Hace unos años, una respuesta de Leo Maslíah a un cuestionario del colectivo Ya Te Conté, en el que se le preguntaba por la literatura uruguaya publicada a partir de los años 90, disparó una aguda controversia en el panorama de las letras nacionales. Frente a lo que podría considerarse una actitud “ninguneadora” de Maslíah hacia los escritores más jóvenes, la escritora Lalo Barrubia y el crítico y también escritor Ramiro Sanchiz dispararon sendas respuestas. La de Barrubia, más mesurada y más centrada en el cuestionario, pasó desapercibida ante el tono más combativo de Sanchiz, quien devolvió el golpe cuestionando no sólo las respuestas al cuestionario, sino la significación de Maslíah en el panorama literario nacional.

Lamentablemente, el tono que adquirió la polémica impidió que se generara un debate realmente fructífero, y se pasó por alto cierto hecho que Sanchiz señalaba y que no deja de ser significativo: la casi indetectable influencia de Maslíah en escritores más jóvenes. Claro está, uno puede no comulgar con la línea crítica de Sanchiz, muy influida por Harold Bloom, en la cual la estatura de un escritor se mide en gran parte por la “ansiedad de influencia” que despierta en sus continuadores. En ese caso, no consideraría un defecto la condición de rara avis que tiene Maslíah en las letras nacionales, más allá de la inmensa popularidad de que goza incluso dentro de un sector de público menos atento a las novedades editoriales, popularidad ayudada por su actividad como músico y su colaboración en revistas, diarios y semanarios. Es verdad que pocos escritores jóvenes lo nombran como influencia. Apenas aparece su nombre al lado del de Patricia Turnes (destrozada también por Sanchiz en su momento), y más relacionado a su trabajo como música que como escritora. Pero cabe preguntarse si esto debería celebrarse o lamentarse. No tanto por la literatura de Maslíah en sí, sino por cierta solemnidad de nuestras letras (y aquí no hablamos de Sanchiz, sino de otras líneas quizá más hegemónicas de la crítica vernácula), para la cual lo fantástico o sobrenatural prácticamente se perdona sólo si genera climas ominosos u opresivos, y la herencia del nonsense, del humor absurdo, de Boris Vian, Lewis Carroll o Alfred Jarry, o incluso el tono juguetón de la poesía de vanguardia de la segunda mitad del siglo XX, ocupan un lugar ciertamente marginal y sus recursos suelen ser juzgados como frívolos o intrascendentes. Si Maslíah se salvó, fue en gran parte gracias a la base más popular que supo tener en su momento, y también a su proyección internacional en medios un tanto más desprejuiciados.

En su última publicación, Cuentos impensados, Maslíah nos muestra la gama de recursos a la que nos tiene acostumbrados: jocosas exageraciones de los formalismos de la atención al público en medios empresariales o burocráticos (“Hotel de cinco estrellas”, “Empresa de nada”), juegos con interpretaciones literales de expresiones figuradas del habla coloquial o la publicidad (“Pensamos en usted”, “Encuentro con lo desconocido”) o con las convenciones de la ficción (“Comillas (Tribulaciones de Alí)”, “Ruido blanco”, “El eucarionte”) y, en algunos casos, hechos completamente oníricos o surreales (“Las cataratas de Capurro”, “El cottage del doctor Dalesius”), enumeraciones o listas delirantes o absurdas (“Encargue”), construcciones narrativas a partir de las formas de los juegos de ingenio (“Paja brava (cuento de terror)”, “Juguemos a las palabras”). También hay un par de guiones de historieta, género que Maslíah cultiva de tal forma que logra hacer el guion tanto o más hilarante que si viéramos la historieta realizada en su completud. En esta ocasión, además, Maslíah incluye un recurso posibilitado por el multimedia: la lectura en su propia voz de algunos textos, a través de la aplicación Framealive, que se activa apuntando la cámara del celular hacia las fotos que aparecen salpicadas por el libro.

Es verdad que Maslíah se repite a sí mismo. Que es posible tomar cualquiera de los cerca de 40 libros de su carrera y no distinguir en qué momento fueron publicados. Que publica muchos textos y sus libros son desparejos, que contienen en algunos casos piezas sumamente poéticas y logradas (en este libro, “Encuentro con lo desconocido”, por ejemplo) y otras simplemente apenas ingeniosas (“Soneto de lectura”, que utiliza un recurso, ciertamente, agotadísimo). Que los personajes que se repiten a lo largo de décadas en sus cuentos, como el detective Ferdy Sosur o el doctor Dalesius no sufren absolutamente ninguna evolución personal. Que sus personajes en general carecen de profundidad psicológica y son solamente piezas de tablero en los juegos de esta suerte de viejo niño autista. Pero poco importan esos detalles cuando no se tienen competidores, cuando otros se dedicarán exhaustivamente a verse serios y profundos y uno tendrá, a lo largo de los años, la libertad de jugar.

Cuentos impensados. De Leo Maslíah. Montevideo, Criatura, 2021. 224 páginas.