A quienes somos del interior del país nos resulta muy sencillo identificar a un paisano cuando lo vemos atravesar la urbe. Hay algo en el andar, un sutil paso cansino que parece ir a contratiempo del tránsito furioso, de los transeúntes que siempre están detrás de un horario, de las urgencias de la vida moderna. No importa si hace 20 o 30 años que habita la ciudad; esas señas, como las que deja el sol en la piel cuando tu infancia fue a campo abierto, no se borran. Así me di cuenta, a la distancia y a pesar del tapabocas, de que el que venía cruzando la avenida rumbo a la entrevista pautada era Gustavo Teco Arias.
A principios de año inauguró Canta país, un nuevo programa en radio Uruguay, que va los sábados y domingos de 8.00 a 11.00. Esta propuesta se suma a Nuestro canto, a esta altura un clásico de Carve, y a La cantora, que se emite de lunes a viernes en las tardes de la radio Tabaré de Salto. En todos los casos el folclore es el punto de partida, y el vínculo que Arias construyó con su audiencia es el destino. Sin embargo, este comunicador con voz de locutor experimentado, que logra con naturalidad meterse en el mundo cotidiano de sus oyentes y que se convirtió en una figura omnipresente en cuanto festival del género hay en el país, empezó hace relativamente poco tiempo a trabajar de ese lado del micrófono, aunque su relación con la radio venga de lejos.
Vamos a conversar con el Teco, no nos dejen solos.
Contame de tus primeros años. ¿De dónde sos?
Yo soy de Sauce. Toda la vida viví con mi madre, mi viejo vivía acá en Montevideo. Hice la UTU en Canelones. Te estoy hablando del 74; yo tenía 13 o 14 años, me tomaba el ómnibus en la esquina de mi casa en Sauce y nos íbamos a Canelones. Igual, si me sumás horas, hice más horas en la plaza de deportes que en clases, pero todavía recuerdo a algunos profesores. Cómo sería, que llegué a anotarme y no sabía qué iba a hacer, y al final hice electricidad pero no sé cambiar una lamparita. Hice un año, pero ya te digo: me pasaba en la plaza de deportes, enfrente. En esa época jugaba muchísimo al básquetbol, venía a Aguada y jugaba en mi pueblo también. Así que cuando iba a la UTU me pasaba en la plaza o en una canchita que había a la vuelta.
Fue más una experiencia social que educativa.
Sí, claro. Mis viejos querían que fuera y fui. Y después dije: “No quiero estudiar más”. Mi viejo era productor comercial de un programa que había en el Sodre en esa época, que conducía Elías Buchalter; tenía un programa musical de dos y media a cinco, y me metió a laburar ahí. Yo tenía 16 años y era el que le alcanzaba los discos. Elías me decía: “Andá y traeme un disco de los Bee Gees”, y yo salía corriendo. No usaba la discoteca del Sodre, tenía su propia discoteca en un ropero en otra habitación; yo iba y venía con los discos: “Traeme un disco de Ray Conniff”. Ahí empezó a gustarme la parte de operador; en esa época estaba Hugo Triunfo, tremendo tipo, cada vez que precisaba algo me quedaba yo, hasta que se jubiló y me quedé yo de operador, venía todos los días del Sauce. Elías Buchalter después me consiguió trabajo en CX 44, que en ese momento era Radio Color Panamericana, que era todo musical.
¿Cuándo cruzaste para el otro lado del mostrador?
Empecé a hacer programas hace ocho años. Toda la vida laburé de operador, en Sarandí, en Sport, armé una radio en San Ramón, una FM. Ahí me atreví porque el dueño me dijo: “¿Por qué no hacés algo?”. 2008 creo que era, hice un programa de oldies. Porque, ¿viste los discos que te dije que me mandaban buscar al ropero? Yo me los llevaba los fines de semana a Sauce y hacía discoteca, entonces conocía y me gustaban mucho los oldies. Elías Buchalter nunca se enteró de que me llevaba los discos: me los llevaba los viernes y los traía los lunes, y hacía cumpleaños y bailes con un amigo.
¿Y el folclore?
