionalizan fácilmente, muchos de los cuales tienen que ver con la violencia, presente y pasada.
La violencia no sólo se alude o describe: vibra con la película y parece que va a hacer estallar la pantalla. Ya al inicio el camión cisterna pasa por un accidente de tráfico en que se volcó un camión que transportaba cajones de difuntos, dejándolos desperdigados por la carretera. En el piso del sertón vemos tirada una mandíbula de tiburón, y más adelante, Michael se lastimará la mano con un diente de tiburón. En forma más directa, el pasado del sertón, que involucró a la saga de los cangaceiros y también a la guerrillera, antes y durante la dictadura, persiste en la fiereza con que los habitantes de Bacurau reaccionarán contra la agresión, y ello va a involucrar mucho más que la mera legítima defensa: va a ser la barbarie sanguinaria de Lampião y Corisco, y los dos villanos principales serán ajusticiados en forma cruel. Uno de los personajes más activos en la resistencia de Bacurau es un homicida múltiple, y los niños del lugar disfrutan al mirar la compilación de imágenes de cámaras de seguridad con sus “diez mejores asesinatos”, que están en internet. Sí, “malditos salvajes”, tal como señala Josh, uno de los estadounidenses que pretenden perpetrar la cacería humana.
El vínculo de Bacurau con Glauber se refuerza con la canción de Sérgio Ricardo (autor de la música original de Dios y el diablo en la tierra del sol, 1964). Además, es todo un gesto reivindicar a Sérgio Ricardo, un músico cuyo prestigio en Brasil quedó muy comprometido debido a su identificación con la canción de protesta de los 60, y vivió el resto de su vida injustamente relegado, como si lo suyo hubiera sido una fama alimentada meramente por la contingencia. Para el compositor, el homenaje debe de haber sido una satisfacción que llegó justo a tiempo, ya que falleció hace tres meses. El film también emplea una canción de Geraldo Vandré, otro músico asociado a la protesta y posteriormente relegado. El tema en cuestión, “Réquiem para Matraga”, procede de La hora y el momento de Augusto Matraga (Roberto Santos, 1966), otro de los hitos del Cinema Nôvo. A su vez, la canción de apertura es un clásico del tropicalismo, compuesta por Caetano Veloso. El vals brasileño que, en forma poéticamente incongruente, suena cuando nos acercamos al escondite de Lunga, fue creado en la década de 1950 por Nelson Ferreira, un importantísimo compositor de Pernambuco, poco conocido en el resto de Brasil. Carmelita, por su parte, está interpretada por Lia de Itamaracá, quizá la figura viva más importante de la ciranda nordestina. De modo que la película, así como los habitantes de Bacurau, enfatiza su alianza con elementos valiosos de la cultura brasileña.
Hacia el final, cuando se enumeran, al parecer, los caídos de Bacurau en la lucha, algunos de los nombres resuenan en la política brasileña y procesan, por resonancia, duelos que exceden a la película: “Marielle” recuerda a Marielle Franco, activista asesinada en 2018; “Marisa Letícia” a la esposa de Luiz Inácio Lula da Silva, fallecida en 2017; y João Pedro Teixeira es el mismo nombre del líder campesino nordestino que fue asesinado en 1962 por policías mandatados por latifundistas, que también fue retratado, además, en la película de Eduardo Coutinho Cabra marcado para morir (1984).
Más allá de los rasgos que pueden tomarse como extrañezas formales, hay algún elemento medio burdo, sobre todo en la manera en que se revela la complicidad del intendente con los cazadores. Es medio irritante también esa costumbre, heredada del cine estadounidense, de que cada vez que se quiera mostrar sexo hot, se ponga a la tipa sentada arriba (¿para enfatizar que ella tiene una participación activa?). Y aunque los niños no sean nada convincentes (este es un problema endémico en el cine latinoamericano), el reparto adulto es increíble, las escenas están manejadas con pulso e imaginación, los diálogos son espectaculares, y hay una gran atención a detalles de la región (como el veterano que anda en bolas dentro de su casa). Es una película poco común, que cautiva sin esfuerzo, pero también inquieta, procesa elementos acuciantes de la realidad presente en la región y deja mucho para discutir.
Bacurau. Dirigida por Kleber Mendonça Filho y Juliano Dornelles. Con Udo Kier, Thomas Aquino, Sônia Braga. Brasil / Francia, 2019. En Cinemateca y Sala B.