El adjetivo ochentero se usa a diestra y siniestra. Puede definir algo que estrictamente ocurrió entre 1980 y 1989 (como las películas que repaso semanalmente en radio, pero no estamos acá para hablar de mí). Puede referirse a algo colorinchudo, con neón y superficies reflectantes, que recuerde a aquella década, o que remita a la imagen que tenemos en nuestros cerebros de aquella década, la hayamos vivido o uno. Yo la viví casi entera; me faltaron 85 días.

Con la autoridad que me otorga el conocerla más o menos bien, en ocasiones utilizo ochentera a la hora de hablar de películas pochocleras, para señalar a aquellas que tienen una narrativa más directa, con malos que ríen a carcajadas mientras despliegan su maldad y que logran colar momentos un poco oscuros en aventuras pensadas “para toda la familia”. Por supuesto que en aquellos años hubo de todo, pero esa es mi imagen del entretenimiento popular cinematográfico. Y salí de ver ¡Shazam! La furia de los dioses con el ochenterómetro bastante alto.

En medio de un panorama del cine de superhéroes que apunta a la complejidad (ya sea por una macrohistoria que lleva más de 30 películas o por tratar a los paladines como seres alejados de su humanidad), la primera ¡Shazam!, dirigida por David F Sandberg y estrenada en 2019, era un soplidito de aire fresco. No llegaba a ser bocanada porque, justamente, su adaptación del jovencito que adquiere la capacidad de convertirse en superhéroe adulto con sólo pronunciar una palabra (adivinen cuál) estaba contada desde un punto de vista muy humano. Billy Batson y su amigo Freddy Freeman probaban los poderes del primero, sacándole el jugo a esa adultez (al mejor estilo Big: quisiera ser grande) y divirtiéndose en forma genuina, hasta la llegada del villano asesino, las peleas y un corto etcétera.

El énfasis en aquella ocasión había sido el concepto de familia, tanto que Billy decidía compartir los poderes con sus hermanos adoptivos, creando un supergrupo de trajes colorinchudos. Eso se mantiene en esta secuela, principalmente porque es una secuela con todas las letras (siete). Sigue acompañando al protagonista y su familia moderna en su búsqueda por convertirse en verdaderos defensores de Filadelfia. Y Sandberg sigue timoneando.

No les es sencillo, porque el líder natural (Billy, interpretado por Asher Angel de joven y Zachary Levi de adulto) tiene muchísimo miedo de perderlos al cumplir la mayoría de edad y se obsesiona con mantenerlos unidos incluso a la fuerza. Para peor, las hijas del mismísimo Atlas cruzaron la barrera al mundo de los mortales, como consecuencia de las acciones de la película anterior, y amenazan con arrasar con el mundo. Pero como esta es una película de escala más pequeña, se la agarrarán con Filadelfia.

La película no se demora en llegar a las escenas de acción, con las malas (nada menos que Helen Mirren y Lucy Liu) arrasando un museo y los buenos intentando salvar a las víctimas de un puente que está por caerse. Cuando las cosas se calman aparece la comedia, en forma natural por tratarse de un grupo de jóvenes novatos con demasiado poder a su disposición.

Todo se mueve a buen ritmo, excepto en ese momento (tan temido) en el que hay que explicar qué quieren las villanas, cómo lo quieren obtener y qué deberían hacer los hermanos para impedirlo. Este obstáculo suele estar presente en las películas del género y cuesta creer que no hayan encontrado mejores formas de alimentarnos de información sin que sea literalmente en una biblioteca mágica con la ayuda de una lapicera que cobra vida. Y que tiene sus buenos momentos, hay que decirlo.

En 130 minutos no hay tiempo para que los seis hermanos tengan un gran desarrollo, pero Billy y Freddy (Jack Dylan Grazer de joven, Adam Brody de adulto) tienen suficiente material con el que jugar. Especialmente este último, que parece tener la subtrama más interesante.

Nada de esto importaría si no regresaran las escenas de acción, y lo hacen en buena forma, con efectos especiales que no parecen hechos a las apuradas (originalmente iba a estrenarse un año atrás). Sin reinventar el cine de superhéroes ni mucho menos, un tercer acto muy correcto incluye enfrentamiento físico, uso de los poderes, uso de la inventiva y el obligatorio sacrificio.

A veces no es necesario que nos cuenten un pedacito de una historia sobre villanos cósmicos que buscan arrasar con el universo, ni dioses filmados desde abajo con música grandilocuente. ¡Shazam! La furia de los dioses demuestra que a veces se puede apuntar un poco más bajo, pero hay que asegurarse de dar en el blanco.

¡Shazam! La furia de los dioses. 130 minutos. En salas de cine.