“Obvio que teníamos claro que estábamos grabando, pero nunca nos imaginamos que el disco iba a andar bien. Para mí era una cosa testimonial, no le dimos ninguna importancia particular, no lo festejamos como si fuera el lanzamiento de un disco normal”. Así habla Fernando Cabrera cuando recuerda la noche de 1987 en la que junto a Eduardo Mateo grabaron el disco en vivo que luego fue publicado con los apellidos de ambos como título.

Y no, no fue un disco normal: a paso lento pero firme se convirtió en uno de los álbumes fundamentales de la música uruguaya, de esos que hay que llevar a una isla desierta (si nos acordamos también de llevar algo para reproducirlo).

Cabrera se siente halagado con que el álbum sea ubicado por muchas personas en un lugar de privilegio, pero al mismo tiempo le apena que Mateo “no haya podido disfrutarlo”, porque murió apenas tres años después de que lo publicaron, el 16 de mayo de 1990. “Posiblemente, a él también le hubiera significado una puerta hacia Argentina, como me pasó a mí”, dice Cabrera, y agrega que no deja de ser una sorpresa que el disco del dúo haya tenido tanta repercusión.

En todo caso, la sigue teniendo. Por algo el sello Bizarro acaba de reeditarlo en vinilo, y más temprano que tarde se podrá escuchar también en plataformas digitales, en las que, curiosamente, brilla por su ausencia. Hoy se puede escuchar en YouTube, subido por algún civil melómano, pero no es lo mismo en cuanto a calidad, porque no se conocen los parámetros de la subida ni las condiciones del material original (en CD fue editado por Ayuí en el año 2000 y todavía se consigue).

Nacimiento de un clásico

Para empezar, es un disco grabado en vivo, un formato que ya de por sí es raro en la discografía de Cabrera: en 40 años de carrera tiene tan sólo tres, incluido el que nos ocupa en esta nota, que resultó ser el primero de esa especie, al que le siguió Ámbitos (2008), un espectáculo junto con Eduardo Darnauchans de 1991, que ni siquiera fue grabado como para publicarse y vio la luz recién 17 años después, y Fernando Cabrera canta Mateo y Darnauchans (2015).

Desde fines de 1986 el dúo venía presentándose en vivo, y Cabrera sentía que el resultado valía la pena como para dejarlo registrado en un disco, mas no en vivo sino en estudio. Pero cuando le fue a plantear la idea al sello Orfeo –hoy extinto, en aquella época era el centro de operaciones de casi toda la música uruguaya–, Cabrera ofreció directamente hacerlo en vivo, porque resultaría más económico para la compañía.

“La idea nuestra siempre fue grabar un disco de estudio y que este sería una especie de escalón, de etapa previa. De hecho –no sé si hago bien en decir esto, pero ya lo dije muchas veces–, ni él ni yo quedamos 100% conformes con el resultado del disco. Nos gustó, pero no nos pareció el techo de lo que podíamos alcanzar, no fue nuestra mejor noche”, dice Cabrera, y enseguida, recordando el disco, cabe preguntarse lo que habrá sido la mejor noche.

El cantautor confiesa que es imposible decirlo con palabras, pero siente que en otras presentaciones con Mateo hubo “más inspiración” y el repertorio estuvo “mejor tocado y cantado”, aunque “son cosas subjetivas”. “No importa decir esto, porque la gente no tiene cómo comprobarlo, pasaron más de 30 años y ya ni te acordás. Ahora el disco me emociona, me siento orgulloso”, cuenta.

Méritos y merecimientos

Mateo y Cabrera se grabó la noche del sábado 11 de abril de 1987 en el Teatro del Notariado, con una selección de 12 canciones de un repertorio que incluía más de una veintena por función. En un primer momento, ambos pensaron que fuera integrado enteramente por material nuevo, pero al final decidieron mechar algunos clásicos de ambos. Aunque, en realidad, ese adjetivo le cabía más al material de Mateo, dado que las grandes canciones de Cabrera todavía eran bastante frescas: su primer disco solista, El viento en la cara, había salido tan sólo tres años antes, mientras que Mateo solo bien se lamía ya en 1972.

