La premisa no puede ser más sencilla. Monstruos gigantes aparecen de repente en fosas submarinas y surgen desde los mares para arrasar con todo. La mejor manera que encuentra la humanidad para detenerlos es construir robots mecánicos gigantes pilotados por humanos para darse de tortazos con los monstruos y destruirlos. Y listo.

Bichos gigantes contra mechas gigantes y destrozos al por mayor, piñatas memorables, armas explosivas: todo herencia directa de productos japoneses. De Japón vienen los kaijus (Godzilla podría ser el más famoso), los mechas de combate, la estética animé.

Guillermo del Toro, reconocido fan de este subgénero, adaptó todos estos formatos de manera personal en Pacific Rim, que se estrenó en 2013 y, a pesar del entusiasmo de sus inmediatos fans y de la propia efectividad de la película, no fue lo que uno podría llamar un éxito de taquilla.

Sin embargo, sí logró gran trascendencia nada menos que en China, donde estrenó una versión particular y que expandía los roles de los personajes de ese país, lo que terminó asegurando la realización de una secuela.

Pacific Rim: Uprising llegaría en 2018 con muy pocos integrantes de la producción original a bordo –por ejemplo, ya no estaría Del Toro en la dirección, sino Steven S DeKnight– y no tendría el mismo resultado, sino más bien pasaría por completo ignorada (con algo de razón, podría decir uno que la vio), a pesar de buscar innovar argumentalmente el universo en el que se ambientaba.

Una franquicia improbable

La tercera entrega de este universo llega ahora vía Netflix y sorprende por varias razones. La primera es comercial: uno pensaría que no habría continuaciones de Pacific Rim tras el fracaso en taquilla de su secuela. Sin embargo, y en estos tiempos de servicios de streaming siempre anhelantes de propiedades intelectuales reconocibles, tiene su lógica que reaparezca y que incluso lo haga probando otros formatos (como es, en este caso, ser una serie animada).

La segunda sorpresa es el grado al que se encuentra inmersa Pacific Rim: The Black en la continuidad de la franquicia. Aunque se limita a desarrollar lo que pasa en Australia, se hace cargo de lo ocurrido en ambas películas (incluso lo expande y desarrolla) y hasta se permite guiños a los fans mencionando a los anteriores protagonistas y rescatando brevemente a algún tangencial secundario.

Lo cierto es que en algún punto de la invasión kaiju, Australia se fue al garete. El continente mismo fue evacuado y abandonado ante el poder colonizador de los monstruos gigantes que transformó al país de los canguros en una tierra de nadie. En las postrimerías de esa evacuación, un par de jaegers –así se llaman los robots gigantes– enfrenta a un enorme kaiju para defender un autobús con niños. Si bien logran triunfar, es con enormes costos que dejan tan sólo a un jaeger operativo y todos esos niños escondidos en un valle. Es entonces que se presenta a nuestros protagonistas: Taylor y Hailey, los hijos de la pareja piloto del jaeger en cuestión, quienes quedarán en ese valle esperando a que sus padres regresen con ayuda.

El problema es que pasan cinco años sin saber más nada, allí escondidos y con toda Australia convertida en un mundo posapocalíptico que durante todo este tiempo ha desarrollado sus propias reglas.

The Walking Kaiju

Si bien tendremos bastantes peleas y batallas entre robots y horribles monstruos (que, justo es decirlo, en animación se ven bastante menos imponentes), Pacific Rim: The Black se desmarca de las películas para abrazar componentes más propios de la narrativa survival propia de otros productos populares, como Mad Max (también ambientada en Australia) o, más particularmente, la serie The Walking Dead.

La amenaza kaiju es, como los zombis en The Walking Dead, sólo el marco. Lo que más importa son los conflictos humanos y la posible ayuda o amenaza que representa encontrarse con otro grupo de sobrevivientes. En este caso, se reafirma aquello de que el hombre siempre será lobo del hombre, y aunque un kaiju puede exterminarte pisándote sin siquiera verte, siempre habrá un jodido con ganas de arruinarte por algún bien material o lo que sea que le otorgue poder sobre los demás.

Esta derivación de la trama original aporta mucho al resultado. Si bien respeta lugares comunes narrativos ya muchas veces vistos, esta primera temporada de apenas siete episodios suma interés al desarrollo.

Acaso lo que deja más frío es la elección de una animación anónima para la serie, algo que suele ocurrir en general con las producciones Netflix de este tipo; Castlevania es otro ejemplo de esto. Los personajes son visualmente anodinos –los villanos tienen cierta gracia–, los paisajes son monótonos y los monstruos, reiterativos. No es que no funcione, pero se transforma de inmediato en olvidable, lejos –lejísimos– de los grandes picos del animé (Cowboy Bebop, Berzeker, Samurai Champloo o el que quieran ustedes).

Pacific Rim, desarrollada por Greg Johnson y Craig Kyle. Dirigida por Masayuki Uemoto, Susumu Sugai y Takeshi Iwata. En Netflix.