Primer plano: exterior, luz de día. Una caldera de aluminio calienta agua sobre un fogón en el suelo; junto a ella, un termo y un mate pronto para ser cebado. El campo, los pájaros y un sonido de folclore nos introducen en un paisaje idílico del entorno rural uruguayo. Unos minutos después, esta visión se transforma rápidamente en su antagónica: la luz ambiente, antes cálida, se vuelve fría; un hombre sube a un vehículo de lata destartalado y sucio y comienza a sacar un mate pequeñito, una bombilla y una latita con yerba de diferentes escondrijos, mientras calienta agua en una taza de plástico viejo a partir de la conexión de dos cables pelados.

Se trata de Mateína, ópera prima de los directores Pablo Abdala y Joaquín Peñagaricano, que se estrena hoy en cines. Según los directores, la idea surgió a partir de un taller de guion que realizó Peñagaricano, que mutó en un cortometraje que no llegó a filmarse, y que ahora, ya como largo, ve la luz, luego de siete semanas de rodaje en 2018 y decenas más de pre y posproducción. El film dura 82 minutos y es una coproducción entre Uruguay, Brasil y Argentina.

Moncho y Fico son los personajes principales y llevan adelante esta aventura quijotesca, entre noble y absurda: un “éxodo” hacia Paraguay para buscar yerba mate, prohibida en el país desde hace diez años. Y en un punto, lo que parecía un mero contrabando se transforma en revolución. Los personajes se transforman de transas en héroes populares, queridos y alentados por todo el pueblo uruguayo.

“Hay una especie de paralelismo con lo que pasó con Artigas”, explica Peñagaricano a la diaria. “Lo de Paraguay surgió de la idea medio infantil de que Artigas pasó sus últimos días tomando mate con Ansina en Paraguay, debajo de un ibirapitá; eso me quedó de la escuela”. Moncho y Fico, acompañados por Leandro y Lina, y a partir un poco de la presión, de la esperanza y de la necesidad de la gente de recuperar lo perdido, terminan envueltos en una verdadera misión.

El film tiene como hilo conductor la radio, que es la encargada de brindar gran parte del contexto de lo que está ocurriendo en el país. “La radio del bien y la radio del mal”, como explica Abdala. Por un lado está la de la cadena pública nacional, y por otro una emisión clandestina conducida por Polo, un entrañable personaje que es parte de la resistencia. Ambas van delineando los dos bandos en los que se divide el país a partir de la restricción de algo tan vital para el uruguayo, tan fundamental y rutinario, tan amado y necesario como el mate.

Respecto de este recurso, Peñagaricano explica que hay una referencia a lo que fue la Dinarp (Dirección Nacional de Relaciones Públicas), organismo creado en 1975 por la dictadura y que utilizaba las emisiones radiales como medio de propaganda política favorable al régimen. “Me parece que, lamentablemente, estamos acostumbrados a que cada tanto haya un sistema represivo”, dice, y agrega que cada vez que Uruguay entra en crisis, asoma el miedo a que la historia vuelva a repetirse.

Aunque la acción del film está ubicada en 2045, el paisaje y las locaciones son actuales. Según uno de sus directores, “hay una cosa estática en Uruguay, nos gusta jugar y reírnos con eso. La utilería y la música siguen una lógica de un mundo roto, oxidado y atado con alambre”. En cuanto al icónico auto que acompaña a los protagonistas durante toda la aventura, Abdala aclara que se lo habían imaginado “mucho más roto y más gastado”, pero al final necesitaban que fuera enorme para que entraran el sonidista, las cámaras, las luces... “Al final necesitábamos uno que tuviera un motor que se aguantara todo”, dice.

El equipo de Mateína contó con la ayuda de otros profesionales del ambiente: en la segunda etapa del montaje estuvo Guillermo Madeiro, director de las películas Clever (2015) y El campeón del mundo (2019), en conjunto con Federico Borgia, a quien en Mateína le tocó ser la voz del locutor de “la radio del mal”. También Guillermo Rocamora, director de, entre otras, Libertad es una palabra grande (2018), estuvo entre los que pusieron el “pienso” de la idea general.

Abdala cuenta que además contaron con la colaboración de Pablo Stoll en el guion y de Daniel Hendler en la dirección de actores. “Esta fue nuestra primera película; un largometraje es otro mundo, en el que aparecen inconvenientes que no sabés cómo vas a resolver, pero hubo un gran despliegue, tanto humano como de conocimiento y experiencia, gente que le puso muchísimo amor a la película”.

El largometraje tiene todo lo que –de manual– no puede tener una ópera prima: animales, muertos, muchas locaciones, tomas complicadas de realizar, “por eso, que haya terminado ocurriendo, que se haya convertido en esta película, para nosotros es milagroso. Mateína es lo que es gracias a todos”, concluye Abdala.

Mateína tiene de todo: algo de comedia del absurdo, de ternura de pueblo, pero también de thriller, de un otro amenazante, siempre en pugna con los derechos y la cultura. Y hay algo que se lee en letras mayúsculas: cuando los pueblos se unen por un sueño en común, hacen tambalear cualquier individualidad.

Hay algo que trasciende clases sociales, tiempo, historia y formas, que convierte en compañero al extraño, que mantiene la charla viva, que quiebra barreras, que nos une como sociedad; como dice Moncho: “¿Para qué uno vuelve a su casa? ¿Para qué tiene patio, estufa, perro? Para tomar unos mates después. Las cosas más lindas de la vida uno las hace para poder tomar unos mates después”.