Los clásicos que eligió Mateo fueron “Yulelé”, “La mama vieja”, ambos de su debut solista, y “Mejor me voy”, aún más clásica, de la época del dúo con Diane Denoir (1966). Mientras que, de sus conocidas, Cabrera eligió “El viento en la cara” y “Méritos y merecimientos”, que había publicado con su segundo grupo, Baldío, en 1983. El cantautor cuenta que para la grabación del álbum en vivo ensayaron muchísimo y que si bien en aquella época “mucha gente estaba un poco quemada” con Mateo por “sus faltas de puntualidad o de palabra”, en los meses que trabajaron juntos fue “sumamente riguroso”.

“A pesar de que en ese momento ensayábamos en la casa de mis padres, en el Prado, y él vivía en una pensión allá por Parque Rodó, siempre llegaba puntual. Aparte hacía otras tareas propias del trabajo, como ir a una entrevista, a una sesión fotográfica, salir a pegar afiches, recoger tal cosa en la imprenta; todo perfecto, sin ningún tipo de inconvenientes”, recuerda.

Quizás por haber ensayado como corresponde, el disco no parece que fuera en vivo, excepto por los aplausos al final de cada canción. Todo está en su lugar, como las guitarras de ambos, llenas de pequeños pero destellantes arreglos, y la percusión de Mateo, sobre la que Cabrera se deshace en elogios: “Era un percusionista único. Había desarrollado un estilo que no era estrictamente del que es percusionista y nada más. Él, como hombre genial que era, tocaba la percusión con una mezcla de distintas influencias, había tomado un poco de la técnica de los instrumentos de percusión hindúes, como el tabla, que se toca con la punta de los dedos y los nudillos. Ahora eso se estudia, pero Mateo lo hacía de olfato”.

Foto del artículo 'El sello Bizarro reeditó en vinilo Mateo y Cabrera (1987), un disco fundamental de la música uruguaya'

Con la arena vas vos

Las voces también son un elemento clave del disco, tanto cuando se aúnan como cuando contrapuntean, en especial en las cuatro canciones que Cabrera compuso especialmente para el dúo, que sin dudas sobresalen en comparación con las nuevas que incluyó Mateo, que también era una rara avis a la hora de inventar arreglos con la gola. Eso se puede apreciar, por ejemplo, en “Todo el día” (de Cabrera), en la que se manda un coro grave, casi fantasmagórico –idea reforzada por la mezcla, en la que Mateo se mueve de un lado al otro por el paneo estéreo, como un espectro errante– , y es al final de esa canción, en el que ambas voces quedan casi a capela –apenas acompañadas por la percusión–, donde la interpretación llega al techo de ambos y lo trepa.

Podríamos preguntarnos si el disco les dio los mismos frutos a los dos músicos. Cabrera piensa que los benefició a ambos, pero quizás de distintas maneras, porque a Mateo todo el trabajo del dúo –no sólo el álbum– “le dio algo que hasta ese momento no tenía, que era credibilidad, en los periodistas, la crítica, los bolicheros y el ambiente en general”. “Porque venía con una fama muy mala de indisciplina, adicciones, esto y lo otro, y en todo ese período se portó bien. Y en el escenario, en vez de sus famosos recitales que eran un divague y la gente se aburría, conmigo se mostró de una manera mucho más concreta y disciplinada”, recuerda.

Por su lado, Cabrera tiene claro que el disco lo benefició artísticamente porque tuvo “la suerte” de haberle “embocado” con “dos o tres buenas canciones” de su autoría que grabaron especialmente para la ocasión: la ya mencionada “Todo el día”, el candombe bien cabreriano “Al mismo tiempo” y, sobre todo, “Por ejemplo”, una de sus más grandes canciones, que Cabrera coloca en su top ten pero tranquilamente podría estar en su top five.

