Francisco Astorga es un cantante, guitarrista y compositor ‒es decir, un cantautor‒ que nació en 1975 en la ciudad de Canelones. Desde la década del 90 hasta estos días participó en varios proyectos musicales (Candombanda, QEPD, Los Inestables y Dosdecafónicos, entre otros) y ahora editó su primer disco, La caja fantástica, con diez canciones de su autoría que fueron compuestas en un período intermitente de 20 años, por lo que cabe pensar que el músico recolectó lo mejor que tenía para su flamante disco debut.
Antes que nada, hay que consignar que Astorga no fue tonto a la hora de elegir a los músicos que dieron vida a sus composiciones. Personas como Jorge Trasante (percusión, batería y programación y producción), Nicolás Ibarburu (guitarra eléctrica) y Gustavo Montemurro (acordeón) no son de esas que se precisa guglear para ver quiénes son y qué trayectoria tienen, y sí son garantía de que técnicamente van a sonar bastante por encima de la media.
Como suele suceder ante un disco debut, es complejo analizar y transmitir cuáles son las principales características de la música o el estilo de su autor, y por eso se suele comparar con otros artistas ya establecidos y populares, pero vamos a tratar de no caer en esa actitud odiosa y facilonga. Lo más personal que tiene Astorga es su voz, que es suave, cálida, controlada, tirando a aguda, y que él usa casi como en un susurro. Es una voz de esas que se dejan escuchar plácidamente, que no incomodan ‒desde el punto de vista artístico, no técnico‒ y no despliegan cambios frenéticos.
La música de Astorga es mucho más difícil de catalogar que su voz. Sin duda hay una raíz uruguaya, con ciertos rasgos rítmicos de candombe, pero también pasados por un matiz abrasilerado ‒algo de bossa nova‒. A su vez, todo está envuelto y grabado en un aura con algún tinte pop, aunque la mayoría de las canciones no tiene la estructura típica de estribillo con levantada instrumental y melódica, sino que más que nada son paisajes estables que desprenden belleza gracias a los arreglos instrumentales. En suma, Astorga hace una fusión sutil, alejada de esa terrajada de mezclar géneros, como si fueran pan con manteca y azúcar, porque si se puede discernir dónde empieza y termina cada estilo, no hay mucha fusión que digamos.
“Pájaro cantor, desde luna llena / mira hacia el sol, mira hacia la tierra, / rama en un temblor despide el cantor, / en el aire queda el calor. / Pájaro su voz, / libra su temor / y deja el corazón entre tiempos y colores. / Y dice el cantor / que un aroma a flor / rápido los convierte en el viento”, canta Astorga en “Comienza el concierto”, canción que abre el disco y que tiene una coda instrumental de más de un minuto en la que el Fútbol Club Barcelona de músicos que convocó ‒en especial, Trasante e Ibarburu‒ se despacha a placer y crea un paisaje sonoro que nos hace volver atrás para apreciarlo una y otra vez.
“Algo pasó”, la tercera canción, es de las mejores, con un ritmo abrasilerado irresistible que nos lleva de la mano de la percusión y hace carne los versos “como si fuera la luna nueva / viene a perseguirle una canción”. Pero sin duda la más abrasilerada del disco es “El baúl”, en la que otra vez el ritmo es todo, al punto de que se hace difícil no mover al menos el piecito mientras se escucha. “Pasaría susurrando / para irlos madurando, / en mi mente rezongando aquel tambor, / de los sueños palpitando”, canta Astorga, casi susurrando, claro. La canción tiene una especie de pegadizo leitmotiv a cargo de la guitarra eléctrica y el acordeón, que es tan bueno que debería sonar más veces.
Pero la explosión definitiva de ritmo se detona en la canción “Donde aprendiste a bostezar”, ya que es un funky bastante puro; no en vano, aquí la guitarra eléctrica está a cargo de Federico Navarro, un violero más del palo del rock clásico, que se manda un solo acorde, filoso y con picos de estridencia ‒la voz de Astorga, en cambio, sigue manteniéndose controlada y cálida‒.
En cuanto a las letras, en general pasa algo similar que con la música, ya que los temas o historias no son muy definibles. Tienen metáforas, despliegan imágenes que nos pueden llevar a un camino u otro sin mucha guía. Por ejemplo: “Como gotas de un tesoro, / como cuerdas de violines / que van tañendo su aire / para crear este tiempo” (“Gotas de un tesoro”); “Aunque nunca sé / mis pies dónde están, / siempre veo luz en el callejón. / Aunque no lo sé, / hacia dónde van, / siempre veo luz en la cerrazón” (“Una carretera”).
En definitiva, La caja fantástica es un buen disco debut, de esos que se dejan escuchar con tranquilidad, para percibir sus detalles. Y si bien está integrado por canciones compuestas a lo largo de dos décadas, hay una notoria unidad estilística. Esperemos que no pasen otros 20 años para el siguiente disco de Astorga.
La caja fantástica, de Francisco Astorga. Edición independiente, 2019.