Tantas décadas han pasado y resuena todavía la pregunta: ¿qué fue el Pop Art? ¿Mordaces, melifluos y maliciosos guiños y estocadas a todo lo que iba mal en la lobotomizante estética y ética de los persuasores ocultos (o sea, emplear contenidos, técnicas y paletas publicitarias, de masa, para dar, a la misma publicidad y cultura masiva, alegres cuchilladas)? ¿O vertiginosa, vibrante y vigorosa exaltación, liviana y un poco boba, de aquel sistema enceguecedor y visualmente irresistible (que “representaba” el capitalismo ya libre de cualquier residuo de vergüenza y freno)? En realidad, fue las dos cosas juntas, consciente o inconscientemente, sobre todo porque no hubo un Pop Art, sino varios (como hubo varios futurismos, dadás, etcétera). ¿Qué tendrá que ver, de hecho, el collagismo salaz de Eduardo Paolozzi con los cuadros-carteles de Ed Ruscha? ¿Y los cuerpos hiperplanistas y puros de Tom Wesselmann con los entreveros de James Rosenquist? Y sin salir de la producción de un mismo artista, ¿las latas serigrafiadas de las Campbell Soups con las telas meadas de los Piss Paintings, ambas de Andy Warhol? Poco y nada. Apenas algo.

Ruisdael Suárez, La taza, 1969. Acrílico sobre cartón 68 x 50 cm

Ruisdael Suárez, La taza, 1969. Acrílico sobre cartón 68 x 50 cm

Ese algo está presente sin duda, ahora, en la exposición que Manuel Neves curó para la Galería de las Misiones: titulada Pop uruguayo, se centra, justamente, en los dos pintores uruguayos que más han flirteado con algunas ideas que venían de América del Norte (y, más tímidamente, de Inglaterra) dentro de aquella “esfera”: Ruisdael Suárez y Ernesto Cristiani (se han omitido acá dos artistas que el mismo Neves, hace una década, había incluido en otra muestra, Los 60 y el Pop: Haroldo González, que con la postura del movimiento tuvo un breve affaire, y, pertinentemente, Antonio Slaptek, más cercano a experiencias concretas y de responsive eye, vale decir, más op que pop). Sin embargo, ni Cristiani ni Suárez aplican la actitud pop a 360 grados, porque (es obvio, y el discurso se puede hacer, y se hizo, para todo el arte del período en América Latina) el motor del pop como ideología –cuentas de colores y espejitos que el mercado crea para inducir al consumo– reside en otro lado: así, si es cierto que ambos (aunque quizá Suárez de manera más volitiva) miran a las paletas lichtensteiniana y warholiana y gozan de cierto gusto por los hard-edges (contornos duros), también ensucian permanentemente ese imaginario pulcro, directo y atractivo con rasgos de la otra corriente de los 60 (incluso de los 60 uruguayos), la Nueva Figuración. Tendencia más bien opuesta: a lo decorativo, fascinador, moderno y excitante de las “cosas” que la pintura pop trae consigo, la Nueva Figuración propone y opone lo inquietante, amorfo, ancestral y depresivo como deformación expresionista de las figuras, sobre todo humanas. En este sentido, Suárez y Cristiani logran una mezcla extraordinaria de estas corrientes divergentes, y algunos de los cuadros en la galería se pueden contar entre los mejores ejemplos de dicha hibridación.

Ruisdael Suárez, Desnudos, 1969. Acrílico sobre cartón 68 x 50 cm

Ruisdael Suárez, Desnudos, 1969. Acrílico sobre cartón 68 x 50 cm

En Suárez esta combinación estrambótica es más sistemática: una pared y media, por ejemplo, que Neves bautiza “Dibujazo” (siguiendo la categoría de María Luisa Torrens para definir el dibujo uruguayo de los 60 y 70 que encarnaba una “visión tremendista de la realidad”), presenta una serie de imágenes con personajes cuyos ojos alucinados –característicos de toda su producción, incluidos sus famosos pájaros– interrogan despiadadamente al espectador, a su vez cautivado por las líneas claras, los colores armónicamente dispuestos y la reiteración de elementos, otro trazo típico de cierto Pop (sobre todo Warhol). Así, esas órbitas dilatadas, esas pupilas perdidas azotan, con sus terribles miradas alienadas, el espacio cautivador y placentero en el que se hallan. El collagismo, que ambos artistas practicaron con soltura, llega a un extremo en un pequeño cuadro, en verdad bastante diferente de todo lo visto hasta ahora de Suárez, que aúna una naturaleza muerta con jarrón de flores (pintada aproximativamente, tanto que quizá es, a su vez, un objet trouvé) con un pedazo de madera de alguna caja comercial que recita “jabón de coco”: aquí estamos, probablemente, en zona neodadá, que, como sabemos, fue una antecámara del Pop. Por otro lado, no se puede descuidar otro influjo que puede haber tenido peso en las resoluciones plásticas del Suárez de los tardíos años 60: la gráfica psicodélica. Lo confirma otro cuadro de pequeño formato en el que el pintor reitera una quincena de veces el mismo rostro hipnotizado e hipnotizante, con fondo floral, asombroso ejemplo también de su habilidad técnica.

En Cristiani, o por lo menos en el Cristiani presente en la sala, parece prevalecer la clave neofigurativa, sobre todo en sus rostros acuarelados, cuyos rasgos diluidos, interrogantes y extraviados originan una angustia par a la suareciana: claro que hay por ahí también toques que se pueden, sin problema, definir como Pop, por ejemplo, intervenciones con colores laqueados o, en trabajos más “recientes”, la explotación del collage sobre campos de tonos vivos, con recortes de prensa y, en un caso, de un cómic estilo Archie. Un par de obras, además, hacen alarde de una figuración “estarcida” (de contrastes absolutos), hija de la postura esencialista y, digamos, antiexpresionista, que fue signo del Pop estadounidense, alimentando sin embargo un aire sombrío gracias a las muecas de los personajes.

Ernesto Cristiani, El Espejo, 1966. Témpera sobre cartón 31 x 46 cm

Ernesto Cristiani, El Espejo, 1966. Témpera sobre cartón 31 x 46 cm

Finalmente, si hubo Pop uruguayo, la exposición confirma que Cristiani y Suárez fueron sus puntas de diamante, y que fue una declinación (fatal y felizmente) existencialista de esa expresión, que significó un uso “frío” del nuevo lenguaje, reciclado para fines acordes al sentir de los 60 en América Latina. La pieza más pop de todas remata tímidamente esta idea y revela también otra postura, bien diferente a cierto entusiasmo de los “grandes centros” con respecto a los objetos masivos y a lo popular: es una taza de Suárez que ocupa, sola, un cuadro con un terso fondo naranja y verde. Un utensilio lleno de color y gallardía, pero que no revela ninguna marca, ningún apego directo a la nueva industria y sus laberintos: una taza genérica es una taza genérica es una taza genérica. Una caja de Brillo es otra cosa.

Uruguay Pop. Ernesto Cristiani & Ruisdael Suárez. Curador: Manuel Neves. Galería de las Misiones (calle Las Garzas entre Los Tordos y Las Golondrinas, José Ignacio, Maldonado), hasta el 14 de febrero.