“La compuse para él y para mí. De hecho, tiene juegos vocales montados, contrapuntos de voces, yo canto una cosa y él otra al mismo tiempo; pensé las guitarras, todo. Entonces, la mejor versión de ‘Por ejemplo’ es esa. Después la toqué mil veces, con los mejores músicos del mundo, con coro, bajo, batería, todo lo que quieras, pero la versión es esa. Es imposible lograr lo de la introducción que hace él con la voz y la guitarra, es mágico. Por más que lo hagas con un sintetizador, un saxo, lo que sea, es eso, la voz de él y la guitarra, una Yamaha que le había prestado Daniel Magnone”, dice Cabrera.

“Por ejemplo” es una de las canciones más versionadas de Cabrera. Según su autor, su “magia” radica en que tiene “simpleza, efectividad y profundidad”, entonces “cualquiera la puede tocar”; además, “es aplicable a muchos géneros, se puede tocar perfectamente como si fuera un rock and roll, acústica o de cámara, pero tiene intrínseco un aire pop-rock”. “La canción tiene un perfil pop que no es nada fácil de conseguir, por lo menos para mí”, acota.

La simpleza pasa principalmente por la melodía vocal, que en la mayor parte de los versos es de una sola nota, mientras por abajo la armonía va cambiando. En la introducción Mateo dobla con su voz lo que hace la guitarra, solamente con las vocales “a” y “o”. “Sólo a él se le ocurriría hacer eso, y quedó buenísimo. Es un detalle orquestal, hace un timbre nuevo: no es ni la guitarra ni la voz, es una tercera cosa, la suma de ambas”, explica.

La letra es una mixtura de dos obsesiones de Cabrera: la pérdida y el tiempo, con imágenes cotidianas (“aquellas tardes con la radio en la rambla”), metáforas que concentran todo en uno (“tengo un puñado de recuerdos de arena, / entre los dedos con la arena vas vos”), y un verso con prosopopeya, una de las figuras retóricas más características de su estilo (“los limoneros merodeando el galpón”, una foto de la casa de su infancia, en Molinos de Raffo 432).

En chancletas

Lo sencillo también está en la portada del disco, con Mateo sentado en un sillón rotoso y Cabrera parado, apoyando su antebrazo en el respaldo. Posan sin posar, es una foto que no miente. De hecho, la imagen desparrama uruguayez, y el uruguayómetro se pone en rojo cuando vemos que Cabrera está de chancletas. “Yo estaba en una fase media hippoide, una moda que me había quedado de una novia que tenía que andaba así, de chancletas de playa en verano. Fueron unos pocos meses, ahora me da vergüenza andar así. En esa época no teníamos –no digo que esté bien sino como crítica– mucho criterio estético, de producirnos para una sesión de fotos, llamar a una vestuarista, ver el tema del peinado o si estoy maquillado; eso nos importaba un comino, éramos muy abandonados. Fuimos más o menos prolijos, pero con un espíritu muy veraniego”, recuerda.

Ahora, esa tapa se materializa en nuestras manos como fue concebida, para el generoso tamaño del vinilo –las ediciones originales de época son difíciles de conseguir y valen un riñón–, y podemos concentrarnos en los detalles: desde las expresiones de los rostros hasta el resorte del desvencijado sillón, que se escapa por abajo, y la marca de la remera de Mateo –además, esta nueva edición trae un extenso y preciso texto de Guilherme de Alencar Pinto–.

Pero lo que importa, la música, sigue ahí y nunca sonó mejor, con tanta claridad y calidez (fue remasterizado por Ángel Álvarez en Estudio Lineo 2, de Madrid). Es un placer calzarse los auriculares y sentir el vibrar de esas guitarras y esas voces, que nos mandan sin escalas a aquella noche en el Teatro del Notariado. Hasta los aplausos suenan mejor en esta reedición. Mateo y Cabrera –los músicos y el disco– los merecen.