Hay, en la tercera temporada de The Witcher, una escena que describe perfectamente el sentir de este espectador sobre la propia serie: Geralt de Rivia (Henry Cavill) y Yennefer (Anya Chalotra) asisten a un baile durante una cofradía de magos. Ni bien entran, ella comienza a explicarle quién es quién en toda esa multitud: de dónde vienen, a qué reino deben lealtad, etcétera. Él la detiene con un gesto de los suyos, parco, y le pregunta: “¿Pretendes que me acuerde de todos estos nombres?”. Lo mismo podríamos preguntarles a los desarrolladores de esta serie que adapta los libros del polaco Andrzej Sapkowski, porque desde el inicio no han dejado de tirar nombres de personajes, reinos, batallas y lugares con la suposición de que lograremos retenerlos, aunque no hayan invertido jamás un minuto de desarrollo para ellos.

Así, mientras una de las más populares series de Netflix avanza hacia lo que sería el enfrentamiento definitivo entre los reinos rivales, uno se pregunta si debería importarnos que Fulanito de Tal en Nosequé Feudo acaba de vencer a Menganito de Nosedónde y que esté a punto de llegar a Aquel Otro Lado.

La sombra de Game of Thrones es larga y –a pesar de su muy criticado desenlace– ha hecho que esta serie derivara desde “un tipo poderoso que caza monstruos” (como bien supieron aprovechar exitosamente en una larga franquicia de videojuegos) a “intriga palaciega con traiciones, sexo y sorpresas”, como ocurría en la exitosa serie de HBO. Pero aquí, y a tres temporadas de iniciado el camino, todavía no se ha logrado construir un universo reconocible.

Quizá por eso, la temporada que acaba de terminar está dedicada a los variados personajes secundarios que representan uno u otro reino, a los magos o a los elfos. Mientras se suceden secuencias con estos personajes, uno no puede dejar de preguntarse dónde se encuentran los cuatro que sí reconoce: Geralt, Yen, Ciri (Freya Allan) y Jaskier (Joey Batey). Cada tanto, la serie recuerda de qué iba y los rescata (y nos pone algún monstruo para matar, que era lo más divertido). Ahí es cuando se redime. Lo justo, pero lo hace.

En definitiva, son estos personajes protagónicos los que todavía importan, sea porque sus tramas tienen puntos de interés o porque los artistas que los encarnan son convincentes. Cavill sigue siendo, por lejos, quien tiene mejor presencia, y eso abre una gran duda acerca de qué pasará en la cuarta temporada, cuando deje la serie y sea sustituido por Liam Hemsworth.

Hay, además, un formato muy raro en el sistema de estreno que este año ha planeado Netflix, lanzando cinco episodios primero y los tres restantes después. Viéndola en sus momentos de estreno, el clímax (una emocionante batalla en varios frentes) queda descolgado, puesto que con la pausa entre medio no consigue conmover como podría hacerlo. Cabe imaginar que viéndola de corrido la experiencia será mejor.

Con un protagonista de salida y una historia que no cierra, la cuarta temporada de The Witcher –supuestamente confirmada, pero con Netflix nunca se sabe– tendría que apostar a más conclusión y desarrollo que a tanta intriga palaciega pecho frío. Quienes llegamos hasta aquí tenemos como recompensa buenos personajes protagónicos, alguna batalla de destaque y poco más qué agregar. Quizá estas palabras suenen demasiado duras, porque The Witcher sigue siendo una experiencia entretenida y satisfactoria, a pesar de todo. Da la impresión de que hay más y mejor para contar, aunque no ocurra en esta temporada.

The Witcher, tercera temporada. Ocho capítulos de aproximadamente una hora. En Netflix.