“The Deuce” es slang para nombrar la calle 42 de Manhattan. La primera temporada de la serie se ambienta en 1971, y la isla neoyorquina es un foco de prostitución, criminalidad y marginalidad. Allí convive una fauna nocturna que será testigo de una transformación puntual: el desarrollo o evolución de la prostitución clásica de la ciudad –prostitutas callejeras con fiolos–, primero hacia los “salones” –léase prostíbulos protegidos por la mafia–, para posteriormente concentrar el negocio de la más rentable pornografía, tanto en films como en salas en vivo.

Los protagonistas conforman un amplio abanico que va desde el ambicioso barman con ganas de crecer (un sorprendente James Franco), una prostituta que va por la libre (Maggie Gyllenhaal; jugadísima, es además productora de la serie), varios fiolos (el amenazador CC –Gary Carr–, el complejo Larry Brown –Gbenga Akinnagbe–, el violento Reggie Love –Tariq Trotter–), varias prostitutas (Emily Meade, Dominique Fishback, Kim Director, Jamie Neumann), un par de policías (Lawrence Gilliard Jr., Don Harvey), algunos mafiosos (Michael Rispoli –uno de mis favoritos–, Daniel Sauli).

Nuestros amigos George Pelecanos y David Simon, los creadores y directores de la serie, no tienen apuro: van construyendo con todo cuidado este mundo y a todos sus personajes –a los mencionados podrían sumarse otros diez igualmente protagónicos–, cada uno con su arco propio, la relación entre ellos, el contexto histórico. Es una hazaña narrativa que no debería sorprender al venir de una dupla que ya ha dado The Wire y Show me a Hero, pero que igualmente fascina y maravilla. Una vez más, Pelecanos y Simon consiguen aprovechar el formato de serie de televisión para contar prácticamente una novela, una de esas historias más grandes que la vida misma.

Hay dos destaques en esta temporada. El primero, James Franco. El tipo, que se pasea con la misma expresión de pasmado por decenas de comedias, acá se desdobla en los hermanos mellizos Martino –que yo, ignorante, pensé que era lo que le daba nombre a la serie– y la rompe tanto como el responsable Vincent como con el alocado Frankie. El segundo, lo increíble que Pelecanos y Simon escriben a los personajes. No importa quién sea o qué hace, incluso los peores sujetos tienen aristas, luces y sombras que nos permiten, si no empatizar, al menos comprender sus acciones.

1978, segunda temporada

Estamos ahora en 1978. La pornografía se ha instalado de manera permanente en la calle 42 y la gran mayoría de las prostitutas han cambiado a pornstars o han salido de las calles a los prostíbulos regenteados por fantoches de la mafia (los Martino y una buena camada de personajes) y potenciados por el propio Estado; los fiolos han perdido por completo su razón de ser y la gran mayoría se encamina a la muerte violenta, aunque al menos uno (Larry Brown) encuentra un futuro, nuevamente, en el cine porno. La Policía se divide en dos: los que viven felizmente de la situación y los que tratan de generar un cambio.

Nuestros protagonistas abren más bares y restaurantes –incluso Paul (notable personaje) inaugura un teatro–, al tiempo que encuentran una nueva vida en el cine –especialmente Candy–, así sea el cine porno.

La vida sigue y para Simon y Pelecanos no es más que un cúmulo de situaciones, lugares y relaciones que impulsan maravillosamente la trama. Todo cambia, y no todos están dispuestos a aceptarlo. Los personajes reaparecen y han pasado siete años; ya no son los mismos, tienen otras aspiraciones, como dejar la prostitución, enfrentar a los fiolos (especialmente al repugnante CC) y desvincularse de la mafia, pero no todos van a lograr lo que quieren.

Como en la vida, esta gran serie sigue adelante con la premisa básica de todas las creaciones de Simon: potenciar creaciones completamente humanas, creíbles, queribles, en base a representar gente común y corriente. Y vaya si lo logra.

Con personajes nuevos, tramas de mayor complejidad y desarrollo, esta segunda temporada cuenta con un capítulo más que la primera (nueve en total), pero por momentos no alcanza. Algunas de sus tramas no llegan a desarrollarse del mismo modo para cuando la cosa termina y ya sabemos –porque en la siguiente temporada vuelve a saltar algunos años adelante– que no se desarrollarán nunca. Un detalle menor: siempre es buenísimo que te dejen con ganas de más.

1985

Saltamos ahora a diciembre de 1985. Pelecanos y Simon vienen por el cierre. Porque “cierre” es el espíritu de toda esta temporada, y ahora, más que nunca, comprendemos que la serie completa vino a contar el ascenso y caída de un momento y un lugar, de un grupo humano muy específico que, como tal, llega a su fin.

Como estamos a mediados de la década de los 80, el final llega de la mano del tráfico de cocaína, que desvirtúa códigos –los mafiosos de la “vieja escuela” son sustituidos por otros con bastante menos escrúpulos– y comportamientos; llega también de la mano del VIH, que arrasa con la comunidad gay; y llega de la mano de lo que algunos llaman “progreso”, que termina por transformar el barrio, incluso la ciudad, en algo que sus propios habitantes apenas podrán reconocer.

Pero si algo han sabido hacer siempre Simon y Pelecanos es construir personajes, por lo cual –en una inmensa mayoría, aunque algunos se nos quedan por el camino– iremos viendo qué pasa, qué ha sido de cada uno de ellos. Y como nunca, quedan marcadas las dos narrativas: por un lado, la de Vincent (James Franco) y sus clubes nocturnos, los problemas con la mafia y las metidas de pata de su hermano; por otro, la de Eileen/Candy (Maggie Gyllenhaal) con su carrera como cineasta en el mundo del porno, que también tiene sus tremendos costos.

Entre esas dos líneas narrativas pasa todo. Y tenemos un buen puñado de relatos de cierre, entre los que se destaca especialmente el trágico arco de Lori, la prostituta devenida pornstar; crece muchísimo Harvey, el pornógrafo; hay cariño para Mike, Paul (qué tremendo actor es Chris Coy), Melissa, incluso el deleznable Haddix que compone Ralph Macchio; y agregados actorales importantes a cargo de David Morse y Corey Stoll, que nos tocan el corazón, porque por algo los acompañamos tanto tiempo, los sentimos tan cercanos y aprendimos a quererlos.

The Deuce es una reflexión, además de todo, sobre el arte. Increíblemente, sobre la pornografía como posible arte y sobre la forma en que el negocio, el mercado y sus propios hacedores se encargaron de arrebatarle esa condición. El retrato de una época y, cómo suele ser con Simon y Pelecanos, otra serie inolvidable.