Cuando empezaba el final de la dictadura, en el primer lustro de la década del 80, el estudio La Batuta, ubicado en el Palacio Salvo, fue la olla en la que se cocinó parte del más rico menú del resurgimiento de la música popular uruguaya. Uno de sus dueños era el ingeniero de sonido Henry Jasa. Su hijo, Hugo –nacido en 1959–, que es baterista, estudió composición, musicología y afines, y también se le dio por el intrincado arte de grabar sonidos, siempre andaba en la vuelta. Jasa junior estaba en el estudio cuando Jaime Roos grabó Mediocampo (1984), realizó las tomas de sonido de Tangatos (1985), de Jorge Lazaroff, y también fue técnico en Buzos azules (1986), de Fernando Cabrera. Como si no bastara con estos nombres, al final de la década fue productor de La mosca (1989), el último disco de Eduardo Mateo.
Además, Jasa fundó, junto con Carlos Cotelo, la empresa Pregones, dedicada a los jingles publicitarios. Refrescos cola, shoppings, todos los que buscaban ser más populares con alguna melodía simple, pegadiza y recordable se acercaban a Jasa y compañía, que no en vano ganó varios premios del ámbito publicitario. Entre toda esa maraña de trabajo para los demás –que también incluye música para cine–, a mediados de los 80 Jasa empezó a masticar la idea de componer y grabar un disco bajo su nombre, por la “saturación” de horas y horas “grabando música por encargo”, según recuerda hoy.
“En ese momento estaba trabajando en el estudio La Batuta como técnico y un poco como productor de los artistas que pasaban a grabar. Tenía muchas ganas de tocar otra música y de experimentar, pero no con letras, sólo con música instrumental. Los estudios de grabación son como taxis, se alquilan por hora, entonces, en algunos horarios, sobre todo en la madrugada, están vacíos. Aprovechaba esos huecos, y gracias a las amistades que fui cosechando trabajando, todos los músicos me apoyaron y vinieron a colaborar”, recuerda.
En esos momentos libres, entre 1986 y 1989, Jasa fue grabando lo que en 1990 vería la luz como Estados de ánimo, un álbum de siete piezas (estrictamente, no son canciones, y la palabra “temas” no les hace justicia) mayormente instrumentales, con cierta raíz uruguaya –hay ritmo de candombe y algo de tanguez, por el timbre del bandoneón, por ejemplo–, pero pintado con un barniz sonoro anglosajón, cargado de sintetizadores y bases electrónicas –sellos de la década–, impulsado por una llevada de improvisación cercana al jazz.
Además de Jasa en piano, teclados, sintetizadores, programación de batería digital y otros chiches, el disco que estaba armando contó con un plantel de primera línea, con músicos como Jorge Galemire, Popo Romano, Mariana Ingold, Fernando Lobo Núñez, Hugo Fattoruso y Mateo, entre otros. “Dedico este disco a todos los hacedores de arte uruguayos, y muy especialmente, a mis grandes amigos, don Jorge Lazaroff y don Eduardo Mateo”, se lee en los créditos del álbum.
Sur y norte
El resultado fue un cóctel de los que se han preparado pocos en la música uruguaya, con un gran poder evocativo, que transforma el disco en una banda sonora de la película que al mismo tiempo nos proyecta en la cabeza. Por ejemplo, “Tapiz montevideano” podría ser la pieza musical principal de una serie policial o detectivesca a lo Miami Vice, pero gris, ambientada en nuestra capital, que en vez de ser protagonizada por Don Johnson, con su saquito inmaculadamente cheto, tenga a César Troncoso, con barba de varios días, una gabardina larga y marrón, y un Chevette del 81 en vez de aquella inverosímil Ferrari blanca.
Jasa recuerda que aunque a mediados de los 80 la música –y todas las demás cosas– no estaba tan globalizada como ahora, “la punta mundial era el norte”, ciudades como Nueva York y Londres, que lo representaban por el contexto en el que trabajaba, de la tecnología y las grabaciones. “Aunque escuchaba y grababa cualquier tipo de música, me fascinaba esa onda de conjugar la música nuestra, candombe y tango, y fusionarla con el jazz y el mundo del norte, entendernos un poco en ese lenguaje”, cuenta el músico. Agrega que la idea que tenía en materia de estilo, a la hora de componer y grabar, era principalmente dejar plasmada en el disco una música que si la escucha alguien en China, Corea, Canelones o Tacuarembó capaz que no le gusta, pero “la va a entender”. “Es decir, darle el glamour necesario a la música para que fuera universal”, acota.
Para el músico es difícil analizar el disco hoy, sacándolo del contexto en que se creó, y recuerda que quería que las composiciones evocaran imágenes y variados estados de ánimo, la máxima cantidad posible (ansiedad, tristeza, etcétera). De ahí nacen el título del disco y la pieza que le da nombre, que es la más oscura del álbum y además tiene una atmósfera distópica, como para musicalizar una versión bien montevideana de Blade Runner. “Yo trabajé mucho en música de cine y estaba pensado que fueran coreografías para un ballet, que se estrenó, de siete cuadros. Fue una experiencia divina; un par de espectáculos, nomás, pero para mí fue maravilloso poder concretar eso”, recuerda.
El disco fue editado en vinilo y casete en 1990 por el sello Ayuí, con una única y corta tirada. Al principio no tuvo repercusión, pero de a poco se fue metiendo entre los músicos –sobre todo de las generaciones más jóvenes– hasta volverse de culto. Hoy se puede escuchar de forma oficial en plataformas (YouTube y Spotify, por ejemplo) y hace pocos días el sello uruguayo Little Butterfly Records lo reeditó en vinilo para su serie América Invertida. “Yo tengo sólo ese disco; soy recontra perfil bajo, ni siquiera voy a buscar los premios que me dan en publicidad, porque me da como vergüenza. Pero a lo largo de los años me han pasado cosas maravillosas, el disco generó un interés sin que me lo propusiera”, cuenta.
Por último, Jasa dice que hoy le produce una gran alegría comprobar que, 31 años después, su único álbum trascendió e incluso llegó a muchos lados más allá de Uruguay, que era lo que él quería: “DJ y gente que trabaja en ediciones de música lo han usado en sus cosas, un tipo que de repente está en Holanda, yo qué sé. Es increíble, pero se dio eso. Me deja muy contento. ¡Uruguay, nomá!”.