Con el folclore arranqué en 2012. Era operador del fútbol de Carve en ese momento, había pasado por Sport y por Sarandí. El dueño de la radio en ese momento, Martín Olaverry, una persona del agro, del interior, me dijo si quería hacer algo. Viste cuando decís “estuve en el momento justo, en el minuto y el lugar justo”. Quería hacer una radio rural y un día me dijo: “Pensate algo para hacer”, y le dije: “¿Por qué no hacés un programa de folclore?”, pero se lo dije como idea, para él; me preguntó si me animaba a hacerlo y le dije que sí. Después de que acepté me asusté. Si bien me gustaba el folclore y era la música que escuchaba, yo qué sé. Llego a mi casa y le cuento a mi mujer. “Vos estás loco”, me dijo [risas]. Y empecé a los 15 días, de once a doce de la noche. Pensé: “Quién me va a escuchar a esa hora con un programa de folclore, ni mi vieja, que estará durmiendo”. Sin embargo, quedé asombrado del apoyo, y de ahí fuimos creciendo, ahora tenemos más tiempo y estamos más temprano.
¿Sabías qué querías hacer? ¿Siempre fue la misma dinámica?
Sí, folclore uruguayo, cantores de acá. No lo pensé antes; en el momento de empezar el programa estaba con una cantidad de discos en la mesa, la apertura al aire y yo no sabía con qué tema empezar ni qué iba a hacer. En ese momento definí pasar sólo cantores uruguayos. Me dijo un amigo: “Estás loco, mirá que tenés una cantidad de música afuera”. Pero decidí eso, no es que no me gusten otras músicas, me encanta Mercedes Sosa, por ejemplo. Por suerte la gente respondió.
¿Ese vínculo tan particular con la gente estuvo siempre?
Siempre, desde el primer día, el 7 de mayo de 2012.
Ahora las nuevas tecnologías facilitan mucho el contacto, imagino.
Claro, ahora el Whatsapp facilita un montón. Yo quedé asombrado, porque a esa hora escucha mucha gente mayor, y pensé que iban a tener inconvenientes. Nada que ver, lo manejan mucho mejor que yo.
Se nota la complicidad que hay, por ejemplo, en cómo tu audiencia adoptó el latiguillo “no me dejen solo”.
¿Sabés cómo salió? Se había suspendido el fútbol el fin de semana. Yo salía después del fútbol un par de horas, y me dicen: “Mirá que tenés que hacer el programa de dos de la tarde a doce de la noche porque no hay fútbol, sábado y domingo”. Ese día les digo a los oyentes: “El fin de semana no hay fútbol, vamos a estar de dos a doce de la noche en vivo acá, no me dejen solo...”. Y la gente empezó a mandar mensajes, “no te dejamos solo”, “vamos a estar contigo” y quedó. No fui yo el que la inventé, fue la gente. Ahora yo voy por la calle en los festivales, y la gente no me grita “Teco”, me grita “no me dejen solo”.
¿Conocías los festivales antes de Nuestro canto?
No, para nada.
¿Con qué te encontraste?
Con una locura, la gente totalmente feliz. Va el paisano, el de la ciudad, se van con las heladeras llenas. No hay un lío, no hay un problema. Es muy familiero, si bien hay festivales de 15.000 o 20.000 personas, es muy familiero igual. Por ejemplo, en Andresito, que nosotros transmitimos prácticamente desde adentro de la tribuna, vos ves la gente que comparte las sillas, las cervezas. A mí me encanta trabajar en los festivales, a las seis o siete de la tarde ya estoy armando y a veces son las cinco de la mañana y estamos ahí. Ahora, lamentablemente, andá a saber cuándo podemos volver.
¿Cómo surge Canta país?
Me convocaron. Yo trabajé muchos años con [Gerardo] Sotelo. En la [emisora] 44, cuando la tuvo el MLN, Sotelo tenía un programa musical los sábados de noche y yo era el operador. Después nos encontramos en Sarandí y últimamente en Carve. Surgió así, me dijo que quería hacer un programa de folclore tipo el mío y yo le dije que sí, encantado.
Los fines de semana de mañana parece el horario ideal para tu propuesta.
A mí me encantó. Nunca había estado de mañana. Estoy asombrado de la repercusión entre la gente.
Si bien tenés tu clientela, ¿se ha sumado público?
