Los 80. El rock en la calle es una muestra del Museo Histórico Nacional argentino que reúne más de 600 afiches, fotografías, videos, casetes, vinilos, tapas de álbumes, vestuarios, instrumentos, equipos, memorabilia y diseños originales de una corriente artística que alcanzó su pico de popularidad durante aquellos años. La propuesta, que cuenta con la curaduría de los historiadores Gabriel Di Meglio, Ricardo Watson y el fotógrafo Carlos Gustino (Aspix), es con entrada libre y puede verse de miércoles a domingos de 11.00 a 19.00, hasta el 30 de mayo, en Defensa 1600, CABA (Argentina).

“El museo casi no tiene colección del siglo XX. Lo poco que hay es lo que pueden ver acá: un casco de un soldado de Malvinas o la urna de las elecciones del 83 que ganó [Raúl] Alfonsín”. Con esas primeras palabras la guía de la muestra permite dimensionar la trascendencia y popularidad que tuvo el rock argentino cuando la dictadura había comenzado su retirada pos Malvinas. Aquella guerra implicó una censura de los militares a la música en inglés y amplificó la difusión de artistas locales, favoreciendo incluso la expansión de un género poco amigable a la vista de las incontables situaciones de represión policial en sus recitales. Por entonces, el rock salió del nicho de clase media urbana de los 60 y 70 para amplificarse a otros estratos sociales y generaciones, más allá de ser una movida impulsada por jóvenes que hallaban en esta música un punto de encuentro. Para el museo significa no solamente una incursión en la historia reciente, sino una estrategia comunicacional que consiste en apelar al acervo musical de aquellos años para arrimar público que después recorra las otras muestras que ofrece, en su mayoría vinculadas a la época colonial.

La exhibición incluye siete estaciones que comienzan en el “Área de bienvenida y línea de tiempo (1982-1991)”, con una contextualización socioeconómica de aquellos años caracterizados por el retorno a la democracia. Continúa con “La banda de sonido de los nuevos tiempos (1982-1983)”, que brinda un pantallazo sobre la abundancia de festivales con artistas nacionales e internacionales e incluye una foto de Ruben Rada tocando la percusión durante un show y el afiche de “RF: Oscura Pareja”, un espectáculo del uruguayo en colaboración con Horacio Fontova.

A la hora de bailar

La siguiente estación es “El sonido y la furia (1984-1991)”, que refleja el boom de la escena cuando arriba una “segunda ola” surfeada por bandas que salían del canon de lo que por entonces representaba al rock argentino. En esa línea aparecen el humor y la música bailable de grupos como Viuda e Hijas de Roque Enroll, Virus y Los Twist, en la que se distingue una ascendente Fabiana Cantilo que también está representada con el disco de platino que recibió por Algo mejor, el álbum más popular de su carrera. Otra solista que sobresale en la exposición es Celeste Carballo, que tras su exitoso álbum debut (Me vuelvo cada día más loca) tiene un destaque posterior cuando se une a Sandra Mihanovich en el disco Mujer contra mujer y graban el himno queer “Soy lo que soy”.

También este período refleja la expansión de Fito Páez, que pasa de figurar en un afiche de la banda de Juan Carlos Baglietto bajo el nombre de “Tito Páez”, a la exhibición del teclado que usó en tiempos de Ey! y Tercer mundo, justo antes de la consagración popular que alcanzó con El amor después del amor.

Algo semejante ocurre con Soda Stereo y su periplo, representado desde los originales del arte de tapa de sus discos Signos y Ruido blanco hasta la camisa que vistió Gustavo Cerati para el show gratuito que brindaron en la avenida 9 de Julio en diciembre de 1991 ante un público que se calcula en unas 250.000 personas.

Otra vertiente de aquellos raros peinados nuevos estaba integrada por grupos con una propuesta musical más visceral, como Riff y Los Violadores, ambos inmortalizados en el afiche de un recital que compartieron bajo el nombre Una noche sin cadenas, aspiración que no fue entendida así por su público, lo que terminó abruptamente con los músicos fugándose del estadio de Ferro.

Simultáneamente, el momento que atravesaban los artistas más emblemáticos de la movida tiene varios puntos altos en este sector, como la gigantografía de la tapa de Clics modernos, de Charly García, sin él y con una marca en el piso que les indica a los visitantes dónde ubicarse para tomarse una foto en el lugar que ocuparía el artista en la portada. También puede verse el manuscrito de “Rezo por vos”, la colaboración entre García y Luis Alberto Spinetta, que contiene el dibujo de este que los retrata a ambos como siameses.

