“Desde esta hora me declaro libre de todo límite y de toda línea imaginaria”. La frase de Walt Whitman, incluida originalmente en Hojas de hierba, aparece escrita en un fondo de cielo en uno de los interludios de Pitada, la nueva presentación del argentino Emmanuel Horvilleur que puede verse como un show privado (disponible en Youtube) aunque al aire el libre, con el enfuche sobre el pasto, instrumentos de cuerdas de metal, un micrófono dorado y grandes árboles a su alrededor, o escucharse como su nuevo material, un manojo de las canciones de sus discos como solista, interpretadas desde un lugar diferente, tal vez, incluso por otro Emmanuel, algo más viejo y reflexivo.
“Para mí es un poco la infancia que se vuelve a manifestar. Ese campo al que íbamos cuando éramos chicos con mis hermanos, en contacto con los animales, con diferentes cielos. Uno se va olvidando de descubrir, de explorar, y de esa cosa que percibo como bastante sanadora también”, dice su voz narrativa mientras camina por el terreno todavía soleado antes de volver a la guitarra para interpretar “El hit”, casi al final de la tarde en un campo de la provincia de Buenos Aires.
Lo acompañan los músicos Mariano Domínguez, Andrés Cortés y Carlos Salas. Participan además como invitados Bandalos Chinos, Zoe Gotusso, Chiara Parravicini y Evangelina Bourbon.
Le pregunto por “Tu estado”, una de las mejores versiones del disco, grabada en condiciones poco habituales y que me recuerda a un estribillo de la banda británica Level 42: “Sí, en penumbras. Se hizo con luz natural ya casi yéndose el día, y a mí también me gusta ese tema. Tiene esa oscuridad y es un poco melancólica, se va el día y ya después entrás a la noche un poco más canchero. Hace unos años vinieron acá [Level 42] a Buenos Aires, al Teatro Coliseo. Era un show con gente más bien grande, de mi edad para arriba, y fue increíble. Siguen llevando los mismos teclados, y fue de lo mejor que vi en los últimos años. No sé qué tendrá de Level 42 ‘Tu estado’, pero yo soy un tipo bastante permisivo con las melodías pop, que son con las que crecí. Trato de no robarme a mí mismo, pero las tengo todas en la cabeza. Esa música de la radio de mediados de los 80 es una de las cosas que están en mi cabeza a la hora de componer”.
“Tenía ganas de plasmar una nueva versión de canciones mías”, dice sobre los motivos que lo impulsaron a concretar esta aventura. “Algunas ya tenían más de diez años, y me gustaba la idea de desnudarlas un poco. Con el tiempo creo que fui mejorando como guitarrista a la hora de agarrar una acústica y cantar una canción. Quería acercar la canción a su propia naturaleza y, a la vez, a la naturaleza del paisaje. Por ejemplo, en ‘Tu estado’ son dos guitarras, una percusión, mi voz, unos coritos de Mariano y no mucho más. La idea era buscar que la canción pueda estar sola, sin mucha producción”.
Invitada especial
En “19”, luego del primer verso compartido entre Emmanuel y Chiara Parravicini, los sonidos de un ave encajan perfecto antes de la siguiente entrada de la banda. Como en una jam session al amanecer, no serán pocas las veces que, de improviso, diferentes especies de músicos se suban a la canción, escondidos o desde lo alto de una rama. “La verdad es que la naturaleza fue mucho más amigable con nosotros de lo que nos imaginábamos”, cuenta el músico. “Escuchás Pitada con auriculares y sentís la naturaleza. Están los pájaros, hay ranas por momentos, y eso está buenísimo. A veces mandás una canción para que un músico te haga arreglos de cuerda; bueno, acá hay arreglos de la naturaleza en todo el show. Y la verdad es que cuando terminamos me sentí orgulloso de nosotros, de habernos metido en esto, porque siento que hay gente que ahora va a probar el formato. Uno piensa “hay no sé qué, el viento”, o grabás con micrófonos carísimos y en estudios insonorizados. Y cuando nos pusimos a escuchar lo que habíamos hecho fue mágico. La naturaleza jugó un rol gigante”.
De fan
Las siguientes preguntas podrían pasar por la aduana del lector como simples inquietudes periodísticas, y aunque no dejan de serlo, la verdadera motivación es mucho más antigua y personal: tengo todos los discos de Illya Kuryaki & The Valderramas y no iba a perderme esta oportunidad.