Sí, por el Whatsapp te das cuenta, porque aunque no los tengas agendados, más o menos reconocés a quien te escribe, y ahora en Canta país 90% es gente que nunca me escuchó. Ayuda mucho que las radios públicas estén en todo el interior.
¿Planificás la música que vas a pasar?
Nunca planifico. Desde el primer día que estaba la apertura y no sabía qué tema iba a poner primero. Empecé con “Nuestro camino” y estoy loco de la vida. Ahora cada aniversario, cada nuevo proyecto, empiezo con ese tema de Marcos Velásquez cantado por Los Olimareños. Es una cábala.
¿Por qué te parece que se genera ese vínculo con tus oyentes?
No sé. Anoche estuvo Carlos Alberto Rodríguez en mi casa, uno de los grandes cantores del país, y me decía que para él, el secreto es que yo hablo igual en la radio que afuera. A veces me sale cada disparate, como si estuviera hablando acá contigo. Un día se me escapó un “qué lo parió” y me asusté. Y la gente lo tomó, ahora lo digo siempre: “Qué lo parió, está lindo pa’ escuchar la cantora”. No es que sea un poeta que me siento a escribir, no, lo digo y si veo que a la gente le gusta, lo incorporo. Son como sellos.
Cuando estaba por cumplir el primer año en Carve, me empiezan a mandar mensajes: “Teco, mirá que en mayo cumplís un año, tenemos que hacer algo”, y cada vez más y otra gente que escuchaba eso y se sumaban. Entonces dije: “Hago una comida y los músicos que quieran ir, que vayan”. Un mes antes ya no había lugar. Hicimos comidas en Sauce, San Ramón, Pando, Durazno, Las Piedras y en la criolla Elías Regules, acá en Montevideo. Lo más complejo de estas fiestas es armar las mesas, porque tenés que poner gente junta que de repente no se conoce, y después terminan amigos. Es como una familia grande que se formó.
La gente es bárbara, la gente que he conocido por esto, las anécdotas... Me invitan a los cumpleaños, una vez me llevaron a un cumpleaños sorpresa de una señora de 80 años.
¿Ese es el diferencial de tu propuesta?
Creo que sí. Pero además, otra cosa: hay muy pocos programas de folclore acá.
¿Faltan espacios?
Yo antes decía eso: faltan espacios. Por qué no hay programas de folclore. Hace poco salió una encuesta que decía que parece que es la música más escuchada. No la hice yo. Pero ahora me di cuenta de por qué no hay más programas: porque no apoyan las empresas. No hay publicidad para estos programas, y esto es por plata: por más que te escuchen, que te digan que sos divino, si no tenés avisadores en la radio no existís. Y hay muy poco, menos de lo que yo imaginaba. Las empresas grandes, olvidate, ponen en otro lado, no en el folclore.
¿Por qué te parece que sucede eso?
Y no sé, esa es mi pregunta, por qué.
¿Cómo ves el panorama actual del folclore?
Están apareciendo nuevas propuestas, pero cuesta, sobre todo que se conviertan en convocantes, que vendan entradas. En los últimos años el dúo Copla Alta es uno de los que están sonando, yo me doy cuenta por la audiencia, que te lo pide. Hay varias gurisas nuevas también: Anita Valiente, Catherine Vergnes, de Paysandú, que canta muy bien, se mueve muy bien en el escenario.
Ahora con la pandemia los programas los hacés desde tu casa.
Sí, tengo un estudio en mi casa y hago todo desde ahí; el operador de la radio lo único que hace es poner la tanda. Yo pongo la música, los mensajes, lo que escuchás en vivo lo hago todo yo. Lo que más extraño es que al estudio llevaba músicos, ahora casi que no tienen cosas para promocionar. Me encuentro cómodo haciendo el programa así, como soy operador... Yo me siento operador, no estoy haciendo turno pero me siento operador de radio: empecé a los 17 años y tengo 58, imaginate. En el momento te voy cambiando algo, me acuerdo de una canción y la mandé.
¿En el estudio cómo hacías?
Te digo un secreto. Le decía al operador andá a tomar mate y lo hacía yo [risas].
¿Volverás a los oldies algún día?
Me encanta. Escucho muchísimo en el auto, para desenchufar del folclore.