A unos metros hay fotos de la etapa varieté de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, con la bailarina Monona danzando y vestida con una transparencia mientras la banda toca. Además, hay lugar para el recuerdo de la presentación de Oktubre, que impacta con una fotografía que muestra la escenografía utilizada, que replicaba a gran escala la tapa del álbum realizada por Rocambole.

Otro atractivo de este sector es la valija con objetos que trajo Luca Prodan cuando llegó por primera vez a Traslasierra (Córdoba), que incluye su camisa roja y el jean celeste Wrangler, simples de The Fall, Sex Pistols, Gang of Four y XTC, además de una lata con pastillas de manzana verde made in Taiwán. También hay un afiche de un show de Sumo en el que debajo del nombre de la banda aparece anunciado Bob Marley como señuelo para atraer público.

En cuanto a singularidades vinculadas al reggae, el museo exhibe el diario de actas de una comisaría robado por uno de Los Pericos y luego utilizado por sus integrantes para relatar la rutina de esos días.

Subterráneos

La muestra continúa escaleras abajo con un sector llamado “El under” donde puede encontrarse desde un cuaderno de Don Cornelio y la Zona en el que anotaban los ingresos y egresos que daban cero como liquidación final, hasta los skates de Nekro (ahora Boom Boom Kid) y Wallas de Massacre.

A pocos metros, una página de un fanzine propone una marcha contra lo que llamaban “Mc Dollars”, imágenes de bandas punks vinculadas al legendario compilado Invasión 88 y fotos de boliches emblemáticos como El Parakultural, con su impulso al teatro independiente representado por Los Peinados Yoli, Las Bay Biscuits y Los Melli, entre tantos. A continuación, una serie de imágenes revela la performance de La Organización Negra (antecedente de compañías como Fuerza Bruta y De la Guarda) en su espectáculo La tirolesa, realizado en el Centro Cultural Recoleta en 1987.

Otros espacios de la muestra son la “Sala de proyecciones”, que exhibe videos de la época; “La fábrica del rock”, centrada en la industria alrededor de este fenómeno; y, finalmente, “Su Majestad el público”, que incluye la recreación de la habitación de un adolescente de aquellos años con paredes atiborradas de posters de músicos y tapas de revistas.

Fin de fiesta

Los años 80 representan un imaginario efervescente para los argentinos, que inspiró recreaciones cinematográficas, televisivas y hasta eventos como las fiestas con temática de esa época que se realizan hasta hoy. Esas noches de calor llenas de ansiedad, libertades y experimentaciones de todo tipo, más allá de las razias al acecho y los atentados contra el gobierno. Aquella fugaz primavera democrática, seguida de una crisis socioeconómica y también institucional, con una administración que se fue antes de terminar su mandato.

El vínculo entre rock y política aparece de lo más explícito en el afiche para la gira Rock por la libertad en apoyo a Eduardo Angeloz, que sería el candidato de la Unión Cívica Radical en las elecciones de 1989. En estos recitales participaron figuras consagradas y otras emergentes: García, Spinetta, Ratones Paranoicos, Sandra y Celeste, La Torre, Los Pericos, Man Ray y Daniel Melero, entre otros. El desenlace de un highlight histórico que se vivía con la felicidad de una larga noche de enero que se tornó efímera hasta lo fugaz y fundió a negro opresivo.

Los 80. El rock en la calle sintoniza con el soundtrack de aquellos años, y sus piezas, ordenadas cronológicamente, dan cuenta del vértigo que va de la euforia a la oscuridad. Del sonido más festivo de Los Abuelos de la Nada, que se escucha en un tramo inicial de la instalación, a la icónica foto de Miguel Abuelo cantando con sangre en su cara después de recibir el impacto de un objeto lanzado desde el público en el festival Rock & Pop de 1985. Un reflejo de esa sensación agridulce que va del optimismo pop a la decepción de volver a cero, como la ola del “verano del amor” que veía romper Hunter Thompson en Pánico y locura en Las Vegas (1971) y que, una vez que daba contra la tierra, retrocedía arrastrando toda ilusión de un futuro mejor.