La música del grupo de origen inglés The Cure quedó inserta en la cultura popular uruguaya posdictadura en las más diversas e insospechadas formas. Podríamos comenzar por todas las veces que “Close to me” sonó en el programa Aquí está su disco de Radio Montecarlo y llegar hasta las huellas más involuntarias y menos románticas. La preciosa y siniestra “Lullaby”, la del niño araña colgando del techo de una pesadilla en el videoclip de la canción, también fue la melodía ideal para un aviso de revestimientos monolíticos que, ya entrados los 90, ofrecía elegancia y estatus social, y hubo quien la hizo habitual cortina para noticias de lanzamientos empresariales en los informativos de televisión.
En el medio, quedaron sobretodos, maquillaje, razias, la maldición del pospunk, unos cuantos vinilos de bandas uruguayas, un inexplicable sentido de pertenencia con aires de aspiraciones europeas, y un amor de difícil correspondencia.
En la mañana del promocionado concierto, el cantante, compositor y guitarrista Robert Smith duerme en un hotel céntrico luego de un exitoso show en la gran Buenos Aires. A pocos metros, un guía del Palacio Salvo elige la palabra “extrañísima” para referirse a la arquitectura del viejo edificio y asusta a un grupo de brasileños con las formas de insectos, cocodrilos y raras especies acuáticas que desbordan sobre las columnas de la lúgubre galería del lugar, ahora soleada.
Todavía de día, cerca de las siete de la tarde, una abuela de pequeños rulos blancos y una remera de la banda con un gato de ojos rojos le pide a su hija que le saque una foto con el gran afiche luminoso que, de camino al Antel Arena, anuncia a los artistas de turno.
Vienen cientos y cientos vestidos de negro y llenan el estadio casi una hora antes de comenzar el show, con la misma impaciencia con que agotaron las entradas.
Pocas veces vi un público tan expectante ante la presencia de un grupo de artistas extranjeros: el apuro por llegar, el nerviosismo o cierta especie de entusiasmo demasiado adelantado para un acontecimiento que tal vez nunca sucediera.
Entre el movimiento y los vasos de cerveza, los irlandeses Just Mustard prueban un rock oscuro y electrónico.
Luego de una pausa, The Cure, a oscuras, va a dejar que llueva y truene durante 15 minutos antes de subir al escenario. Un rato después, una pantalla de cielo estrellado será el telón de fondo para que dé comienzo el espectáculo.
El tecladista y guitarrista Perry Bamonte será el primero en caminar lánguidamente hacia su puesto, con la extravagancia que ya sólo se permiten las viejas, muy viejas, estrellas de la música, y la actitud desganada de un profesional consumado.
Antes de que suene una nota, el último en aparecer, Robert Smith, bendecirá a cada sector del estadio en su propio lenguaje, con miradas y leves sonrisas, y otros gestos muy suyos bordados a sus ventajosas, cómodas y arrugadas camisas como la que ya lleva puesta este 27 de noviembre sobre una remera que dice Montevideo, una ciudad que ya era gótica antes de conocerlo en persona.
Como en cada fecha de este tour sudamericano, la banda arranca con “Alone”, una canción que será parte de su próximo disco. Sigue con “Pictures of you” y “High” y, luego de tres buenos momentos, sacude al público con el inyectable emocional “Lovesong”. Con ustedes, Simon Gallup y una de sus inconfundibles líneas de bajo. “Siempre te amaré”, entona el cantante.
A continuación, proponen otro rato reflexivo-melancólico de enrosque de músicos para músicos con “The last day of summer”, “Burn” (la hora del baterista Jason Cooper) y una notable interpretación de “Fascination Street”. Es un buen momento para el guitarrista Reeves Gabrels, Perry Bamonte y el tecladista sustituto Mike Lord; capas sobre capas, pequeñas notas entre notas, una muestra del The Cure más nuevo y barroco, con sus músicos dispuestos a zapar a pura chapa.
Balance: esa es la palabra clave para Smith. Si el show supera las dos horas es para poder hacer varias cosas en una misma noche y que todas salgan bien.
Entonces tocan tres suspiros de bienestar del disco The head on the door: “A night like this”, “Push”, una melodía épica e inspiradora que ya vale la entrada. “Andate y empujalos lejos”, canta Smith, y la gente comienza a bailar con el in crescendo de la canción. Suben a 150 bpm para “In beetween days” y el festejo es definitivo. Una más que alienta el escape antes de otro bajón: “Just like heaven”.
El primer bloque de show también incluye una no tan inspirada versión de “A forest” (tal vez la más uruguaya composición de los ingleses) y la asesina “Play for today”, donde caben Los Tontos, Los Estómagos y Los Traidores. Antes de irse tocan otra nueva: la ambiciosa y climática “Endsong”.
Vuelven con “It can never be the same” y se explayan largamente con la progresiva “Want” en otro destacadísimo fragmento de lunes. Esta es la versión de The Cure más virulenta, adulta y dramática que jamás hayamos escuchado. Rescatan la vieja “Charlotte something” y arrojan dos bombas de su mejor disco, “Plainsong” y “Disintegration”.
Antes de irse a dormir, Smith se detiene para volver a reconocer el afecto y admiración del público uruguayo; sin saber del todo cómo reaccionar ante la gran ovación, improvisa un abrazo simbólico con las mangas enredadas de su camisa y señala su corazón. Ni su maquillaje ni sus años ni su coreografía pueden disimular su emoción.
El Antel Arena explota de júbilo con “Friday I’m in Love”, “Close to me” y “Boys don’t cry”. Entre los miles de cabezas amuchadas sobre el campo, bastante lejos del escenario, casi al final de todas las filas de fanáticos, se puede reconocer la de Gabriel Peluffo, que lleva lentes gruesos y sienes plateadas y baila con las manos metidas en los bolsillos de su saco al ritmo de “Why can’t I be you?”.