Remixar y reversionar canciones es una actividad muy común en la música electrónica, al punto de que está dentro de lo normal y esperable que un artista del género publique el disco equis y al poco tiempo equis remixed (el estadounidense Moby, por ejemplo, ha hecho eso a niveles que rozan lo delictivo). Generalmente, el encargado del remix es otro músico, que aporta su subjetiva y particular versión de la canción a la que le mete mano. Allí radica parte de la gracia del remix, porque no tendría mucho sentido que un artista reversione lo que acaba de hacer –más allá del aspecto lúdico, de desarmar y volver a armar el Rubik de la música, si la versión original aún está fresca, se supone que es la que todavía piensa que es la mejor–.
Pero los discos de remixes no son comunes en el mundo del rock-pop (sí en el mundillo del pop a secas, de gente de la talla de Madonna y Michael Jackson, pero no tanto como en la electrónica) y mucho menos en la discografía de Paul McCartney. A fines de diciembre, en estas páginas comentábamos las bondades del último disco de estudio del ex Beatle, McCartney III (2020), sucesor espiritual de los dos anteriores álbumes homónimos (I y II, de 1970 y 1980, respectivamente), en el sentido de que el legendario músico de Liverpool tocó y grabó casi todo lo que se escucha –hay apenas un par de músicos invitados en una sola canción, algo anecdótico–. Por lo tanto, es un disco solista y solitario, cultivado en el encierro pandémico.
Sorpresivamente, hace pocas semanas apareció en plataformas digitales McCartney III Imagined, que, como su nombre lo desliza, es un álbum de remixes del más reciente disco de estudio de McCartney, obviamente, con varios invitados –todos de una generación o hasta dos más jóvenes que él, como Dominic Fike, que tiene 25 años y podría ser su nieto–. Si bien a priori este tipo de álbum puede resultar raro para la larga y rica discografía de uno de los compositores más importantes e influyentes del siglo XX (¿para qué reversionar canciones?, ¡componé nuevas y listo!), tiene bastante lógica artística. Es como si el músico dijera: “Bueno , me encargué de todo esto yo solo, hagan algo ustedes a ver qué les sale, diviértanse”.
De Massive Attack a Gorillaz
El músico estadounidense Beck fue el encargado de abrir el disco con su remix de “Find my Way”. La canción original es un pop-rock convencional dentro de los cánones de McCartney –con una melodía con algo de falsete– a la que Beck le sacó todo el jugo y la convirtió en un ejercicio funky para desparramar en las pistas de baile. La clave es la línea de bajo que le incorporó, bien rastrera, sobre una base programada machacona y una percusión juguetona. Por momentos, suena un efecto de voz robótica que remite ineludiblemente a Daft Punk y le da un barniz noventero al asunto.
Por más que Beck tenga 50 años y varias décadas de carrera, no es un trabajo de todos los días que venga un ex Beatle y te pida que le remixes una de sus canciones. Por eso no resulta raro que en su cuenta de Instagram, cuando anunció la reversión, se haya dado un poco de dique contando que “Paul” –como si fuera un amigo, ¿vio? – lo llamó y le contó que había estado “bailando con la canción en su cocina toda la semana”. Creer o reventar (bailando).
El disco original empieza con “Long Tailed Winter Bird”, un tema folk denso, mayormente instrumental –tiene apenas una línea de melodía vocal–, que fue remixado por el músico británico Damon Albarn, líder de proyectos bien distintos, como Blur y Gorillaz, que hace el proceso inverso de Beck: a una pieza que tenía cierta textura densa, la vuelve más calma y atmosférica; se quedó con la melodía vocal de Macca y le sacó el riff insistente folk –que aparece recién al final, como detalle–. Si con el remix de Beck McCartney se pasó bailando en su cocina, con este seguro se tiró en el sillón, se relajó y se fumó uno.
No cabe duda de que la canción más difícil del disco original para buscarle la vuelta era “Deep Deep Feeling”, un viaje onírico de más de ocho minutos que atraviesa varias atmósferas, en el que McCartney aprovechó para desplegar muchas de sus personalidades musicales. La versión remixada se dejó para el final del álbum (las canciones no siguen el orden del disco original), a cargo de inglés 3D (Robert Del Naja), de Massive Attack, una de las bandas más emblemáticas de la electrónica inglesa –McCartney no es bobo a la hora elegir a quién darle su música–. El resultado no podía ser mejor: un viaje aún más largo (11 minutos y monedas) en clave trip hop, eso que tan bien supo hacer, justamente, Massive Attack, como para entrar en trance y no salir.
La canción “Slidin”, que es la más rockera de McCartney III, es quizás la que tiene la versión menos inspirada o la que gana menos con su remix (a cargo de nada menos que Ed O'Brien, guitarrista de Radiohead). Básicamente, la aceleró, volviéndola seudometalera. En vez de cambiar el enfoque y agarrar por otro camino, le agregó pan al pan.
Al estar librado al encare que cada músico quiera darles a las canciones, el disco no tiene una unidad estética y resulta experimental –en el sentido más directo del término y no dotado de esa ampulosa intelectualidad romántica que a veces se le da–. Por lo tanto, es difícil discernir si es un disco parejo o no, y es probable que más de una persona se cuelgue mucho con varias de las canciones, como para escucharlas en loop –ya que estamos en terreno electrónico–, y de otras no quiera saber nada de nada. Pero de eso se trata la libertad irresponsable de escuchar un disco.
McCartney III Imagined. Capitol Records, 2021. Disponible en plataformas digitales (a partir del 21 de julio, en formato físico).