Horvilleur contó también que tiene planes de hacer una canción con la familia Rada; que tal vez invite a sumarse al combo a un rapero uruguayo (habló muy bien de Zeballos, que llegó a sus oídos por las recomendaciones de su hijo); que Pitada, además de lo ya dicho, le permitió sentirse libre y entusiasmado tras seis meses de encierro “sin una [fiesta] clandestina”.
¿Cuán cerca estuviste del universo Prince?
A lo largo de los años he coleccionado todas las anécdotas e historias de Prince que he podido. Desde las de Joe Blaney, que laburó con él, hasta las de un músico argentino que era novio de la contrabajista Esperanza Spalding y que cuentan un poco la personalidad de Prince. Por suerte, lo pude ver tres veces en mi vida y cada una fue mejor que la otra. Estuvimos en la puerta de Paisley Park [casa y estudio de Prince Rogers Nelson]. Para nuestro disco Leche fuimos a grabar los vientos con los músicos de Prince, a cargo de Micheal B Nelsol [trombonista y arreglador], y curtimos un poco el Minneapolis de los 90.
Fabrico Cuero, el primer disco de Illya Kuryaki, está cumpliendo su 30º aniversario este año. ¿De dónde salió “Jubilados violentos”?
El germen básicamente está en las marchas que había en esa época de jubilados reclamando por su dinero frente al Congreso. Corso Gómez era el que hablaba sobre el tema en el noticiero de Canal 9, y Norma Plá era una jubilada que le tiraba huevos a la Policía. Nosotros veíamos a ese grupo de jubilados por la tele y eran re warriors, y cómo los cagaban a palos en el gobierno de [Carlos] Menem, y bueno: “Jubilados violentos, les gusta el guiso y cabecear pavimento...”. En ese rap, además, nombramos a un par de personajes del barrio. “La vieja pingüino”, por ejemplo, vivía en la entrada de una empresa que había cerca de mi casa y se cubría con cartones. Cuando nosotros pasábamos por ahí, nos gritaba cualquier cosa, estaba como en un delirio místico y eso lo usamos para el disco. En la intro de “Nacidos para hacer argento” tiramos lo que nos decía.
Hasta el día de hoy me parece que Versus es el punto más alto de los Kuryaki. ¿Qué recordás de esos días de grabación?
¿Viste esos documentales de bandas que cuentan “tomábamos un kilo de cocaína durante la grabación y gastamos un montón de dinero”? Nosotros no tomábamos nada pero nos gastamos un dinero en hacer un disco como soñamos toda la vida, gracias al éxito que tuvo Chaco. Era una cifra de dinero bastante delirante. Ahora con lo que usamos para Versus haríamos ocho discos. Eran otras épocas y esa inconsciencia también se puso al servicio de lo artístico. También tuvimos pecados de juventud. No éramos los supercantantes. Teníamos un estudio de primer nivel y en un día no metíamos una voz. Pero más allá del dinero, fue un disco en el que soñamos orquesta y la tuvimos. Queríamos los vientos que habían grabado en el disco Off the Wall, de Michael Jackson, y estaban; queríamos a Wah Wah Watson, que era un guitarrista que grababa en los discos de Herbie Hancock y también grabó con Marvin Gaye, Stevie Wonder y The Beach Boys, y ahí lo teníamos. Quién sabe, pero no creo que logre en mi vida, otra vez, ese lujo al servicio del arte.
¿De dónde viene tu conexión con el mundo oriental, que es al mismo tiempo una conexión con lo espiritual?
La verdad es que viene del cine, de Bruce Lee y las películas de artes marciales. Todo eso nos gustaba a mi hermano [Lucas Marti] y a Dante [Spinetta]. Tenía como ese funk, una cosa de mucha onda, swing. Y a la vez era muy espiritual. A mí me encantaba, por ejemplo, la serie Kung fu, con David Carradine, que tenía esa cosa mística de elevar el bocho. Y sigue estando ahí porque sí, porque me sigue gustando el funk; son esas cosas que abracé desde pendejo y son un poco cimientos de mi construcción artística. Sigo escribiendo, por ejemplo, en Xavier [su anterior disco]: “Hola, ninja, cómo estás, prestame patadas voladoras” (en “La universidad de tus besos”). Me gusta ese imaginario de las artes marciales metiéndose en una cosa cotidiana, en el amor, esa cosa de la lucha, aunque sea para llevar los días adelante. Somos ninjas de la vida.